ATENCIÓN: LEER PRIMERO «DIARIOS DEL MAL OLOR«
Parte 1:
–Muy bien, os contaré la historia, pero promederme que no me interrumpiréis por fantástica que parezca.
Todo ocurrió el año pasado, como podéis imaginar. Yo tenía un novio, guapo, inteligente, algunos ya le conocíais. Bueno, y éste chico siempre me decía que su tío es inventor y que a pesar de sus fracasos a conseguido acertar en algo, pero que no me diría que es hasta que yo lo viese, porque si no, no lo iba a creer.
Dicho y hecho, días después fui a su casa (él vivía con su tío) y me enseñó el misterioso invento.
–Mi tío está en una conferencia fuera del país, tenemos una semana para usarlo –me decía.
–¿Qué es? –le pregunté curiosa cuando vi una antigua bañera envuelta en cables con un ordenador incrustado.
–Una máquina del tiempo –me dijo seriamente, lo que produjo mis risas.
No se disgustó, no me preguntó el porqué de mi carcajada y tampoco me explicó más sobre la máquina. Cogió una gameboy, se sentó en la banqueta que estaba adentro de la bañera y me dijo que si me ponía detrás de él.
No esperaba transportarme a ningún lado, pero si esperaba algún truco por parte de mi chico, a menudo original.
–Y ¿A dónde me vas a llevar? –le pregunté bromeando.
–A nuestros orígenes –cogió una mochila grande y una bolsa de plástico, después tiró de una palanca de cambios.
Parte 2:
¡Guau! Ocurrió lo que quería que ocurriese, pero no esperaba que ocurriese. Todo a mi alrededor era bello; luces fugaces de todos los colores, de hecho me empecé a marear. Estuve a punto de vomitar, a pesar de que el viaje duro pocos segundos. Cuando llegamos, mi compañero me ofreció la bolsa de plástico, pero la perplejidad que tenía encima evitó el desastre.
Nos encontrábamos en una sierra, mucho matorral y árboles de mediana altura, aunque lo que más me sorprendió fue la temperatura. Hacía mucho frío, pero mi novio lo tenía todo preparado, llevaba en la mochila un par de buenos abrigos y pantalones de invierno, gorro y guantes.
–¿Qué año es? –le pregunté tímidamente.
–He puesto en el ordenador que nos transportase al año 30.000 antes de Cristo ¿Me crees ahora? –me dijo.
–Más o menos ¿Tú ya has estado aquí? –pregunté.
–No, pero sí he hecho varios viajes en el tiempo, algunos con mi tío y otros de forma clandestina, porque si mi tío se entera de que uso la máquina sin su permiso… –me contestó mientras hacía gestos de lo que su tío le haría–. Ven, quiero que sepas como se utiliza esto, es importante –dijo, y sacó la gameboy.
–¿Qué es? –le pregunté ya con ropa de invierno.
–Esto es lo que nos llevará de regreso a casa, sin esto no hay vuelta. –me dijo y posteriormente me explicó su funcionamiento, solo había que dar a un par de botones mientras estamos los dos en contacto físico.
Seguidamente empezamos a caminar por el bosque, buscando algo característico de la época. Pasados varios minutos, aún dudaba de lo que estaba ocurriendo, pero pronto creí firmemente: bajábamos por una “no muy empinada” ladera y justo abajo mi chico me advirtió que me parase, no hiciese ruido y, que mirase al claro que se encontraba delante de nuestras narices. Un enorme rinoceronte con pelo pastaba a pocos metros de nosotros.
–Será mejor que no nos vea, rodeemos el claro. –me dijo mi novio, pero yo estaba totalmente hipnotizada con la especie extinta en nuestro tiempo. Cuando decidí moverme seguía mirando al animal, fijándome poco en los obstáculos del terreno, lo que provocó que cayese rodando hacia el claro.
Mi novio, siempre más torpe que yo, al intentar salvarme cayó tras de mí. Nada más parar me levanté rápidamente para poder esquivar cualquier envestida por parte del animal, pero por suerte, este salió escopetado en dirección contraria a la nuestra.
–¿Estás bien? –le pregunté a mi compañero.
–Me duele el brazo, pero estoy bien –me contestó.
Segundos después nos rodeaban.
Parte 3:
–Mira –le dije–, nuestros orígenes –seis hombres, entre ellos uno muy joven, nos rodeaban con lanzas, piedras y cuchillos. Medían alrededor de metro y medio, muy fuertes, pelo largo, todos tenían barba, al más joven le estaba saliendo. Vestían pieles naranjas y se comunicaban entre sí con un lenguaje que, lógicamente, no comprendíamos.
–Creo que te equivocas, estos no son nuestros orígenes –me dijo–, acabamos de conocer en carne y hueso al Homo Neanderthalensis, el hombre de neandertal. Y me parece que, por desgracia, les hemos fastidiado la cena.
Creo que tenía razón, porque el que parecía líder señalaba hacia el lugar donde desapareció el rinoceronte a la vez que nos gritaba en su idioma, que aun no sabiendo el idioma, podíamos distinguir las palabras mal sonantes que salían por su boca.
Nos apuntaban con sus rudimentarias armas mientras se arrimaban poco a poco. No tenían miedo de nosotros, pero se acercaban con precaución mientras nos miraban de reojo las ropas que llevábamos.
Nosotros no podíamos hacer nada, solo intentar asustarles gritando, saltando, amagando con lanzarles algo, pero apenas hacían caso de nuestros gestos. Mi novio sacó una navaja del bolsillo y eso provocó más interés en nosotros. Todo estaba perdido.
–¡A qué esperas, saca la gameboy! –le chillé.
–Está en la mochila, no me da tiempo –me dijo.
De repente el más joven soltó un grito de dolor y calló al suelo. Una flecha lanzada de algún lugar del bosque se incrustó en sus costillas. Todos se echaron atrás y uno de ellos, supongo que el padre del muchacho, mientras gritaba le quitó la flecha bruscamente, dejándole la punta entre las costillas y una herida con pocas esperanzas.
Nos miró fijamente durante dos segundos y corrió hacia nosotros con un cuchillo de piedra. El jefe del grupo evitó la tragedia sujetando al padre afectado cuando estaba apunto de darme un zarpazo.
Nos agarraron y maniataron mientras miraban asustados a su alrededor, a lo lejos vimos una silueta entre los árboles de alguien grande y robusto. Los neandertales tomaron al herido rápidamente y se pusieron en marcha con nosotros de rehenes.
El camino fue largo, caminaban y no se cansaban, no sé cuánto tiempo estuvimos andando, unas cuatro o cinco horas o tal vez estuvimos menos tiempo y se me hizo muy largo.
Íbamos en fila india, el líder delante guiaba al grupo, nosotros teníamos uno enfrente y otro detrás, y luego había otros dos al final transportando al herido, al que habían tratado con hojas puestas como vendas en la herida.
Mientras caminábamos logré desatarme las manos, el nudo era poco trabajado y estaba hecho de fibras de alguna planta o de raíz muy fina. Se lo dije a mi compañero que se encontraba justo delante de mí. Sinceramente, no era muy complicado escapar, se notaba que no solían hacer prisioneros: nos dejaban hablar y acercarnos el uno al otro; solo estaban atadas las manos, y con un mal nudo. Más de una vez pensamos en correr entre los árboles, pero siempre nos echábamos atrás sabiendo que nuestros captores eran expertos en la caza.
–¿Te has desatado? –Me preguntó sorprendido–, a mí me está costando.
–¿De qué me sirve desatarme? –le pregunté.
–Acércate a mí disimuladamente y saca la gameboy de la mochila y haz lo que te dije, recuerda que tenemos que estar en contacto –me recordó.
–Lo voy a intentar –le dije mientras me acercaba a él poco a poco.
Que queréis que os diga ¿Sería la mala suerte que estábamos teniendo? ¿Los nervios? Tenía la gameboy en la mano y solo tenía que apretar dos botones mientras tocaba el hombro de mi novio, pues eso, se me calló al suelo y ellos no lo vieron.
Intenté correr atrás para recogerlo, pero me sujetaron. Grité, señalé el objeto que se encontraba a menos de cinco metros de nosotros y ni siquiera miraron. Si perdíamos el aparato no habría nada que hacer, teníamos que conseguir que lo recogiesen, pero no hubo manera. Estábamos perdidos, aunque saliésemos vivos de las garras de los neandertales no podríamos volver nunca al presente ¿Qué cara se nos pudo quedar? Ni siquiera lloramos, no había ganas.
Parte 4:
Me volvieron a maniatar y proseguimos el camino, pero poco después, cuando se puso el sol, pararon e improvisaron un pequeño campamento. Usaron pieles de grandes animales para levantar las tiendas. Tres pequeñas tiendas alrededor de un fuego y en una de ellas nos metieron a nosotros junto con uno de estos seres, para vigilarnos.
Al rato entró el líder y nos ofreció carne de ave, no sé que ave, pero era una pechuga y un muslo. No rechazamos el alimento y comimos algo nerviosos bajo la mirada de estos dos personajes. Sobre todo miraban nuestras ropas, a veces las acariciaban, tocaban las cremalleras y las botas, se hipnotizaban.
Nuestro único plan ahora era esperar a que se durmiesen para salir a buscar la gameboy, pero eso no ocurrió, y como consecuencia estuvimos toda la noche sin dormir, aunque no habríamos dormido ni siquiera proponiéndonoslo.
A la mañana siguiente nos dieron unas plantas que ellos se comían como si de chucherías se tratasen, pero yo y mi compañero fuimos incapaces de comernos tal desayuno.
–¿Tienes algo pensado? –pregunté a mi chico.
–No… ¿Y tú? –me devolvió la pregunta.
–Esperar a que nos suelten o a que nos escapemos y buscar el aparato –le dije– ¿Qué crees que nos van a hacer?
–Una vez leí que los neandertales practicaban el canibalismo –me respondió.
–No me asustes, además, somos una especie diferente, no sería canibalismo –bromeé.
–O sea, que ves la posibilidad de que nos devoren ¿Entonces por qué nos tratan tan bien? –me preguntó.
–¿Ahora eres tú el positivo? Tal vez para engordarnos, como a Hansel y a Gretel –le respondí y pude ver como se le escapaba una pequeña sonrisa.
Parte 5:
Al fin llegamos, casi nos temblaban las piernas. Era un lugar escarpado, solo había rocas a nuestro alrededor y tuvimos que subir unas cuantas para llegar a la gran cueva donde estaban asentados. Había alrededor de veinte neandertales contando a hombres, mujeres y niños. Pude hacer esta aproximación porque todos vinieron a vernos.
Uno de ellos se acercó al jefe de los cazadores y empezó a hablar con él, señalándonos de vez en cuando y también a los sacos que llevaban de los pequeños animales cazados.
Sus caras no eran muy amigables, sobre todo cuando vieron al herido, al que yo no daba ni un día más.
Al fin, nos llevaron dentro de la cueva, y serpenteando por las galerías nos acabaron atando de cuerpo entero en una roca a cada uno. Dos de ellos nos vigilaban, de los cuales, uno era nuevo y su cara de asombro era mayor que la de los anteriores.
No nos hicieron esperar mucho, el hombre que habló con el líder de los cazadores, que parecía el jefe de la tribu nos hizo una visita. Nos habló y no entendimos, se intentó comunicar con gestos y no entendimos, y por último mandó desnudarnos.
El frío que hacía dentro de la cueva era aún mayor que el del exterior, pero no nos dio tiempo a quejarnos porque nos dieron pieles para que nos vistamos como ellos. Luego nos llevaron como a la sala común de la cueva y nos dieron de comer, lo mismo que el día anterior, junto al fuego.
El jefe tenía en sus manos la navaja e intentaba incrustarla en un largo palo a modo de lanza. Luego investigó la mochila y lo que contenía: un cuaderno, un bolígrafo, otra navaja, un tirachinas, una manzana, etcétera. Curiosamente había logrado ponerse el abrigo que yo llevaba y parecía que le había gustado.
Poco después nos volvieron a atar y nos obligaron a acostarnos en el incomodísimo suelo, escasamente acolchado con hojas.
Esta vez sí dormimos, pero un grito femenino nos despertó muy temprano.
Parte 6:
Había sido, según parece, la madre del joven herido porque su hijo ya había muerto. La madre hacía cosas muy raras, lloraba mientras saltaba y daba golpes al suelo. Un espectáculo que no acabó hasta que apareció el padre, que la calmó.
Cuando parecía que todo había acabado, este último cogió una piedra del suelo y nos la lanzó, dando en la cabeza a mi novio, pedrada que le hizo perder el conocimiento.
Yo grité, les insulté, pataleé todo lo que pude por desesperación, tenía miedo de que le hubiesen matado, pero enseguida abrió los ojos. Entonces, por primera vez lloré, y él también acabó llorando. Acababan de agredir a mi compañero, no podíamos esperar nada bueno.
El jefe se acercó al herido para colocarle unas hojas en la brecha y taponarlo, después le dio agua varias veces en un cuenco de piedra.
Mientras tanto, un buen número de ellos, no paraban de gritar una palabra, en la cueva y fuera de ella. Buscaban a alguien o invocaban a algo y se tiraron un buen rato realizando tal cosa.
Mas o menos una hora después, cuando estaba todo más calmado, nos llevaron al exterior, bajando toda la roca hasta llegar a un claro de tierra, donde estaban todos reunidos alrededor del cadáver. Nos ataron, como de costumbre, esta vez en un árbol.
Empezaron una especie de ritual que consistía en dejar alrededor del cadáver una ofrenda cada miembro de la tribu, ofrendas como plantas y alimentos mayoritariamente. Posteriormente le pintaron de rojo, y lo peor fue cuando el jefe de caza empezó a decapitarle, pero ninguno de la tribu parecía tener repugnancia a tal acción, y aún no había acabado todo, luego le despellejó la cara y no sé por donde le sacó lo que parecía el cerebro.
Oí como mi novio vomitaba, o mejor dicho, escupía lo poco que tenía en el estómago, porque llevábamos dos días atados y no nos había hecho falta expulsar por ningún sitio lo que teníamos dentro, tal vez porque dentro no había nada. No como orinar, que tanto yo como mi novio nos habíamos meado encima unas cuantas veces.
Los neandertales no miraron con muy buenos ojos las arcadas de mi compañero, pero la ceremonia no se paró y cuando quise atender de nuevo vi que se estaban pasando el cerebro del joven cazador entre todos, pegándole un bocado cada uno. Por suerte, el cerebro se saltó nuestro turno.
Cuando se terminaron el plato, pusieron la cabeza junto al cadáver, que lo habían colocado en posición fetal, y por último lo enterraron.
Lo que ocurrió después me hizo temblar: nos subieron de nuevo a la cueva y el líder entregó a mi novio al padre del difunto, y éste, lo primero que hizo fue levantarle y lanzarle por los aires, le agarró de la cuerda que le maniataba y le arrastró con gran violencia hasta desaparecer por una de las galerías de la caverna.
Me quedé sin fuerzas, sin habla, sin poder moverme ¿Por qué la tomaron con él? ¿Luego iría yo? La verdad, eso me preocupaba poco, lo único que me preocupaba en ese momento era que matasen a mi compañero.
Pero pronto iba a saber cual sería mi destino. El jefe me agarró y me colocó en su hombro mientras me transportaba por otra galería. Mientras lo hacía, oía a mi novio gritar de dolor. Sinceramente, era insoportable tal tortura, pero iba a empeorar aún más.
Parte 7:
Ya os imagináis lo que ocurrió: me lanzó a un lecho mucho mejor acolchado que donde habíamos dormido, me arrancó el abrigo de piel y se quitó el suyo, me abrió las piernas con una fuerza descomunal, se tumbó encima de mí y… no… no puedo… no puedo contarlo, no. Ya sabéis que pasó.
Bueno, ya tenéis la respuesta a vuestra pregunta, pero ahora me exigiréis un final a esta aventura. Pues bien, sigo contando.
No tardó mucho, pero repitió una vez más, y cuando se disponía a la tercera se escucharon gritos, muchos gritos en el exterior y también en el interior.
El violador se levantó, se tapó con las pieles y corrió hacia el jaleo. Yo me quedé tumbada, completamente desnuda con las piernas abiertas, sin ganas de hacer nada. Sabía que estaba desatada y podía intentar escapar, pero desistí porque en esos momentos prefería cortarme el cuello. Mi novio muerto y yo… violada.
De pronto escuché que alguien se acercaba, alcé la vista al pasillo de la galería y apareció un hombre vestido como ellos, pero no era un neandertal, lo sé porque era más alto, menos robusto y su nariz era pequeña. Sí tenía mucho pelo y un hacha de piedra, además de un arco y como ya he dicho vestía como los neandertales, pero no, no era uno de ellos.
Su cuello estaba desgarrado y sangraba mucho. Intentó decirme algo pero no salió sonido alguno de su boca.
¿Qué creéis que ocurrió? En una de sus manos tenía la gameboy… y me la dio. Sin darme tiempo a agradecérselo, volvió corriendo hacia el barullo de fuera.
No me lo pensé dos veces, les di a los botones y empecé a viajar en el tiempo.
Parte 8:
Cuando llegué, caí en el suelo de la habitación de la máquina del tiempo. Miré el monitor y marcaba el día en el que había estado y el tiempo que había estado allí, cincuentaitrés horas.
Apagué el monitor y desenchufé la máquina, me vestí con lo primero que vi en el armario de mi… novio y salí pitando de allí.
Decidí no contar nada ¿Quién iba a creer? Mirad vuestras caras.
Poco tiempo después lo supe y quise tirar para adelante, quizás la curiosidad fue lo que eligió tenerlo. No lo sé.
Y esta historia, que se la crea quien quiera, pero está demostrado que mi hijo es un híbrido neandertal-sapiens y por eso me habéis preguntado.
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