¿Qué todos los caminos llevan a Roma? ¡Un carajo! Perderse menos de diez veces al día era poco, y poca fue la paciencia mantenida en tales situaciones malignas, porque maligno era el destino cuando nos empujaba hacia el error, y es que, el error… ¡Me ponía de mala leche el error!
¿Para qué sirven los mapas que hice? Para hacernos una idea de mierda, pues a esa escala no sé qué podíamos esperar. Nos confundía más que ayudaba en la mayoría de las ocasiones, sobre todo en ciudad y peligrosas encrucijadas en la que nos jugábamos la vida, o la muerte, según se mire.
Los mapas estaban sacados de Google Maps en opción bicicleta, pero no podía sacar mucho detalle de tales mapas si quería reducirlos a un folio por etapa, y además, siempre existe el error en estas cosas, pues en alguna ocasión el recorrido nos llevaba por autopista (prohibidísimo para bicicletas), y eso sí que no.
En la mayoría de los casos circulábamos por las carreteras departamentales, que están pavimentadas y los vehículos no circulan a gran velocidad. Estas son las que van de pueblo en pueblo y que, a veces, nos sorprendían con bonitos paisajes, pero solo a veces, porque mayormente, el paisaje era un horror lleno de sembrados. En estas vías estábamos el mayor tiempo del día, y en solitario, porque como era todo para adelante, sin pérdida, cada uno iba a su ritmo y a su bola. Por eso te sumergías en un mar de pensamientos e imaginaciones que solo habías podido experimentar de niño, y cada día que pasaba, la cabeza enloquecía más. Por ejemplo, a los dos días yo empecé a tararear canciones en bajito, y según iban pasando los días tarareaba más alto mientras le daba a los pedales. Al cabo del tiempo acabé cantando a voz en grito (yendo yo solo en la bici) incluso entrando en los pueblos, y no solo eso, si no que deseaba cruzarme con gente para poder ver su careto al oírme cantar de esa manera.
Esta singular situación ocurría en las carreteras departamentales y en los carriles bici de largo recorrido, aunque en estas últimas solía haber muchos ciclistas, y eso hace que te distraigas en otras cosas, pero cuando solo estábamos yo y el carril, mi cerebro se disparaba a la locura.
Las carreteras llamadas nacionales eran indomables y nos hacían invisibles para los camiones, pues estos nos pasaban a gran velocidad y sin tenernos en cuenta…. Y hablando de camiones, me acuerdo que inventábamos juegos para que todo se hiciese más ameno, como saludar una vez cada uno a los coches que venían de frente para ver a quien respondían más veces. Otro de estos «juegos» era pedirle a los camiones que nos adelantaban que pitasen, y casi siempre lo conseguíamos, pero tuvimos que dejar de hacerlo porque Mickey lloraba de miedo cada vez que esto ocurría.
En fin, que aparte de los carriles bici (que es lo ideal), las carreteras departamentales señalizadas con una “D” mayúscula y el número de carretera (D611) son las mejores para pedalear en Francia, son tranquilas, buenas y están (casi siempre) bien señalizadas.
Si se puede evitar las nacionales (N141) más que mejor, sobre todo porque a veces se convierten en autopistas (o directamente son autopistas), y posiblemente te verás envuelto en un lío.
ETAPA 6
El relato de la anterior etapa la finalicé con “esa noche llovió y yo pasé frío”: Dormí fatal, porque empezó a llover a media noche, pero yo no me di cuenta de que el saco, por la parte de abajo, se estaba mojando, y aunque no caló, sí traspasó el frío con sus peores intenciones. Consciente e inconscientemente encogía las piernas para huir de ese frío y eso me provocaba dolores en las patas y en la espalda, y por toda esta pesadilla, cuando sonó la maravillosa, risueña y divertida melodía de la alarma de Mickey me levante encantado, pero con mucho sueño.
Ya no llovía, y además parecía que se iba a quedar un buen día, pero en esas latitudes el Señor tiempo es un podrido mentiroso.
Desayunamos y partimos hacia la ciudad de Poitiers, que se encontraba bastante cerca, aunque se nos hizo largo: Más de la mitad del camino fue tranquilo y alegre, por una vía departamental con muchos árboles alrededor, árboles que sonreían y cantaban mientras pasábamos, pero en el último tercio del camino a Poitiers, ya habiendo pasado por Coulumbiers y Fontaine le Comte, el mapa nos hizo la jugarreta. Nos metió por una autovía con todas las letras y todos sus coches, camiones y conductores malévolos. Íbamos por el arcén con una mano en el freno por si había que evitar la muerte de alguna forma sin sentido, y la otra se ocupaba de agarrar bien al corazón, para que no se lo llevase una ráfaga de aire producida por uno de esos camiones. Los vehículos nos pitaban e incluso nos pasó (creemos que con insultos) un coche de la gendarmería, pero no nos paró porque debía de tener mucha prisa, iba con la sirena asesina.
Se hizo largo, pero finalmente llegamos a nuestro destino, y la ventaja de nuestra equivocación es que llegamos antes de lo previsto, pues lógicamente la autovía era el camino más directo.
Poitiers es una ciudad con muchas cuestas y dimos varias vueltas hasta llegar por fin al centro o, lo que es lo mismo, a la zona turística, donde, primeramente, nos hicimos con un mapa y nos compramos un bollo. Después del segundo desayuno visitamos la ciudad. Vimos una iglesia (donde Mickey choriceó unas velas), el palacio de justicia, un mercadillo en la plaza principal, la catedral de Saint Pierre y Saint Paul, el río Le Clain con abundante vegetación en su rivera, y un mirador con una singular estatua.
Manu y yo subimos al mirador (por unas escaleras interminables, teniendo que dejar abajo a “Centauro”) porque nos llamó bastante la atención, pero resultó ser un poco mierder. Siete millones de peldaños para nada.
Aún era pronto, pero nos quedaba mucho camino, así que, casco puesto, guantes puestos, braguitas subidas y “pa lante”, como los de Alicante. Estuvimos valorando la posibilidad de comer en una pizzería, ya qué, después de siete días sin esa droga sentíamos que nuestro cuerpo se marchitaba, pero superamos la tentación de las pizzas y comimos lo de siempre, bocata de queso y tomate ¿Dónde? En Dissay, habiendo pasado antes por Chasseneuil du Poitou y Jaunay Clan.
Dissay fue renombrado por nosotros como “el pueblo de los niños gordos”, y creo que queda claro que en ese pueblo vimos mogollón de niños gordos, que son fáciles de ver, pues como son gordos te los encuentras aunque se escondan para asustarte y comerte un brazo.
Ahora venía un trecho que parecía ser fácil, pues debíamos ir entre las vías del tren y el río, lo que imposibilitaba la opción de perderse, y eso nos tranquilizaba, pero aún no sabemos cómo ni por qué acabamos perdidos, metidos por comarcas adineradas, campos de tiro y campos de golf (donde rellenamos los bidones), caminos de tierra con algunas ruinas romanas y también estuvimos cerca de donde se produjo la Batalla de Tours, donde los francos derrotaron al ejército islámico y frenaron su expansión por Europa en el 732. Si no nos hubiésemos perdido difícilmente nos habríamos enterado de esto y tendríamos que vivir en la ignorancia el resto de nuestras vidas.
Por fin, después de pasar por extrañas zonas urbanizadas con grandes chalets (Saint Cyr, Traversay, Moussais, Dominé…) salimos a una carretera y llegamos a Chatellerault, ciudad que no se entrometía en nuestra curiosidad y pasamos de largo ¿Mal hecho? …Puede, pues mirando por Internet veo cosas curiosas, por ejemplo, su lema es “La ciudad de la buena acogida”, y también tiene un museo que se llama “Manu”, como uno de los protagonistas de esta aventura, y no solo eso, dicho museo es del automóvil, motocicleta y bicicleta. Sí, pasamos de largo ¿Mal hecho? …Puede.
Bueno, seguíamos con el miedo en el cuerpo de nuestra aventura en la autovía y por eso decidimos coger el camino más largo para llegar a nuestro destino, dejar la nacional y marchar por la D1, carretera secundaria que nos obligaba a visitar todos los pueblos de la zona durante treinta kilómetros. Estas pequeñas comunas eran Antran, Vaux Sur Vienne, Les Broute Vigne (este ya en el departamento Indre y Loira), Antogny le Tillac (lugar donde paramos en un cementerio por primera vez para rellenar las cantimploras, que por cierto, se me olvidó la mía y tuve que volver cuando me di cuenta, dos kilómetros después), Pussigny (que en inglés sería algo así como “chochito”), Ports, La Jacquerie, Le Vieux Port y finalmente Nouatre, donde compramos pan de molde y queso en una tiendecita y luego nos metimos en un camping (el único que había por la zona).
Este camping era genial, el mejor hasta el momento, con un laguito, con su ducha caliente, su enchufe para cargar el móvil, y todos los demás servicios por un precio alucinante, pues fue el más barato de todos los que vimos en Francia, y eso que la zona estaba plagada de bonitas y enormes casas, y de gente del buen vestir, comer y vivir.
Montamos la tienda, nos duchamos, lavamos la ropa, cenamos a la luz de la lavandería, y nos acostamos contentos, después de un día bastante largo, con el susto de la autovía y el tramo que pasamos perdidos, pero ya pasó todo. Fueron unos 90 kilómetros y Manu se ofreció para dormir fuera, así que ¡De lujo, cartujo!
¡Tssssh… silencio! Hasta mañana.
«La carretera, la sexta etapa y yo»
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¡Oh no! ¡Capitán ortografea! Pueees… no sé. «YO Y LA CARRETERA» es el título del punto seis. «y sexta etapa» es aparte. Más correcto sería «LA CARRETERA Y YO, y sexta etapa». Aún así no lo voy a cambiar.
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Me he leido todo el viaje, comentarios:
1. ¿Era necesario hablar tanto de caca, pedos y sexo?
2. Buenas apreciaciones sobre francia y los franceses, de la campaña y ciudad: los puebleciños son casi todos iguales, siempre hay una boulangerie y el monumento de turno a los muertos por la France. Y los franceses (no de París) son muchísimo más acogedores que la mayoría de españoles que conozco. Lo de los superdesayunos, supercenas y las casas de lujo con jardín, para ellos, normal.
3. Menos mal que pudiste encontrar pizzas vegetarianas. En Francia se come más carne que en Alemania, que tiene un tercio más de población.
4. No sabía que uno de los motivos por los que amas Bélgica era por su famosa cerveza.
5. Por lo visto hay una pista para bicis que recorre parte del atlántico francés, un amigo de un amigo dio la vuelta a Francia pasando por ahí, lástima, de haberlo sabido te lo hubiera comentado.
6. ¿cómo es que te aprendiste la palabra «escopeta» en francés? ¿para qué te sirvió?
Y mas cosas que he ido pensando mientras te leía pero he olvidado.
Muy bonico, felicidades campeón. Un abrazo.
Laura
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