Los Dioses nos acompañaron durante todo nuestro viaje, estaban por todas partes, se manifestaban hasta en los lugares menos pensados… Damos fe de la omnipresencia divina. Los Dioses eligieron India para vivir y convivir con sus fieles ¿Dónde iban a estar mejor? Allí les hacen caso, les miman y respetan, da igual que religión predique, todas valen, en cualquiera se sienten cómodos… La India, el cielo de los Dioses.
Cada cuarenta pasos te encuentras algún templo hindú, que no tiene por qué ser enorme y espacioso, para nada, puede ser un pequeño hueco en cualquier fachada, entre dos tiendecitas, con velas, cuencos con la pintura naranja esa con la que se ponen el punto en la frente, flores, dibujos de vacas y alguna escultura del Dios para cual se ha montado ese templito, porque claro, la religión hindú tiene millones de Dioses y semidioses, o avatares, porque esa es otra, según como interpretes las viejas escrituras puedes creer en millones de Dioses o en uno solo, o en tres… No te ralles, no merece la pena, ahora lo intento explicar mejor, pero primero hablemos de otras cosas.
Tanta gente en la India con tanta historia, tanto pasado en sus tierras que es muy lógico encontrar multitud de religiones conviviendo juntas. Ya se ha derramado mucha sangre por los tantos choques culturales y hoy en día parece que su cansada gente ha aprendido a respetar las creencias ajenas. No digo que todos bailen en corro en plan felices y participando en una orgía conjunta, qué va, existen muchas diferencias, por ejemplo, hay barrios exclusivos de una religión o grupitos de personas que comparten creencias y seguramente no adjunten con facilidad al extraño, pero entre ellos conviven bien, es ley de vida, si no fuese así, la muerte tendría que quedarse a vivir en la India ¡Qué ironía!
– El hinduismo ocupa el primer lugar en el ranking de religiones en la India con una clarísima ventaja, ni más ni menos que el 81% de la población cree en la Trimurti (Brahmá, Visnú y Shiva).
– En segundo lugar nos vamos a encontrar con el islam, que no conformándose con una segunda plaza poco a poco va creciendo. Un 13% de seguidores del Corán se hacen notar.
– Tercer lugar, algo más rezagado vemos al cristianismo rascando el 2,5% de la población india, pero que nadie subestime este bajo porcentaje porque si lo convertimos en número de fieles puedo decir fácilmente 26 millones de personas ¿Te cagaste?
– El sikhismo sigue buscando adeptos para arrebatar la tercera plaza a los cristianos y, no es muy descabellada su ambición, porque cuentan con un 2% de la población. Esta religión mola, entre las cosas guays que tiene está lo de llevar una daga siempre consigo y lo de no cortarse el pelo jamás, por eso siempre llevan un turbante.
– El budismo fue más querido en épocas pasadas, pero hoy en día, tal y como están las cosas se tiene que conformar con un 1%… Tendrán que seguir entrenando la mente para que los demás también quieran encontrar el Nirvana.
– En la cola de las grandes religiones podemos ver el jainismo. Está bien, su 0,5% no cree en ningún diosito y ama la vida de todos los seres vivos, por ello te los podrás encontrar con mascarillas y con escobas para ir barriendo por donde pisan. A algunos no les mola llevar ni ropa, así que van en bolas por la vida… Está bien.
– Las otras religiones que cierran el gráfico son muchas, algunas de las más destacadas son el judaísmo, el zoroastrismo y el curioso bahaísmo, una religión monoteísta que nos dice que todos los Dioses de todas las religiones son el mismo pringao. Nosotros visitamos una de las pocas Casas de adoración Bahá’í que existen en el mundo, el Templo del Loto, en Delhi.
Ahora profundicemos un poco en el hinduismo, y digo un poco porque profundizar mucho va a ser imposible, pero vamos, que con un poco te vuelves loca, tronca.
¿Os acordáis de la historieta que os conté en el segundo capítulo? Toda esta movida empezó en el valle del Indo cuando los arios, muy machotes ellos, comenzaron a empujar a las poblaciones indígenas de la zona y extenderlos (los arios incluidos) por toda la península del Indostán (India, Nepal, Pakistán, Bangladesh y Bután), y como es lógico esto ocurrió más bien lento, por lo que dio tiempo a mezclarse mogollones de creencias de todo tipo ¡Menudo cacao! Por eso las divinidades hindúes son tan raras, porque mezclaban Dioses… “A este le ponemos cuatro brazos, a este tres cabezas, el de tu dios y el de mi dios, a este le colocamos una serpiente en el hombro, y a este tan cutre vamos a cortarle la cabeza y le ponemos esta de elefante, así queda mucho mejor, no va a ligar mucho, pero va a ser un jefe de puta madre”.
Y así ocurrió todo… Hace tanto tiempo que, el hinduismo se considera la religión más viejuna de la historia. Luego empezaron a escribir fanzines eternos, porque no existe un libro sagrado como en las otras grandes religiones, existen muchas antiguas escrituras y poemas, como los Vedas, los Puranas, el Ramayana, el Mahabharata… Este último poema es la segunda obra literaria más extensa jamás escrita (que se sepa), y la primera son unos cuentos, pero no pienso deciros cuales, pa fastidiaros.
La práctica de esta “religión” se basa en estas escrituras y en las enseñanzas de los antiguos hombres santos, que no dejo de imaginármelos desnudos y con una barba blanca con la que podían barrer el suelo ¡Ah! Y con unos cuantos excrementos del Yeti, que dicen que colocan mogollón.
Como esta religión es un cóctel cojonudo es muy complicado entender sus doctrinas y valores y cada cual puede interpretar las cosas como le salga del chichinabo, así que voy a poneros aquí un resumen de sus temas principales, estas movidas todos los hindúes lo creen y lo siguen a raja tanga:
- La reencarnación (Samsara)
- El Karma. Ya sabéis de qué va ¿No? Las acciones malas tendrán fatales consecuencias.
- Moksha. La liberación.
- Dharma. Esto se refiere a las vías o a los propósitos de cada uno. Algo así como ¿Qué vas a hacer con tu vida? Con los “dharmas” estos nos podemos extender bastante, pues hay muchos, pero hablando de los principales: La vía doméstica y la vía monástica.
- La vía doméstica y sus cuatro metas que son “el placer de los sentidos”, “la riqueza y prosperidad”, “las leyes de la vida loca” y “la liberación”.
- La vía monástica tiene como meta la liberación espiritual del círculo vicioso de las reencarnaciones.
También, no ser un mentiroso cabrón, no ser violento, ser honesto, ser pulcro (me río yo de esto), rezar mucho… Forman parte de las normas fundamentales y de la moralidad hinduista.
Voy dejándolo aquí, pero es que esto podría ser simplemente una introducción a la introducción de una introducción al hinduismo, y al fin y al cabo yo soy un guaperas más que no tiene ni idea de estas filosofías enrevesadas que dan dolor de cabeza, así que si te interesa de verdad este tema tendrás que cortar conmigo y buscarte a otro.
Por último voy a comentar algo sobre las principales divinidades hinduistas y daré por concluido este santo tema.
Todo es Dios o todo es un Dios. Como ya he mencionado anteriormente, esta religión contiene millones de Dioses (330 millones de Dioses y Diosas) ¿Por qué? Seguramente porque los hombrecillos de la antigüedad iban caminando por la vida y decían –¡Oh! Una fruta nueva, ha nacido, es magia… Una Diosa ¡La Diosa Luki!– Y más –¡Vaya! ¡Como sopla el viento! Suena y todo, es magia… Un Dios ¡El Dios Vaiu!– O también –¿Qué me pasa? Siento algo especial por esa otra persona, tengo ganas de acariciar su grueso pelo y su peludo culo ¿Qué siento? Es magia… Un Dios ¡El Dios Kámadeva!-.
Ya veis, hay divinidades para todo, pero tres destacan en las portadas, tres son los que parten el bacalao, los guays, la Trimurti. El creador llamado Brahma, el destructor llamado Shiva y el que te protege en la vida, después de ser creado y antes de ser destruido, el protector llamado Vishnu.
Otros Dioses principales son Ganesha (el cabeza elefante), Rama, Krishna, Hanuman (el Dios macaco) y las tres esposas de los Dioses principales, Parvati (de Shiva), Laxmi (de Vishnu) y Sarswati (de Brahma)… Son todos muy peculiares: de colores como el tono azul de la piel de Shiva, con varias cabezas como las cuatro de Brahma o varios brazos como los cuatro de Vishnu. Siempre decíamos que creer en estos Dioses era como creer en los personajes de Dragon Ball, nos los imaginábamos luchando, Vishnu contra Shiva, el primero para proteger al planeta Tierra y el segundo para destruirlo… Pero a pesar de que Shiva sea el Dios de la destrucción se podría decir que es el más querido y venerado en la India, en todos lados está representado, no sé si es por su cara de buena gente o porque tiene a todas las mozas enamoradas, pero triunfa que te cagas.
Por cierto, este Dios tiene una similitud razonable con nuestro querido compañero de viaje el Moños. Aquí podéis ver una foto donde compararles. Muchos indios se lo decían y les gustaba, pues allí es unas risas este tipo de cosas, puedes encontrarte gente disfrazada de los dioses y no pasa nada, solo llaman la atención de los turistas.
Una cosa más. Haciendo caso a la teoría hay que decir que los hindúes solo deberían creer en un solo Dios absoluto, ‘Brahm’, pero en realidad esta creencia no acompaña a los adeptos, que se concentran más en los Dioses secundarios, que en realidad son fantasmas o representaciones de ‘Brahm’, pero bueno, él se lo ha buscado, por disfrazarse tanto.
F. FANTASTIC, MISTER YOGA, YOGA
Chuuuu, chuuuu… Noche corta y en movimiento. Ya estábamos en pie y preparaditos para salir con los macutos, pero el tren no llegaba nunca, nos habíamos despertado a las cinco para nada, porque hasta las siete o así no llegamos a Haridwar.
Haridwar significa ‘puerta de Dios’, es una ciudad santa, considerada por los hindúes como uno de los siete lugares más sagrados de la India, por lo tanto esta ciudad atrae a miles de peregrinos cada día, que se disfrazan, rezan, bailan, cantan, se bañan en el Ganges y lo pasan chupi-chapi. La verdad es que es una auténtica locura merecedora de ser contemplada.
Pues a lo que iba. Sobre las siete llegamos a la ciudad y lo primero que hicimos fue meternos en el restaurante cutre de un hotel porque teníamos verdaderas ganas de desayunar, y en este hotel planificamos nuestro primer itinerario sin chófer.
La verdad es que no teníamos ni idea de nada, no sabíamos que Haridwar fuese un lugar sagrado y que tuviese alguna cosa interesante. Nuestro objetivo anterior era pasar de este lugar e ir directamente a Rishikesh, que era donde teníamos pensado pasar los días siguientes. Al final, gracias a nuestro libro guía (del cual estábamos pasando bastante) decidimos visitar algún lugar de esta ciudad y no nos arrepentimos.
Salimos del restaurante y empezamos a caminar por una calle muy transitada mientras negociábamos con los taxistas de tuk-tuks que nos iban saltando por el camino, porque necesitábamos tomar uno para que nos llevase a las orillas del Ganges, a dos o tres kilómetros, donde estaba todo el meollo. Al final conseguimos que nos transportase por unas cuarenta rupias entre los cuatro, esto no es ni un euro.
Cuando llegamos a este lugar empezamos a flipar en colores, y nunca mejor dicho porque ahí había colores que yo creo que nunca había visto antes. Estaba todo repleto de personas, a veces era complicado moverse, sobre todo con los macutos a la espalda. Ese sitio estaba lleno de locos y no me refiero a los fieles, me refiero a locos de verdad, por ejemplo, recuerdo que un anciano nos seguía todo el rato hablándonos en hindi porque creía que el Moños era Shiva… Y así estuvo mogollón de metros.
Los rituales a la orilla del río se contaban por decenas, grupos extensos de hombres con ropas naranjas, algunos totalmente rapados (salvo una coletita) y todos llevaban flores o adornos para ofrecer al Ganges. Algunas familias llevaban a su vaca a la orilla y la lavaban y limpiaban con muchos mimos mientras esta gozaba de su momento de gloria. Todo nos pareció asombroso. Por cierto, no vimos turistas internacionales por la zona.
Nos habíamos propuesto llegar a una gigantesca escultura de Shiva que se veía a lo lejos, siguiendo el río, y después desaparecer de aquella ciudad, porque era un lugar digno de ver, pero también muy agobiante y eso es algo que debíamos evitar en esos momentos del viaje donde la falta de sueño nos acompañaba como el loco del que os he hablado antes.
Después de esquivar a otros personajos que nos iban apareciendo conseguimos llegar al parque Swami Vivekananda, que era el lugar donde se encontraba la escultura gigante de Shiva y también una pequeña estatua del hombre que da nombre al parquecito, Vivekananda.
Justo en este momento sufrimos el acoso por parte de algunos indios que se acercaban para realizarse fotos con nosotros incluso sin pedirnos permiso, que la verdad es que nos daba un poco igual, pero el agobio y las ganas de descansar nos hizo apresurarnos a la carretera para conseguir un tuk-tuk que nos rescatase y nos llevase a Rishikesh, a unos diez kilómetros.
Aquí fuimos un poco toláis, porque le dijimos que nos llevase a Rishikesh, pero no especificamos donde… Bueno sí, le pedimos que nos llevase al mercado central, pero este lugar no es el que buscábamos. Nosotros queríamos llegar a la orilla oeste del río, al norte de la ciudad, pero lo que no sabíamos es que aquí no podían entrar los tuk-tuks (eso es algo que agradecimos durante nuestra estancia en el lugar). Cruzamos el primer puente que vimos mientras sus paisajes nos dejaban con la boca desencajada… Muy bonito todo.
En esta orilla nos adentramos en un camino de tierra muy poco transitado, tal vez, durante dos kilómetros de recorrido por este camino nos cruzamos solo a cuatro o cinco personas y esto nos asustaba, pensábamos que estábamos perdidillos, pero no, al final llegamos a una carretera pequeña que se adentraba en la calle que estábamos buscando, donde ya veíamos turistas, tiendecitas de suvenires y muchas ofertas de clases de yoga y meditación.
Cansados pero contentos llegamos al hotel que nos habían recomendado, tal vez el más barato de toda la ciudad, pues nos costó 1000 rupias (14 €) a los cuatro las dos noches. Cierto es que el hotel era bastante rudimentario, la habitación sucia, las camas eran tablas, se iba la luz cada dos por tres, pero a nosotros esto nos daba bastante igual, además tenía cosas positivas, un ambiente joven y una vistas espectaculares, y los monos nos visitaban de vez en cuando. Estábamos contentos con nuestro hotel.
Después de comer me quedé tronchao durante una hora en la cama-tabla esa y cuando me desperté mis colegas estaban metiéndome prisa porque habíamos decidido asistir a una clase de meditación.
Esta clase la daba el señor Miyagi, que nos colocó a cada uno en una esterilla y comenzamos a imitarle con sus respiraciones ultra patéticas y movimientos fuera de serie, ‘Dar cera, pulir cera’. Estuvimos ahí haciendo rarezas una hora, a veces nos hablaba, pero ya sabéis, sus palabras solo las entendía Pamela y Andersen, mientras que el Moños y yo le mirábamos y sonreíamos.
Cuando acabamos los ejercicios de respiración era como si flotases, se te dormían las manos y sentías cosquilleos en las pelotas (Pamela no, creo) y Andersen se quedó durante uno o dos minutos hecho ‘plof’, parecía que estaba jodidamente muerto, pero finalmente se reincorporó con una cara de ‘¿Cuántos me he fumado?’ Impresionanting. La verdad es que moló mucho, es muy recomendable.
Ahora un nuevo reto. Rishikesh se encuentra entre montañas y aquí el monzón pasea a diario. Ya había oscurecido y los cielos estaban descargando cascadas de agüita con todas sus fuerzas, pues menuda tromba caía. Esperamos en el local de la meditación a que parase un poco, pero eso no acababa nunca y las calles se iban inundando a toda velocidad… vimos a una vaca que se la estaba llevando la corriente y a un chinito pescando ratas.
Finalmente nos atrevimos, porque a veces somos valientes y todo, y corrimos durante veinte segundos hasta un restaurante que había cerca. Veinte segundos sobraban, en dos de ellos ya nos habíamos empapado y calado como los cerdos en mierda, pero bueno, nos sentamos en unos cojines para transmitirles nuestra humedad y nos jalamos unas buenas pizzas ¡Qué ricas!
A pesar de que aún era pronto el día se nos hizo largo, habíamos mendrugado mucho y pasado gran parte del día en tren, tuk-tuk y andandito con nuestros macutones en la espalda. Teníamos un nivel de cansancio considerablemente alto, ya era hora de descansar, porque la siesta que me había echado sin querer no me había valido para mucho. Queríamos descansar en nuestras nuevas cama-tablas.
Al día siguiente, después de ducharnos y recuperarnos de los dolores de espalda producidos por esas camas, nos fuimos a desayunar en plan a lo grande, pues ya habíamos fichado el día anterior un restaurante con las tres “B’s”, bueno, barato y borracho. No, ahora que digo lo de borracho, en Rishikesh no venden cervezas… en ese lugar no se puede consumir alcohol, solo puedes emborracharte a respiraciones de meditación y a posturas de yoga.
Después del desayuno comenzamos a caminar sin rumbo, primero viendo tiendecicas bonicas de exuberantes suvenires, porque aquí el vendedor o la vendedora no te da la plasta para que compres, tal vez un poco, pero nada que ver con los comerciantes de Agra o Jaipur. Luego seguimos una carretera donde también te encontrabas pequeños puestos de comida y de objetos religiosos y “mágicos” a un lado y a otro, vacas, perros y monos peleando por un trozo de pan de chapati. Era un sinfín de emociones desequilibradas.
Puede que estuviésemos una hora en una placita realizando fotos a unos monos saltarines comiendo plátanos y dando de mamar a sus pequeños bichejos… Son tan entretenidos que podríamos tirarnos un día entero viendo como hacen el gilipollas. Bueno, la cosa es que seguimos el camino cruzando el puente y metiéndonos por calles algo abandonadas de la mano de Zeus, juntándonos con unos críos que no sé qué querían, si hacerse fotos con nosotros o insultarnos en su idioma, el caso es que estuvieron un rato a nuestro alrededor sacándonos sonrisas, algunas falsas y otras no tanto.
Estábamos lejos de nuestra estancia, así que pillamos un tuk-tuk que nos dejó algo más cerca, porque recordemos que estos vehículos no podían pasar al otro lado del río.
El camino hacia el puente se hizo largo por dos motivos principales. Andersen y Pamela son de esos que les gusta mirar y remirar las tiendas y puestos de manera lenta y desesperante, y la carretera esa estaba llena de estos puestos turísticos que vendían pipas camufladas y llaveros de Ganesha, el cara-elefante. Y el otro motivo, quizá más importante… Me estaba cagando y lo estaba pasando mal hasta que me enteré que mi hermano el Moños también tenía el mismo problema, entonces nos despedimos de nuestros dos amigos y realizamos un regreso fugaz hasta el hotel. Una vez allí hicimos lo propio.
Cuando por fin llegaron Pamela y Andersen se llevaron al Moños a las clases de yoga, pues ya habían reservado, y yo me quedé en el hotel tocando el guitalele, o lo que es lo mismo, tocando los cojones a los demás inquilinos… Bueno, la verdad es que hice amigos, estos eran los hijos del hospedador, que me invitaron a jugar al criquet con ellos, pero como soy penoso y ni siquiera me sabía las normas de aquel deporte tan apasionante en la India, pues me retiré pronto mientras me caían encima las burlas de los chavales.
La primera en volver fue Pamela, con un francés que se hospedaba en el mismo hotel y llevaba allí metido varios meses… Los dos venían de las clases más mierder de yoga, pues eran novatos. Mientras que Andersen y el Moños llegaron un poco más tarde de unas clases algo más avanzadas, pues recordemos que el señor Andersen se gana la vida con el yoga… En Rishikesk estaba en su salsa.
Recuerdo que después se puso a llover en plan como llueve allí, mucho, fuerte y poco tiempo, pero estuvimos un buen rato en las terracitas cubiertas del hotel en plan relax, y finalmente nos decidimos a salir a buscar un lugar donde cenar, pero nos decidimos rápido, cenamos en el mismo sitio donde habíamos desayunado. Un par de hamburguesas veganas cada uno y tripota llena.
Ahora habíamos quedado con el francés en un bar cercano y allí estuvimos de tranquis tomando algo (sin alcohol) y tocando la darbuka y riéndonos un poco de la arritmia de nuestro nuevo amigo gabacho.
Ya volviendo al hotel serían las diez de la noche, bastante vacías se quedaban las calles a esas horas y de repente salieron de los callejones un par de perros para enzarzarse en una súper-mega-híper pelea con otro chucho, pelea de la buena, de la de “te engancho y no te suelto aunque me estrujes las pelotillas”. Los pocos indios que había por los alrededores intentaron separarles a hostias, pero como vieron que era imposible prefirieron reírse un poco de los canes, que por cierto uno de ellos estaba pasándolo verdaderamente mal, tenía una oreja medio arrancada y sangre por otras partes corporales, y habría muerto si no fuera por Andersen y el francés, que pillaron unas mantas asquerosísimas del suelo y comenzaron a golpear a los perros con esto, consiguiendo que se soltasen y se separasen en el camino… La verdad es que fue una situación tensa y horrorosa, mientras que los indios parecían pasarlo pipa. En occidente amamos a los perros y ver ese tipo de cosas nos hace temblar de horror. En India veneran a los bóvidos ¿Qué deben de sentir cuando ven a un toro agonizando en un ruedo?
Tras el incidente, ya con el susto fuera de nuestro cuerpo, estuvimos una horilla o así en el hotel escuchando música y hablando de muchas cosas estúpidas en espaninglish con el francés y dos chicas de otra parte del universo. Después… cama-tabla.
Rishikesh es una ciudad mágica sin duda, tal vez donde más a gusto nos encontramos en todo el viaje. Ciudad sagrada, pero no como Haridwar o Varanasi, este es un lugar más tranquilo, para meditar, hacer yoga y a para encontrar el sentido de tu vida. Miles son los que llegan y se quedan meses o años… Los Beatles, por ejemplo, visitaron Rishikesh para aprender a meditar, es un lugar sin igual en la India, donde el ruido mengua casi todos los decibelios a los que nos tenían acostumbrados, donde la contaminación no se encuentra tanto, aunque cierto es que en la rivera se ve mucha mierda, lo de la limpieza urbana es algo que en la India aún no se lleva. El río Ganges no es tan marrón en esta latitud y no es tan descabellado pensar en remojarse el cuerpo. Andersen lo pensó en más de una ocasión.
Uno de los tantos mitos y leyendas que tiene esta ciudad explica por qué Shiva es de color azul, resulta que bebió el agua envenenada del Ganges (en Rishikesh) para así salvar a la humanidad y este veneno le coloreó del tono de un pitufo.
En definitiva, esta ciudad es genial y merece estar en todos los itinerarios de un viaje al norte de la India. Es un lugar mágico para descansar y relajarse unos días de este país caótico (a la vez que brillante).
El Moños y Andersen habían madrugado un montón para asistir a unas clases de yoga reconocidas mundialmente en el mundo yogui. Pamela y yo nos habíamos quedado sobando, había que aprovechar el relax que la ciudad nos brindaba. Aun así a las ocho de la mañana el Moños y Andersen ya habían vuelto y estábamos todos en pie.
Recogimos todas nuestras cosas y preparamos los macutos, pues teníamos la intención de dejar los bultos en algún lugar del hotel para recogerlos a las seis de la tarde que era cuando debíamos partir a la estación de Haridwar. Pero algo salió mal… algo muy inesperado: resulta que el dueño del hotel, que se las daba de tío guay, joven, enrollado y permisivo nos negó el guardar nuestras cosas en sus instalaciones. Las caras que pusimos de “¿Qué me estás contando, tronco?” y las protestas posteriores (todos los hostales anteriores nos habían dejado y no habían puesto ninguna pega) consiguieron que el hombre aceptase meter los macutos en una pequeña cabina hasta las cinco de la tarde. Lo conseguimos, pero nos mosqueó bastante.
Con mala cara salimos de allí para empezar a subir a lo alto de una torre-templo. Nos descalzamos y na, a ver figuritas de los Dioses y a tocar campanas, pues al lado de cada figurita siempre colocan una o varias campanas para que el fiel la haga sonar si es que venera a dicho Dios… Sobra decir que nosotros campanilleábamos todas, con lo que mola llamar la atención.
La parte más alta tenía vistas estupendas, y además había un gurú de esos chalados que te preguntan todo sobre tu vida y te hacen rituales rarísimos para acercarte a algún Dios. Pamela fue la única que se ofreció, pero se levantó y se fue cuando este empezó a hacer gestos de “money, money”.
El resto de la mañana la pasamos de tienda en tienda y solo contaré dos anécdotas que destacaron sobremanera.
Primero, nuestro amigo Andersen hizo algo verdaderamente asquerosito, se dejó toquetear por un ‘limpia-tímpanos’, uno de esos que van deambulando por la calle con una cajita diciéndole a todo el mundo que necesita una limpieza de oídos… Pues eso, Andersen pagó por ello, y le sacaron tanta cera como para hacer la competencia a cualquier fábrica de velas.
Y segundo, en una de estas que estábamos haciéndonos un ‘selfie’ en el puente más chulo de Rishikesh, nuestro compañero el Moños recibió una humillante cornada de una vaca cabrona en lo que podemos llamar ojete, haciéndole verdadera pupa. Yo me reí, los demás también, el Moños no.
Después de comer volvió a ocurrir, saltábamos de tienda en tienda y eso nos desesperó al Moños y a mí, que no somos mu de comprar, así que nos separamos durante un par de horas, unos compras y otros paseo.
Me fui con el Moños río arriba, adentrándonos un poco en una zona más selvática, siguiendo una carreterucha con poco tránsito de vehículos motorizados. Pasaba más gente andando, sobre todo extranjeros.
No pasó mucho cuando nos encontramos una especie de vertedero (si la India en sí es un vertedero imaginaos como estaría la cosa) entre la carretera y el río, bajo los árboles. Daba asquito, pero los monos lo aprovechaban al máximo, era su reino y nos lo demostraron poniéndose a la defensiva mientras pasábamos por al lado. Solo les faltó cantar la cancioncita de “Quiero ser como tú” para vernos metidos en una de nuestras pelis favoritas de la infancia.
Cerca de este lugar nos sentamos en una esterilla del Moños que se acababa de comprar y observando el Ganges y hablando de todo un poco nos empezó a chispear… Eran las cuatro y media, nos quedaba media hora para volver al hotel y pillar todas nuestras cosas. Nos esperamos lo peor, por eso volvimos en modo rápido.
Nuestros malditos presagios se hicieron realidad y cuando ya estábamos cerca del hotel empezó a… Bueno, ya sabéis qué y de qué forma. Las cataratas Victoria en nuestras cabezas creando ríos más caudalosos que el Nilo. Nos cubrimos en un techadillo, pero ya eran las cinco y debíamos llegar al host, así que nos re-duchamos hasta llegar, y al tiempo llegaron también nuestros dos amigos igual de empapados. Cubrimos nuestras cosas con impermeables y a la espalda. Esperamos un poco a que las gotas perecieran y salimos a toda leche con un miedo terrible a que Brahma tuviese de nuevo ganas de mear. Ocurrió, pero por suerte ya habíamos llegado a la zona de los tuk-tuks y habíamos conseguido uno que nos dejaba el trayecto hasta la estación de tren de Haridwar a un buen precio, aunque compartiendo con otros clientes, por supuesto.
El viaje fue eterno y horroroso. Como he dicho, se puso a diluviar de nuevo y algunas carreteras estaban cortadas, los vehículos se amontonaban, nos mojábamos, el conductor iba a toda mecha, como los de Santa Justa Klan y temíamos por nuestra vida… En fin, un horripilante viaje. Incluso llegamos a pensar que perdíamos el tren, pero no, no llegamos con tanto tiempo, pero llegamos bien.
Solo nos dio tiempo a comprar unas lentejas y unas patatuelas de bolsa para cenar, pero bueno, ya estábamos acostumbradillos a pasar hambre, no había problema.
La verdad es que nos acostamos pronto, ya que no había mucho que hacer y nuestros compañeros de compartimento eran mayorcetes y se tumbaron rápido en las camas de abajo, que son las que se hacen sofá… Por lo tanto nos echaron a las camas de arriba, que son más incómodas y no pudimos hacer más que sobar… Bastante incómodos, pues no sabíamos dónde dejar los macutos y los subimos a nuestras camas, así que te puedes imaginar.