Teniendo en cuenta la importancia de la preparación en un viaje de estas dimensiones, lo suyo es que le dedique un rato largo a esta entrada:
Mis dos compañeros y yo decidimos separar el viaje en 19 días: Uno de llegada, catorce de viaje (etapas) y cuatro de descanso, pudiendo colocar estos cuatro días donde más nos apeteciese o cuando más lo necesitásemos.
¿Qué es fundamental para un viaje así? Lo primero que se me ocurre es… Pues sí, una bicicleta. Yo tengo un velocípedo malucho, de los más baratos del Decarthon, pero muy hermosa, no cabe duda de eso. Los accesorios OBLIGATORIOS son los reflectantes (uno en cada rueda, entre los radios, dos en cada pedal y uno rojo posterior), la luz de atrás (no puede ser ni amarilla, ni blanca, ni verde, ni multicolor, debe ser ROJA), y un timbre, bocina, pito, o matasuegras, como quieras llamarlo. Esto es lo obligatorio, lo ACONSEJABLE es llevar también una luz delantera blanca o amarilla para que te vean y para poder ver tú los misterios de la noche, chaleco reflectante u otra prenda como un brazalete, y casco, objeto importante para un viaje tan largo (en España es obligatorio su uso en carretera, pero en Francia y en Bélgica no).
A parte de todo esto yo añadí un trasportín para las alforjas, de las que luego hablaremos, un sujeta-botellas y unos cuernos. Un accesorio que me hubiera venido bien, pero no quise añadir por motivos económicos, es el guardabarros (uno para adelante y otro para atrás).
Guantes de bicicleta, si no quieres que se te queden las manos como a un abuelo. Bidón, objeto de vital importancia, porque sin agua solo conseguirás llegar al cementerio. Yo compré un bidón negro y poderoso de 900 mililitros que también era mágico, pues convertía el agua en caldo de plástico.
Me pillé una funda acolchada para el sillín, pues no me apetecía llevar un ridículo culot (mis compañeros optaron por el ridículo culot). La funda estaba bien y me salvó de dejarme un pandero a lo babuino, aunque se dio de sí a los tres viajes.
Una pequeña bolsa para llevar las cosas más importantes (la cartera con los dineros y el móvil). Mickey y yo llevábamos un triángulo en el cuadro, Manu prefirió una bolsa delantera de bastante capacidad (es mejor que el triángulo, pero más caro).
Una o varias pitones, cadenas u otros objetos para candar la bici a una valla, falo, árbol, farola, etc.
Mis dos compañeros también llevaron un calzado especial para la bicicleta, porque ellos lo valen.
¡Alforjas! Esas enormes mochilas que puedes colocar en el trasportín. Yo llevaba las alforjas de mayor tamaño, de unos 50 litros de capacidad, y por eso, a veces, mis compañeros me endiñaban cosas como la comida y otras floripendias.
El material compartido que metemos en las alforjas es un inflador, parches y cámaras, herramientas para la bici, botiquín y mapas (claramente estos objetos son imprescindibles).
Otros objetos más personales son la ropa (llevamos dos o tres camisetas, dos o tres pantalones, bañador, toalla, braguitas, calcetines, chanclas, alguna sudadera, un abrigo y chubasquero), la bolsa de la comida (unas veces estará llena y otras vacía), el saco de dormir y la esterilla (yo llevaba todo en uno, encima del trasportín, entre las alforjas, un súper saco de dormir con esterilla hinchable y almohada, pero con poca tolerancia al frío… nosotros lo llamamos “mamotreto”), la tienda de campaña (una para los tres, aunque solo era de dos en capacidad).
Los utensilios pequeños de gran utilidad que llevamos son la navaja, el tenedor y la cuchara, papel para limpiarse el culo cuando comes y la boca cuando terminas de cagar, el cepillo de dientes, brújula, cámara de fotos (llevé una compacta que no pesaba mucho, además de la cámara del móvil), pilas, linterna, cuerda (para tender los ajuares después de lavarlos), jabón, papel y boli, candado, abrebotellas, gafas de sol, crema solar y… seguro que me dejo algo, pero cuando se me ocurra lo pongo.
Todo esto metimos en las alforjas, ya fuese de forma individual o colectiva.
El tema de los mapas fue trabajoso: primero decidimos la ruta, luego la analizamos paso a paso en Google Maps, la dividimos en etapas, examinamos a fondo cada etapa y procedimos a hacer el mapa, uno por etapa. Pensamos que una media de 85 km por etapa era asequible, y así dividimos el trayecto, acabando en pequeños pueblos en la mayoría de los casos, donde pudiese haber camping o hacerse vivac.
INICIO Y ETAPA 1
Con todo preparado, el 11 de Agosto de 2014 por la mañana nos presentamos en la estación de Chamartín (Estación de trenes al norte de Madrid), aproximadamente una hora antes de la salida del tren. Ahí surgió el primer problema del viaje, sobre todo para mis amigos, que no habían reservado plaza para la bicicleta. Era un tren regional de media distancia, de esos que paran en todos los pueblos posibles, aunque sean pueblos fantasma, y tarda en llegar más horas que años tiene mi abuela. Esos trenes admiten bicicletas, pero solo tres, y el funcionario de información nos había dicho que “nanai”, que lo que podíamos hacer era embalar las bicicletas y rezar para que el revisor del tren hiciese la vista gorda. Mis dos compañeros salieron disparados a comprar papel film, aunque les advertí (por otras experiencias parecidas) que suelen hacer “la deseada vista gorda” siempre. Cuando llegaron con todos los nervios entre seis rulos de papel film, el de información les dijo que no iba a hacer falta embalar las bicis, pues ya estaba solucionado. O sea, que nos quedábamos con 1200 metros de papel film que tuvimos que acarrear en las alforjas. Luego en el tren, ya de camino, llegamos a contar 10 bicicletas en el vagón (la deseada vista gorda).
Sobre el interminable viaje de tren no entraré en detalles, fueron ocho duras horas, desde las 12:20 hasta las 20:15. En el tren comimos tortilla, jugamos a las cartas, meamos mucho y nos volvimos medio tolais.

En Madrid moría de calor con el aire secuno, pero en Irún refrescaba y chispeaba, así que se podría decir que empezamos la aventura con lluvia.
Lo único que hicimos en la ciudad fue comprar el pan y un chubasquero para mí, de esos de un euro de los chinos, que solo valen para que la gente te señale y se ría de tu desgracia. Después de estas compras atravesamos la ciudad y en un pis-pas cruzamos la frontera. Ahora estábamos en Hendaya.
Nos propusimos llegar a Saint Jean de Luz, a diez kilómetros más o menos, para acortar la etapa del día siguiente. Para ello estuvimos pedaleando cuesta arriba durante media hora bajo una lluvia fina, y cuando llegamos a arriba y comenzaba la cuesta abajo empezó a llover mucho más fuerte. Nos refugiamos en un pequeño techado y preguntamos a un hombre por el camping más cercano. Las palabras del tío fueron duras: “¡Volved a Hendaya, madafakas! ¡Solo allí encontrareis un camping que os proteja de los gargajos de Dios! ¡Ahh!”. Decidimos retroceder a la pequeña ciudad para mañana volver a subir la cuesta.
Nos costó encontrar un maldito camping, y cuando veíamos una parcela con auto-caravanas y tiendas no sé por qué, pero no encontrábamos la puerta de entrada… un ser superior se burlaba de nosotros.
Finalmente entramos en uno que parecía que nos iban a vaciar las carteras, pero estaba lloviendo y no tuvimos elección. Montamos la tienda como pudimos y cenamos en un porche. Después nos acostamos prontito porque mañana sería un día largo… Casi tanto como la noche ¡Jopetas! ¡Qué horrible fue esa noche! Durmiendo tres en un espacio para dos, oliendo los pedos de mis compañeros, sudando como maratonianos en el Sahara. La alarma nos salvó de morir asfixiados, a pesar de ponerla a las seis de la mañana.
En el cielo seguía habiendo nubes cabronas, pero por el momento mantenían sus lágrimas guardadas. Recogimos la tienda empapada y cargamos nuestras bicis. Hoy me tocaba llevar la tienda a mí. Desayunamos y maquinamos irnos sin pagar, ya que no había nadie en recepción y era un poco carete, pero justo cuando íbamos a partir abrieron el bar.
No sé si se equivocaron, pero nos cobraron solo cinco euros por cabeza, cuando esperábamos ocho o más, así que, nos fuimos con una sonrisa en la boca a pesar de todo.
Preguntamos a una señora muy maja cual era el camino a Saint Jean de Luz y nos propuso uno diferente al del día anterior, uno más bonito, por los acantilados, que se ve la playa y to. Lo que no íbamos a evitar de ninguna manera eran las cuestas.

En una media hora estábamos ya en Saint Jean de Luz y aprovechamos para estirar. En esta comuna y en todas las de alrededor hablan español, euskera y francés, son trilingües los jodíos.
Después del estiramiento reanudamos la marcha, no había que perder un instante, pues en esta primera etapa nos habíamos propuesto superar los 100 km, por lo que no nos podíamos permitir el lujo de parar mucho rato.
No paramos hasta la ciudad de Bayona (ciudad de gran importancia histórica) dejando en el camino otras localidades como Bidart, Biarritz y Anglet. En Bayona dedicamos el tiempo a hacer fotos a la catedral de Santa María y al río Adur, y aparte, Manu se compró un dulce y no quiso darnos ni un cacho.
Ya habíamos pasado el peor tramo de la etapa, el mayor desnivel lo habíamos dejado atrás, pero aún quedaba más de la mitad, así que, a pedalear de nuevo.
Encontramos una vía verde ciclista cojonuda paralela a la costa que se metía por bosque… molaba una barbaridad.
Pasamos por Tarnos, Ondres, Labenne y acabamos en Capbreton para jalar. Esta comuna portuaria está en el departamento de las Landas y es una ciudad más turística de lo que pensábamos. Nos metimos con las bicis en todo el meollo de la calle principal, buscando un supermercado donde comprar papeo y nos costó un cojón encontrar uno.
Una vez comprada la comida nos dirigimos a la playita y devoramos todo. Sin tiempo que perder (ya habíamos perdido demasiado), encontramos de nuevo la vía ciclista y salimos de la ciudad, dirección norte.
Decidimos variar un poco la ruta a como estaba puesta en los mapas y propusimos Léon como final de la etapa, bastante más cerca que el final que teníamos pensado al principio (vamos, un fracaso como Dios manda).
Pasamos el canal de Hossegor, las comunas de Vieux Boucau les Bains, Messanges y Moliets et Maa hasta llegar a Léon (todo por la vía verde). Habíamos hecho 107 km, pero como nos perdimos varias veces no se asemejaba a la distancia verdadera. Nuestros sentimientos estaban confundidos, porque por una parte habíamos hecho más de cien kilómetros y eso era un éxito para nosotros, almas bicicleteras inexpertas. Pero por otro lado, no habíamos terminado la etapa, y eso podía ser un problema si empezábamos así, debíamos evitar la acumulación de kilómetros por hacer.
Bueno, paramos en Léon porque estábamos hartos de pedalear y porque sabíamos que ahí había campings, aunque algo caretes por culpa de unos lagos que atraían turistas al lugar.
Encontramos uno asequible. Preparamos la tienda, atamos las bicis y nos duchamos. Después lavamos la ropa y la tendimos felizmente mientras silbábamos canciones infantiles. Y también felizmente cenamos.
Antes de acostarnos conversamos con una pareja de enamorados maños con cara de salidorros que habían tendido su tienda al lado de la nuestra y creemos que lo habían hecho para que les escuchásemos fabricar bebés, pero eso no ocurrió, pues después de ciento siete kilómetros te duermes y ya pueden tirarte al mar que no recobras el sentido ni de coña.
A pesar de todo, Manu hizo vivac, ya que no queríamos volver a dormir los tres juntos en la tienda, por miedo a que Mickey nos tocase por la noche y también miedo a morir ahogados entre flatulencias.
