Me levantó de la cama, serían las tres de la mañana cuando llamó repetidamente al telefonillo de mi vivienda. Me puse las zapatillas de andar por casa con forma de conejito que tanto calentaban, y medio zombi caminé hacia la puerta chocándome con las paredes.
–¿Quién es? –pregunté agilipollado perdido.
–¡Abre, tú! ¡Qué nos vamos! –Eso fue lo primero que oí.
–¿Qué?
–¡Qué nos vamos!
–Ya te he oído, pero yo no salgo, que estaba en la cama.
–¡El avión sale en tres horas! ¡Tienes que hacerte el macuto!… Abre, que te ayudo –Me dijo.
No me preguntéis por qué, pero abrí la puerta. Se trataba de mi amigo Yisus, un tío raruno de cojones, pero ya le conoceréis mejor más adelante. Entró muy excitado, moviéndose de lado a lado y soltando chorradas por la boca. Por lo visto había comprado dos billetes a Budapest para esa misma noche y no había tiempo que perder. “Luego te lo explico… en el avión”, me decía, “pero vamos, saca la ropa”. Empezó a sacar mis calzoncillos del cajón de la ropa interior y a meterlos a presión en mi viejo macuto. Luego fue a la cocina y empezó a preparar unos sándwiches de queso y mostaza, y entonces yo volví a la cama y me tiré a sobar.
Ni siquiera sé si conseguí dormirme, pero Yisus volvió a despertarme, aunque esta vez a manotazos, y agarrándome del brazo me llevó a la ducha… ¡Joder! ¡Qué frío pasé!
De verdad que no sé cómo lo hizo, pero media hora después de su llegada estábamos los dos tomando un taxi hacia el aeropuerto. Después de preguntarle varias veces por el motivo de esta salida tan repentina me empezó a explicar una historia sin credibilidad alguna que, quitando a los Reyes Magos, Homer Simpson y a un par de dragones de dicho relato, sonaba así:
“Llevo años buscando a esta mujer. Resulta que hay una brujilla rumana llamada Ajnia de Transilvania, que es capaz de hacer inmortal a cualquier persona que lo desee a un precio baratísimo. Tras buscar y buscar en todas partes por fin encuentro su nombre y su localización, y no solo eso, he conseguido contactar con ella. En Budapest hemos quedado con un hombre que nos llevará hasta ella”.
Me quedé sin palabras, no sabía que pintaba yo en esto, y deseaba mamporrearle hasta dejarle en coma, y luego mearle en la cara, pero no lo hice porque Yisus es más alto que yo… Así que, le seguí el absurdo juego.
Sobre las seis de la mañana tomamos el avión y, como entramos los últimos, nos tocó llevar los macutos entre las piernas las tres horas que duró el vuelo. Al final no sentía nada en mis tres extremidades inferiores, y mi compañero Yisus igual, pues le clavé las uñas en el muslo mientras dormía y ni se enteró. Al fin llegamos y salimos medio andando y medio bailando por culpa del dolor de piernacas, que ya estaba empezando a sentir, por supuesto.
Cambiamos 50 euros por unos 15.300 florines húngaros y tan contentos empezamos a bailar un Csárdás para celebrar que teníamos los bolsillos más llenos que antes (aunque con el mismo o menor valor).
Bueno, para llegar a la estación donde habíamos quedado con el misterioso hombre que decía mi amigo debíamos tomar tres medios de transporte, autobús, metro y tranvía, pues se encontraba en la otra punta de la ciudad.
Pagamos el autobús, que costaba 300 florines, que es algo menos de un eurillo, pero nos hicimos los tolais para no pagar el metro y el tranvía. En una hora llegamos a nuestro destino.
El hombre que nos esperaba daba miedete. Se llamaba Balazs, alto, fuerte, tendría unos cincuenta años, era húngaro de nacimiento y hablaba español perfectamente, pero con acento y palabras mexicanas, el por qué no lo sabríamos, pues nos daba miedo preguntar. Nos llevó rápidamente a un lugar cercano donde había aparcada una caravana muy vieja, pero bien cuidada, y nos dijo que ese sería el lugar donde pasaríamos la noche.
–Perdona –dijo Yisus– ¿Dónde está Ajnia de Transilvania?
–Aquí no. Ella me envió una carta disiendo que fuera a buscarlos y que os proporsionara cobijo acá en Budapest –respondió.
Nos obligó a dejar los macutos en la caravana y nos arrastró a una esquina de la calle. Una vez allí nos mostró un coche enano y nos dijo que montásemos… Le hicimos caso, Yisus y yo nos apretamos en la parte de atrás, el húngaro se colocó de copiloto. Marti era la conductora, una chica de mediana edad bastante agraciada, aunque pronto fuimos comprobando que la mayoría de las húngaras y de los húngaros tienen un aspecto hermoso según los cánones de belleza establecidos por los medios y por la sociedad española.
Esta mujer no hablaba nuestro idioma, y también daba un poquito de miedo, sobre todo conduciendo, pues sin ni siquiera saludarnos arrancó y aceleró. Nosotros seguíamos con los huevitos en el cuello como para preguntar nada.
Nos llevaron al gran parque de Városliget, cerca del centro de la ciudad. Aparcó ahí y comenzamos a dar una vuelta por el lugar. Bonito estanque lleno de patos que rodeaba una especie de castillo y una pequeña iglesia. Terminamos en los baños de Széchenyi, pero no bañándonos, solo en el interior del edificio, donde nos ofrecieron un vaso de agua (de las termas) a cada uno… Yo me lo bebí encantado, pero a Yisus no parecía gustarle mucho.
Mientras esto sucedía, Marti comenzó a hablarnos y Balazs hacía de traductor. Lo que nos dijo fue lo siguiente:
“Muchachos, Ajnia de Transilvania no está en Budapest porque no se fía de nadie. Ella quiere asegurarse de que sois de confianza antes de tener contacto directo con vosotros. Mañana iréis a Viena, donde un amigo de ella os interrogará y os aplastará en el caso de que descubra alguna conspiración contra la Gran Bruja de las tierras grises”.

Nos dio una dirección en Viena y un contacto (Luisito) y posteriormente salimos de las termas para meternos en el metro… Un metro enano (M1) que nos llevaba a la estación de la ópera de Budapest. Nada más salir, en la plaza de Erzsébet ter nos abandonaron. Solo nos indicaron un poco como volver a la caravana y nos dijeron que mañana nos proporcionarían un coche (y nos dieron dirección y hora de recogida) ¡Qué extraño era todo!
Primero comimos en un restaurante de comida rápida… Literal, la gente entraba, pedía, se sentaba, se metía toda la comida en la boca a presión, tragaba sin masticar y se piraba. Yo flipé.
Bueno, como teníamos un día entero en la ciudad decidimos echarle un ojo antes de irnos a la caravana. Lo primero que vimos fue la Basílica de San Esteban que estaba rodeado de gnomos tocando instrumentos. Luego caminamos por la calle peatonal y cruzamos el Danubio por el puente de Szabadság híd hasta Buda, allí subimos una colina con varios miradores que llevaban a la Citadella. Arriba se nos hizo de noche.
Ya de vuelta nos perdimos buscando un autobús que nos llevase a la caravana, pues empezaba a hacer frío noviembrero y no nos apetecía morir tan lejos de casa. Recorrimos gran parte de la ciudad andando y nuestras piernas de Barbie empezaban a flaquear. Por fin encontramos un autobús que nos llevaba cerca de nuestro destino, o eso creíamos.
Al salir del bus compramos algo para cenar en un supermercado y seguimos andando intentando recordar el camino hacia nuestra extraña morada, pero no había manera. Cargados con las bolsas de la compra dimos mogollón de vueltas al distrito tres de la ciudad, y cuando estábamos a punto de empezar a buscar soportales nos topamos con la caravana.
Devoramos la cena y nos echamos a dormir arropados en mil mantas. Era pronto aún, pero debíamos descansar, pues mañana sería un día duro.
