9. FUEGO EN LA GARGANTA

Hasta una tarta es fuego en la garganta. “Picante, si no, no es comestible”, debió decir algún indio de la antigüedad con cabeza de dragón. Si no te gusta el picante lo llevas claro, chaval, no vale de nada pedir tus platos sin “hot spicy”, pues no te harán ni caso.

Bueno, esto era una entradilla muy a tener en cuenta, por eso lo coloco ahí de primeras, para que veas que pienso en tu salud, pero aparte de ello tengo que comentar que la gastronomía india es amplia, vegetariana casi 100%, apetitosa y rara… para nosotros.
Es amplia porque tantas invasiones han dejado una rica huella y porque este país es demasiado inmenso, así que podremos encontrar importantes diferencias entre norte, sur y costa. En el norte seco y caluroso vamos a toparnos con platos basados en el cereal… el trigo, la cebada, las lentejas, los garbanzos, etc. En el sur se produce mucho arroz, por lo tanto sus platos llevarán mucho de esto. En algunas ciudades de la costa es normal encontrarse en sus preparados el pescado y el marisco, pero quitando estos lugares costeros apenas encontraremos carne en los menús.

Varias religiones que aquí funcionan (por supuesto el hinduismo es una de ellas) predican la no violencia, por esto mismo no se come carne, es lógico, incluso los musulmanes y cristianos que aquí hacen vida tienen esto bien metido en la cabeza y son pocos los que se permiten alimentarse de los animalejos, y estos serían, por orden de demanda, el cordero, el pollo y de manera casi inexistente la carne de cerdo… y por supuesto la vaca nunca ¡NUNCA! Eso sí, en la India la carne es cara, así que si tú eres un viajero carnívoro y tacaño tendrás que sufrir hagas lo que hagas.

Las chapatis son unas tortas de harina y sin levadura cocidas, aunque hay muchos tipos de tortas según la forma de preparación, si se fríen, si se hacen con levadura…. Este alimento es básico, está en todos platos para acompañar, empujar y rebañar el plato. Durante los diez primeros días de viaje, que era cuando nos alimentábamos de comida india, caían más de cuatro chapatis al día por cada uno, para que os hagáis una idea. Por cierto, estos panes no suelen ser picantes, y eso es bueno.

Según los indios, el picante no hace daño al estómago, y además mantiene un equilibrio corporal tanto en verano como en invierno, por eso utilizan tanto estas especias del infierno (guindilla, pimienta roja y negra, jengibre…).
El cardamomo, el comino, el coriandro y varios tipos de pimienta son las especias dominantes que se utilizan en cada plato. Se muelen todas arrejuntadas y se consigue eso tan famoso, el curry (gáram masala), uno de los símbolos de la India, el país de las especias.

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El té por aquí lleva leche, menos en Cachemira, pero en el resto de país verás que el té que te ofrecerán a diario lleva leche, le echarán anís, jengibre, canela, cardamomo… pero siempre leche. Y hablando de leches, el yogur, al igual que las chapatis pueden ser inseparables del plato principal, de forma natural, con azúcar, plátano, pepino, patata hervida… yo qué sé, le echan de todo.

El dulce está más rico que el salado, al menos para mí, si me quitáis el chocolate mato ¡Mato! Pues parece ser que los indios son un poco como yo, les encanta lo dulce, así que en muchas ocasiones te darás cuenta de que sirven primero el postre, pues prefieren comer lo rico primero, que es cuando tienen espacio de sobra en el estómago… es que son más listos.
En sus postres más chulos encontraremos el arroz con leche o los fideos con leche, el phirni, un helado de leche y pistacho llamado kulfi.

La mujer prepara la comida y sirve a su marido y a los hijos, ella comerá después, cuando todos se hayan saciado, eructado y valorado el trabajo de la cocinera.
“yutha” es la palabra que utilizan allí para referirse a un alimento o bebida “contaminada”, o sea, que ya ha sido probado por otra persona… eso no se come, está contaminado, y aunque te estés muriendo de hambre no debes comer los sobrantes de otra persona, por eso los indios no acostumbran a dejar sobras.

Pakoras, samosas, vada, chat papri… son algunos alimentos fritangosos que podréis encontrar en los miles de puestos callejeros que te encontrarás, como ya he dicho en alguna ocasión.

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Bueno, todo esto está muy rico, los platos son sabrosos, pero tanto curry, tanto picante… siempre ese batiburrillo de especias hará que tu cuerpo se canse de ello e incluso podrás llegarlo a aborrecer, como nos pasó a nosotros, así que tendrás que cambiar tu alimentación para que esas especias no sean cada vez más odiadas. El plan B es la llamada allí “comida continental”, que viene a ser los platos típicos occidentales… pasta, hamburguesas (veganas), platos de arroz, pizzas, etc. En todas las ciudades encontrarás mogollón de restaurantes que ofrecen en sus cartas este tipo de alimentación de la cual te quedarás asombrado en varias ocasiones, pues siempre tienen su toque indio ¡Picaaaanteee!

Hablar del agua es importante: No consumas de los grifos ni de las fuentes callejeras, no te laves los dientes con ese agua. Compra siempre botellas y si puede ser de marcas reconocidas como «Bisleri«, pues otras podrían ser rellenadas del grifo y meterte una diarrea para el cuerpo de la que nunca te recuperarás.

El precio y la calidad depende siempre del lugar donde te encuentres: ciudad, zona rural, restaurante de gasolinera, puesto callejero, zona turística… te encontrarás con mucha variedad de precios, pero por lo general te resultará barato si llegas desde un país europeo. A nosotros, en varias ocasiones, los lugares que nos marcaron por la buena calidad de sus alimentos fueron donde pensamos que iba a ser todo lo contrario… los mejores espaguetis me los comí en un puesto de la calle, y el lugar donde mejor comí fue en un restaurante de mala muerte, así que no te fíes mucho de las apariencias.
También es digna de mención la calma que se toman para cocinar y servir, es desesperante, puedes llegar a estar una hora esperando hasta que llega tu comida. Muchas veces llegamos a pensar que se habían olvidado de las comandas, pero no, es que van con calma, son así y hay que acostumbrarse, porque si no, lo vas a pasar mal, colega.


I. DESENLACE

Al igual que la mañana anterior, me costó levantarme de la cama por culpa del cansancio acumulado que corría por mis venas, pero bueno, era de esperar.
Recogimos todo-todito y dejamos los macutos en un zulo que el hostal nos proporcionó hasta la hora que tuviésemos que abandonar Khajuraho. Después desayunamos en el antro-restaurante del día anterior, no sé, le cogimos cariño al camarero, así que le dijimos que volveríamos para almorzar… y nos guiñó un ojo.

Tocaba montar en nuestras motos, con nuestra chupa de cuero, nuestras botas y nuestras gafas de sol, dejando al aire el gigantesco tatuaje de nuestro musculoso brazo. Nos creíamos los reyes de la ciudad ¡Éramos los reyes de la ciudad, joder! Todos nos miraban con temor… nada más lejos de la realidad, pues creo que dábamos pena, la gente nos miraba y se reían cuando intentábamos arrancar las motos cascadas, que hasta el quinto o el sexto intento no lo lográbamos. Pero nos daba igual, chaval, nosotros solo queríamos visitar a los escolares de las montañas, un colegio creado para estos niños con pocas oportunidades.

Llegamos a esta rústica escuela de paredes azules y agrietadas y en su interior varias clases enanas y con muchos niños. Estos cachorros se sentaban en banquitos o en el suelo, con uniformes casi todos y de diferentes edades. Las profesoras sentadas en una silla explicaban la lección del día.
Aquí estuvimos largo tiempo entreteniendo a los pequeños, que no sabían si saludar o pasar de nosotros, pues parecían acostumbrados a las visitas de hippies con dinero y caridad, y se confirmaron las sospechas cuando el director nos dio un cuadernillo para firmar donde se archivaban mogollón de recomendaciones y frases… las dos últimas habían sido escritas el día anterior.
Como era de esperar el director intentó que colaborásemos económicamente con la escuela, pero lógicamente nos era imposible en la etapa final del viaje… estábamos secos.

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Volvimos a nuestras motos y ahora no sabíamos muy bien que hacer, así que miramos un folleto que teníamos con un mapa y decidimos visitar la Ciudad Vieja ¡Al ataque! Nos fuimos pitando (literalmente) y solo paramos para ver a unos chavales jugando al críquet, pues teníamos curiosidad.
Llegamos a este lugar de Khajuraho y ya empezaron a venir moscas para que viésemos sus pequeñas tiendas familiares y demás… pasamos un poco de la gente y comenzamos a patearnos las callecitas, menos sucias de lo que nos tenían acostumbrados. En el camino nos encontramos mujeres lavando la ropa en los grifos callejeros, viejos jugando a extraños juegos de mesa, vacas y otro colegio en el que nos obligaron a entrar para verlo y para intentar convencernos de ayudar económicamente.
Esta escuela estaba mucho mejor que la anterior en cuanto a infraestructura, más aulas, más niños, habían sillas y pupitres. Estos habían tenido más suerte. Tal vez habían convencido a más turistas generosos… Me alegro, a los niños se les veía aplicados.

Lo último que hicimos en la Ciudad Vieja fue visitar una de un anciano que nos invitó a pasar, donde había un perrito, un salón con fotos y un enfermo terminal y después nos fuimos de nuevo a por nuestras motos, que estaban aparcadas frente a una tiendecita (que por supuesto nos obligaron a pasar).

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Volvimos a la zona del mercado, pues doña Pamela y don Andersen querían hacer compras eróticas antes de marchar definitivamente a Delhi, por lo tanto el Moños y yo estuvimos descansando a la sombra de un templo, de cháchara con una pareja de barceloneses cincuentones, intercambiando aventuras y experiencias ya pasadas del viaje… se nos hizo tarde, había que comer.

Después de jalar (en el mismo lugar donde habíamos desayunado, como os dije) dimos la última vuelta de 20 minutos en moto, hasta que llegó la hora de devolverlas. Andersen casi se echa a llorar, pues conectó de una forma espiritual con aquel vehículo.
Ya no había tiempo para mucho más, por lo tanto recogimos nuestros macutos y negociando un poco conseguimos un tuk-tuk que nos llevó por cuarenta rupias hermosas a la estación de tren, y por primera vez llegó el convoy antes que nosotros… casi no nos dio tiempo ni a comprar galletitas para cenar.
Una vez dentro pasamos el rato tocando el guitalele y hablando con una muchacha que trabajaba en una de las muchas reservas de animales que existen en aquel país. Ahora nuestra única preocupación era encontrarnos con aquellas odiosas cucarachas, pero nunca aparecieron, así que todos contentos. Después de las galletitas circulares caímos redondos, hasta que llegaron unos viejetes indios a las camas de abajo que no paraban de hacer ruidamen por todas partes con sus pedos… la noche fue turbia y olorosa, de hecho recuerdo que todos nos despertamos en alguna hora perdida de la noche porque uno de los viejos se puso a chillar como un condenado cabrón, en sueños supongo, pero no dejó de gritar hasta que su mujer le calmó de un bofetón. De todas formas si no hubiese sido por ellos no sé qué habría ocurrido al llegar a Delhi, porque no nos pusimos la alarma y nos tuvieron que despertar etos viejos, así que en paz.

No nos dio tiempo ni a beber ni a mear, tronco, y así comenzaba nuestro último día en la India, el principio del final. Los taxistas empezaron a acosarnos de manera loquísima, casi se pegaban entre ellos, parecía que no habían visto turistas desde hace mucho… y había tantos conductores (cientos) que el agobio era obligatorio. Lo que hicimos fue salir de aquella zona infestada de moscas y pillar un tuk-tuk barato a la agencia.
Una vez allí dejamos nuestros macutos al personal que estaba de guardia y nos fuimos a desayunar hasta que abriesen las oficinas, pues aún era muy pronto, y aunque los indios son madrugadores leales, también son baguetes por naturaleza.

Desayuno rápido en una cafetería modernilla con trabajadores rancios y comida rancia, pero todo nos valía después de llevar varias horas sin jalar nada. Como digo, no tardamos mucho, solo hicimos tiempo hasta que abrieron la oficina de la agencia y nuestro comercial (el que nos había vendido todo el cotarro) llegase.
Nada más verle expresamos nuestro descontento con un tema que nos había atormentado durante los dos últimos días cuando Pamela había visto en su cuenta bancaria que esta agencia se había llevado una comisión mucho mayor a lo que nos habían dicho… como no, el hábil vendedor lo negó todo y le echó la culpa a nuestro banco en España. Nos imaginábamos que nos saldría con eso, porque no teníamos forma de comprobarlo hasta que volviésemos.
Bueno, nuestra cara de enfado consiguió que nos guardasen los macutos ese día mientras recorríamos la ciudad con un chófer que no era Kamal, pues este, como es de comprender, no querría vernos.

El nuevo conductor era también de mediana edad, algo más serio que el anterior, con la voz de pito, fuerte, hablaba mejor el inglés… en el poco rato que estuvo con nosotros descubrimos que molaba más que Kamal, pero en un día nunca se sabe, la primera impresión está guay, pero no es la definitiva.
El caso es que comenzamos nuestro tour por Delhi, el último de todo el viaje… manda «coyons» que fuésemos a conocer la capital del país el último día de viaje habiendo estado allí dos veces anteriormente, pero da igual, qué más dará, todo el mundo nos decía que Delhi no es imprescindible.

Así ocurrió que la primera parada fue en el Fuerte Rojo y no quisimos pasar, pues dicen que es idéntico al de Agra y, claro, tampoco es plan de derrochar rupias, aunque fuese el final del viaje. Así que lo que hicimos para suplir ese espacio fue visitar dos templos cercanos que estaban muy chulos, aunque es cierto que ya nos salían los templos hindús por la nariz.

La siguiente parada fue en un parque tocho con lago, museos, monumentos, ardillas… típico, pero la novedad es que estaba súper bien cuidado. No había nada sucio, nada de ruido y de vez en cuando te encontrabas a algún guardia con metralleta que te miraba fijamente (esto no molaba mucho). Este bonito, pero simple parque estaba dedicado a Gandhi y aquí se encuentra un monumento de mármol llamado Raj Ghat que recuerda que en este punto exacto fue incinerado el colega Mahatma, donde siempre permanecerá encendida una llama (un monje se encarga de ello, y si se apaga la llama se lo cargan).

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Turno del Akshardham, nuestra tercera parada. Impresionante complejo de templo del cual no tengo fotos que enseñar porque no dejan pasar ningún tipo de aparato electrónico, incluido el móvil y el reloj, pero podéis ver imágenes en Google, eso seguro. Es muy moderno, se inauguró en el año 2005. La entrada es gratuita y las bocas abiertas están aseguradas.
El templo principal se encuentra en medio del complejo. Un edificio de piedra arenisca, tallado de los pinreles a la cocorota. En su base y alrededor de esta podemos ver unos dibujos grabados dedicados a la figura del elefante, tan importante para esta cultura, y si damos la vuelta por fuera al templo atendiendo a estos grabados nos daremos cuenta que cuentan historias mitológicas referente a este animal. Como ya he dicho, es impresionante… y por dentro también lo es. No dejéis de visitar este lugar cuando paséis por Delhi. Además hay jardines, fuentes, teatro, cine… y restaurantes y tiendas típicas de los museos, pero no se suben a la parra con los precios. Sin duda, para mí, el Akshardham fue lo mejor de Delhi.

Por último visitamos el Templo del Loto, una de los pocos lugares de adoración Bahá’í en todo el mundo (en el apartado que escribí sobre las religiones en India hablo un poco de esta). El edificio es grande, raro e impresiona, pero por dentro no tanto… en definitiva: mola verlo, pero tampoco es una cosa muy molona, sin embargo nos quedamos más rato en el museo de al lado conociendo de qué iba dicho popurrí de religiones.

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Ya está todo, nuestra última ruta había concluido y aún seguíamos vivos. El conductor nos dejó en la oficina de la agencia y allí pedimos con algo de morro (como ellos hacen cuando te timan) un conductor que nos llevase al aeropuerto a las ocho y media de la tarde/noche… lo conseguimos. Pero mientras tanto (aún quedaban unas horas) nos fuimos a buscar un Pizza Planet, pues si recordáis estábamos enganchados a un postre que probamos por primera y última vez en Agra.
Dimos mogollones de vueltas a la parte pijotera de Delhi hasta que al fin encontramos la pizzería deseada… pero nuestras almas nos abandonaron cuando el camarero nos dijo que no les quedaban postres.

Salimos de allí con la cabeza agachada buscando un tuk-tuk que nos llevara de nuevo al Main Bazar, donde comeríamos una hamburguesa con patatas en una azotea mientras veíamos como se ponía el Sol. Todo parecía muy bonito, pero teníamos taaaanta prisa y los cocineros tardaron taaaaanto en servirnos que los nervios nos atacaron sin piedad.
Poco tiempo teníamos hasta las ocho para hacer las últimas compras del viaje, los regalos a los seres queridos, las adquisiciones propias, recuerdos, enfermedades que llevarte a tú país, suvenires de todos los colores… estos se fueron por un lado y yo me fui por otro, buscaba cosas concretas que finalmente no encontré y tuve que pirarme a la oficina de la agencia sin ello.
Llegué antes que mis amigos, pues cuando compran son así, se pierden en el tiempo. Mientras tanto conocí al conductor que nos llevaría al aeropuerto (muy sonriente, pero no tenía ni chuta idea de inglés… como yo) y cargamos el coche con nuestros macutos. Después, mientras esperaba, me uní a Pilota (recuerden, el cabroncete del primer día que nos había endiñado la agencia) y sus secuaces a una ronda de cervezas.

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Al fin vinieron mis colegas y sin pestañear montamos en el carro y directos al aeropuerto. Una vez allí nos despedimos del conductor en modo bronca porque él quería más propina de la que le dimos y nosotros, lógicamente, no se lo íbamos a dar, pero en fin… ya estábamos en el aeropuerto.
Poco más que decir de este día. Con el poco dinero que nos sobraba nos cenamos unas samosas y nos metimos en el avión, después de pasar las mil y una medidas de seguridad, tan eficaces como innecesarias. Ya estábamos volviendo amigos.

Intentaré ser breve en el final. Los tres vuelos se hicieron eternos, cada cual peor. El primero hasta Abu Dhabi lo pasamos roncando, despertados solamente por las azafatas cuando querían darnos la comida. Una vez en los Emiratos Árabes no había opción de salir, pues el siguiente vuelo salía en una hora, pero mejor, pues no queríamos volver a sentir aquel calor del infierno.
El segundo vuelo, el más largo, fue peor que el anterior no solo por la distancia y el tiempo, sino también porque no podíamos dormir (al menos yo no) y lo pasé viéndome un par de películas, así que dentro de lo malo… no estuvo tan jodido.

En Dusseldorf sí que teníamos cinco horas de espera, por lo tanto nos fuimos a comernos un kebab a la zona centro de la ciudad, pero se nos hizo tarde y el autobús tuvo que pillar otra ruta alternativa porque la lluvia había provocado atascos, pero llegamos, eso sí, apurados y con el corazón en la tranca barranca.
El caso es que por nuestra tardanza nos asignaron asientos separados, cada uno en una parte del mundo… digo avión. Y con ese sueño que había vuelto a invadirnos lo pasamos mal dando cortas cabezadas en los hombros de los desconocidos que teníamos al lado. Para mí este trayecto fue el peor, a pesar de ser el más corto.

Por último mencionar que una vez en Madrid, estuvimos esperando los macutos más de una hora y nunca llegaron. Nos dijeron que al día siguiente nos los llevaban a casa, pero tuvieron que pasar cuatro días hasta que esto ocurrió… además, llegaron salteadas.

Ya está todo, llegamos muy cansados, pero felices de haber conocido otro planeta que echaremos de menos, seguramente, como de menos echamos nuestro hogar cuando nos encontrábamos en la India.

El siguiente enlace te enviará al resumen más profundo del viaje en forma de vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=na878iOyP5g

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