¡Fue amor a primera vista! Hace años ya que pisamos esas tierras mágicas, mágicas para los amantes de los animales, pasión de toda la vida. A mi marido y a mí nos fascinó la cantidad de aullidos de lobo que escuchamos esa noche y juramos que acabaríamos viviendo en aquella aldea del norte de Eslovaquia con paisaje de montañas verdes en primavera y blancas en el invierno, ríos medianos, vegetación muy variada y rica fauna. Pero a nosotros nos atraía en especial ese ser al que habíamos dedicado tantas horas de trabajo, ese cánido escaso que abundaba tanto en aquel lugar.
Por fin, jubilados, ya tocaba cumplir nuestro sueño. Una casa grande de dos pisos más la guardilla y un pequeño sótano, a un kilómetro de la aldea junto a un camino pecuario que bien costaba meter la furgoneta.
Nuestros hijos nos habían ayudado en todo lo posible con la mudanza y ya finalizada esta, se habían marchado de nuevo a Polonia, donde residían y trabajaban y, ahí nos habíamos quedado los dos solos, al fin, a disfrutar.
Era propio de los primeros días introducirse a fondo en el lugar. Nuestras primeras escapadas a la única taberna de la aldea sirvieron para conocer a varias personas interesantes, con las que congeniamos muy pronto, aunque nuestro amor por el lobo no era precisamente el mismo. Es lógico pensar que ellos no lo querían tanto como nos hubiese gustado, pues aunque este animal conseguía atraer a curiosos (como nosotros) que se dejaban dinero en esa taberna, este animal restaba más capital del que sumaba, ya que la remuneración por parte del Estado al pastor por la oveja devorada no era suficiente con las ganancias que podría llegar a darle el animal herbívoro si llegase hasta el final de su vida.
Esa confrontación de opiniones no ponía en peligro una futura amistad, de hecho, todos parecían contentos con nuestra llegada (digo todos porque no eran más de veinte en toda la aldea) y nos querían ayudar en lo posible.
Aunque ya he descrito algo antes, he de decir que dicha aldea se encontraba en un paraje precioso y solitario, a varios kilómetros de otras aldeas similares y a mucha distancia del primer pueblo grande. Cada lunes llegaba un camión que subastaba a la aldea con los bienes más necesarios y que más podían escasear, como el pescado, las cerillas, el papel higiénico… por ejemplo. A parte, cada familia tenía su huerto y su granja y entre ellos (ahora también nosotros) intercambiaban todo. De esta forma se vive bien, pero es trabajoso y cansado.
Un día, en uno de nuestros paseos vespertinos por la sierra, siguiendo un sendero muy estrecho con frondosa vegetación a su alrededor llegamos a un pequeño claro que albergaba una vieja cabaña de madera totalmente abandonada, ruinosa y bastante podrida.
La puerta se encontraba cerrada, pero las ventanas estaban rotas y algunas grietas entre los tablones eran lo bastante grandes como para poder introducirnos. Mi esposo apartó una placa de uralita que tapaba un enorme butrón en la fachada y de él salieron varios murciélagos que nos hicieron caer de culo y, posteriormente reírnos de nosotros mismos. Justo cuando nos incorporamos otro susto nos atacó, pues salió del interior un lobo adulto que, posiblemente asustado, mordió la mano de mi compañero al intentar escapar. A toda velocidad desapareció entre las coníferas. Fue un mordisco mal dado, de refilón, pero suficiente como para hace sangrar la mano de mi marido.
Solo fue un susto. Nos alejamos de la cabaña por miedo a que hubiese más lobos sintiéndose acorralados y enseguida le curé y vendé la mano. Suficiente, volvimos a casa.
Ya llegando, mientras nos reíamos de lo ocurrido, nos encontramos con uno de nuestros vecinos, un pastor que ya volvía a casa. Muchas veces nos topábamos con él temprano, yendo con sus ovejas al monte y otras muchas veces nos lo encontrábamos volviendo, y siempre nos parábamos cinco o diez minutos a hablar un poco sobre cualquier cosa. Este hombre era, aparentemente, el que más odiaba al lobo de toda la aldea, pues según nos había dicho, había tenido muy malas experiencias con este animal, menguando el número de su rebaño considerablemente.
Como es de imaginar, le contamos lo sucedido en la cabaña abandonada para que se riera un rato con nosotros, pero en vez de eso cambió su cara risueña por una totalmente contraria. Nos pidió que le enseñáramos la herida y nos contó algo que no podíamos creer:
“La maldición de estos bosques. El lobo casi nunca ataca al ser humano, pues saldría perdiendo, pero cuando esto ocurre, por un mínimo mordisco que derrame sangre, la persona afectada sufrirá una metamorfosis las noches de luna llena… una bestia, un licántropo. Mitad humano-mitad lobo, con una fuerza descomunal y una agilidad paranormal. También apreciará un hambre fuera de lo común, y nunca entra en razón, solo quiere comer carne y da igual de quién”.
Claro que conocíamos la leyenda del “hombre lobo”, mundialmente conocida y extendida en todos los territorios que albergan a estos animales, pero ¿Cómo creernos estas palabras? Muy serio lo dijo, incluso se apreciaba miedo en sus ojos.
Yo reí tímidamente para romper la burbuja de silencio que se había creado, pero tanto mi marido como este señor permanecieron serios, y este último dijo con firmeza que no estaba bromeando. Después se despidió amablemente, como siempre, y marchó con el rebaño.
Ya en casa mi pareja se mostró indignada. No creía lo que había dicho el hombre, pero tampoco podía creer que una persona con la que habíamos conectado tan bien anteriormente hubiese intentado engañarnos tomándonos por tontos. La única explicación era pensar que ese hombre creía firmemente en su propia estupidez…. No le dimos más vueltas.
Esa madrugada mi esposo se levantó a vomitar y entró en fiebre. En seguida relacionamos su estado de salud con la mordedura del animal, pero no por la mágica maldición ya mencionada, sino por la posibilidad de haber contraído la rabia u otra enfermedad.
A la mañana siguiente nos acercamos al hospital más próximo, a más de treinta kilómetros, para realizar las pruebas necesarias, y el resultado fue tranquilizador, simplemente algún alimento ingerido en mal estado y en rápidamente nos acordamos de nuestra recolección de moras silvestres y su atracón posterior.
Nuestra cabeza se tranquilizó, así que él a descansar y yo a la tarea. Quería fabricar pan y para ello debía conseguir la harina, y esta me la proporcionarían en la taberna.
Nada más entrar en el establecimiento las tres bocas que había allí se callaron y los seis ojos me miraron sin disimular en ningún instante. Raro recibimiento el de mis vecinos que fueron directamente al grano y las primeras palabras que brotaron me interrogaban sobre la salud de mi esposo. Yo les dije que tenía un poco de fiebre por algo que le había sentado mal, pero que estaba bien, y ellos empezaron a volverse locos. Me dijeron que habíamos tenido muy mala suerte al habernos topado con un lobo (parece ser que el pastor se había ido de la lengua) y que el mito no era tan mito como creíamos, pues había habido otros casos, incluso familiares de ellos.
No quise comprar nada, salí a toda prisa hacia la casa. Estaba mosqueada con ellos, pero no enfadada del todo, pues era evidente que se creían lo que decían. No me lo habían dicho con maldad, sino todo lo contrario, aunque no tenía ningún sentido.
La nueva sorpresa fue encontrarme a mi pareja mucho peor de como lo había dejado. La fiebre había subido y no paraba de temblar. Me preocupé bastante y aunque seguía sin creer en la metamorfosis, comencé a informarme sobre los licántropos en Internet, aunque de nada me sirvió, claro. La próxima luna llena sería dentro de dos días… me cabreé conmigo misma al pensar en las idioteces que estaba haciendo.
“No es normal”, me decía mi marido al día siguiente, “no es normal que ayer estuviese al borde de la muerte y hoy me encuentre mejor que nunca”. Aunque había exagerado un poco con eso de “al borde de la muerte”, sí es verdad que el cambio había sido espectacular, y dudo que fuese por los zumos naturales que le di.
Sin dudarlo le conté casi a carcajadas mi extraño encuentro del día anterior con los vecinos en la taberna y, me sorprendió bastante la respuesta posterior de mi compañero, valorando la posibilidad de una transformación. Él mismo comenzó a buscar información y otros casos sobre hombres lobo… se lo estaba empezando a creer… y yo también.
Ese mismo día recibimos la visita de los tres vecinos que me encontré en la taberna. Querían pedir perdón por habernos asustado, pero al ver que mi esposo estaba bien comenzaron de nuevo a contar historias sobre este tema que supuestamente habían ocurrido. No fue muy agradable aquel café, pues la preocupación crecía cada vez más en nuestro interior.
El comportamiento de mi marido era cada vez más brusco. No quiero decir que se comportase de forma agresiva, pero si se podía apreciar un ligero cambio a peor, aunque también podía ser por los nervios.
Más cosas raras: al día siguiente él creía oír, oler y ver mejor que todos los días anteriores de su vida y decía que le apetecía comer más que nunca la carne, extraño, pues nosotros apenas comemos carne, al contrario que la mayoría de los habitantes de nuestro país.
Otra visita recibimos ese día. El pastor se presentó para decirnos que lo mejor era encerrarme en algún sitio esa noche, que ya tocaba luna llena. Fue decir esto y mi marido apareció furioso para decirle que se fuera al infierno con sus cuentos, y cerró la puerta de un portazo. Esta acción indicaba el grado de preocupación que teníamos, pues aunque seguíamos sin creer en esta leyenda, la duda nos consumía.
Casi temblando, mi esposo me dijo que tenía una idea para evitar un desastre en el remoto caso de que fuese verdad. Quería que lo atase firmemente en un fuerte árbol del bosque toda la noche.
A mí no me hacía ninguna gracia, pero sé que no iba a poder hacerle cambiar de opinión, así que accedí a complacerle.
Comió primero y luego salimos al bosque con varios metros de cuerda y cinta aislante. Aún quedaban dos horas para que anocheciese y la luna empezase a verse. Él iba enormemente abrigado, pues aunque los días en esa época no eran fríos, por las noches las temperaturas bajaban considerablemente.
Con fuerza y con firmeza enrollé la cuerda en mi compañero y en el enorme haya que habíamos elegido para que le retuviese en el bosque (he de decir que no estaba lejos de nuestra vivienda). También acabé la cinta aislante alrededor suyo… imposible que escapara de ahí, por mucha fuerza que tuviera la bestia.
Nos despedimos casi llorando y me fui a casa a esperar que se hiciera de noche, y a que esta pasase lo antes posible, pues sabía que no iba a pegar ojo.
Aunque a mí se me hizo eterno, no tardó en asomar la enorme luna, y yo en la terraza, como una loca, escuchando los sonidos del oscuro bosque que me rodeaba. Poco a poco estos sonidos se hacían más intensos y terroríficos. Primero un gran grito, luego mucha agitación y por último un aullido que me hizo llorar… mi marido era un hombre lobo.
Como dije, no pude dormir, solo esperé a que la luna desapareciese y las primeras luces del día iluminaran las copas de los árboles. Agarré un cuchillo (por miedo) y corrí al punto donde debía estar mi esposo….
No, mi esposo ya no estaba. Lo que había en el árbol era una cuerda totalmente destrozada con los trozos de la ropa esparcidos por el suelo calvo que deja la sombra del haya, y sangre. Mucha sangre.
Detrás de mí apareció el pastor, temblando, con los ojos como platos y pidiendo explicaciones a tal desastre. Yo entre lágrimas y desesperación no podía decir nada, pero él enseguida entendió todo, se llevó las manos a la cabeza y empezó a decir “¡Pero qué habéis hecho! ¡Era todo una broma! ¡Una broma! ¡No existen los hombres-lobo! Has atado a tu marido al tronco de un árbol toda la noche y los lobos se han pegado un festín con él”.
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