El tema importante que falta y uno de los que sin duda despierta más interés en el viajero ciclista es este ¿Cómo colines metemos una bici en un avión? Pues con mucho cuidado, pero no es esto a lo que me refiero. El proceso, los problemas que surgen, el trabajo que supone… Esto es de lo que se quiere la información. Pues bueno, aquí os dejo nuestra experiencia con ello.
Recuerdo que la idea era llegar en bicicleta hasta Bruselas y una vez allí volver en avión, y eso nos produjo una inquietud constante a lo largo del viaje, pues a veces las cosas salen mal y no nos apetecía dejar nuestras amadas bicicletas en la Bélgica profunda. Lógicamente nos informamos antes de salir a la aventura. Cualquier medio, cualquier opinión, por muy asquerosa que fuera, nos era válida para ir haciéndonos a la idea de lo que nos esperaba.
Nuestra compañía de vuelo era Ryanair que, tiene sus normas y costumbres características de una aerolínea que intenta sacar pasta de cualquier sitio. Pero aunque cada compañía tenga sus normas estrictas, esta información vale para todas.
81 cm de altura, 119 cm de ancho y 119 cm de profundidad son las dimensiones de la caja donde tienes que comprimir tu bici, y 30 kg es el peso máximo que puede adquirir esa caja con la bicicleta dentro según las normas de Ryanair. Comprar un espacio en el avión para nuestra bici nos costó 50€ aparte de nuestro billete, claro, y en este caso nos costó más el pasaje para la bicicleta que para el de nuestro cuerpo.
Vale ¿Dónde conseguimos unas cajas de ese tamaño en un país en el que a duras penas podemos comunicarnos con sus personajes? Solo para quedarme más tranquilo, antes de salir, pregunté en una tienda (pequeña) de bicicletas en Madrid por una caja de esas dimensiones. Le pregunté si me la daría gratis y su respuesta fue: “¡Claro, claro! Si tengo cajas, siempre las doy cuando me las piden”. Y añadió, “En Bélgica no vais a tener problema para conseguir cajas, te lo aseguro, apuesto muchachito”. Yo le creí y me dejó bastante tranquilo (no como a mi coleguita Mickey, que su desconfianza le estaba matando).
Llegó el día que nos tocó buscar cajas en Bruselas y, como nos dijo el tipo, la tarea fue más fácil de lo que habíamos podido imaginar. Nos dirigimos a una experimentada asociación (Pro Veló) dedicada a promover la bicicleta en esa ciudad, y esta nos facilitó un mapa enorme donde fuimos señalando la ubicación de las tiendas dedicadas a este medio de transporte (las direcciones de estos comercios también nos lo facilitó Pro Velo). Pues bueno, solo tuvimos que preguntar en dos de las muchas tiendas, pues con dos ya habíamos conseguido las tres cajas… Sencillo trabajo.
Ahora venía la difícil tarea de comprimir la bicicleta para que cupiese en la caja. Fue costoso, pero divertido, la verdad es que me lo pasé bien desmontando eso que nos había llevado hasta tan lejos. Las herramientas que hay que llevar son las llaves allen (imprescindibles para cualquier cosa), llave inglesa (también imprescindible) y una herramienta especial para los pedales… Si los pedales no los quitas lo vas a llevar crudo para meterla en la caja, que aunque esta es muy grande, se hace pequeña a la hora de introducir la bici.
Yo le quité los pedales, las ruedas, el trasportín (esto solo yo) y el sillín, y con eso pude meterla en plan Tetris, aunque un poco a presión. Y Mickey, que poseía una caja algo más pequeña que la de Manu y la mía, también tuvo que quitar el manillar… Como dije, nos costó.
Ya sabéis que en casi todas las aerolíneas solo te dejan llevar contigo un bulto de unas dimensiones concretas, y nosotros teníamos unas alforjas que eran casi más grandes que nosotros… Pues nada, alforjas para adentro de la caja, para aprovechar el tope de los 30 kg permitidos. Ahora a embalar como locos las cajas (con el papel film que compramos al principio del viaje… Al final sirvió para algo).
Bueno, ya estaba todo, pero nos inquietaba alguna cosilla, pues resulta que no cumplíamos las medidas establecidas. Nuestras cajas eran mucho más grandes de lo normal, y nos dimos cuenta cuando ya estaban cerradas… ¡Vaya morralla! A rezar.
Llegó el momento de facturar. El primer contratiempo lo tuvimos cuando el personal de Ryanair nos dijo que las cajas no podían pesar más de 20 kg… Nos reímos en su cara, y no le sacamos el dedo corazón porque teníamos las de perder, pero se lo merecía. Después de ver que estábamos segurísimos de que el tope estaba en 30 kg se fue a realizar una llamada, y volvió dándonos la razón.
Ok, las dimensiones ni las miraron y llevamos las cajas directamente a pesarlas. La mía y la de Mickey pesaba menos de 28 kg cada una, pero la de Manu sobrepasaba el tope por un par de kilos ¡No hay problema! Teniendo en cuenta que las tres cajas juntas no llegan a los 90 kg… Pues solucionado ¡Las tres cajas embaladas para la bodega!
Sobra decir que llegaron a su destino en perfectas condiciones, no como nosotros, que volvimos tocadísimos de la chola del dichoso viaje.
Espero de veras que os haya servido de algo esta información, pues en internet hay muchas cosas y a veces es contradictorio, y esto ocurre porque cada caso es diferente. Esto es lo que nos pasó a nosotros, sin problema alguno, y yo lo comparto por si puede ayudarte, corazón.
ETAPA 14 Y FINAL DEL VIAJE
Nos levantamos muy prontito porque nuestra anfitriona debía salir a trabajar. Desayunamos de lo lindo, nos lavamos un poquito, para quitar la primera capa de mierdura y colocamos todo el armatoste en nuestros vehíCULOS.
Ya fuera, y habiéndonos despedido de Susan, dedicamos una media horica a ver algo más de Mons, como varias esculturas. Una de ellas de un monito muy, pero que muy feo que dicen que había que acariciarle la camocha para que te diera suerte ¡Ja! vaya estúpida superstición… Los tres acariciamos al mono.
Antes de partir nos adentramos en el universo de una papelería para imprimir los billetes de avión. Ahora estábamos más tranquilitos, ya teníamos pasaje de vuelta.
Ahora sí, comenzaba la última etapa ¿Quién lo iba a decir unas semanas antes? Pues eso, teníamos una sonrisa gigante a la luz de las nubes ¿nubes? Sí señor, y amenazaban con mearnos y remearnos. Nuestra huésped nos había indicado maravillosamente para que alcancemos el canal que, siguiéndolo, llegaríamos a nuestro destino final, Bruselas ¡Oh yea!
Una vez en el canal, nos esperaba un camino de unos 75 km más o menos, y al final se nos hizo curiosamente largo, gracias, como no, al chaparrón que empezó a caer a mitad del camino. Pero antes fuimos pasando por algunos lugares interesantes, como el mercadillo de un pueblo donde compramos la comida; o los extraños mecanismos del canal para subir y bajar de nivel el agua ¡Eran ascensores para el agua!
Algo interesante, asombroso y espeluznante que ocurrió esa mañana en el camino fue que a Manu por fin le vino la regla, pero por la napia… Hay fotos que lo demuestran ¡Aquí va una!
En una ocasión nos perdimos, pues el canal se dividía en dos y hacía cosas raras. Intentamos atajar para conseguir llegar de nuevo al carril ciclable que seguía por el canal y creo que nos perdimos más aún. Aparecimos en uno de esos ascensores gigantes, en una zona donde no se podía estar y nos cagamos en todo, pues no había salida y debíamos volver… Pero no, le echamos un poco de güevina y seguimos adelante por la zona prohibida hasta llegar a una valla (que se pudo abrir fácilmente) y ya salimos al carril-bici.
Fue justo en ese momento, al salir de la zona esa, cuando se puso a llover y, aún nos quedaban mogollón de kilómetros que superar. Le metimos caña hasta llegar a la ciudad donde decidimos papear, Haye. Lugar que no pudimos visitar por culpa de las aguas que caían del cielo, así que, nos metimos en el soportal de un comercio cerrado y ahí comimos. Tras la comilona Mickey se echó la siestecita como pudo en el soportal ese, como en la etapa anterior. Y nosotros buscamos wifi por la zona, bajo las gotas… ¡Ualá! Un hombre había aceptado nuestra solicitud de “Couchsurfing” en Bruselas, solo para esa noche, pero bueno, mejor que nada… Llegaríamos calados a Bruselas, pero íbamos a dormir calentitos en una casa. Volvimos a reír y a estar de buen humor.
Esperamos un rato para ver si paraba de llover un poco, pero nada, tuvimos que salir, pues si no, no íbamos a llegar en la vida. Recuerdo que, a pesar de la que caía, se me hizo más corto este tramo de la etapa, y eso que lo más interesante que ocurrió fue el hallazgo de un vagón de caravana abandonada a la vera del canal, con la que nos hicimos varias fotos recreando a Alexander Supertramp (Christopher McCandless) con aquel autobús abandonado en Alaska.
Hasta los genitales teníamos empapadísimos cuando llegamos a la capital belga, y aún tuvimos que callejear un rato largo hasta llegar a lo que es el Centro de Bruselas. Ya habíamos asumido que no iba a parar de llover, así que nada, habría que visitar la ciudad así, total, más mojados no podíamos estar… No nos había llovido así en 16 días y justo el último día, en la etapa en la que llegábamos a nuestro destino ¡Zasca!
Ok, lo primero que vimos (más que nada porque nos topamos con ello) fuel al simpático Manneken Pis, una fuente que es una estatuilla enana de un niño meando, famosísimo esto, siendo un fuerte reclamo turístico (no le meo el sentido, la verdad). También vimos la Gran Plaza y alguna que otra cosa. Luego volvimos a contactar con nuestro último anfitrión del viaje (Samir), que resulta que vivía en un barrio a tomar vientos del Centro. Pues eso, otra vez a la bici y para casa de Samir, que nos iba a preparar la cena y todo… Sin duda no nos merecíamos tantos mimos, pero no le vamos a decir que no, claro.
Un horror el camino hacia su casa, por toda la ciudad, lleno de coches, diluviando, en mi caso sin frenos, con el GPS en el móvil empapado… Un horror. Llegamos finalmente y después de tomarnos nuestro tiempo en quitar las alforjas y otros accesorios, atamos las bicis a un aparca-bicis (tiene su lógica) y subimos a la casa de Samir, persona extraordinaria como pocos, muy hablador (hablaba conmigo en inglés aun sabiendo que no entendía ni papa de lo que me decía). Cenamos pasta preparada por él y después a dormir, todos en su habitación, en el saco (que por cierto, estaba bastante húmedo). Alarma puesta, que al día siguiente debíamos madrugar de nuevo, pues Samir tenía que trabajar. Ese día recorrimos unos 90 km.
Ya está, teníamos tres días para estar en Bruselas, el primero para ver la ciudad, el segundo para buscar cajas de bicicleta y así poder meterlas en el avión; y el tercer día lo dedicaríamos a empacar las bicis y trasladarnos al aeropuerto.
Redactaré estos tres últimos días más rápido, pues soy el único interesado en dejar esto escrito para la eternidad, y si tú no quieres leer más, mejor que mejor, así no se te jode la vista.
Nada más levantarnos y mirar por la ventana nos deprimimos, ya que pintaba un día parecido al anterior, bajo la lluvia. Después de desayunar nos despedimos del genial Samir y partimos a la otra punta de la ciudad para ver el Atomium, haciendo alguna paradita por el camino para descansar de la lluvia. Fotos y más fotos con el monumento y de nuevo al Centro, a ver más cosillas de la ciudad.
Turisteo concluido, ahora tocaba buscar albergues… Muy caros todos en Bruselas, cosa que nos desesperó un poco/bastante. Menos mal que encontramos un camping en la azotea de un edificio. Un camping al que le hicimos la “trápala”, pues pagamos dos, pero dormimos tres ¿Quién se iba a enterar? Total, ocupábamos el mismo espacio tanto uno como tres. Alquilamos sitio para dos noches y nada, montamos la tienda también bajo la lluvia, pues no paraba ni un instante. No pasó mucho ese día, acabamos durmiendo un poco empapados… Fue denigrante.
La mañana siguiente la dedicamos a buscar las cajas que cubrirían nuestras preciosas bicis. No fue tarea difícil, pues calculamos que nos ocuparía todo el día y al final solo fue la mañana, y con descansos largos entre medias. Por cierto, ese día no llovió y parecía otro lugar, la gente iba silbando por la calle, los perros volvían a remarcar territorio, la “Oronda de Bruselas” buscaba al camión de los creps incesantemente… Todo era mejor. Dedicamos la tarde a dar paseos por el Centro y, ya empezábamos a estar hartos de ver siempre lo mismo.
Último día: 29 de Agosto, día 19 de viaje. Fue un día perdido en nuestras vidas, pues nada más levantarnos fuimos a la estación de autobuses, desarmamos las bicis, las metimos en las cajas, nos montamos al bus que nos llevaba al aeropuerto de Charleroi, y una vez allí tuvimos que esperar mogollón de horas hasta que nos llegase la hora de facturación. Ya no hay más que contar, después de tantas horas cogimos el avión y llegamos locos y salvos a Madrid, con nuestras bicicletas acartonadas.
Los kilómetros realizados a lo largo del viaje fueron más o menos 1400, no está mal. Viaje espectacular de mi vida que escribo para no olvidar detalle. Y con esto acabo ya ¡Coño! ¡Qué estoy hasta el falo de escribir memeces!