ATENCIÓN: LEER PRIMERO «FRUTO DEL PASADO«
Parte 1:
Ahí estaba la máquina del tiempo, llevaba tapada varios meses por una sábana viejuna, a su alrededor había mogollón de papeluchos y libros tirados por toda la habitación. En otro cuarto de la casa podíamos ver al tío del desaparecido (inventor de la máquina) discutiendo con la novia del chico sobre los acontecimientos ocurridos.
–¿Cómo se te ocurre…? ¿Pero en que cabeza cabe? ¡Me la has liado! ¿Y qué hacemos ahora? –se desesperaba el tío a medida que regañaba a la muchacha.
–Pero ¿Qué iba a hacer si no? Tengo un niño de otra especie ¡Oh! “¡Cosas que pasan!” ¿No? –Le contesto la novia muy cabreada– ¿Eso es lo único que te preocupa? ¡Vale! Te llaman cada cinco minutos para que les concedas entrevistas, una marabunta espera fuera con muchas ansias con la esperanza de ver la máquina del tiempo ¡Es jodido! Lo sé, pero pensé que me llamaste para saber algo sobre tu sobrino, pues aún ni lo has mencionado….
–¿Piensas qué no me preocupo por él? –la cortó–. Lo he buscado por todas partes, incluso miré el historial de la máquina sabiendo que no se guardaba, lo descarté porque la gameboy estaba en su sitio. Me desesperé, dejé mi trabajo un tiempo. Pero ahora, sabiendo lo que ha ocurrido no me preocupo por el chico porque tiene una solución –contestó.
–¿Solución? ¡Han matado a tu sobrino!
–No, tú no le viste morir y tampoco muerto. Tengo una máquina del tiempo y puedo jugar con ella. El pasado no se puede cambiar, eso ya lo comprobé hace tiempo, pero aún podemos salvar a mi sobrino –dijo el tío del chico dejando a la novia pensativa.
–¿Cómo pensamos hacerlo? –preguntó ella.
–No. Tú no puedes venir, pues no puede haber dos “tus” en un mismo espacio de tiempo. Tendrás que indicarme por donde fuisteis por escrito.
–¿Cómo?
–No puedes hija… ojalá pudieras –repitió.
–Pero….
–Tendrás que contarme todo lo que ocurrió con pelos y señales, sin olvidarte nada de nada. Hasta el más mínimo detalle puede ser importante –dijo el tío.
–Ahora mismo…
–¡No! Ahora no –la interrumpió–, vete a casa, descansa y recuérdalo todo y escríbelo. Pronto te llamaré para que vuelvas ¿De acuerdo? –dijo.
La novia del chico desaparecido asintió y se marchó. El viejo profesor la había vuelto a dar esperanzas de que su novio pudiese volver, por lo que hizo los deberes que le mandó sin demorarse ni un momento.
Con ansias esperaba la llamada, y esta no tardó mucho, dos días después sonó el teléfono y al colgar salió escopetada hacia su casa.
Parte 2:
Allí se encontraba el profesor, sentado en el sofá de su salón, explicando con gestos a un hombre muy alto y fuerte que el viaje que iban a realizar no era muy normal.
–Es húngaro, le conocí en Israel cuando cogí mucha afición por las competiciones ilegales de krav magá, aposté por él y ganó, desde entonces somos muy amigos. Lo único malo es que no habla nuestro idioma, ni ninguno que yo conozca… e incluso dudo que sepa hablar algún idioma, nunca dice nada –le explicó a la chica que miraba alucinada al compañero del tío–. Se viene al pasado conmigo y no somos los únicos, también vendrá mi gran amigo el profesor de historia. Ellos no contarán nada, uno porque no habla y el otro porque, como ya he dicho, es un gran amigo….
–Tengo aquí escrito todo lo que ocurrió –le corto–, espero que no se me haya olvidado nada.
–¿Sabes la hora exacta en que iniciasteis el viaje? –preguntó el tío.
–Pues… fue viernes por la mañana, cuando salí de clase. Acababan de dar las once y media me parece –le respondió.
–¿Y estuvisteis mucho tiempo en el lugar de llegada? –Volvió a preguntar.
–Una media hora aproximadamente ¿Por qué?
–Es importante no coincidir con vosotros allí, si en tu resumen dices que no nos vistes cuando estabas allí, tendrá que ser así –la dijo.
– Pero… no entiendo ¿Por qué no puedes ir al pasado, justo antes de que a tu sobrino le diese por viajar al paleolítico, y decirnos que ese maldito viaje será el error de nuestras vidas? –Preguntó.
–Ya he probado ese tipo de arreglos amiga, pero créeme, el pasado no se puede cambiar, es imposible –la contestó–, además, si así fuera coincidiríamos dos “yos”, y ya te dije que eso no puede ocurrir. Bueno, si todo sale bien estaremos aquí en poco más de dos días, si eso no ocurre te doy las llaves de mi casa para que eches un vistazo al monitor de la máquina y si ves algo raro coloca la palanca en la posición inicial.
–Sí –contestó la chica mientras cogía las llaves de la casa. Les deseó toda la suerte del mundo y se marchó.
Pocos minutos después llegó el amigo del tío, el profesor de historia. Un personaje carismático, alto y delgado, enamorado completamente de su ámbito. Poseía una larga barba y un pelo negro como el carbón, extenso y revoltoso, no parecía ser muy amigo del higiene personal. Venía bien abrigado con su ropa de montaña y una pequeña mochila con alimentos, pero lo que más llamaba la atención era el arco que llevaba atravesado y su carcaj lleno de flechas.
–¿Y eso? –Preguntó el tío.
–Habrá que ir protegido –contestó el profesor–, y qué mejor que un arco y flechas de la prehistoria.
–¿Lo has robado?
–Tranquilo, lo pienso devolver –contestó.
–Pues yo me llevo esta espada del siglo XVII que conseguí en una subasta –dijo el tío.
–No, no, eso no es de una subasta, esa espada me es familiar.
–Bueno… yo también pienso devolverla –dijo–. ¡Vamos al lío! Recordad chicos, no nos pueden ver. No nos separemos y haced lo que yo diga….
El tío del chico se sentó en la máquina y sus compañeros se metieron en la “bañera” y se agarraron a su compañero. El tío puso la fecha correspondiente, teniendo en cuenta la media hora que permanecieron los anteriores visitantes en el lugar de entrada; metió la gameboy en una pequeña mochila que llevaba el húngaro; y por último, tiró de la palanca.
Parte 3:
Ya acostumbrado, el tío miró a sus compañeros. El profesor de historia parecía estar pasándolo verdaderamente mal, tenía los ojos bien cerrados y una expresión parecida a la de un gato al borde de un baño con jabón.
Al otro lado, el húngaro, con su rostro típico despreocupado, como si lo que ocurriese allí fuera algo normal y corriente.
Al fin llegaron y al instante sintieron el frío, menos el magiar, que parecía inmune a la temperatura exterior.
–¿Tu sobrino y la chica vinieron abrigados? –preguntó el profesor de historia.
–Mi sobrino sabía dónde venía, vino preparado –respondió mientras señalaba a una parte del bosque–. Según la novia de mi sobrino, empezaron a caminar cuesta abajo, metiéndose en un bosque más frondoso. Por allí, vamos, tenemos que llagar a ellos pronto, pero repito, no nos pueden ver.
–Y ¿Eso por qué? –Preguntó el compañero de oficio.
–Según la chica, no nos vieron cuando estuvieron aquí. Es imposible cambiar lo que verdaderamente ocurrió en otro tiempo paralelo. Ya lo he intentado y no se puede. Cualquier intento de cambiar las cosas fracasará, pues será evitado por algún motivo exterior, por eso es mejor no intentarlo… se reducen las posibilidades de que nos ocurran cosas malas –contestó.
El profesor no paraba de leer el escrito de la muchacha, el cual, decía que poco después de ponerse a caminar se toparían con un rinoceronte lanudo en un claro, sobre una ladera. La ladera se encontraba bajo sus pies, pero no veían ningún claro, ningún rinoceronte y menos aún a los jóvenes, y eso que transcurrieron más de cuarenta minutos cuesta abajo.
Llevaba un tiempo pensando que habían tomado el camino equivocado y justo cuando iba a dar la orden de regresar, un estrepitoso ruido le hizo mirar a su izquierda ¡El rinoceronte…!
…Si fuese otro habría muerto aplastado, empalado o estampado en un árbol, pero era de tal agilidad el húngaro que supo oír, pensar y esquivar la peligrosa envestida. Una envestida inocente, ya que el animal se sorprendió mucho más que los viajeros al topárselos, lógico que el rinoceronte siguiera su camino hasta desaparecer por el otro lado.
–¿Será este el rinoceronte que me cuenta la chica? –Preguntó el tío del desaparecido a sus compañeros. –¿Profesor? ¡Profesor! –Miró a su alrededor, pero no encontró al profesor de historia, solo vio al húngaro señalando a la dirección de la que surgió el animal.
Los dos aventureros tomaron dicha dirección en busca del otro, pero apenas dieron cinco pasos cuando escucharon un jaleo que provenía del mismo lugar al que iban.
Corrieron, y el tío sacó la espada sabiendo que se podía encontrar cara a cara con los neandertales atacando a la pareja, pero lo que primero vio fue al profesor de historia apuntando con su arco al mogollón de neandertales. No lo evitó, ya que en el escrito decía que uno de ellos debía ser herido con una flecha, y eso es lo que ocurrió.
Después del grito de dolor del hombre de neandertal los viajeros permanecieron escondidos tras los árboles, menos el más grande, que se dejó ver. Quizás eso les hizo asustar, por lo que huyeron en cuanto pudieron.
–¿Por qué disparaste? Preguntó el tío una vez habiéndose marchado los neandertales con el sobrino y la chica como rehenes.
–Pensé que huirían despavoridos, dejando a los chicos allí –contestó el profesor.
–¿Qué te hizo pensar eso? ¿No pensaste que podría haber sido peor?
–No sé, como los neandertales no conocieron el arco y la flecha pensé que….
–…Bueno, en marcha –le cortó el tío–, no les dejemos alejarse mucho. ¡Vamos! ¡Por allí!
Parte 4:
No les costó encontrar el rastro, al menos al húngaro, que marchaba el primero sin parecer saber a dónde ir, aunque sorprendentemente de vez en cuando señalaba al suelo con intención de que sus compañeros viesen las pequeñas huellas que dejaban los neandertales en el barro.
–¿Cómo lo hace? ¿Cómo sabe por dónde han ido? Si solo mira al frente –le preguntó el profesor de historia a su compañero de trabajo.
–Según me contó su representante en Israel –comenzó a contar el tío–, este luchador se perdió a los cinco años en los bosques de Rumanía cuando fue con sus padres a visitar a sus abuelos. Estuvo mes y medio perdido, apareció en un barrio de Bacau, a sesenta kilómetros del lugar donde desapareció abrigado con una piel de oso. No perdió ningún kilo, es más, ganó. No examinaron su comida, pero encontraron ganado muerto y a medio devorar cada pocos kilómetros, además de varios lobos masacrados y un oso sin piel –el receptor había quedado tan boquiabierto que prefirió no preguntar más.
Llevaban varias horas caminando y el cansancio empezaba a fraguarse entre los profesores, aunque no les sorprendía que los perseguidos no descansasen, ya que tenían conocimiento de la fuerza y resistencia de éstos.
Fue en un valle donde el fuerte húngaro se paró y agachó para recoger un objeto amarillo que fue a entregar al tío.
–¡Ah! Sabía que tarde o temprano lo encontrarías, amigo –le dijo.
–¿Qué es? –Preguntó el profesor de historia mientras se asomaba a ver.
–La gameboy que llevaba mi sobrino –dijo–. Se le calló a la chica cuando intentó volver al presente.
–Pero ¿Y ahora cómo van a volver? Hay que devolvérselo, deben estar asustadísimos.
–Sí, según el resumen que me dio la chica ahora mismo están jodidos. Venga, vamos a devolvérselo –concluyó el tío.
Siguieron el rastro hasta el anochecer, hasta toparse con un campamento que los neandertales se habían improvisado para pasar la noche.
No pudieron adentrarse en él, porque siempre había uno o dos rondando por las tiendas hechas con pieles. Lo único que pudieron hacer es acomodarse entre la vegetación y comer parte de lo que llevaban en las mochilas. El húngaro apenas le dio un bocado a una pera.
Durmieron poco porque en cuanto amaneció, los seres del pasado se pusieron en marcha. El camino de ese día era más duro, todo cuesta arriba y rocoso, pero les agradó ver mientras subían una manada de uros a la distancia con unos pequeños prismáticos.
–Estad agradecidos de que no tengamos que pasar delante de ellos, son más fuertes y agresivos que los toros –dijo el tío del desaparecido haciéndose el listo.
A pesar de que el camino era duro, se hizo más corto que el del día anterior, llegando a una zona mucho más rocosa y con grietas en las rocas formando grandes cuevas, hogar de los secuestradores neandertales.
Tomaron precauciones quedándose a una distancia considerable de esta región, ya que, aunque no estaba vigilada, podía ser bastante concurrida por esta especie.
–Teníamos que haberlos asaltado la noche anterior –dijo el profesor de historia–, se hubiesen cagado de miedo al vernos: yo con un arco, tú con una espada y él con… y él en sí –dijo refiriéndose al húngaro.
–Calma, calma. Según el escrito de la chica aún tenemos que pasar una noche a la intemperie –le contestó.
–¿En el escrito ese pone como deshacerse de una veintena de fuertes y hambrientos neandertales? –preguntó el profesor con la vena en el cuello.
–No te preocupes hombre, ya se nos ocurrirá algo –le dijo– mientras disfruta de lo que hay a tu alrededor.
La noche llegó y el profesor y el tío tuvieron que dormir bien pegados porque todas las mantas que habían traído eran insuficientes para calmarles el frío.
Otra vez más el luchador húngaro parecía inmortal.
Parte 5:
Un jaleo en las cavernas despertó a los dos profesores que se levantaron de un salto y mirando a todos lados.
–¿Qué demonios pasa? –Dijo el de historia.
–No sé ¿Dónde está el húngaro? –preguntó el tío viendo que su joven compañero había desaparecido de la zona.
–Si no sé qué está ocurriendo ¿Cómo voy a saber…? ¡Ah! Pues sí, mira, ahí está –dijo señalando al húngaro, que había aparecido tras unas rocas a pocos metros de ellos–. Mira, parece que trae el desayuno.
–Eso no es el desayuno, querido amigo –le respondió el tío al ver que el musculoso hombre traía en su hombro izquierdo a un neandertal sin movimiento alguno.
Al fin llegó donde estaban sus compañeros y dejó el cuerpo del pequeño ser en el suelo. No tardaron en saber que estaba muerto, pero lo que no llegaban a entender es como llegó a tal situación, ya que el húngaro no soltaba palabra.
Mientras tanto, el jaleo que les despertó seguía, lo que les llevó a asomarse entre los arbustos de la zona. Se oían grandes gritos dentro de la cueva, y fuera había un gran número de neandertales, parece ser que, buscando al muerto que trajo el luchador.
–¡Vamos! ¡Tenemos que desaparecer de aquí! –Dijo el tío del chico secuestrado.
En seguida retrocedieron con el cadáver a cuestas para ponerse más seguros, pero nada aseguraba que los neandertales dejasen de buscar. El tío sacó el escrito y se puso a leerlo.
–Bueno, en aproximadamente una hora empezará la ceremonia funeraria del neandertal al que atravesaste con la flecha –dijo el tío ante el asombro del profesor al conocer su primera víctima mortal–. Aguardemos aquí hasta que termine el funeral….
En ese momento dos hombres de neandertal armados les sorprendieron, pero quedaron ellos más sorprendidos, tanto que no pudieron moverse del miedo.
Sin titubear en ningún momento, el húngaro, que les sacaba más de medio metro a los salvajes, se acercó a ellos y les agarró de los pelos a cada uno, chocando las chavetas después… no sufrieron, cayeron sin más.
–Tu amigo el luchador me da miedo –dijo el profesor dirigiéndose al compañero.
–A mí también, pero ha hecho lo que tú y yo no nos atrevíamos a hacer. Además, se me ha ocurrido algo –dijo.
La idea del tío era colocarse cada uno las pobres vestimentas de los cadáveres y hacerse pasar por ellos… muy típico ¿No?
Pero había varios problemas con los que no contaban hasta que empezaron a disfrazarse, como la diferencia de talla del neandertal y el húngaro, o la dificultad que tenía el inventor de la máquina para moverse sin gafas, lo cual acabó poniéndoselas.
El que más parecía uno de ellos era el profesor, por su abundante pelo, pero tampoco colaba, pues era bastante alto y delgado, justo lo contrario que la otra especie. De todos modos continuaron con el plan.
Tras una hora se acercaron al campamento de cuevas, vestidos con las pieles de los fallecidos, y escondidos vieron que el ritual funerario no había acabado. Se estaba realizando al aire libre, en una de las pocas zonas con tierra.
Lo que más sorprendió a los viajeros es lo extraño del funeral, la cabeza del muerto estaba desprendida del cuerpo y lo enterraban todo junto entre un gran charco de sangre.
Los jóvenes secuestrados, a los que hacía tiempo que no veían, estaban atados en un árbol diferente cada uno, y sus caras estaban literalmente blancas, como si hubiesen visto un fantasma.
El funeral acabó pronto y se llevaron a los dos a la cueva. El tío del chico sabía que iba a ocurrir a continuación dentro de la caverna, por lo que decidió actuar cuanto antes, sobre todo al ver que la mayoría de la tribu se había metido dentro.
–¡Vamos! ¡Tenemos que entrar en la cueva! Armaos, pero no utilicéis las armas a no ser que os ataquen, a lo mejor cuela lo de vestir como ellos –dijo el tío.
–Eso espero, porque estoy pasando un frio… –dijo el profesor con su arco y con un pequeño hacha que había robado a uno de los neandertales asesinados.
Los tres viajeros se acercaron rápidamente a la cueva, pero sin correr. De momento, los pocos neandertales que se encontraban fuera no se pararon a ver a los nuevos.
Pronto se encontraron dentro de la cueva, ahí sí les vieron.
Parte 6:
El primero en avizorarlos fue un niño, que quedó firmemente alucinado con el más alto de los intrusos, pero sorprendentemente, ese niño se fue acercando a ellos hasta quedar delante del musculoso húngaro, después le tendió la mano.
Todo iba bien, el luchador le contestó con una caricia, hasta que la madre del niño vio todo, entonces la escena se ensangrentó. Lo primero que hizo el húngaro fue aplastar la cabeza del niño con la gélida roca del suelo de la cueva, luego hizo lo mismo con la madre, mientras los dos profesores alucinaban en colores… o mejor dicho: alucinaban en rojo.
La cueva se pintó de este color en tan solo unos segundos, todos chillaban, incluso los acompañantes del luchador. Éste era un monstruo, una pesadilla para los neandertales que lo único que deseaban era salir de la cueva, pero el asesino se colocó en la boca de la cueva con el único afán de matar.
–¡Venga! No hay tiempo que perder –le dijo el tío al profesor–, tú vete por esa galería y encuentra a la chica, toma, dale la gameboy que se le calló y luego vuelve cuanto antes. ¡Ah! Y ten cuidado, no está sola. Yo iré a por mi sobrino –terminó de decirle mientras el profesor de historia corría hacia la dicha galería con el arco cargado y apuntando.
No llevaba mucho camino recorrido cuando se topó con un neandertal más robusto que los anteriores, armado con un hacha y cabreado, como si le hubiesen jodido un polvo. El profesor no vaciló, en cuanto le tuvo en la punta de mira frente a frente disparó una flecha que le atravesó el abdomen. El salvaje calló de rodillas, sorprendido por el arma que le había herido, y empezó a sangrar por la boca.
El profesor iba a rematarlo, pero viéndole ya reducido no creyó oportuno hacer de juez con su oponente. Este acto piadoso fue poco acertado, ya que cuando se cruzaron en la galería, el neandertal se impulsó hacia su enemigo con las pocas fuerzas que le quedaban, desgarrándole el cuello con el hacha. El profesor de historia calló al suelo, pero se volvió a levantar, la herida era grave pero si se daba prisa podría haber solución. Mientras tanto el fornido neandertal se rebozaba en el suelo de dolor.
El profesor siguió su camino con una mano en la garganta y con el hacha y la gameboy en la otra, pronto entraría en una cámara donde se encontró a la chica desnuda, con el horror en sus ojos. Intentó decirle quien era, pero de su boca no salió palabra alguna por motivo de su herida en el cuello, por lo que le entregó la maquinita sin más.
Ella quedó sorprendida, sin habla, y él tampoco esperó las gracias, y suponiendo que volvería a casa, se dio la vuelta en busca de sus compañeros, necesitaba volver cuanto antes o se desangraría, pero la suerte no estaba con él, pues el neandertal que había dejado herido con una explosiva sed de venganza había aguantado lo suficiente como para esperar a que se acercase de nuevo y esta vez sí, de forma definitiva, acabar con el profesor de historia, hincando su rudimentario hacha en el cráneo del visitante innumerables veces.
Terminada su tarea se volvió, creyendo que aún tenía fuerzas para salvar a su gente del peligro que estuviesen pasando, pero hacía ya tiempo que los gritos habían cesado y por el contrario, lo que se encontró fue a un gigante cubierto de sangre que le cogió del cuello y se lo hizo reventar hasta que los ojos se le salieron de sus cuencas.
Parte 7:
Por otra parte el tío se había dirigido en busca de su sobrino, que según el relato estaba siendo maltratado por un de los neandertales, en concreto el padre del que se celebró el funeral.
Aunque la galería se dividía en varios pasillos, las voces de dolor del joven se oían desde fuera, por lo que no tuvo problemas en la orientación y pronto encontró la cámara donde se encontraba su sobrino con el torturador.
El chico se encontraba maniatado, tumbado en el suelo bocarriba y con serias heridas por todo el cuerpo, y el furioso neandertal no hacía más que proporcionarle patadas en todos lados, además tenía en una mano un cuchillo con hoja de piedra.
El inventor pegó un grito para llamar la atención del maltratador, que se dio la vuelta de inmediato y se quedó mirando al ser que le había llamado, un ser calvo y con gafas, y lo más llamativo era la espada que blandía.
El neandertal no pudo resistirse a la llamada de esa amenaza, que con furia corrió hacia él sin pensar en las consecuencias, las cuales fueron una cabeza medio decapitada por el duro acero del arma.
–¿Tío? ¿Has venido a rescatarnos? –Dijo el herido casi sin fuerzas.
–Sí, venga ¿Puedes caminar? –Le preguntó mientras le desataba.
–Sí –fue su respuesta, y justo después perdió el conocimiento.
Durante varios minutos fue arrastrando a su sobrino por los pasillos de la cueva hasta que aparecieron delante sus compañeros de viaje, uno muerto a cuestas del otro.
Esta imagen le presentó una idea cruel, irse sin ellos, ya que el profesor estaba muerto y el luchador… el luchador daba miedo, pues sus asesinatos le habían producido un pánico terrible, y ¿Quién se iba a enterar de que abandonaba al húngaro? Su sobrino estaba sin conocimiento.
No lo pensó más, cogió la gameboy, miró a la cara al musculitos y se decidió a apretar los botones, y por primera vez el húngaro dijo algo, una leve palabra, con los ojos bien abiertos de terror que le suponía quedarse allí. Por primera vez tenía miedo. Por primera vez dijo “Ne!”, que significa “¡No!”, y el inventor desapareció con su sobrino.
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