10. Ruta en bici. OXIDADOS

A la rueda de Manu Bolsón debe gustarle que le acaricien y le manoseen, y no me extraña, porque tenemos manitas muy sexis y muy suaves, pero es cierto que ya se estaba pasando. Nuestro compañero pinchó seis veces (la rueda, claro) y nos hizo retrasarnos en varias ocasiones. Sabemos que él no tiene la culpa, pero empezábamos a sospechar que las pinchaba aposta el desgraciado, con el fin de echarnos un vistazo al culito cuando estuviésemos ayudándole con los arreglos.

Al salir de Madrid sabíamos que tarde o temprano alguna rueda sería perforada con los cristales rotos de botella que deja Jesucristo cada noche en los caminos, pero lo que no podíamos imaginar es que, solo pincharía uno de nosotros, y mogollón de veces, incluso el último día pinchó el colchón donde dormía (y menos más que fue el último día). A veces nos resultaba gracioso, y otras veces desesperante, aunque es lo que hay, cambiar cámara y poner parche a la que se ha pinchado, pero esto último cuando estás de tranquileo en el camping.

No solo fueron pinchazos. La bici de Manu, que supuestamente es la mejor de las tres, fue la que más problemas nos dio a lo largo del camino. Hubo que ajustar el freno de disco trasero durante medio viaje porque rozaba, lo que provocó en varias ocasiones que tuviese que hacer más esfuerzo al pedalear, pero en realidad le viene bien, que tiene dos débiles patas como dos palos de chupa-chups… Menudo pringao.

El bicicleto de Mickey se portó de lo lindo. Así da gusto, en el punto justo, ningún susto, ningún disgusto, ninguna queja de vieja pelleja, ni de oveja ni de comadreja pendeja.

Y mi “Centauro” (sin duda la bici más bonita de las tres) sí que tuvo algún problema, pero no tantos como los de la bici del señor Manuel, que quería suicidarse a cada kilómetro. Uno de los problemas que tenía mi hermosa bici es que, cuando llovía y las llantas se mojaban, pues los frenos (sobre todo el delantero) no me respondían… Pero na, un problemilla sin mucha importancia que aún no he podido reparar.

Y el otro contratiempo ocurrió casi al final del viaje, y es que, el eje de la rueda trasera se debió de corroer, desgastar, dañar, consumir, marchitarse… Lo que quieras, pero la rueda se tambaleaba considerablemente y me rozaba con las zapatas. Aunque este problema, curiosamente, compensaba el otro problema. Resumen: un problema me dejaba sin frenos y el otro me iba frenando.

100_4158Ahora dejemos las lesiones de nuestros medios de transporte y concentrémonos en las nuestras, que también nos dieron sustos y contratiempos.

Dolores típicos de gente no tan experimentada en un viaje de largas dimensiones como el dolor del pandero, dolor que nos acompañó prácticamente todo el viaje, y es que, llega un punto en el que casi prefieres ir andando. Dolor de cuello (muy molesto), dolor de espalda; las pantorrillas y el bíceps femoral bastante cargados siempre, y dolores persistentes en los cuádriceps. Los brazos también se llevaron parte de dolor, y en el caso de Mickey, el dolor en las muñecas le jodía bien.

Pero el peor dolor de todos se lo llevaron las rodillas, motivo de quejas horripilantes por parte de Mickey y mía (al menos Manu no se quejó tanto). Siempre me dolieron las rodillas, pero llegó un momento en el que me cagué vivo. Era en la décima etapa (la que entra en este punto), nuestra llegada a París, una etapa muy corta, pero se me acongojó la rodilla izquierda y casi no podía pedalear por el dolor. Suerte que en la gran ciudad tuvimos un día de descanso y pude recuperarme un poco, pero pensé y repensé que el viaje en bici acababa en ese momento para mí.

Llevamos un botiquín que no tuvimos que utilizar, pues no hubo caídas. Las únicas heridas que se produjeron fueron por algún roce con partes picudas de la bici y otra herida en el corazón de Mickey por perder tanto al Chinchón, pero le pusimos una tirita en su chichón y todo solucionado.


ETAPA 10
A las seis pusimos la alarma, pues no podíamos dejar que los vecinos de Étréchy nos encontraran acostados con sus muertos, porque no sabemos qué importancia le da cada uno a estas cosas. Dormí regulín… bueno no, dormí mal. Mickey y yo volvimos a pasar frío, pues nuestros sacos no estaban hechos para tales latitudes, y por culpa del frío y de los nervios (ya que, temíamos que nos viesen) tuve sueños malitos. De todos modos salimos contentos de habernos salido con la nuestra y, esta vez sí, nos pusimos manos a la obra justo cuando sonó el despertador.

Volvimos al hueco de la estación de tren para desayunar nuestros sándwiches de Nutela, pues a esas horas hacía un frío muy boludo que quería destrozar nuestros huesos con caricias y besos.

La carretera directa que llevaba a París era la N20, no era una autovía, pero bien podía serlo por la cantidad de autos que llevaba y a la vertiginosa velocidad a la que circulaban estos por dicha vía… Pero estábamos locos, siempre lo habíamos estado, y si habíamos jugado al juego de la vida y la muerte, no podía ser menos ahora… vale… sí, no duramos mucho en esa carretera, pero bueno, fueron quince kilómetros con el corazón en la garganta que nos hicieron ganar un tiempo cojonudo.

Paramos en Arpajon, después de haber pasado por Avrainville, y seguíamos vivos, así que te jodes Hades, aún permanecemos en la burbuja de la vida. Y tan vivos que permanecíamos que, nos queríamos comer el mundo, y para ello era primordial contactar con nuestro amiguito Danilo, habitante parisino de nacionalidad ecuatoriana que nos dejaría pernoctar dos noches en su piso, lo que supone un día de descanso ¡Nuestro primer día de descanso! Y muy necesitado por mi parte, pues un dolor en la rodilla izquierda había nacido y se agrandaba a cada pedalada.

100_4045Buscamos y rebuscamos un “Decarthon” para pillar wifi (ya que, ahí esparcían wifi por todas partes) y lo encontramos con una hora de retraso, pues creo que dimos más vueltas que una ruleta. Ok, una vez contactado y quedado con Danilo a una hora determinada en París, manos en el manillar, pies en los pedales y escroto en el sillín, ahora tocaba pedalear treinta kilometrillos dirección norte. Pero ya sabéis, nada de N20, debíamos callejear por los extraños pueblos del sur de la capital: Brétigny-sur-Orge, Saint Michel sur Orge, la Ville du Bois, Ballainvilliers y Longjumeau. Como no, recorrimos todos estos lugares más perdidos que un ciego en la azotea de un rascacielos, solo gracias a un par de viejunos muy amables que nos indicaron en medio inglés, medio francés, pudimos llegar al camino correcto, a la carretera D920, muy, muy larga, pero iba directo al río Sena.

El dolor de mi rodilla cada vez crecía más, y llegó un momento que solo podía pedalear con la pierna derecha. Me encontraba bastante destrozado. Finalmente paramos para comer a diez kilómetros de la ciudad, más allá de Antony. Tocaba comer pizza, y nos compramos dos familiares para los tres ¡Qué ricas estaban por Dios! Ahora ya estábamos con mejor humor para proseguir la marcha y terminar la etapa.

Más corto se hizo este tramo por la ilusión que radiábamos al llegar a París, aunque la rodilla seguía doliéndome de manera extrema, casi no podía doblarla. Entramos a la gran ciudad por el parque de Luxemburgo y pronto nos topamos con el río. Lo cruzamos por el Puente de las Artes y vimos por fuera el Louvre. Después pasamos por la catedral Notre-Dame y nos dirigimos directamente a la boca de Metro de Philippe Auguste, donde habíamos quedado con Danilo.

DosA las cinco y media de la tarde ya estábamos con Danilo caminando hacia su casa… Pequeño piso que compartía con su novia Charlotte. Nada más llegar nos bebimos unas cervezuelas, nos quitamos la mierda en la ducha y lavamos nuestros vestidos elegantes. Salimos a comprar la cena y ya sonreíamos y éramos felices, a pesar de que iba cojeando cual pirata.

Gracias Danilo, gracias Charlotte.

Entre el salón y el pequeño pasillo echamos nuestros sacos y nada más, se apagó la luz para relajar los huesos y músculos después de setenta kilómetros que se hicieron largos.

Al día siguiente notaba la rodilla agarrotada y no quería saber nada de la bici, aunque al final la cogimos para recorrer la ciudad más rápidamente. Antes de eso desayunamos y esas cosas que se suelen hacer por la mañana.
Seré muy breve para resumir nuestro día de descanso, pues no tiene ningún interés para el viajero en bici:

Lo primero que visitamos fue el cementerio Pere Lachaise, que se encontraba cerquita de la vivienda de nuestro amigo. Un cementerio enorme muy peculiar, Chopin y Oscar Wilde entre otros muchos están enterrados ahí. Luego vimos el Arco del Triunfo (donde comimos), la Torre Eiffel, el Moulin Rouge, la basílica del Sacré Coeur, etc. El día se hizo corto. Después volvimos al piso de nuestro amigo y nada más que contar, cenamos huevos con patatas y nada más, a los saquitos, que hay que descansar, pues mañana retomábamos la ruta hacia Bruselas… ¡Qué poco nos quedaba ya! ¿Eh? ¿Tienes envidia?

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