Me despertó el Yisus con su ajetreo matutino en busca del calor. Ya dije anteriormente que mi saco de dormir era impenetrable, el frío no lograba encontrar un hueco por donde pasar y yo lo agradecía durmiendo desnudo, pues el saco era suficiente escudo.
Sin embargo mi compañero no lo pasaba tan bien, su saco no estaba tan preparado como para detener el avance del fresquito de la noche y mantenía durante esta una guerra incesante. Muchas veces ponía la calefacción a tope en el coche y eso hacía que me asfixiara poco a poco.
Pues eso, cuando Yisus se cansó de intentar evitar el frío, a eso de las nueve de la mañana, arrancó el coche y se fue a un McHambuerguer a echar flores por el culo, mientras yo seguía metido en el saco y con pocas ganas de salir.
Ahora tocaba iniciar el retorno a la capital húngara, pero primero quisimos hacer algo estúpido y medio mortal. Se trataba de lo siguiente: Parábamos en el casi congelado lago, echábamos un piedra-papel-tijera y quien perdiese debía meter un pie en el Balatón y aguantar dos mississippis. Tan sencillo como acojonante.
Pues muy bien, recuerdo que no eran ni las diez de la mañana y que el aire frío nos estaba petrificando… Iniciamos con algo de canguele el juego seleccionador ¿Piedra? ¿Papel? ¿Tijera? Da igual, perdí y debía humillarme para satisfacer a mi adversario, que reía y reía sin ninguna compasión en los ojos.
¿Para qué pensarlo más? Me quite la playera y el calcetín e introduje el pie… Pensé que se me desintegraba, pero preferí no mirar, solo contaba mississippis y, para hacerme el chulo aguante un mississippi de más, tres. Saqué el pie con dificultad y me lo envolví en la toalla mientras mi compañero lo grababa todo… No quiero hablar más de esto, solo digo que mi pie izquierdo estuvo dormido todo el trayecto hasta Budapest.
Ya en la ciudad capital descubrimos que era un verdadero horror moverse por el Centro en coche, pues todo era un atasco, además de que era viernes y había más turistas de lo normal. Nuestro objetivo era quedar con Balazs y con Ajnia de Transilvania en los baños o termas de Széchenyi, en aquel lugar donde nos llevaron Balazs y Marti el primero de los días. Pero no era tarea fácil llegar hasta allí, atravesar la ciudad se hizo muy cuesta arriba.
Finalmente aparcamos casi en la puerta del lugar y entramos. No les vimos, así que decidimos meternos en las termas por si se encontraban dentro. Compramos una entrada y nos entregaron un albornoz y una taquilla. En los vestuarios reinaba la fiesta loca de la mandanga, cientos de hombretones, la mayoría de la tercera edad, con los badajos bailarines que se movían al ritmo de la música congoleña… Era pegadizo e hipnotizante, a punto estuvimos de unirnos a la fiesta del trenecito, pero aguantamos como piedras indestructibles y salimos a los baños, que era en un patio exterior del propio palacio.
El agua casi burbujeaba y se agradecía, porque estar a dos grados al aire libre y meterte en el agua a cuarenta grados es algo maravilloso como mínimo. Todo era vapor y casi no podías ver a un metro de ti. La gente deambulaba por la piscina como fantasmas, alucinando todos.
Al final de la piscina, tras una nube se nos aparecieron Balazs y Marti, sentados en una de las escaleras. Parecía que nos estaban esperando.
Para nuestra sorpresa habló Marti, que se suponía que no hablaba nuestro idioma, pero lo hablaba mejor que Balazs y, lo primero que nos preguntó fue si teníamos todas las piezas del colgante y demás reliquias con nosotros, y la dijimos que las habíamos dejado en la taquilla del vestuario.
Entonces tuvimos que esperar a que Yisus dejase de jugar al ajedrez con un abuelillo (dentro del balneario, pues está lleno de viejos retando a los bañistas) en una partida que duró casi dos horas, y cuando fue derrotado salimos por fin, nos duchamos, nos vestimos y quedamos los cuatro en la calle.
Estos dos húngaros nos llevaron a un pequeño parquecito cercano bastante retirado, poca gente había por esa zona; algún hombre paseando a su perro y escondido de los demás para no recoger las cacas de la mascota, o alguna pareja fornicadora… Queda claro que era un lugar discreto.
Marti sacó un tupperwere grande y nos hizo un gesto para que depositáramos ahí todos los objetos obtenidos en el viaje. A Yisus no le hizo ni pizca de gracia, pero entre todos le convencimos, sobre todo cuando pregunto:
–¿Y la bruja? ¿No debería estar por aquí la bruja Ajnia?
–¡Qué poco inteligentes sois! –Dijo Marti mientras sonreía–, yo soy Ajnia de Transilvania.
Quedamos perplejos, Marti era la bruja a la que habíamos estado buscando tanto tiempo y ni lo habíamos sospechado. Pero nos alegró que fuese ella, así no habría más sorpresas inesperadas.
La bruja primero vertió el agua de Bled y luego el vino caliente de Liubliana, después introdujo el cordón de plata, el rubí y la estrella dorada y lo empezó a remover. Comenzó a pronunciar unas palabras extrañas y puso los ojos en blanco, aunque esto último seguro que lo hacía para impresionarnos. Salía mogollón de humo del tupperwere y olía fatal, como a coliflor mezclada con el sobaco de tu abuelo.
De repente, todo se calmó y Ajnia sacó el colgante hecho, por arte de magia se habían unido todas las piezas y brillaba más que nunca.
–Ahora, os digo una cosa, chicos –nos comenzó a soltar–, esto da la inmortalidad a quien lo tenga puesto ¿De verdad queréis tal objeto?
–¡Trae pa acá! ¡Bruja! –Gritó mi colega mientras la arrebataba el colgante.
–Pues nada muchachos, mi trabajo ha terminado, espero que os vaya muy bien –fue decir esto y se esfumó con Balazs.
El problema surgió enseguida, solo había un colgante y éramos dos, y la única forma de solucionar este problema era ¡Piedra, papel, tijera! ¿Por qué sigo jugando a este absurdo juego? Siempre pierdo… El jodido colgante se lo quedó Yisus. Él sería el inmortal, aunque me dijo que me lo prestaría todos los fines de semana si me portaba bien.
Ya habíamos conseguido lo que queríamos, ahora solo debíamos hacer tres cosas: uno, devolver el coche, dos, comprar un billete de avión de vuelta a Madrid, y tres… Almorzar, que teníamos mogollón de “jambre”.
Ya era de noche, a las cuatro y poco de la tarde, mientras nos poníamos gordos en un kebab, Yisus comiendo carnaza y yo falafel, que está mucho más sabroso a la vez que empalagoso.
El billete de avión nos lo pillamos para el día siguiente, así que teníamos unas cuantas horas para ver la parte de Budapest que no habíamos visto el primer día.
Primero fuimos al puente de las cadenas, con sus leones mirándonos de reojo, o con sus japoneses haciendo fotos y fotos… Era todo muy guay, tendrías que haber estado allí, porque me lo pasé chupi guay del paraguay.
Cruzando este bonito puente llegábamos al castillote de Buda, hermoso palacio del siglo XIV, pero que en realidad parece más moderno porque ha sido remodelado un huevo de veces a causa de las guerras guarrindongas que sufrió esta zona europea.
En el castillo nos tomamos nuestro tiempo haciendo fotos a la bonita ciudad nocturna que resplandecía en nuestra frente. Nos perdimos por sus escaleras y patios e hicimos mucho el tonto, que es una cosa que se nos da de vicio.
Después de esto ocurrió algo bastante extraño. Estaba Yisus comprando suvenirs para sus familiares cuando apareció de repente el señor Balazs, con su porte y su seriedad. No sé si nos habría seguido o quizás había sido pura casualidad, pero nos lo encontramos y nos sugirió que nos fuésemos con él de parranda. Nosotros estábamos eufóricos y sí, nos apetecía beber alcohol, así que na, nos fuimos con él a un bar/pub llamado Szimpla, que según él es el local de copas más antiguo de la ciudad, y se trata de una casa antiquísima muy chula.
Estaba medio vacío a pesar de que era viernes, pero claro, aún eran las siete de la tarde, aunque la tarde llevaba tres horas sin luz. Poco a poco se empezó a llenar y cuando ya estábamos algo piripis y decidimos irnos (Balazs nos había invitado a dormir de nuevo en la caravana), el local estaba abarrotado.
Creemos que Balazs se emborrachó, pues no paraba de hablar (justo lo contrario que en el primer día, que no decía nada), no hacía más que soltar palabras mexicanas como “¡Pinche wey, qué frío!”.
Nos acompañó a donde teníamos aparcado el coche (porque necesitábamos cosas del maletero), pero no nos dejó pillar el vehículo, pues como estábamos bien bebidos, decía que era ilegal y que, además de una multa, podríamos tener un accidente. Yisus le respondió diciendo que ahora era inmortal, se la sudaban los accidentes.
Al final le dijimos que sí, aunque en realidad volveríamos a por el coche cuando se fuera… Pero joer, el mamón no se iba nunca, pues no solo nos acompañó a la parada del tranvía, también se montó con nosotros porque decía que le pillaba bien.
Cuando bajó hicimos uno de los paripés más grandes de nuestra vida: bajamos y volvimos a tomarlo en la dirección contraria para regresar al lugar donde teníamos aparcado el cochecito, menos mal que no pagamos el tranvía en ningún momento.
Al fin llegamos a la caravana y cenamos las sobras que nos quedaban, que no eran muchas. Y aunque aún no era muy tarde nos fuimos a dormir porque estábamos bastante reventados de todo el viaje. Mi colega durmió con el colgante puesto, creo que se estaba convirtiendo en un Gollum en potencia.
Alarma a las siete de la mañana, pues a las ocho teníamos que devolver el coche y a las diez salía nuestro avión a Madrid… mañana habrá tortazo y colleja, mañana será el desenlace de nuestro estúpido juego.