4. Ruta en bici. BEBER Y COMER BUEN PASATIEMPOS ES

Bueno, teniendo en cuenta que los tres somos unos comeflores, la trabajosa tarea de comer puede servir de ayuda al vegetarianero, pero de poco al carnaca, pues este tiene mucha más variación entre pan y pan, y no le será complicado hacerse con unas cuantas proteínas. Los veganos lo tienen jodido, pero no solo en un viaje… Lo tienen jodido a lo largo de su vida. Y los vegetas como nosotros lo tenemos algo más fácil, aunque sin una cocina y sin una nevera lo de ingerir proteínas se vuelve un poco complicado.

Nuestro horario de comidas era el siguiente. Por las mañanas, una vez habiendo recogido la tienda y los sacos (por lo general) nos pimplábamos el desayuno, que solía ser un té (no en mi caso), unas galletas de chocolate y pan con Nutella, y en ocasiones también frutos secos y pan de higo que Mickey había fabricado en su casa muy acertadamente, pues de alguna nos salvó.

En ocasiones, sobre las diez y media u once y media, más o menos cuando realizábamos un cuarto de cada etapa, nos metíamos para el cuerpo un “bollito” (Manu y Mickey solían elegir un flan que estaba muy rico, pero a mí me vuelve loco el chocolate y era la napolitana lo que siempre escogía).

Poco a poco fuimos adaptándonos al horario de los lugareños y empezamos a almorzar a las 13:00 o 13:30. A los tres cuartos de etapa parábamos para merendar y cenábamos al llegar a nuestro destino, la hora de cena siempre variaba.

Los almuerzos y las cenas solían ser bocatas de queso y tomate (la mayoría de las veces, y por eso nuestros estómagos nos gritaban “caca, caca, dame otra cosa, mamón”), pero también comprábamos otros alimentos mierder como tabule, extrañas ensaladas, patatas cocidas en lata, tortillas pre-cocinadas e incluso una vez, Mickey se pilló unas lentejas enlatadas, y se las comió con mucho gusto.

100_3804Comprábamos en supermercados de ciudad y pueblos, pero mayormente en los supermercados de los centros comerciales de carretera, esos que están en las periferias de las ciudades junto a los puticlubs. Solían ser en los Carreful, en los Al Campas y en los EneCler. Los domingos abrían pocas tiendas y lo pasábamos mal buscando algo abierto. A veces teníamos que comer sándwiches de chocolate o pan de higo con pan… no sé, había que improvisar.

Así eran la mayoría de los días, pero cuando nos tocaba dormir en casa de alguien nuestra suerte cambiaba, pues de seis anfitriones que tuvimos, cuatro nos prepararon una buena cena caliente, “muy bienvenida” decían nuestros estómagos. Entre las cenas calientes estaba la pasta, como no, el ratatoulle, que es una receta francesa, no hablaba de la película (lo tenía que decir), o los huevos fritos, que están muy ricos y son muy necesarios para no morir, entre otras cosas.

Pocas veces nuestro estómago nos decía “mira tío, no pienso digerir más mierda fría del supermercado, así que tu veras”, y nos obligaba a comer en algún kebab (aunque aquí solo podemos comer bocata de queso o falafel) o pizzería cara.

Ahora hablemos del agua, ese bien que nos lo hizo pasar tan mal en la ruta… es una horrible droga y ahora, mientas escribo, tengo sed. Llevábamos grandes bidones de agua en la bici que teníamos que rellenar con frecuencia, porque con frecuencia se agotaba el líquido. Al principio las pasamos canutas buscando fuentes (no hay fuentes en Francia) y casi siempre teníamos que pedir en los bares que nos hicieran el favor de rellenarnos los bidones. A partir de la cuarta etapa descubrimos, gracias al chivatazo de una anfitriona (Martine), que todos los cementerios tienen un grifo con agua potable… DESCUBRIMIENTO. Nunca más volvimos a pasar sed. Esto es un detalle de gran interés para el viajero: al menos los cementerios franceses tienen agua potable, y con este gran descubrimiento os dejo con la cuarta etapa.


ETAPA 4

Regulín-regulán dormí, pero ¿Qué se le va a hacer? Por lo menos, ese ambiente de pedos no dejó entrar al frío… Por lo menos. Siempre debemos buscar el lado positivo de las cosas: Llovió media noche y no me dejó dormir fuera, pero mira, se limpiaron las bicicletas; Mickey cagó en el sitio equivocado, pues gracias a ello no se tuvieron que cerrar los servicios para desatascar el retrete… Siempre hay algo bueno.

Pues cuando recogimos, desayunamos y preparamos las bicis, el cielo nos respetó. Iniciamos la marcha y ya empezó a caer un chispeo tocapelotas, pero asumible. Llevábamos unos diez kilómetros recorridos cuando empezó a caer cojonudamente, y nos obligó a parar en Etauliers, que debería haber sido el final de la anterior etapa. Nos refugiamos bajo el soportal de un comercio, de compraventa, creo recordar. No puedo decirlo con seguridad, pero debimos estar ahí entre media hora y tres cuartos de hora… Aunque se nos hizo muy largo, pues Martine, nuestra próxima anfitriona, nos esperaba al final de la etapa y no queríamos perder tiempo.

100_3807Al Dios Zeus le dio por ayudarnos y sopló las nubes a otro lado, seguramente hacia España, que ya les tocaba ducharse. Se quedó el cielo medio despejado y aprovechamos la ocasión, cogimos el turbo y pasamos casi sin parar por sitios como Miranbeau, Plassac y Belluire, y finalmente Pons, una población “santiaguera” que tiene un mirador y en él un parque con una torre (Donjon de Pons). Lo vimos un poquito por encima y comimos en un parquecito al lado de la torre, y luego, sin perder un instante, seguimos hacia el norte.

En Pons tuvimos que elegir el camino a seguir, había dos posibles y los dos llegaban a la casa de Martina, pero uno de ellos pasaba por la bonita ciudad de Saintes (Santos), pero claro, era más largo. Nos habían hablado muy bien de este lugar y como aparentemente estábamos físicamente perfectos, decidimos elegir esta ruta más larga.

Serían unos 20 kilómetros hasta Saintes, un camino con muchos altibajos donde Mickey se empezó a quejar preocupantemente de su rodilla izquierda, convirtiéndolo en Mr. Hyde en algunos puntos de la etapa. Pasamos por Saint-Leger y La Jard antes de llegar a la bonita comuna.

Saintes fue fundada por los romanos hace más de dos mil años, al menos eso nos dijo la duquesa de Alba. Tenía una puerta romana de esas grandotas, un puente curioso con banderas de todas partes, una catedral (Saint Pierre) la mar de rara, un par de calles céntricas muy turísticas y un mirador bien bonito, donde nos hicimos nuestra primera foto juntos.

20140814_180039Nos llovía de forma intermitente mientras visitábamos la ciudad y estábamos un poco acojonados, porque aún nos quedaban veinte kilómetros, y este acojone puso a Mickey más nervioso de lo habitual, y nos metía prisa cada dos o tres minutos para que dejemos de hacer nuestro turismo y arrancásemos hacia Saint Jean d’Angely, nuestro final de etapa.

Parecía que las nubes nos habían dado una tregua larga y la aprovechamos para pedalear. Yo iba bien y creo que Manu también, pero como ya dije antes, Mickey estaba algo jodido de la rodilla. Y así, algunos bien y otros todo lo contrario, fuimos pasando por Fontcouverte, Vénérand, Le Douchet, Saint Hilaire de Villefranche, Aisnières la Giraud y al fin llegamos a Saint Jean d’Angely. Para mí fue la etapa más suave, aunque en realidad hicimos 110 kilómetros, y pensaba que me estaba acostumbrando, pero… ja, ja, que ingenuo soy.

Bonita casa la de Martine con su extenso jardín (donde se supone que íbamos a sobar). Nos recibió con dos amigos encantadores (como ella) y con la cena en proceso. Nos invitó a quitarnos la mierda en su ducha y a lavar nuestra ropa… o lo que quedaba de ella.

Una vez limpios volvíamos a sonreír y nos sentábamos a la mesa a picar algo y posteriormente a cenar pasta con ratatouille… Riquísimo, era justo lo que necesitábamos, una mamá, una familia, amor, cariño. Imposible devolverle el favor que nos hizo ¡Grandiosa Martine!

Por último. Como pronosticaban lluvia para esa noche, Martine nos dejó dormir dentro, en el comedor. Otro buen detalle de la anfitriona. Y nada más, a dormir como bebés.

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