Hoy hablaremos de dos temitas muy interesantes a la hora de darse un voltio por el sur de Asia: el tiempo en los diferentes lugares del norte de la India y los paisajes, tanto urbanos como rurales ¿Preparados? ¡Pues vamos allá joder!
En un territorio tan grande no se puede decir con tanta facilidad –Hace calor y llueve en veranete. Pue no loco, eso vale para la isla de Malta y para el pueblo de tu abuela, pero para la India, con sus 3,3 millones de kilómetros cuadrados, es mejor no aventurarse de esa manera, digamos que el hombre del tiempo tiene que esforzarse un poquillo más.
Simplifiquémoslo y pongamos que la India pasa durante el año tres épocas fácilmente diferenciables: el fresquito, el calufo y el monzón. Ahora nos podemos adentrar un poco en cada una.
La época del fresquito llega con su sonrisa por octubre, y digo con su sonrisa porque es el clima más agradable que se puede sentir en la India. Todo el mundo te recomendará que visites el país entre octubre y principios de marzo (época del fresquito), pero yo no, porque me das igual.
En Delhi las temperaturas van a ser de unos veinticuatro grados de máxima y de ocho de mínima, más que perfecto para darse unos paseos largos sin el agobio del calor ni las lluvias torrenciales. Claro que estas temperaturas solo te valen para Delhi y lugares cercanos porque como te pires a la zona de Cachemira por ejemplo puede que te conviertas en Olaf. Y si por el contrario visitas el sur, mejor que mejor, no te hará falta ni una chaqueta para por la noche.
¿Qué pasa con la época del calufo? Se encuentra entre los meses de Marzo y Mayo e incluso Junio. La gente te dirá que no visites la India en esta época, pero yo no, porque me la sudas. Resulta que en esta época el calor es insoportable, horroroso, espeluznante, asesino… Tu ropa puede salir ardiendo, los dromedarios se derriten. Las temperaturas rozan los cincuenta grados fácilmente en toda la llanura del Ganges, así que no me quiero imaginar que pasará en el desierto, la parte oeste del país.
Si ibas caminando por la India y te pilla esta época solo puedes hacer una cosa, huir al norte del norte. Visita Nepal y Cachemira, que dicen que está muy chulo para cazar abominables mujeres de las nieves, y no mires atrás o el sol derretirá tus ojos de pollo.
A mediados de Junio bajarán un poquito las tempes y comenzará a llover. Y cada vez más, y más, y diluviará, y te caerá un chaparrón, con azucar y turrón. Esto indica que ha llegado la época de las jodidas lluvias, también conocida como la época del monzón. En esta época la gente te dirá que no vayas, que llueve mil, pero yo no, porque me importas un carajo.
Nosotros visitamos el norte del país en esta época, sabiendo que nos íbamos a mojar y tal vez desaparecer en alguna inundación. Nos mojamos mucho, pero no nos llevó la corriente.
En el desierto del Thar no existe el monzón, allí solo hay calor y vacas. Y en la llanura del Ganges el monzón te saluda varias horas al día y, cuando no está aparece Don Solete para colorearte el cogote de rojo bermellón.
Cuando se pone a llover a toda mecha mola que te cagas. Gotas gordas y a toda velocidad que inundan todo lo que tocan formando ríos más tochos que el Danubio (tal vez esté exagerando un poco), los ghats de Benarés se van a tomar por culo, los delfines del Ganges se ahogan, los gatos se mojan, los cultivos crecen al ritmo de las esponjas, se producen unos atascos cojonudos… Es una movida que flipas.
Muy bien, ahora hablemos de los preciosos paisajes indios que no son pocos, aunque todos comparten algo… La basura humana (me refiero a la basura que arrojan los humanos, no a los humanos).
En una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, ocupando una sombra cualquiera en un banco cualquiera ¡Ah no! ¡Qué no hay bancos para sentarse! Pues en algún poyete o el propio suelo ¡Uf, qué asquete! Bueno, ahí sentado a la sombra ¿Qué puedo ver en esa calle?
El suelo es sucio, el aire es sucio, hay mucha basura, papeles, plásticos, cristales, mucho orgánico, charcos de la última lluvia. Todo es asfalto, no hay aceras, el peatón camina por los lados y todo va bien. Incluso en los callejones más estrechos donde parece que no pueden pasar vehículos te encontrarás a menudo motos y rickshaw (tuk tuk), aunque esté petado de andariegos.
Mucha gente en la calle, de todo tipo, niños que van a la escuela con una mochila más grande que ellos, o si es fin de semana puedes verles volando una cometa. Ancianos sentados en cualquier lado, incluso en los montones de basura, mascando la droga esa que les destroza los dientes y les produce cáncer. Motos pitando todo el rato y esquivando personas y animales, grupos de mujeres que van a casa, a comprar o al gimnasio (esto último no creo). Chavales que se han escapado de la escuela y se te quedan mirando mientras te dicen alguna tontería en su idioma para hacer la gracia. Vacas a tutiplén comiéndose las cáscaras de plátano y las chapatis (tortas de harina planas para acompañar en la comida) que la gente les da. A veces están transportando carros, como los burros. Mogollón de perros callejeros arrinconados en alguna esquina. Casi no existen los perros domésticos.
Si miras a los tejados es posible que también veas monos saltando de casa en casa, buscando algo de comer en las azoteas, pues allí todas las azoteas son aprovechadas para comer, tender la ropa o cualquier otra actividad casera.
Las casas suelen ser medianas (salvo en las grandes ciudades, ahí hay de todo, según el barrio), de dos o tres pisos donde vive una familia entera, y con entera quiero decir padres, hijos, abuelos, tíos, mascotas, Alf… Los colores de las fachadas suelen ser cálidos y claros, salvo en algunos lugares como Jodhpur donde el color predominante es el azul. La mayoría de las fachadas están agrietadas y descascarilladas, y las que están en obras… ¡Ay, las que están en obras! La India es una obra constante, verás edificios a medio construir, abandonados y en ruinas, pero lo que más te sorprenderá sin duda son los andamios, pues no son como los que conoces… ¡Son palos! Palos de bambú. Ahí lo dejo.
Muchos comercios. Tiendas de textiles es lo que más hay, pero te puedes encontrar de todo. En las calles y plazas más comerciales lo que más hay además de los tejidos son los puestos de especias, las tiendas de compañías telefónicas, joyerías, mucha plata, tiendas de baratijas, electrónicas, templos para dar y tomar… Si el lugar es muy turístico habrá toda clase de tiendas para los visitantes y como no, restaurantes. Lo que más te puedes encontrar son los puestos de comida rápida, donde podrás comprarte unas samosas u otras fritangas (la gente te recomendará que no compres nada de fritanga en estos puestos, pero yo no, a mí me la pela lo que hagas), y otros productos envasados como bolsas de patatas (siempre picantunas) o chocolates (muy caro).
¡Atención a las peluquerías! Podría hacer un capítulo dedicado a las peluquerías de la India que en realidad no son solo peluquerías. Es todo un ritual. Te cortan el pelo y te afeitan mientras te van dando de hostias. Bofetones y golpes por todos lados e invocaciones a los dioses, por ejemplo. Dirán que es un masaje o que ellos son chamanes, no sé, pero mola verlo…, y hacerlo no puedo decírtelo, ni yo ni ninguno de mis colegas prestamos nuestras barbas a estos peluqueros.
La contaminación acústica es evidente, no existe el silencio en las localidades… Ni en las más pequeñas. En cada coche, moto o tuk-tuk se aprieta el claxon cada cinco segundos o menos, pues es la forma de comunicarse entre los vehículos, los intermitentes que se vayan a la mierda.
En los paisajes más áridos como en gran parte de Rajastán todo es del color de la arena, las casas, los templos tallados, las colinas, la gente, las vacas, el sol, las botellas de agua y hasta tu cámara de fotos. Esto es algo que cansa mucho, aunque no te muevas en todo el día te sentirás cansado.
El desierto es… un desierto, no hay nada, solo matorralejos, dunas, dromedarios, basura, y escarabajos peloteros, y poca agua, por eso una botella te cuesta lo mismo que te puede costar en Marte.
En la ciudad de Rishikesh, al norte de Delhi, el paisaje es totalmente contrario. La humedad, la vegetación y las grandes montañitas de alrededor contrastan totalmente con los paisajes de Rajastán, a quinientos kilómetros. En este lugar parece que si caminas un poco río arriba te encontrarás con Shere Khan, el tigre del Libro de la Selva, aunque en realidad es una zona tope transitada, pero no se nota porque las montañas verdes tapan las carreteras que serpentean por todos lados.
En Udaipur (volvemos a Rajastán) disfrutarás de un paisaje montañoso. Varios lagos decoran la ciudad, que son el gran atractivo de este lugar, además de los centauros, pues dicen que alrededor de la ciudad se encuentran diversos poblados de centauros salvajes.
Sobre el fuerte de Jaipur, también entre montañas, te sorprenderá la gran muralla NO china que se pasea por la cresta de la cordillera, atrayendo a todos los catalanes de España y a otros turistas varios.
Y otro panorama distinto a los demás que pudimos contemplar se encuentra en la ribera del Ganges, más concretamente en las llanuras del Uttar Pradesh, el estado menos industrializado del país, con mogollón de campos de cultivo que aburren durante horas si te pones a mirar por la ventana de un tren que va a 7,4 kilómetros por hora.
D. MEMORIA DE ELEFANTE
¿Dónde nos habíamos quedado? ¡Ah sí! Estábamos en Udaipur, la ciudad de los lagos, llamada así porque hay muchos magos, lo que pasa es que sus habitantes no saben pronunciar la “eme” y lo cambian por la “ele”. Entre los magos más destacados están el Fateh Sagar y el mago Pichola, este último es el más grande y fantástico, conteniendo en medio de toda su magia una isla con un palacio que ahora es hotel de lujo.
En esta localidad también hay otras cosas además de magos, como el gran Palacio de la Ciudad (City Palace), varios templos curiosísimos y adornados con todo tipo de luces y anuncios de puticlubs, un gigantesco parque con un zoo en su interior, aunque hay más animales fuera que dentro (en realidad no entramos, así que no tengo ni idea). También puedes montar en barquita con tu pareja para cuando se despiste introducir su cabeza en el agua sucia y terminar con su vida, puedes cruzar una y otra vez sus bonitos puentes mientras algún indio descarriado te ofrece marihuana, hachís, cocaína, opio, sapos, prostitutas, sangre, cachorritos de delfines del Ganges, masajes, tubos de ensayo con esperma y un largo etcétera. Muchas más cosas hay por ver y hacer en este lugar tan molón, con paisajes fenomenales y con el mismo número de turistas que moscas en tu culo, o sea, un porrón.
A las ocho y media nos levantamos y teníamos la sensación de que nos habían martilleado la mollera, más que nada porque no había parado de llover en toda la mierda de noche y el chorramen de alguna cañería por el tejado del hostal caía en una chapa que se encontraba justo encima de nuestro ventanal, y el ruido que esto hacía era estrepitosamente hijo de fruta.
Dejemos nuestras penas a un lado, que no le importan a nadie, y hablemos de los placeres que vinieron a continuación, que tampoco le importan a nadie, pero que voy a contar de todas maneras. Estos placeres tienen que ver con la alimentación, pues volvimos a ese restaurante que ponía comida continental y allí pudimos pedirnos unos desayunos que empezábamos a echar de menos. Pamela y el Moños se morían por un café, y además se jalaron un par de huevos fritos cada uno. Yo opté por mandar la rehabilitación anti-chocolate a la mierda y me pedí un brownie rico-rico (en realidad me decepcionó) y nuestro amigo Andersen tuvo que conformarse con un platito de arroz y una manzana asada, pues seguía cagando leche con Cola-Cao y necesitaba comida sólida y buena para el stomachache.
Estuvimos un rato relajados en aquella terraza hasta que las moscas empezaron a conquistar nuestros cuerpos, entonces decidimos movernos y visitar el City Palace de Udaipur, un complejo de palacios enorme, el más grande de Rajastán.
Entramos enseñando nuestros carnets de estudiantes, o lo que es lo mismo, nuestros carnets de cartón híper-mega deteriorados de la biblioteca, la más chunga de mi barrio. Gracias a ello conseguimos un ilusionante descuento de no sé cuánto, lo que sé es que nos costó cincuenta rupias por pezón.
Como digo, el sitio este es extremadamente grande, una ciudad en el interior de la ciudad, todo lleno de pasadizos, salones, pasillos, jardines, museos, galerías de pintura, de instrumentos de música, de esculturas… Pero lo que más había eran guardias de seguridad vigilando que, exclusivamente nosotros, no tomásemos fotografías del lugar, pues seguramente éramos los únicos que no habíamos pagado la opción de entrada con cámara de fotos, pero ya sabes cómo somos, además de tacaños nos gusta el riesgo y por eso no dejamos de sacar nuestros móviles para retratar este lugar, y para muestra un botón.
Nada tronco, entre tú y yo, este sitio era muy grande, pero no era para nada espectacular ¿Entiendes lo qué quiero decirte? Pues eso, un palacio muy a lo europeo… Muy visto. Por eso no tardamos mucho en salir y empezar a andar en otra dirección.
Nuestro próximo destino queríamos que fuese un parque que parecía chulete y bastante enorme, se llama Gulab Bagh y nos costó mogollón llegar a él, pues entre los vendedores que nos medio obligaban a entrar en sus tiendas (que en realidad nosotros también queríamos entrar), entre que nos diluvió de camino y tuvimos que parar, y entre que nos perdimos por donde la mierda del suelo era aún mayor, el camino se hizo demasiado largo, y me da rabia que la palabra “largo” no sea más larga para que de verdad pudiese llegar a la altura de su razón de ser.
El caso es que cuando llegamos estábamos cansados y malolientes. En este lugar nos volvimos a encontrar a una pareja de barceloneses que parecía que nos seguían por todas partes porque ya nos los habíamos encontrado en muchas ocasiones a lo largo del viaje. La muchacha parecía maja, sin embargo él era un pedante y un chulillo, así que le llamaremos “el gilipollitas”, mote creado y patentado por el abuelete del grupo, Andersen.
Poco que contar, les sonreímos falsamente, cruzamos algunas palabras que no contaban nada y cada uno siguió su marcha. Esto lo cuento porque nos volveríamos a ver las caras con estos personajes y al final resultaría tedioso.
No solo había un gilipollitas en este parque, también abundaban las diminutas ardillas y los enormes murciélagos. Una vía de tren que parecía abandonada y asilvestrada, un zoo con animales de plástico o al menos eso vimos desde fuera, muchos turistas indios, es más, solo había turistas indios salvo el gilipollitas, su pareja y nosotros. También un jardín con una estatua del colega Mahatma Gandhi y a sus espaldas un edificio que resultó ser una biblioteca. No es de extrañar que las bibliotecas las construyan en lo más profundo de un parque inmenso, lejos de los piiiiiiitidos de los vehículos.
A la vuelta ya era tarde para comer, serían las cuatro y media o así, pero teníamos hambre y paramos en un pequeño restaurante poco lujoso que no parecía que pudiese estar a la altura de nuestras exigencias, pero nos sorprendió y mucho cuando nos llegaron los alimentos. Pasta y arroz de muy buen sabor, la mejor comida hasta el momento en el viaje me atrevería a decir, y con un precio tan bueno que le pudo sacar una sonrisa a nuestras sonrisas.
El caso es que salimos saciados y felices, tanto era así que las horas fueron pasando rápidamente y no sé por qué en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos sentados en una pequeña tienda de perfumes. El comerciante nos empezó a drogar con sus perfumes mágicos y acabamos comprando varios frascos. Cuando salimos ya era de noche y tarde para mis tres compañeros, que habían reservado hora en un garito clandestino para recibir un masaje ayurveda. Yo preferí ausentarme, aún quedaba tiempo para masajes.
Mientras los tres se relajaban y disfrutaban de las ásperas manos indias yo fui corriendo a una tienda de una pareja de dibujantes que hacían postales con dibujos muy chulos para pedirles en mi inglés nivel menos cuatro que por favor cerrase algo más tarde de las nueve y así mis amigos y yo compraríamos algunas de sus postales. Esto me llevó más de un cuarto de hora, pero al final todos nos entendimos. En los cuarentaicinco minutos restantes estuve leyendo en el hostal, pasando por delante del dueño que me hacía preguntas que lógicamente no entendía, yo solo sonreía y balbuceaba hasta que comprendía que yo era retrasadito y me dejaba marchar.
Cuando nos volvimos a reunir todos encontré a mis amigos en un estado de gilipollez máxima, estaban como anestesiados y no respondían a las collejas que les propinaba. Les fui empujando hasta la tienda esa de los dibujantes que, tras una larga negociación para conseguir los mejores precios en sus dibujos acabamos comprando varias postales de las más baratas, pero aun así nos costó una costilla, el descuento conseguido fue pésimo.
Ya era bastante tarde, las calles se habían vaciado de turistas y solo quedaban los indios errantes que te persiguen por las callejuelas para que compres su mierda peligrosa. Y vacas, también había vacas.
Ya en el hostal, el casero, que por cierto, se parecía sospechosamente a Vito Corleone, nos dejó caer que más valía que al día siguiente le dejáramos propina. Esto nos aterró, pero tampoco le dimos muchas vueltas. El caso es que al día siguiente, cuando nos íbamos a eso de las nueve, le dimos el dinero de la estancia y salimos pitando mientras contaba los billetes, para evitar presenciar su mala reacción cuando se enterase de que habíamos sudao de añadirle un porcentaje.
¡A tomar por culo Udaipur! Kamal nos esperaba algo rancio, parecía que seguía un poco cabreadillo con nosotros por no haber aceptado el hostal donde él nos llevó… ¡Pues que le den! La tensión se acremento un poco más cuando Andersen y Pamela, que son los que saben inglés, le comentaron que nosotros también estábamos mosqueados con él porque hacía lo que le salía del badajo, sin tener en cuenta nuestras peticiones. Nos mandaba a los hostales que no entraban dentro de nuestro presupuesto ni con lubricante y tampoco nos llevaba a visitar los puntos más chulos de cada ciudad, pues eso fue lo que nos vendieron en la agencia.
El rebote que pilló no lo pagamos nosotros, sino los pobres camareros de un restaurante para camioneros, que no sabían que ponerle de comida para contentarle. A Kamal nada de lo que le traían le gustaba, todo estaba soso y asqueroso y se quejaba con una vena hinchada en su frente. Nosotros nos reíamos porque resultaba gracioso verle discutir sin sentido, hasta que nos trajeron nuestra comida y descubrimos que nuestro chófer se enervaba con razón. La comida daba mucho asquete-guarrete y además era poca cantidad. Por fin estábamos de acuerdo con kamal en algo.
El trayecto fue largo e incómodo, como casi todos, muchos kilómetros y algún diluvio alargaron las horas de viaje, pero sobre las seis de la tarde atravesamos las puertas de Jaipur, nuestro nuevo destino.
No había tiempo para visitar nada, fue un día completamente perdido que solo sirvió para contemplar paisajes bonicos desde la ventanilla del auto. Pero aún teníamos que encontrar un lugar donde pasar la noche y se volvió a repetir la historieta. Nuestro conductor nos llevaba a los hoteles que no podíamos permitirnos, incluso nos llevó a uno demasiado lujoso diciéndonos que era uno de los más baratos de Jaipur, nada más lejos de la realidad, al Moños casi le da un ataque a la patata cuando nos soltaron el precio.
Al final le dijimos a Kamal que nos soltase y nos dejase buscar a nosotros como hicimos en la ciudad anterior, y eso hicimos. Empezamos a recorrer las oscuras, pero transitadas calles de Jaipur en busca de algún hostal barato. Encontramos varios, pero muchos caros y otros en pésimo estado, y a pésimo estado me refiero a que querían cobrarnos un trastero lleno de cucarachas como si se tratase de una habitación ¡Lo estábamos flipando!
Poco a poco nos íbamos dando por vencidos y paso a paso volvíamos hacia el coche de Kamal otra vez, pero justo antes de llegar encontramos un último hotel en la calle principal que parecía bueno. El precio era asequible y la habitación muy grande ¡Nos la quedamos!
A Kamal, de nuevo, no le gustó nada, decía que era una ñorda y que nos íbamos a arrepentir de haber pillado esa habitación. Nosotros nos reíamos, ya no nos fiábamos ni un pelo púbico de él… Pues esta vez tuvo razón. La habitación era amplia y bonita hasta que te fijabas en los detalles. El baño estaba repleto de hormigas gigantes asesinas que te picaban en la piruleta cuando te duchabas, el aire acondicionado no podía apagarse y hacía más frío que en el país de Frozen, la señal de wifi era prácticamente nula, había mocos pegados por las paredes, los monos miraban por la ventana cuando nos desnudábamos ¿Pero había algo bueno? Sí, podías pedir comida por teléfono y te la llevaban a la habitación, además era baratísimo… Pero esto no arregla lo anterior, que encima no fue una, sino dos locas noches.
Al día siguiente por la mañana todos teníamos un par de carámbanos en nuestras narices del jodido frío y, a parte, Andersen seguía luchando contra sus problemas estomacales. Aún cagaba como helado de cucurucho, pero su aspecto físico era bueno, pues a pesar de su edad está hecho un chaval el colega.
Desayunamos unas galletitas ricas de un puesto cercano al hotel mientras esperábamos a Don Kamal, que nos tenía que llevar a uno de los fuertes de Jaipur, el Fuerte Amber, pero antes de llegar aquí paramos en un laguito (Man Sagar Lake) con mogollonazo de basura en sus orillas y esto atraía a las ratas y a los peces gato esos. Estos animales se apropiaron de toda nuestra atención a pesar de que el horizonte era cojonudo.
Ahora sí, llegamos al Fuerte Amber, subiendo una carretera que serpentea hasta una de las puertas. También hay otra forma de subir, en elefante. Son muchos los turistas que deciden entrar al fuerte por la puerta principal subidos del pobre animal que no hace más que darse paseos cortos de cinco minutos de abajo a arriba y de arriba a abajo.
En el gran patio interior llamado Jaleb Chown podemos encontrar además de elefantes aburridos, a algunos monos saltarines, muchos turistas y demasiadas moscas cojoneras que te persiguen para venderte hasta el último cromo de la Liga 97/98. Son realmente pesaditos, pero en cuanto entras al recinto cerrado (o sea, donde te cobran por entrar) se acaba la tortura de los buscavidas.
La visita estuvo chula, había muchos recovecos, pasadizos, escaleras, jardines y miradores que agrandaban las pupilas, pero los rayos del sol no perdonan y enseguida nos sentimos agotados y sobre todo sedientos… Aunque estaba todo pensado, pues al final de la visita una cafetería radiaba como la nariz de Rudolf. Creo que no hace falta decir que en esta cafetería pijotera nos la clavaron gorda con sus impuestos no integrados en los precios de la carta… ¡Cuidado colegas! Que en la India hay muchos establecimientos gastronómicos con esta estrategia ¡Las tasas no están incluidas en la carta! Y luego te cabreas.
Volvimos con Kamal y de seguido nos subió al otro fuerte, el Fuerte Jaigarh, a lo alto de una colina y por ello conseguía vistas más espectaculares a las del Fuerte Amber. Este era como más original, mucho menos turista y mucho más barato de visitar. A mí personalmente me gustó más.
¡Ya está! Volvimos a Jaipur, la ciudad rosa, para visitar el City Palace, y ocurrió… Aparcamos justo delante del palacio y empezó a diluviar como cuando te levantas a las diez de la mañana después de una noche alcoholizante y te pones a mear mazo y sin poder parar… Pues así, mucho y constante, por lo tanto, después de estar esperando y perdiendo muchos minutejos bajo un soportal decidimos que no íbamos a pasar, pues estos palacios tienen mucho de jardín al aire libre y el enfermito de Andersen no había traído el bañador.
Cuando dejó de llover pasamos un poco de nuestro chófer y estuvimos dando vueltas por la zona, aunque de vez en cuando empezaba a llover y había que correr a algún techado donde se amontonaban los 2,7 millones de habitantes que tiene la ciudad. Nadie quería mojarse la cocorota.
Finalmente nos despedimos de Kamal y nos fuimos a jalar como cerdos al restaurante del hotel, y a Pamela y al Moños se les antojó la mala manía de la siesta española, así que acabamos los cuatro en la habitación, dos sobando y los otros dos tirando pinzas a los monos que pasaban por la ventana, pues algo teníamos que hacer para no aburrirnos.
El caso es que una hora después o así ya estábamos otra vez fuera. El cielo parecía más calmado y así fue. Pudimos visitar el palacio de los Vientos y hacernos fotos con su extraña fachada de fondo. Luego caminamos a lo largo de la avenida Johari Bazar visitando todas sus tiendecitas, era un gran mercado, pero no recuerdo si llegamos a comprar algo allí, pero tan largo y entretenido fue ese paseo que se nos hizo de noche y poco a poco los turistas iban desapareciendo, dando paso a otros viandantes como niños pesadísimos que se hacen los mudos para que sueltes guinda, aunque en realidad saben que les has escuchado hablar antes con sus amigos… Estos pequeños no tienen prisa y te seguirán hasta que te metas en el hotel, como el pez rémora con el tiburón.
Un día intenso que se pasó rapidito. Lo acabamos como acabábamos todos, metidos en una sábana-saco, impregnados de spray anti mosquitos y con el aire acondicionado puesto, aunque en esta habitación, hagamos memoria de elefante, el aire acondicionado congelaba hasta a los pingüinos ¡Silence please! ¡Qué vamos a dormir!