A las siete de la mañana mis ojos ya estaban abiertos, no tenía sueño y nada de resaca, pero estaba totalmente desconcertado. Había dormido en un sofá-cama, en la que parecía ser la habitación de Selena, porque ella también dormía en una cama (la única cama normal). Yisus estaba en el suelo, entre mantas… Parecía feliz ahí tirado, con su dedo pelele metido en su boca.
Me fui al baño a asearme y cuando volví ya estaban los dos despiertos, se ve que los había despertado con mis gruñidos de cerdo estreñido, al soltar la mierda del día anterior.
Selena se reía de nosotros y no dejaba de recordarnos la odisea que tuvo que pasar para llevarnos a la casa, pues según ella no pasaban dos minutos sin que alguno de nosotros se cayera al suelo y empezara a rebozarse cual croqueta playera.
En pleno desayuno se unió el hermano de Selena, pero poco podíamos hablar con él por el muro que presenta el desconocimiento de los idiomas. Aun así estuvimos hablando de muchas cosas y la pobre Selena tenía que hacer de traductora.
Algo de lo que estuvimos hablando fue el tema de los pocos peajes que pasamos, y descubrimos algo terrorífico: al parecer habíamos tenido mucha suerte, pues en todos los países donde habíamos estado los peajes no son como en España, donde espera una persona (mayormente borde y con cara de pan) en una casetilla con un botón que sube la barrera y te deja pasar, siempre y cuando hayas abonado el precio de peaje.
En estos fantásticos países debes comprar una viñeta en las gasolineras para poder circular por las autopistas de dicho país. Si la policía se percata de que no llevas esta viñeta (cosa que no es difícil porque se suelen poner en la frontera de cada país) la multa a pagar puede ser escandalizadora… Nosotros habíamos estado seis días y habíamos cruzado varias fronteras en cinco ocasiones, y por suerte o porque Confucio está de nuestra parte, no tuvimos ningún problema hasta el momento.
Cuando terminamos de hablar de esto Selena nos dijo que ahora debíamos movernos a Zagreb, capital croata, pues si nos habíamos puesto tan mal la noche anterior era porque no practicábamos diariamente la técnica Alexander de autocontrol del cuerpo. En Zagreb nos esperaba otra chica que nos enseñaría la famosa disciplina, el yoga, pero en pareja.
No nos entusiasmaba la idea, pues queríamos fusionar las partes del colgante de una vez por todas, pero comprendimos que había que hacer las cosas bien, así que con la calma nos despedimos de los hermanos y nos dirigimos de nuevo al coche (Selena tuvo que acompañarnos al vehículo para que supiésemos donde estaba… O mejor dicho, para que supiésemos donde estábamos nosotros).
Ahora íbamos con dos miedos, el terror de recibir un tortazo del compañero y el miedo de que la policía nos pillara sin la dichosa viñeta, pues no íbamos a comprarla ahora que, estábamos a punto de salir del país. Además, en Croacia los peajes son como en España, se pagan en caseta, sin viñetas ni chorradas de esas.
Muy bien, el viaje de Liubliana a Zagreb no es muy largo, pero nosotros lo hicimos algo más largo, pues necesitábamos salir de Eslovenia por una carretera secundaria, así las posibilidades de ser descubiertos sin la viñeta sería mucho menor.
No fue tanto trayecto como creíamos, tardaríamos veinte minutos más que por autopista, más o menos, que fueron unas dos horas en total.
No teníamos muchas referencias de esta ciudad, pero lo poco que nos habían dicho es que no es una ciudad muy hermosa, algo que nos daba un poco igual, solo queríamos cumplir nuestro objetivo de la inmortalidad, que se estaba alargando que te cagas.
Bueno, pues llegamos a la dirección que nos había dicho Selena, a un portal de un barrio no muy lejano al centro de la ciudad. Allí nos esperaba Sara con una sonrisa en la boca y nos invitó a subir a su casa. Nos dio agua para que nos hidratásemos y comenzamos a charlar.
Nos dijo que la sesión de yoga empezaría por la tarde y mientras tanto nos acompañaría al Centro de Zagreb para que lo conociésemos bien, así que nos volvimos a abrigar, pues hacía un fresquito polar muy gracioso, y marchamos andando.
El paseo con Sara se hizo agradable, pues era una chica muy simpática, habladora y divertida. Su español era precario, pero ella quería hablar en este idioma para aprenderlo mejor. Estuvo unos meses en España (Huelva) y es donde comenzó a chapurrear nuestro idioma, aunque con algo de acento andaluz, y eso le dio más gracia al asunto.
Primero nos llevó a la estación de trenes, enfrente de un parquecito con una estatua de un caballo y que al final se podía ver el Pabellón de Arte de Zagreb. Atravesamos este parque a lo largo, y es algo que tardamos bastante en hacer, pues sí era grandecito.
Este paseo nos condujo a la plaza principal de la ciudad que estaba rodeado de hoteles y albergues. En el centro de esta plaza se alzaba la escultura del héroe nacional en su caballo, el conde Josip Jelačić, fue Ban de Croacia y general del imperio austriaco.
Después de esto Sara nos presentó la catedral de Zagreb. Una de sus torres estaba de restauración y según nuestra acompañante, que siempre había vivido allí, nunca había visto la catedral sin andamios ni puntales.
Entramos dentro. La catedral era como todas las catedrales del mundo, muy bonita e impresionante, con adornos y esculturas que dejan con la boca abierta, pero que da que pensar… Todo el dinero invertido en algo tan inservib… ¡Ah no! ¡Perdón! ¡Qué sirve para rezar!
No fue la última vez que vimos este inmenso templo, pues Sara nos hizo subir a un mirador en la ciudad alta (el centro de Zagreb se divide en “ciudad alta” y “ciudad baja”), y desde allí se podía contemplar la catedral y otras torres… Nos hicimos algunas fotos.
Al volver vimos otras cosas que podríamos considerar interesantes, como la peculiar iglesia de San Marcos que tenía un tejado que era un mosaico de los escudos de Croacia y de Zagreb (supongo). En esa misma plaza de la iglesia también se encontraba el parlamento.
Poco más había que ver en esa ciudad y comprobamos que lo que nos habían dicho de Zagreb era cierto: un centro histórico pequeño y sin encanto para el viajero, pero se hacía interesante al tener a Sara acompañándonos, todo fue más ameno.
A continuación nos llevó a una especie de cafetería que servían dulces y los tres nos metimos un brownie pal cuerpo y aunque nos sentimos como gordos, nos gustó mucho.
Ahora tocaba la cervecería, un bonito lugar en el que ponían cervezas artesanales y tradicionales ¡Lo que a nosotros nos gustaba! Empezábamos a pimplar cervezas y nuestra boca sonreía más y más, hasta tal punto que yo acabé ligando con una vieja de la mesa de al lado (había una reunión de maduritas ochenteras), pero Yisus y Sara me arrastraron a la salida para que no cometiera ningún error esa noche.
Ya está, llegaba la hora de las clases de yoga y para ello había que tomar el tranvía, y de camino a la parada, Sara nos enseñó algo curioso: había una bola dorada gigante como yo de grande y ponía que era el Sol… Nada raro. Lo espectacular vino después, cuando la chica nos llevó a conocer Mercurio, que era tan pequeño como un perdigón, y la Tierra, como una canica. No solo estaban a escala en tamaño con el Sol, sino que también a escala en distancia entre ellos. Moló.
Llegamos al lugar donde realizaríamos el yoga, un espacio okupado con verdaderas obras de arte pintadas en las paredes. Dentro de este espacio nos costó encontrar el lugar exacto donde se realizarían los ejercicios, pero a pesar de nuestra tardanza fuimos los primeros en llegar.
Allí estuvimos varias horas haciendo y viendo ejercicios, no solo de yoga, también funambulismo y capoira.
El yoga era en pareja, acrobática y muy vistosa. A Yisus le encantó, participó en todo lo posible y salió emocionado, con los ojos llenos de lágrimas y dando saltitos de alegría, se comportaba como un maldito crío… Si no le metí un bofetón en ese instante fue porque no tenía la cámara para grabarlo.
–¡Muy bien chicos! –Nos dijo Sara con algo de dificultad–, mañana espera Ajnia de Transilvania en Siofok, ciudad en la costa de abajo y de la derecha (entendimos que se refería al sureste) del lago Balatón. Ya sois preparados para recibir Ajnia de Transilvania. Ella hará la cuerda y piedra (se refería al colgante) –concluyó.
Pues eso, que la hechicera a la que llevábamos buscando desde que llegamos nos esperaba mañana en esta ciudad de Hungría para unificar las piezas del colgante y conseguir tal objeto, ese que nos daría la tan ansiada inmortalidad.
Esa noche fuimos a casa de Sara y yo cociné una tortilla de papas mientras Yisus se tocaba las bolingolas. Esta tortilla era muy bonita, pero no estaba muy rica, todo hay que decirlo, pero como los giris no se pispan de nada… Me decían que estaba muy buena, pues no solo la probó Sara, también la probó su novio Hrvaskum y una compañera de piso.
Después de cenar nos duchamos y estuvimos charlando y aprendiendo palabras raras y malsonantes de cada idioma, y también tocamos un poquitillo la guitarra…. Se alargó hasta las dos de la mañana por lo menos.
Cuando nos fuimos a dormir, como éramos cuatro en la misma habitación, no tuve otro remedio que revelar a los demás que mi amigo Yisus roncaba con gran euforia. Esto produjo cierto temor entre nuestros huéspedes… Apenas habían pasado cinco minutos y mi colega ya estaba demostrando de qué pasta están hechos sus pulmonazos.