2. HISTORIETA

No me apetece nada estudiarme la historia de este subcontinente para luego contártela, así que te vas a tener que conformar con una historia un poco mentirosilla, pero vamos, que en algunos aspectos ni los propios historiadores, valga la redundancia, se ponen de acuerdo con la historia, por lo tanto, si te apetece, échate unas risas y no te la creas mucho, que si no te van a poner un cero merecido. Empecemos:

Os presento a Raúl, un nómada más de la época (4000 años antes de nuestro Señor, por ejemplo) que mientras buscaba desesperadamente a las vacas más traviesas de su propiedad se encontró un río muy curioso en medio del desierto, el río Indo, que hoy en día atraviesa de norte a sur la actual Paquistán. Raúl y su familia decidieron asentarse en las orillas de este río lleno de delfines y ostras y así empezar a cultivar (Raúl siempre quiso tener un huerto). Poco a poco la familia se iba haciendo más tocha y fueron creando más y más pueblos, y algunos de ellos se convirtieron poco a poco en importantes ciudades que comerciaban con otras grandes civilizaciones, como Mesopotamia.

Raúl tenía un secreto, el secreto de la inmortalidad, ni las espadas, ni los cocodrilos, ni el tiempo podían matarle, así que pudo ver crecer a sus nietos y a los nietos de sus nietos (y más allá), y también vio como al llegar el año 2000 a.C., mientras se tomaba las uvas con sus tátara-tátara… nietos, unas cuantas sequías e inundaciones (todo a la vez) jodían los huertos y los sembraos en los que tanto esfuerzo habían depositado, pero eso no fue todo, quinientos años después, llegó una civilización de blanquitos rubitos desde Asia central llamados arios que todo lo quería, y fueron destruyendo y/o dominando lo que les parecía oscuro.
Raúl, que era muy listo, cuajó leche de su mejor vaca y se la esparció por todo el cuerpo, haciendo un Michael Jackson, y así consiguió parecer un ario más, haciéndose amigo de ellos y desplazándose hasta la llanura del Ganges, otro río tocho con delfines.

14La esvástica no la inventó Hitlerito.

Menudo batiburrillo de gentes se formó en esta parte del planeta, llamémosla civilización védica… Algo había que hacer, demasiados colores de piel para una sola civilización ¿No? Bueno, pues a los más listos se les encendió la bombilla y empezaron a escribir las Vedas (de aquí viene la palabra “verdad” en castellano), que son las sagradas escrituras de los hindúes (entre el 1500 y el 1200 a.C.), y en estos textos podemos distinguir una clasificación de las personas bastante injusta, esto es el sistema de las cuatro castas:

  • Los brahmanes, la casta más alta, habían obtenido la verdad a través de los Dioses y podían comprender todo el universo, por eso eran los sacerdotes y los más chulos.
  • Los chatrías. Estos eran los políticos y guerreros, los que partían el bacalao, pero no podían ni hablar con la plebe. Su destino escrito era luchar y luchar.
  • Los vaishias. Comerciantes, campesinos y artesanos.
  • Los shudrás, la casta más baja, eran los sirvientes y obreros.

Pero existía otro grupo aún más bajo que no pertenecía a este sistema, pues según las Vedas no se lo merecían (habían sido malos en su vida anterior), estos eran los “intocables”, llamados así porque nadie podía tocarlos, si no sería contaminado. Los trabajos de esta clase social eran los peores, como recoger la caca de elefante, probar las nuevas máquinas de tortura, sacar la basura y tirar cada objeto a su contenedor correspondiente…
Quien nacía brahmán sería brahmán toda su vida e igual para las demás clases ¿Por qué? Bueno, ellos creían en la reencarnación y si nacías brahmán es porque te habías portado muy bien en tu anterior vida, y si nacías animal, shudrá o “intocable” es que habías sido un chico muy malo (el karma). De esta manera, si todos creían en este sistema, los brahmanes podrían evitar las rebeliones.

Raúl había conseguido clasificarse como chatría o guerrero, pues como no podía morir no le preocupaban las guerras u otros peligros. Él mismo luchó contra los persas primero y contra el ejército de Alejandro Magno después, teniendo éxito relativo contra los dos imperios.
En este periodo nuestro protagonista conoció a un hombre sabio muy peculiar llamado Sidarta Gautama (más tarde Buda) que le enseñó a sentir compasión por los demás seres vivos, un sentimiento inédito en aquella época, y de esta manera nuestro amigo Raúl se convirtió a la religión budista y comenzó a tender la mano a otras personas de castas más bajas, aunque luego se la limpiaba, pues seguía algo receloso. De todos modos, para él, proteger a su pueblo significaba usar la espada contra los invasores, y eso es algo que le distanció de Buda, dedicándose mutuamente varios insultos en más de una ocasión.

Como he dicho antes, después de la muerte de Sidarta Gautama, Raúl luchó contra persas y griegos entre los años 500 y 300 antes de Christopher, repeliéndolos. Y justo después, aburrido de ver como se fragmentaba cada vez más en pequeños reinos la tierra donde había vivido tantos años, decidió tomar medidas en el asunto y animó a su amigo Chandragupta Maurya, un cuidador de pavos reales con ganas de emprender una aventurilla, a que reunificara todos los pueblos de este subcontinente. Chandragupta consiguió por primera vez en la historia conquistar casi toda la península, incluyendo el valle del Indo y sus delfines, llamándose Imperio Maurya. A Chandragupta un día se le fue la olla y decidió convertirse al jainismo, otra religión que no le gusta la violencia y que no cree en ningún Dios, pero no por esto se le fue la cabeza, se volvió loco al abdicar en su hijo Bindusara y posteriormente dejarse morir de hambre.
Todo siguió igual en esta generación y Raúl se empezaba a aburrir, así que tramó un plan para subir al trono después de Bindusara, haciéndose pasar por su hijo Asoka (al que asesinó junto a sus hermanos después de la muerte de su padre). Así es como Raúl (ahora Asoka) se convirtió en emperador y, queriendo unificar aún más la península se lanzó de bruces a conquistar un pedacito de tierra que le faltaba (el reino de Kalinga) provocando muerte y destrucción por todos lados y esto le causó dolor por primera vez en su corazón… Volvió a practicar el budismo.
Ahora nuestro protagonista se había convertido en un rey bueno y pacífico. Construyó fuentes, hospitales, templos y zonas para el bienestar de su pueblo y expandió el budismo. Fue muy querido, pero un día decidió simular su muerte para que la gente no se enterase de su gran secreto, por lo tanto emprendió un viaje alrededor de Asia en busca de tranquilidad y meditación, pues quería convertirse en un buda (iluminado).

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Durante más de mil años el territorio indio fue fragmentado en mogollón de reinos y tribus locas que se caneaban entre ellas. Cuando se hacía fuerte un reino los otros se unían y lo destruían y así todo el rato… Aunque eso sí, las artes y la literatura avanzaron mucho en esta época. También se consolidó el hinduismo en primera posición y con mucha ventaja de sus dos rivales principales, el jainismo y el budismo, pues ya te sabes esa célebre frase de la familia Simpson: “No conquistas nada con una ensalada”.

Hacia el año 1200 o así, después de recorrerse toda Asia y parte de Europa, Raúl decidió volver por fin al valle del Ganges. Había aprendido mucho, pero no había conseguido llegar al nirvana que su legendario amigo Sidarta Gautama le había revelado, y eso es algo que le frustró muchísimo abandonando la práctica del budismo y de cualquier religión. Por eso mismo volvió a su tierra, para encontrarse con una religión en pleno crecimiento, el islam.
Resulta que el islam había llegado al norte de la península con mucha fuerza, creando varios sultanatos, pero la avaricia fue rompiendo el escroto de estos pueblos y finalmente nunca consiguieron unir el norte musulmán con el sur hindú, y esta pérdida de fuerzas la aprovecharon los descendientes de Genghis Khan. Los mongoles liderados por Akbar entraron con su ejército de dragones y se hicieron con Delhi en el 1555, y extendieron su imperio por gran parte del territorio indio.
Raúl, que mientras tanto había estado encarcelado en un calabozo en el fuerte de Daulatabad por un intento de golpe de estado, fue liberado de su tortura, pues los musulmanes habían descubierto su secreto y estaba siendo sometido a investigaciones sangrientas de todo tipo.
Nuestro protagonista congenió con los mongoles y colaboró muy activamente con el gobierno de Akbar, siendo nombrado como jefe supremo del consejo de sabios, y así varias generaciones. Fue él quien le sugirió a Sha Jahan I (nieto de Akbar) la construcción de una magnífica tumba para recordar a su más querida esposa, fallecida en su catorceavo parto. Esta obra de arte a la que me refiero es el Taj Mahal.

Viendo que los mongoles perdían fuerza en la India por culpa de las potencias europeas, que ya llevaban un tiempo ocupando territorios de las costas, Raúl decidió observar de cerca estos lugares para investigar sus intenciones. Estuvo varios años trabajando para los portugueses de marinero mercante y traductor, una época en la que pudo conocer Lisboa y otras ciudades europeas y de Oriente Medio.
Tras un naufragio estuvo más de diez años en una isla desierta que hoy en día pertenece a las Maldivas, él solo, hasta que un barco holandés le “rescató”, pero fue convertido en esclavo y trasladado a la isla de Sumatra para trabajar el cultivo… Raúl estuvo muy jodido, él ya había dejado de creer hace tiempo en los dioses, pero por culpa de esto le venía a la cabeza la estúpida idea del karma, pensaba que quizás se lo tenía merecido y por primera vez en toda su eterna vida quiso morir.
Los negreros holandeses, al ver que este hombre no envejecía, lo llevaron de nuevo a la India para que lo viese un famoso sacerdote portugués que hacía de misionero en todo el sur de la península sin mucho éxito. Raúl consiguió escapar e intentó desaparecer durante un tiempo, pues temía más que a nadie a los europeos, pero era misión imposible, mirase donde mirase él veía europeos de muchas clases: portugueses, holandeses, franceses y en mayor medida ingleses. Estos últimos crecían sin parar, sin embargo los otros tres menguaban. Poco a poco vio como los hindúes y los ingleses mezclaban sus culturas y se iba normalizando el ambiente, pero Raúl nunca se fio de estos nuevos invasores a los que odiaba con todas sus fuerzas, pero sabía que no podía enfrentarse a ellos. No pudo hacer más que integrarse en su juego y durante más de un siglo fue creando comercios competitivos de seda, algodón y cardamomo que interesaban a los europeos y así consiguió gran riqueza… Vamos, que se forró con el cardamomo.

Como era de esperar, con el tiempo se fueron creando oposiciones a las empresas inglesas que llevaban el cotarro, pero Raulito no se atrevía a unirse a estas nuevas fuerzas por miedo a ser encarcelado y fue viendo como con los años fue creciendo la crispación y la violencia por parte de los dos rivales. Y ya en el siglo veinte nuestro amigo Raúl dio un paso adelante para acercarse al Congreso Nacional Indio, un partido que pronto lideraría Mahatma Gandhi, el calvito con bigote y de las gafas redondas. A este personaje nunca le conoció en persona, pero simpatizaba con él enormemente y le siguió hasta el fin, tanto en la Marcha de la Sal como en otras protestas.

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Cuando la India consiguió la independencia en 1947 Raúl lo celebró por todo lo alto, pero entró en depresión cuando al año siguiente Gandhi fue asesinado y fue entonces cuando se trasladó a Sri Lanka para meditar de nuevo, sin ninguna esperanza, pero consiguió descansar mientras los hindúes y los musulmanes se mataban en su país partiéndolo en tres trozos a los que hoy llamamos India, Paquistán y Bangladesh.

En 1982 Raúl volvió a la India. Había decidido empezar una carrera como actor de cine en Bollyhood y no tardaría en ser conocido. Su nombre artístico es Aamir Khan (como podéis ver, en Wikimierdas pone que está en la década de los 50, pero no los aparenta para nada). No solo se dedica a esto, pues actualmente, con el crecimiento del turismo, en el mes de Agosto se traslada a la pequeña localidad de Khajuraho, donde los templos del Kama Sutra, para ayudar a sus amigos a vender antigüedades guarrongas a los turistas. Y hasta aquí está escrita la historia de Raúl.


B. DE TAL DESIERTO, TAL SEDIENTO

A las seis y media de la mañana comenzó nuestro tercer día en la India, en la ciudad de Bikaner. Nos costó levantarnos porque se nos habían pegao las sábanas, pero literalmente, cuando conseguimos ponernos en pie pudimos observar nuestra huella corporal en la cama, una asquerosa huella creada por nuestro sudor, y si te acercabas a mirarlo con detalle podías descubrir una gran cantidad de mosquitos muertos en aquella mancha de sudor.

A las siete ya estábamos con Kamal, que nos metió en el coche de una colleja y nos llevó a desayunar a uno de los puestos ya mencionados con anterioridad. Mientras nos bebíamos la Coca-Cola presenciamos algo tan raro que ni Don Kamal sabía que lechugas era. Se trataba de una especie de manifestación en la que solo participaban niñas de unos catorce años. Entonces la gente dejó de mirarnos a nosotros por un instante y empezó a mirar a estas chicas que con una sonrisa en la boca gritaban cosas en su idioma. Cuando esta horda desapareció a lo largo de la calle la gente volvió a hincar sus miradas en nosotros ¡Oh yeah! Volvíamos a ser los protagonistas de la ciudad.

Lo primero que visitamos fue un templo ¡Nuestro primer templo hindú! ¡Qué ilusión! Tres cosas aprendimos en nuestro primer templo. Primero, nunca se entra con calzado, pues los pies son la parte más impura del cuerpo y lo que cubre y protege a esta parte impura es aún más impuro y sucio… Se supone que ese es el verdadero motivo por el cual la peña entra descalza a los templos (no solo hacen esto en los templos hindúes, en las iglesias cristianas y mezquitas, por ejemplo, también entran descalzos).
Segundo, a la hora de moverse en el interior de un templo (y en otros lugares como en museos y tiendas) siempre hay que tomar la misma dirección, la de los chacras, o lo que es lo mismo, en la dirección de las agujas del reloj, justo lo contrario a nuestra cultura, que siempre tomamos el camino de la derecha. Si no te das cuenta de esto y lo haces al revés lo más seguro es que llamen a la policía, te detengan y te metan una paliza en comisaría… No, es coña, en realidad no pasa nada de nada, te puedes equivocar las veces que quieras, nosotros lo hicimos.
Tercero. La gente es tremendamente religiosa. Muchas personas en el templo rezando, tocando las campanitas de sus dioses, con el tercer ojo pintado en la frente… Eso sí, al contrario que los musulmanes, les encantan los turistas que visitan sus templos.

Después de nuestro primer templo nos metimos de cabeza en nuestro primer fuerte, el Fuerte de Junagarh, de color salmón, bonito e imponente. Cada ciudad grandota del Rajasthan tiene uno de estos fuertes, algunos más altos y otros más anchos, pero todos son impresionantes (en general más por fuera que en su interior). Por dentro pudimos ver una zona ajardinada y la arquitectura del palacio (no entramos), también el decorado de su corredor, con un improvisado templo en los laterales de una entrada en forma de arco que custodiaban dos esculturas de elefantes bastante feas, una a cada lado.

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No lo he dicho, pero Bikaner se encuentra en todo el medio del desierto del Thar, lo que significa que el calor ahí es tocapelotas y, aunque era aún pronto no aguantamos mucho más y nos fuimos justo cuando empezaban a llegar otros turistas.

Algo que nos perdimos de Bikaner (nos enteramos luego, sino habríamos ido sin duda) y que vosotros no podéis dejar de visitar es el Templo de Karni Mata o más conocido como el templo de las ratas, pues este animal sagrado abunda en el templo, tal es así que al entrar mires donde mires verás un montón de ratas correteando o bebiendo la leche que los indios dejan en cuencos… Debe ser asqueroso y fascinante a la vez. En realidad este templo no se encuentra en Bikaner, sino en Deshnok, a unos 30 kilómetros de Bikaner.

Bueno, ahora nos tocaba un viajecito en el coche de cinco horas locas hasta Jaisalmer con nuestro amiguete Kamal que cada vez cogía más confianza y ya empezaba a tirarse pedos y eructos en el interior del coche sin inmutarse nada, curioso era que cuando estornudaba sí que nos pedía perdón ¡Menudo risión estaba hecho este chófer!
Una parada nada más para comer un thali de esos con arroz con leche o algo así, aunque en realidad no sabía al arroz con leche que podemos probar en casa. Bueno, el caso es que estaba rico y nos lo comimos con muchas ansias.

Creo que eran las cuatro de la tarde o así cuando llegamos a Jaisalmer, otra gran ciudad en medio del desierto con su fuerte en una colina y alrededor se extendía toda la urbe. Kamal directamente nos llevó al hotel que consideró oportuno sin tener en cuenta el presupuesto que teníamos para dormir, pero él decía que no íbamos a encontrar uno más barato, así que le hicimos caso pagando entre los cuatro las 1600 rupias que pedían (21€ aprox.), de todas formas era un buen sitio, limpio, bonito y grande, pero sabíamos que había sitios mucho más baratos y esto nos hizo desconfiar un poco de nuestro conductor.

Salimos a pasear por las calles de la Ciudad Dorada, pues así la llaman. Teníamos unas dos horicas antes de que anocheciera (en agosto, en el oeste de la India anochece a las siete de la tarde) y nos quedáramos ciegos como los murciélagos gigantes que colgaban de los pocos árboles con los que nos podíamos topar. Nuestro primer propósito fue comprarnos una tarjeta de teléfono móvil para poder llamar a nuestra queridísima familia en España, por lo tanto nos metimos en una de las muchas tiendas de Vorrafon que habíamos divisado en lo que llevábamos de viaje. No solo había de Vorrafon, la otra compañía que competía con esta era Airten… Nosotros elegimos a Vorrafon y hay que decir que no fue una buena idea.
La oficina daba asco del bueno, todo lleno de moscas y cacota por el suelo. Me ofrecí yo para dar mis datos pues era el único que tenía fotos allí. Además de una foto y todos los datos posibles me pidieron una fotocopia del pasaporte. Después de estar aguantando a todas esas moscas nos dijeron que tardaría unas horas en activarse la tarjeta ¿Todo listo? Pues nos fuimos a ver el lago Gadisar, que estaba al lado, pero justo cuando estábamos llegando apareció el hombre de Vorrafon con su moto para informarnos que aún nos quedaba algo por entregar, se refería a una fotocopia de mi visado. Como la tienda con fotocopiadora estaba un poco lejos se ofreció para llevarme en su moto… Este fue mi primer viaje en moto, en la parte de atrás y con un indio pilotando, por las carreteras semiurbanas de Jaiselmer.

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Ahora sí, estábamos los cuatro a la orilla del lago Gadisar, una reserva de agua del siglo XIV con dos islotes, con una construcción (seguramente religiosa) cada una. A su alrededor podías contar dos templos, y a las orillas miles de peces-gato, otro animal sagrado para estas personas, que no dudaban en llevar o comprar pan para engordar a los pescados.
También te ibas topando con vendedores ambulantes que querían que les comprases las mayores mierdas que te puedas imaginar, pero alguna cosa tenían que podía molar, como colgantes, pulseras, estatuillas o algo que Andersen no pudo resistirse y lo acabó comprando (rebajándolo antes, claro), un cuenco tibetano.
Ya volviendo, pero sin salir de la zona del lago, subimos a un montículo donde, desde arriba, podían observarse unas ruinas de no sé qué, y en el horizonte más cercano el fuerte, y en el más lejano vimos al Sol esconderse poco a poco tras la bonita muralla. Se hacía de noche, debíamos volver antes de que apareciese algún hombre lobo.

De camino al hotel no vimos ningún hombre lobo, pero si nos cruzamos varias veces con un animal que casi les hacía la competencia en cantidad a las vacas, estos eran los cerdos callejeros, que se rebozaban en toda la mierda (literal). Nos llamaron la atención estos animales, que raros, eran cerdos grises de un tamaño mediano y con el morro muy alargado, como los jabalíes… ciertamente parecían jabalíes escuálidos y sin colmillos.

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Nada, ya en la habitación nos aseamos y lavamos la ropa y después subimos a la azotea del hotel, pues allí se encontraba el restaurante. Cenamos thali otra vez, ya empezaba a cansarnos, menos a Pamela, que amaba esta comida con todas sus fuerzas.
Después de comer ya no hay mucho que contar, el Moños y Andersen hicieron un poco de yoga mientras Pamela y yo preparábamos las camas.

Pronto caímos rendidos y pronto volvimos a las andanzas. A las nueve de la mañana ya habíamos recogido toda la ropa tendida, nos habíamos aseado, meado, giñado, preparado el macuto y nos habíamos reunido con Kamal, nos llevaría a ver el Fuerte.

Antes de entrar Kamal aparcó fuera y nos dijo que se quedaría allí. Nos aconsejó que no interactuásemos mucho con la gente, pero este buen consejo nos lo pasamos por el forro y con todo el mundo hablábamos.
El interior del fuerte superó las expectativas. Era un gran mercado artesanal, había templos, museos y hoteles, vacas, toros, cabras y ardillas, y por supuesto muchas personitas, ya sean autóctonos o extranjeros… Nos dimos cuenta de la cantidad de españoles (sobre todo procedentes de la provincia de Barcelona) que pisaban estas tierras lejanas. En una ocasión, aún en el interior de este fuerte, nos paramos a hablar con cuatro barcelonenses a los que ya habíamos visto antes en Bikaner. Charlábamos y compartíamos impresiones cuando una vaca con muy mala leche merengada invistió a uno de estos chicos… Sin duda fue unas risas, pero aprendimos que no hay que interponerse en el camino recto de una vaca, por muy mansa que sea.

Otro momento curioso que empezó en este fuerte, pero que nos ocurrió a lo largo de todo el viaje, fueron las constantes peticiones por parte de los indios hacia nosotros de hacernos fotografías (con ellos)… O sea, llegaban con su móvil o su cámara compacta y te preguntaban si podías salir con ellos en una foto. A veces te daban la mano o te tocaban el culete.
Había que andarse con cuidado, porque si decías que sí a alguien se podría formar una cola inmensa de indios de clase media (turismo de interior) que deseaban llegar a sus casas con una foto en la que salían contigo, y eso es justo lo que le pasó a Pamela en este lugar, perdimos en ello unos diez minutos ese día.

Además de pasear por las calles estrechas y hacer fotos a todo lo que se movía, también realizamos nuestras primeras compras. Estuvimos más de media hora para regatear por unas camisas y unos pantalones de esos hippyosos y luego también compramos unos libros.
Sobre las 12 de la mañana ya nos sentíamos realizados, e intentando escapar de nuestro enemigo el Lorenzo fuimos bajando la colina que dejaría atrás al fuerte del color de la arena.

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Recogimos a nuestro chófer que ya había hecho amigos (siempre hacía amigos, creo que los indios lo tienen en la sangre) y le dijimos que queríamos volver a la repugnante tienda de Vorrafon, pues la tarjeta esa seguía sin furular, pero nada, me volvieron a preguntar algún dato y nos dijeron que en tres o cuatro horas ya estaría listo… ¡Mentira! Esa tarjeta nunca se activó y nos la comimos con potaje indio de ese que pica ¿Nos timaron? Puede ser, pero yo creo que no, yo creo que falló algún dato en los trámites, porque muchísimos turistas compran estas tarjetas y suelen funcionar.

¡Basta ya de gilipolleces! ¡Al desierto! ¿Qué es un desierto? Un terreno extenso con apenas vegetación por falta de lluvias. Ya dije que en el oeste de Rajasthan se encuentra el desierto del Thar y tanto Bikaner como Jaisalmer se encuentran en medio de dicho desierto, pero el personaje europeo que quiere visitar un desierto no se conforma con esto (y eso que había casi tantos dromedarios como vacas), él quiere ver dunas, quiere montar en dromedario, quiere escapar de las arenas movedizas, quiere dormir en haimas, quiere que se le aparezca un espejismo, quiere beber del agua de un oasis… Y por eso las agencias de viaje a Rajasthan incluyen siempre una noche en el desierto (refiriéndose al desierto de la arena fina creando dunas) y también un recorrido en dromedario. A nosotros nos incluyeron todo esto a pesar de que dejamos claro que no queríamos montar en este animal, no solo por la estupidez que supone sino también porque Pamela sufre una lesión grabe en la columna producida por un accidente de tráfico hace varios años y, aunque está prácticamente curada, no es para nada recomendable montar en un animal que se mueve como si se quemara las patas al caminar. Pero bueno, incluido estaba en el precio y Pamela decidió probar, pero antes de todo esto había que llegar a este desierto ¿No? Pues sí, estaba a unos 40 kilómetros de Jaisalmer, era un pueblucho de pastores bovinos al que llamaremos Kanoi (no sé exactamente si sería este sitio, pero cerca estaba, desde luego).
Llegamos en hora crítica, a las cuatro de la tarde el sol pone una lupa entre él y tu nuca, te destroza, te deshace, te deja pellejo y se ríe de ti. A esa hora no se podía hacer nada allí, nos lo dijeron los lugareños que se encargarían de nuestra estancia, así que nos sentamos en unos bancos con techado a esperar a que el sol decidiera apaciguar su infierno. Mientras tanto iban llegando más y más turistas, llegando a ser unos diez o más entre franceses, ingleses y nosotros.

A las seis ya era buena hora, pues hay que recordar que en Rajasthan se pone el sol a las siete y se trataba de ver la puesta entre las dunas, por lo tanto cada uno a su dromedario. Al que me llevó le bauticé con el nombre de  «Hamed», en honor al camello de mi barrio.
Pamela aguantó como una campeona encima del camello sin quejarse ni nada y en menos de 20 minutos llegamos a la zona de dunas… Muy decepcionante es poco adjetivo para lo que sentimos. Diré que era un desierto enano, podías contar las dunas con los dedos de la pelvis y todo estaba enmierdecido, lleno de botellas de todo tipo y otras basuras y, por si querías contribuir en la destrucción de este desierto pues nuestros amigos indios se encargaban de venderte cerveza, refrescos, agua (más cara imposible), comida… Te soltaban en el desierto y luego comenzaba el acoso del vendedor.
Nosotros subimos la duna más grande e intentamos relajarnos haciendo un poco el idiota como tocando musicote con el guitalele. He de recalcar que en este lugar a mi hermano el Moños le entró la locura máxima y se tiró por la duna revolcándose por la arena y por las pelotas de caca de camello que los escarabajos peloteros transportaban con mucho esfuerzo, y así es como el Moños se convirtió durante casi un día entero en Sandman gracias a la crema solar que se había aplicado, pues esta hizo el papel de pegamento.

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Al fin vimos la puesta, pero hay que decir que en la India el sol no se marcha por el horizonte sino que empieza a desaparecer antes, tras una capa gris y misteriosa que se puede ver a lo largo y por encima del horizonte. Pero bueno, nos dimos por satisfechos y de vuelta a los dromedarios, porque aunque íbamos a sobar en las dunas debíamos regresar para cenar. Yo volví con mi camellito Hamed y Andersen también galopó, pero el Moños y Pamela prefirieron volver andando sabiendo que el poblado se encontraba a veinte minutos.
Claro está que Andersen y yo llegamos antes que los otros dos, así que nos tocó pillar y guardarles sitio en el patio interior donde cenaríamos y mientras tanto disfrutamos de un bonito espectáculo de música y baile. En aquel lugar había mucha gente de varias nacionalidades, pero los que verdaderamente llamaban la atención eran un grupo de unos siete u ocho españoles de una edad más bien avanzada que nos produjeron en varias ocasiones una vergüenza ajena muy parecida a la que siente un adolescente cuando sus padres se quieren hacer los enrollados delante de sus colegas.
La noche en ese lugar estuvo muy chuli viendo cantar a un niño-gallo y danzar a una mujer india que fue sacando a la gente para que bailase con ella. De nosotros cuatro solo Pamela se atrevió… Fue patético.
También ocurrió algo terrible que enturbió aquella noche tan bonita, pues resulta que de repente una lluvia de escarabajos nos atacó y no te dabas cuenta de que se metían por debajo de tu ropa hasta que te mordían los cabroncetes, y vaya botes pegábamos.

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Después de esto y de cenar nos tenían preparado un carro tirado por un dromedario que nos llevaría a nosotros y dos jóvenes londinenses al desierto de nuevo. El camino fue gracioso porque tanto los ingleses como nosotros no parábamos de tirarnos pedos, echando la culpa al camello hasta que nos dimos cuenta de que dábamos verdadero asco y se acabó la coña.
El indio que nos llevó nos preparó las camas en un santiamén con unos somieres y unas mantas gordas y pesadas y ¡Gualá! ¡Vivac en el desierto!

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