Inmejorable despertar el de este día. Sara no hacía más que intentar silenciar los ronquidos de Yisus y, en una de estas me miró, yo, divirtiéndome, la indiqué una acción para que su vecino de habitación dejase de roncar ¿Cómo? Pues la dije que le metiera un hostión en la frente… pensé que no lo iba a hacer, pero sí, golpeó la frente de mi amigo y se escondió entre las sábanas para evitar represalias. Yisus no despertó, pero sí paró de roncar, así que objetivo conseguido.
Poco después me levanté, me aseé y me empecé a untar crema de cacao de la marca barata para desayunar, pues tenía que crecer, porque tanto andar por países centroeuropeos me había creado un complejo de enano barbudo que ni os lo imagináis. Aunque en Croacia eran más parecidos a los ibéricos en altura y gordura, fealdad y alegría.
Yisus despertó y me acompañó en el desayuno. El siguiente sería Hrvaskum (el noviete de Sara), que tenía que irse pitando y pintado a trabajar. Nuestra anfitriona tardó más en despertar o, al menos, en querer levantarse, debía ser que los ronquidos de ultratumba no le habían dejado descansar a placer.
Eran las once y decidimos partir, así que zarandeamos a Sara para avisarla de que nos íbamos y nos bajamos al coche. Fue una despedida dura, ella nos acompañó al carro e intentando que no se escapase ninguna lágrima y también intentando no mirar a atrás conseguimos salir a la carretera.
El día se hizo raro. Hasta Siofok había 240 kilómetros, que más o menos son dos horas y media de trayecto, pero quisimos ir por el norte del lago, pues creímos que el paisaje más espectacular sería por ese camino. Así que finalmente los kilómetros a realizar serían unos 300, no muchos más, pero como la carretera del norte era secundaria (la del sur era autovía), pues la duración de viaje se disparaba a cuatro horas, sin contar las paradas para comer, para bailar y para ver el lago. Lo que quiero decir es que estuvimos todo el santo día en el coche y pocas cosas interesantes nos pudieron pasar… Aun así hubo tralla.
Primera parada, un peaje. Íbamos acojonaetes, pues nos quedaban pocas kunas (moneda croata) y no sabíamos si tendríamos para pagarlo, pero al final fue menos de lo que pensamos e incluso tuvimos la oportunidad de escupir al funcionario de la caseta, pero como somos buena gente y hemos recibido una educación correcta no realizamos ningún acto vandálico con el pobre hombre, que se veía que estaba pasando frío.
El del peaje se parecía a uno de estos muñecajos de paja y escrementos:
Segunda parada, cuando llevábamos ciento veinte kilómetros, en la frontera con Hungría, nos pararon para hacer la revisión típica. Unos policías con cara de mala hueva deseosos de probar la cocaína que la gente transporta para pasar una blanca Navidad.
Nos vieron sonreír y al instante supieron que éramos viajeros malolientes, a pesar de poseer un vehículo húngaro. A penas podíamos comunicarnos con ellos por el tema del idioma y creemos que es por eso que nos dejaron marchar… “¡Venga coño! ¡A tomar por culo ya de aquí, hostias!”, que en húngaro sería algo así: “Gyere punci! bohóc, akkor ne nézd Google Fordító!”.
La parada tercera fue realizada antes de llegar al lago Balatón, en un gran centro comercial, para comer. Aunque primero nos dimos un voltio por las tiendas para divisar cosillas, y ocurrió lo que siempre pasa cuando entro con Yisus a un centro comercial, que se quedó en la sección de disfraces poniéndose unas máscaras de Freddy Krueger… Tuve que sacarle a rastras y sobornarle con una piruleta para que no llorase.
Almorzamos en una especie de restaurante chino bastante sospechoso donde se oían gritos terroríficos en la cocina del lugar, y cuando me sirvieron el arroz tres delicias encontré el dedo meñique de un pie. No le di mucha importancia, porque a cualquiera se le puede caer un dedo en la comida algún día, nadie es perfecto.
Después de tan sabrosa comida y de haberme quitado algo de peso en los servicios del centro comercial, volvimos al carro y a la carga, que ya nos quedaba poco para llegar al lago… Pero debo avisar de que este lago Balatón no es muy ancho si lo comparamos con su largo ¡80 súper kilómetros de largo! Uno de los mayores lagos de Europa que sirve de playa a los húngaros cuando llega el buen tiempo. Siofok se encuentra al sureste del lago y, como nosotros marchábamos por la costa norte tendríamos que rodear un cacho para llegar a la ciudad, o sea, aún nos quedaban más de cien kilómetros.
La siguiente parada del viaje la realizamos en una pequeña población llamada Szigliget, solo para hacer fotazas al lago en el puerto del lugar, pero enseguida nos dimos cuenta de que había sido mala idea tomar el camino del norte, porque entre la niebla y las malas condiciones de la vía todo iba a ser peor. Por culpa del tiempo, frío, llovizna y niebla, no pudimos ver el bonito paisaje que deja el lugar cuando hay un tiempo espléndido y sonriente. Solo vimos pescadores muy feos, parecidos a Popeye, que no sentían el frío.
Poco duramos en este lugar, pues todo era muy gris y siniestro. Algo en nuestro interior nos decía que nos volviésemos “al cochecito leré” y tirásemos millas antes de que los habitantes de Szigliget se transformasen en muertos vivientes come-turistas.
Volvimos a parar en otro pueblo, muy alejado del anterior, en Tihany ¿Por qué paramos aquí? Pues porque es una península en el lago Balatón y además tiene un pequeño laguito en esta misma península y, resulta curioso. Pero también fue mala idea, pues se nos hizo de noche y no se veía un cagao, ni laguito ni lago.
Este lugar tenía un puerto de ferry, por un precio no muy caro podía transportarnos a la orilla opuesta, a nosotros y al coche y estuvimos un rato valorando la opción, pero al final preferimos no hacerlo.
No solo estaba oscuro todo, también se encontraba vacío. No había gente por el lado norte de Balatón. Entre la soledad, la oscuridad y el frío parecía que nos encontrábamos en una película de terror, pero una de verdad, de esas que dan mieduchi y tienes que dejar de verla a la mitad porque te has meado y encima luego tienes pesadillas.
Otra vez al coche, pero esta vez no paramos hasta llegar a Siofok. Esto ya era una ciudad, muchas luces y pocas nueces. Nadie quería salir a la calle en esta noche de invierno. Pues resulta que la gente se apilaba en los bares y nosotros no íbamos a ser menos.
Nada más llegar, cerveza para el paladar. Cayeron dos o tres, no me acuerdo cuantas, pero bebimos y bebimos junto a los demás borrachos, pues todos los allí presentes parecían estar mamadísimos.
En esta taberna nos llegó un mensaje al móvil del señor Balazs ¿Os acordáis de él? El húngaro gigante con acento mexicano que nos facilitó la caravana para dormir en Budapest el primer día de viaje. Pues nos escribió Balazs contándonos la historia de que la bruja Ajnia de Transilvania no podía acudir a nuestra cita en Siofok… Nos cabreamos, pero nada podíamos hacer. Encontraríamos a la bruja en Budapest al día siguiente.
Estaba todo dicho, mañana tendríamos que volver a Budapest que, aunque no estaba muy lejos ya estábamos cansados de movernos tanto (sobre todo Yisus, que era el conductor).
Esa noche decidimos pasarla en Siofok, a la luz de la niebla, mientras dormíamos en el carro, pero aún era prontico y se nos ocurrió la idea de ir al Súper, comprar patatuelas y cervezas para variar. Luego nos fuimos un poco a las afueras de la ciudad y comenzamos a emborracharnos como adolescentes cabezudos.
He de decir que la borrachera fue grandiosa, hicimos muchas trastadas y menos mal que nadie nos vio realizarlas. Entre las locuras estaba la de mear y mear por todos lados… Llegamos a subirnos al coche y orinar en la luna mientras otro conducía. A veces estas cosas no acababan bien.
Bueno, no recuerdo sobre qué hora se nos acabó el alcohol y decidimos meternos en los sacos de dormir para dar paso a otro día mejor. Si no había más imprevistos conoceríamos a la bruja Ajnia de Transilvania al día siguiente… Deséanos suerte.