Voy a escribir sobre lo que yo vi, viví, sufrí y sentí en los distintos puntos del país. De los franchutes, sus maneras de ser, costumbres, memeces y sobre todo a como se pedalea por el pueblo vecino, que es lo que te puede interesar.
Todo lo que exponga a partir de ahora es únicamente mi opinión y la de Centauro (así he llamado a mi bici). Seguramente cada viajero tendrá su respetable e equivocada opinión ¿Qué se le va a hacer?
Al hablar de algo que abarca tanto es inevitable no generalizar (lo siento franceses, pero os voy a meter a todos en el mismo saco), pero el lector es consciente de ello, además de muy educado, y no debe perder sus papeles, porque cuando, por ejemplo, hable de las panaderías de Francia, no me voy a referir a todas las panaderías de Francia, pero tal vez sí a la gran mayoría.
Este viaje a Francia resultaba ser mi cuarta visita al país. Las dos primeras conocí París solamente y, sinceramente, no me llevé una buena impresión de sus ciudadanos, que me parecieron orgullosos, creídos, egoístas y con poco (o muy diferente) sentido del humor. También es verdad que no me dio tiempo a conocer a ningún parisino a fondo, pero en mi tercer viaje a la ciudad tuve más contacto con ellos y descubrí que en realidad, lo que pasa es que, son muy cerrados (en comparación con España, que es lo que más conozco) y cuesta encontrar una llave maestra que abra al gabacho.
En ese viaje no solo conocí a los de la vieja capital, pues me moví por el noroeste de Francia y pude relacionarme con más gente ajena a la enorme ciudad, y coincidí con ellos en la opinión sobre los parisinos… y aparte descubrí que, Francia no es París, pues no puedo opinar sobre un Estado tan grande solo por conocer una pequeña porción, por muy famosa e importante que sea esta para el mundo.
En esta ruta rodante he descubierto a mis vecinos en gran parte de su territorio, pues no me quedaba otra, y mi opinión sobre ellos ha cambiado para mejor: los franceses son amables, amigables y muy educados. Perdí la cuenta de las veces que vinieron a preguntarnos si estábamos perdidos, cuando nos veían dando vueltas a un mapa o rezando hacia la Meca en la dirección incorrecta. Innumerables veces dimos las gracias.
Sin embargo, tanto mis compañeros como yo, percibimos que cuanto más al norte, más fríos eran sus habitantes, menos ayudas nos proporcionaban, menos curiosidad tenían en nosotros. Y en las ciudades aún más, pero la diferencia es mínima. Por lo general, el francés nos causó una buena impresión, y el otro «francés» también.
Las ciudades como cualquier ciudad europea: catedral, más iglesias que pájaros, pero menos que panaderías (cada calle tenía una o dos), castillo o palacio (o ambos), río ancho y contaminado y algo de historia de lo que sentirse orgulloso y explotar de forma excesiva con monumentos, ornamentos y carteles… Como cualquier ciudad europea.
Los pueblos eran todos muy parecidos: Iglesia, cementerio, monumento recordando a los soldados caídos, panadería (no podía faltar), un tablón con mapa y, por desgracia, ningún parquecito donde echarse una “bier” para el hígado.
En cuanto a las vías, bueno, las carreteras son parecidas a las de España. Existen las grandes autopistas y autovías, que lógicamente no tocamos (quizás alguna por error), las carreteras nacionales (intentábamos evitarlas, pues Mickey Mouse se hacía caquita en el culot al circular por ellas, aunque a veces no había otro remedio), las carreteras departamentales señalizadas en amarillo, que fueron las vías por las que más circulamos; y las rutas locales.
También abundaban las ciclovías, sobre todo en puntos de interés turístico. Hay muchísimas rutas. Encontramos estas ciclovías de larga distancia en el sur de Francia entre Bayona y Parent en Born, y otro a lo largo del río Loira.
En la mayoría de ciudades y grandes pueblos tienen carriles bici y personas guapas. No sé el porcentaje de kilómetros que hicimos en carril bici, pero fue alto y seguro que pudo ser mucho mayor si no nos hubiésemos dormido en los laureles en numerables ocasiones.
También recurrimos más veces de lo necesario a los caminos rurales (bastante incómodos, la verdad), pensando atajar por ellos, y nos obligaron a acordarnos de que el camino corto a veces es el camino más largo y depravado.
ETAPA 2
El segundo día se hizo mucho más largo de lo que parecía en un primer momento, y no solo por los kilómetros que teníamos que recuperar del día anterior. Atentos:
A las seis y cuarto de la madrugadaca sonó la maldita alarma del móvil de Mickey con una melodía de música clásica digitalizada… una auténtica tortura, sin duda. Desayunamos como verdaderos cerdos y posteriormente recogimos todas las cosas: la tienda, los sacos, los consoladores, las alforjas, etcétera, etcétera, etcétera. Recogimos la ropa tendida, que parecía estar más mojada que el día anterior y nos despedimos de nuestros buenos amigos aragoneses, pero ellos sacaron a pasear el dedo corazón mientras nosotros corríamos asustados, y por ello nuestras cabezas chocaron repetidamente contra los postes de la luz.
Por fin salimos del camping, con una misión algo jodida, estábamos obligados a recorrer más de cien kilómetros para llegar a la casa de Madeleine, una inconsciente muchacha de un pueblo llamado Le Barp que nos había aceptado una petición de “Couchsurfing”, una web en la que las personas ofrecen un colchón, sofá o algo blandito de su casa de forma gratuita a viajeros que no quieren dejarse los cuartos en hostales, albergues y demás, con la posibilidad de intercambiar tics culturales y entablar conversaciones y amistades con tu huésped o anfitrión.
Pues eso, que se nos presentaba un día duro, pero como he adelantado antes, lo fue aún más duro. Atentos:
A penas habíamos empezado a pedalear cuando Manu nos hizo parar. Primer pinchazo del viaje adjudicada a la rueda delantera de Manu, y como si de unos pits de F1 se tratase, cambiamos la cámara en 3,4 segundos… quizás algo más.
De Léon tiramos por una carretera departamental (D652) hacia el norte, y pasando por Vielle Saint Girons llegamos a Lit et Mixe, donde realizamos nuestra primera parada para contactar con la anteriormente nombrada Madeleine y así asegurarla de que seguíamos de una pieza. Logramos contactar con ella por WhatsApp, consiguiendo el acceso a Internet en una oficina de información turística, donde aparentemente te obligan a registrarte, pero dando un correo electrónico falso ya consigues el acceso.
Sin más preámbulos seguimos bicicletando por la misma carretera, dejando atrás las poblaciones de Saint Julien en Born y de Bias antes de llegar a Mimizan, donde nos costó hacernos con comida, pues llegamos justo cuando cerraban todo… menos mal que había un Carrefour por ahí.
Mimizan me pareció feo y poco interesante, pues daba la sensación de ser un lugar florecido gracias al turismo de interior, hipnotizado por las playas de Mimizan, a diez kilómetros hacia el Oeste del pueblo. Pero informándome por internet me doy cuenta de lo que nos perdimos al no prestarle más atención a este lugar: playas hermosas, historia medieval, grandes dunas y plantas carnívoras… ¡PLANTAS CARNÍVORAS! Tampoco teníamos mucho tiempo para mirar a nuestro alrededor, pero jopé, plantas carnívoras al aire libre no se ven todos los días.
La suerte estaba de nuestro lado cuando nos encontramos un carril bici que nos llevó donde queríamos ir: Aureilhan, Saint Paul en Born y Pontex les Forges. En este último comimos.
Hasta entonces habíamos recorrido 53 kilómetros, todo un logro, más de la mitad. Estábamos a tope de moral ¿Qué podría derribar nuestra sonrisa? Tal vez lo que comimos tuvo algo que ver. Además de pan y queso y un tabule precocinado, comimos un… o una… No sé qué era, pero venía en una tarrina llena de, posiblemente, mayonesa, pero no sabía a mayonesa. Sabía más a colonia o no sé, algo demasiado fuerte para la mayoría de los mortales, pero no para Mickey, que parecía disfrutar de ese alimento diabólico.
Tanto asco me dio, que me levanté del banco y me fui a cagar a la velocidad de un pedo, y esto lo menciono porque a mí me cuesta mogollón descargar materia cuando estoy de viaje, y creo que vosotros sois dignos de saberlo, al igual que también sois dignos de saber que casi me pillan dos caminantes en plena descarga. Al final no ocurrió, pero fue incómodo.
A partir de ahora, el viaje se empezaba a nublar más, y el cielo también, pero no fue la lluvia lo que nos jodió la etapa. Atentos:
Unos quince kilómetros después volvimos a parar para contactar de nuevo con Madeleine y verificar nuestra llegada. Conseguimos wifi en una cafetería de Parentis en Born, donde tuvimos que consumir un par de cervezas entre Manu y yo (esos son los sacrificios que a mí me gustan), mientras Mickey daba de comer a nuestros corceles y examinaba el mapa con detalle.
Una carretera secundaria de esas que parecen interminables nos esperaba después, y por suerte nos localizó el GPS de mi móvil, porque si no, no sé cómo podríamos haber sobrevivido. Después de esta carretera llegamos a un camino de tierra que según Google Map era la frontera entre los departamentos de Landas (del que procedíamos) y Gironda (al que nos adentrábamos… Por si hacía falta aclararlo). Este camino fue nuestra perdición. Atentos:
Un camino de tierra que pronto se convertiría en un camino de arena, parecida o idéntica a la arena de playa, imposible de circular en bici por ella. Tocó ir andando, pero ahí no acababa la desgracia del camino maldito, pues pronto el camino de arena se transformó en camino de lodo por culpa de las máquinas de riego de sistema pivote central. Esas largas cadenas de aspersores que vemos en muchos terrenos agrícolas mojaban nuestro camino y, ya no solo era imposible montar en bici, ahora complicaba mucho el movimiento aeróbico de las piernas.
Según el GPS fueron cinco kilómetros en esta pésima situación, pero parecieron muchos más, y si alguien nos hubiera visto al salir del camino habría pensado que éramos los hermanos de “Bigfoot”, no por lo corpulentos que somos, que también, si no por el barro que llevábamos encima. En la imagen siguiente nos encontramos saliendo del infierno:
Comenzaba una carretera mucho más asequible y bonita que nos llevó, primero a Lugos y después a Salles ¡Bien, solo quedan diez kilómetros para Le Barp! Pues no… resulta que a Mickey se le ocurrió la genial idea de preguntar al dueño de un camping en Salles que, cual era el camino a Le Barp, y este, deseoso de que pasásemos la noche en su camping nos mandó por el camino largo ¡Híjole! Y diez kilómetros se transformaron en 17 muy largos y sufridos.
Temblando y sin rodillas llegamos a la iglesia de Le Barp, punto de encuentro con Madeleine que llegaría unos minutos más tarde en bici, pues su casa estaba a dos o tres kilómetros por un sendero pecuario.
Madeleine vivía en una casa de dos pisos con una parcela enorme y hermosa. En otra casa en la misma parcela vivían sus padres, pero a ellos no les conocimos.
Esta chica nos preparó una rica cena y nos dejó ducharnos (¡Gracias a la virgen Felicia de Aquitania, qué ya olíamos a chochete!).
Charlamos con esta muchacha temas diversos (de Francia, de la cantidad de animales que tenía, de la reciente muerte de Robin Williams, de sus peluches, de E.T.A., de Star Trek…), pero nuestros ojos se cerraban solos continuamente y no tuvimos más remedio que despedirnos de ella hasta al día siguiente.
Después de una etapa dura de 135 km nos tocaba dormir en cama, sin olvidarnos de la rica cena caliente. Nos lo merecíamos.