El silencio fue lo que más escuchamos el uno del otro en muchos momentos del viaje… Bueno, no de Mickey, que habla más que mi vecina del tercero, pero yo callaba y me mantenía en silencio absoluto cuando lo requería la circunstancia, y Manolo nunca habla mucho.
Estas situaciones ricamente incómodas eran debidas a los reveses del viaje, fuera cual fuese ¿Nos perdíamos? Malas miradas entre nosotros ¿Nos dolía algo? Malas palabras entre nosotros ¿No estábamos de acuerdo en algo? Malas meadas entre nosotros. Es duro, pero es así. La convivencia es lo más difícil de llevar, incluso para personajillos tan simpáticos como nosotros. El hecho de estar viendo, escuchando y también oliendo y tocando a una misma persona durante veinticinco horas al día puede hervir la sangre de cualquier payaso, y nosotros tenemos mucho de eso.
Somos tres amigos que nos conocemos desde hace tiempo, y ya hemos saboreado otras aventuras juntos, nos llevamos como hermanos, o sea, que nos amamos y nos odiamos a la vez. Sabemos cómo hay que actuar entre nosotros y con cada uno de nosotros, pero son tantos días iguales que tu cabeza ya no controla lo que sale por tu boca en muchos de los momentos, sobre todo si se asomaban problemas al otro lado de la curva.
Tenemos maneras diferentes de enfrentar problemas: para mí un problema no es problema hasta que no llega el problema, y cuando llega ya será resuelto. No digo con esto que no prevea problemas, si los avisto de lejos los intento desbaratar, pero si sé que un problema va a llegar sí o sí, haga lo que haga, no sufro e intento disfrutar del momento en el que aún no ha llegado dicho problema. Por su parte, Mickey Mouse es pre-previsor, intenta solucionar cualquier problema esté o no a su alcance, exista o no. Y no solo eso, desborda pesimismo en la mayoría de las situaciones, se pone siempre en lo peor para que la solución sea más efectiva (supongo yo). Cosas buenas y cosas malas tienen los dos puntos de vista, pero son diferencias incompatibles por completo, y eso provoca roces y zurraspas en los calzoncillitos.
Fueron varias veces las que Mickey intentaba buscar una solución inmediata a un problema semi-lejano de fácil solución, y los nervios que le producía no tener los cabos bien amarrados le hacían ser un ser desesperado y desesperante, transmitiendo sus innecesarios nervios a Manolo y a mí.
Seguramente mis compañeros tendrán innumerables quejas sobre mis manías y mis formas de actuar y de ser… Lo más seguro es que me odien, y ahora mismo estén preparando un plan infalible e infantil para asesinarme sin dejar pruebas; pero yo no puedo hablar de mis propios defectos, pues seguro que erraré explicándolos, y de muchos no sabré su existencia. Así que, si alguien que me conozca bien quiere exponer mis errores cotidianos y mis inaguantables maneras solo tiene que escribirlo en los comentarios, que no voy a censurar nada, malpensados. Y ya de paso, si alguien que no me conoce lee esto y quiere insultarme gratuitamente, lo mismo le digo, abajo está la posibilidad de participar y comentar.
En los momentos difíciles hacen feo al guapo y monstruoso al feo. Todos actuamos diferente a como somos en realidad, pues yo no soy yo cuando me cabreo, y tú no eres tú cuando te aguantas el pis. Pero en los momentos buenos la diversión y simpatía recorre nuestro rostro, haciéndonos felices el estar acompañados de quien nos está acompañando, y esos momentos valen aproximadamente cuatro veces más que los momentos de caca.
Yo me alegro de haber viajado con quien he viajado y de haber compartido esta tremenda experiencia con esos dos amigos a los que tanto odio.
ETAPA 11
¡Malditos los Dioses! Despertamos a las cinco y media de la madrugada porque a las cinco y media de la madrugada teníamos puesta la alarma del diablo ¿Por qué? Resulta que nuestros amigos Danilo y Charlotte debían asistir a una boda y tenían que salir a una hora inimaginable, por lo tanto, nosotros también.
Ya teníamos todo preparado, así que, nos quitamos las legañas y a por nuestros velocípedos, aunque eso sí, con pocas ganas.
La etapa de hoy iba a ser muy diferente a como había sido planeada anteriormente. Sabíamos que salir en bici de una ciudad tan gigantesca podría acabar con nuestra paciencia, existencia e inocencia, por lo tanto planeamos como sería nuestro modus operandi. Manolo y Mickey votaron por coger un tren que nos llevara fuera de la ciudad (a Fosses), y yo, para nada estaba de acuerdo, pero ellos eran dos tíos muy peligrosos y convenía hacerles caso. Dicho y hecho, en menos que canta un payo ya nos encontrábamos dando vueltas en la estación de tren, buscando la manera de comprar los billetes y de hallar uno que nos llevase donde queríamos, y a parte de las tardanzas, todo salió a pedir de boca. Ahora estábamos metidos en un vagón que nos llevaría treinta kilómetros fuera de la ciudad ¿Esto es hacer trampas? Para mí sí, pues el tren no nos llevaba a las afueras, nos llevaba a las afueras de las afueras, o lo que es lo mismo, a tomar por culo.
Llegamos a Fosses, ahora había que buscar una pista adecuada para proseguir la etapa, y eso nos costó un poco, pues dimos varias vueltas al pueblo buscando indicaciones fiables y después de preguntar varias veces y leer un par de carteles conseguimos situarnos en el camino acertado… Ya estábamos en marcha mamá.
Muy bien, era casi todo cuesta abajo y mi rodilla respondía medio guay. La etapa se hacía prácticamente sola (sobre todo por los treinta kilómetros en tren) y fuimos pasando por poblaciones como la Chapelle en Serval, Thiers sur Thève, Senlis (lugar donde compramos comida, hicimos algo de turismo y paseamos por un mercadillo), Chamant, Ognon, Saint Vaast de Longmont, Verberie, la Croix Saint Ouen y Campiegne.
Aquí en Campiegne se suponía que acababa la undécima etapa, pero aún era prontísimo, ni siquiera habíamos comido, así que aprovechamos para jalar en un trozo de césped a la vera del río llamado L’Oise.
Habíamos decidido proseguir, ya que, aún estábamos frescos, pero las nubes amenazaban, había que darse prisa, aunque eso sí, Mickey necesitaba soltar adrenalina al váter y nosotros (Manolo y yo) queríamos buscar conexión a Internet para encontrar anfitriones más allá de Francia. En el primer gran supermercado que encontramos hicimos la compra de la cena, y entre Mickey y yo dejamos los servicios del supermercado en cuarentena. Después encontramos un McHamburguer y conseguimos conexión wifi.
Seguimos pasando por Clairoix, Janville, le Plessis Brion, Thourotte y Montmacq. En este último preguntamos por el camping más cercano a unos lugareños, y nos mandaron a Chiry, donde se supone que se encontraba el único camping de los alrededores. De camino nos empezó a chispear y le dimos caña… Mi rodilla se resignó un cacho y luego me lo echó en cara.
Llegamos a Chiry y seguía siendo pronto, pero casi que mejor. Encontramos el camping y menuda barbarie, resultó ser el camping más caro de todos y con peores servicios (la ducha caliente se pagaba a parte y no había techado en ningún lado, o sea que, para refugiarnos de la lluvia hubo que montar la tienda a la velocidad de Usain Bolt).
Ya está, ese día prescindimos de la ducha y estuvimos jugando una horilla a las cartas. Luego, cuando paró de llover aprovechamos para cenar al aire libre y conocimos a nuestro vecino del camping, un belga que acababa de empezar el Camino de Santiago. Muy majo él, nos recomendó cosas y nos dejó observar sus mapas profesionales para encontrar alojamiento en Bélgica (en un par de etapas llegaríamos al país).
¡Final del día! Lo mejor fue disponer de tiempo. Fueron 80 kilómetros, pero se hicieron cortitos, pues casi todo era cuesta abajo, y además acortamos distancia de la etapa siguiente. Lo peor fue la rodilla (ya que, al final de la etapa me volvió un poco el dolor) y la mierda de camping donde habíamos ido a parar. A las nueve de la noche ya estábamos en los sacos y Mickey intentó dormir afuera, hasta que empezó a llover de nuevo y tuvo que meterse en la tienda buscando ese roce que tanto le gustaba.