DIA 3. LA MIRADA DE LA NORIA. Viena (22/11/2014)

¡Qué incómodo se duerme en un coche! ¡Toda la noche dando vueltas al asiento para encontrar una postura medio placentera! Pero peor lo pasó mi amigo, que además de dormir en el asiento del conductor (el volante lo hace todo más incómodo) pasó un frío tremendo, porque lo hacía, pero mi saco de dormir es de los chachis y no deja pasar ni una pizca de fresquito.

DSCN5429Pues eso, a las nueve pusimos la alarma y esta vez sí sonó. Soltamos todo el meao, nos pimplamos unas galletas de choco-choco que estaban de muerte y directos para Viena, la ciudad de la música.

El día se nos presentó nublado y húmedo, como los calzoncillos del Yisus, que tiene pesadillas por las noches y a veces remoja sus calzones. Y teníamos que ir despacito por la carretera, porque no se veía un carajo, pero bueno, poco a poco se fue despejando el canalillo y todo en orden.

La distancia entre Bratislava y Viena no puede ser más corta, es algo menos de una hora y durante ese tiempo estuvimos escuchando la radio austriaca. No nos enterábamos de lo que decían, pero como somos gilipondrios… Nos la sudaba. En ese corto trayecto ocurrió algo verdaderamente extraño. No debería contarlo, pero creo que os puede interesar. Resulta que a la salida de un túnel, mi compañero Yisus intentó cambiar la marcha del coche y en vez de sujetar la palanca de cambios me tocó la rodilla izquierda. Enseguida la quitó, pero fue algo bastante incómodo. Hasta llegar a Viena y dejar el coche aparcado no volvimos a hablar el uno con el otro.

Pronto en Viena y en seguida encontramos el portal del misterioso contacto al que llamaban Luisito. Sinceramente, estábamos algo acojonados, pues la misión de este hombre era interrogarnos y torturarnos si le venía en gana, y claro, llegábamos con un día de retraso. De todos modos esperábamos que fuera comprensivo.

Sabíamos que vivía en un cuarto piso y en los botones del telefonillo había números en cada uno, así que llamamos al que ponía “cuatro”, pero no era tan sencillo, los números en los botones representaban otra cosa. Entonces salió un viejete con cara de buldog y se nos quedó mirando. Intentamos comunicarnos con él de muchas maneras. En español, en inglés, en espaninglis, con gestos, le hice el saludo hitleriano… Nada, el negaba todo con la cabeza, pero no soltaba palabra. Finalmente a Yisus se le ocurrió pulsar otro botón al azar y una voz sonó por el altavoz preguntando que quién era. Al decir nuestros nombres abrió la puerta y solo entonces, el hombre de tercera edad sonrió y nos dejó pasar ¡Menuda bienvenida en Viena!

En el ascensor subíamos casi temblando y echamos a piedra-papel-tijera quien se ponía primero para saludar. Perdí yo. No me hizo falta llamar, la puerta se abrió nada más llegar y tras él un hombre alto y delgado, pero redondito, con poco pelo en la cabeza y con una sonrisa bonachona enorme… Eso nos tranquilizó. Muy amable y con voz de pito nos invitó a pasar, después nos ofreció algo para tomar, pero ninguno de los dos quiso beber nada. Luego estuvimos charlando largo rato sobre cosas poco importantes: resulta que era de Guatemala y podíamos comunicarnos muy bien con él, pero llevaba viviendo en Viena once años. Finalmente, para nuestra sorpresa dijo:

–¿Habéis estado en Viena alguna vez?

–No –dijimos al unísono mi amigo y yo.

–Pues ¿Qué hacéis perdiendo el tiempo? Iros a ver la ciudad y a las seis quedamos aquí otra vez, que ahora tengo que hacer cosillas –Nos dijo.

Nosotros flipábamos con este hombre. Nos esperábamos justo lo contrario, pero ni siquiera él sacó el temita de la bruja rara esa que todo el mundo conocía menos yo. Y ahora estábamos camino al Centro de la capital austriaca, bastante contrariados. Pues nada, a disfrutar se ha dicho, que la vida son dos días… Bueno no, en realidad la vida son muchísimos días… Son más de dos, lo que pasa es que se dice así como queriendo decir que la vida es corta o de que se pasa muy rápido el tiempo, pero son más de dos días. Don’t worry.

Cangoo
En Austria no hay canguros… Ni niñerxs, ni baby sister, ni baby brother, etcétera. Apáñatelas como sea. 

Teníamos unas seis horas para visitar Viena, que pueden ser pocas para un turista normal, pero para Yisus y para mí, que éramos unos borregos, seis horas eran más que suficientes.

Lo primero con lo que nos topamos fue la Opera de Viena (Wiener Staatsoper) y luego seguimos por una calle peatonal petada de gente y no sé si era porque se acercaba la Navidad o porque a la gente le gusta el frío. Seguimos recorriendo las callejuelas peatonales del Centro hasta llegar a la catedral, enorme y atractiva, como todas. Luego fuimos al canal del Danubio y decidimos seguirlo hasta llegar a la Noria de Viena que se ve por todas partes y es que, parece un ojo gigante que vigila para que todo esté en orden. Esta noria se encontraba en un parque de atracciones abierto al público… Era como una feria, tú pagabas por atracción, así que pasamos por medio del parque y nos entretuvimos con un globo terráqueo enorme que había cerca de la noria. Fue divertido jugar y dar vueltas a la bola hasta que descubrí que Yisus se había metido en el papel de un monstruo gigante aplasta países, y creyéndoselo de verdad estaba dando verdaderos puñetazos al globo… Todos los niños y padres del lugar que pudieron presenciar esto quedaron atónitos. Tuve que agarrarle y sacarle de allí bajo la enorme mirada de la noria.

P1110824Cuando se tranquilizó le quité la manta que le había puesto por encima y entramos en un supermercado a comprar comida, que ya era hora. Una cosa sorprendente: nunca había cubiertos de plástico en estas tiendas y no sé si era por casualidad o porque en esos países no venden estos productos en los supermercados, y es horrible porque siempre tenía que utilizar las llaves para cortar el queso y el tomaco. Por este motivo salimos algo decepcionados y caminamos de nuevo hacia el Centro, cabizbajos y pollialtos.

Llegamos a la catedral y nos sentamos en un banco rodeado de palomas bizcas (a Yisus le dan miedo las palomas), acto seguido nos pusimos a comer, aunque las palomas nos acosaban continuamente, sobre todo a mi amigo, pues todo el mundo sabe que las palomas huelen el miedo. Lo único que podía hacer Yisus era agitar sus piernas y rezar a la virgen de Guadalupe.

Finalizado el bocata mierder que nos habíamos preparado con mis llaves volvimos a la caminata. Ahora tocaba ver el Palacio Imperial de Hofburg, el parlamento y el gigantesco ayuntamiento de Viena, donde se había generado un ambiente muy navideño por culpa de unos cientos de puestos de comida, ropa, suvenirs, joyas… Ya sabéis, cosas caras, muy caras, más caras que tú y yo juntos de la mano.

Entramos un ratino al interior del ayuntamiento para refugiarnos del aire gélido y nos encontramos con algo extraño, pues había varias cocinas, y los cocineros eran niños, mientras sus padres miraban, sonreían y hacían fotos… ¡HACÍAN FOTOS A SUS HIJOS EXPLOTADOS!

VienaEsto nos trastornó un poco y decidimos volver a la casa de Luisito, pues ya se iba acercando la hora a la que habíamos quedado. A la vuelta vimos más monumentos y arquitectura vienesa. Todos los edificios muy claros, muy cuadriculados, excesivamente decorados con florituras que pasaban desapercibidas a nuestros ojos. Todo muy clásico y, tan grande que nos hacía sentir diminutos. Mogollón de estatuas recordando a Gutenberg, Goethe, Schubert… Y cuántos más.

En una media hora llegamos a nuestro destino y esta vez sí quisimos tomar algo de lo que nos ofreció Luisito. Yo tomé un té y mi compañero un vaso de ron para hacerse el duro. Mientras nos «hidratábamos», el extraño hombretón nos dijo:

–¡Chicos! ¡Vamos a tomar algo fuera! Que tengo ganas de salir un rato.

–Pero… ¿Tú no tienes que interrogarnos o algo así? –Preguntó Yisus algo nervioso.

–¡Ah sí! Se me olvidaba por completo. Gracias por recordármelo –soltó–. Nada, no os preocupéis, nos vamos a tomar algo y mañana ya, con la calma si eso, os hago cuatro preguntitas tontas y ya está. Y por supuesto, hoy dormís en mi casa.

BebedorAlucinando, estábamos alucinando. Pues bueno, nos bajamos, tomamos el autobús y nos fuimos a un bar llamado “Grande”, y pensé entonces que se trataría de algún bar latino o algo así, pero no, todos eran austriacos y no solo eso, era un bar pijo, pijo, pijo. Por la cerveza que nos tomamos nos arrancaron el corazón con 4.35€ a cada uno. Hasta para un austriaco era caro.

Varias horas estuvimos ahí dentro, conversando, riendo y bebiendo, y ya sobre las doce de la noche decidimos volver. Pillamos el último autobús y algo contentos llegamos al piso de nuestro nuevo amigo. Su casa tenía una decoración japonesa, posters, sillas, retrete y un tatami de suelo. Ahora debíamos adaptarnos y convertirnos en japoneses, y como no, dormir en el tatami. Nos pusimos un cojín de almohada y nos metimos en el saco… A ver qué tal la noche.

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