0. ELEPHANT (gestión de gastos)

En alguna ocasión hay un ser que me ha llamado elefante por la inmensa trompa que soporto desde la pubertad… ¡Oh, no! No seas mal pensado, pues me refiero a mi nariz imperial, a ese símbolo judío que decora mi bello y peludo rostro, pero esto es un asunto bastante lejano que no tiene nada que ver con el que nos ocupa hoy:

 Por supuesto he vuelto a viajar, de eso que no haya duda. Y lo he vuelto a hacer con el señor Rudolf, que algunos le recordaréis por nuestro viaje del año pasado a la ciudad de Berlín. Pues este año hemos vuelto a la carga y hemos adoptado a otra persona que nos acompañará en esta nueva salida… Tenacitas es su nombre, mujer de piel atomatada y pómulos acerezados, pero poco hay que describir si una fotografía puede sacar de dudas.

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 Como bien dice el título de esta aventurilla sin sal, nuestro destino elegido fue esa capital del norte de Europa que tanto asusta al forastero por su fresquito polar como por sus precios desorbitados, aunque claro, con esta descripción sin duda podrían ser cuatro o cinco capitales, así que tendré que esmerarme más en ello. De poco aclararía decir que los vikingos dominaban la zona, pero si hablo de la cerveza Carlsberg, de los LEGO, de la joyería Pandora y sobre todo de la Sirenita de Christian Andersen muchos ya podrían elegir una ciudad concreta.

 ¡En efecto! Copenhague, ciudad de vacaciones para familias de clase media-alta y pijipis enamorados de la cerveza mediocre y la droga de Crhistiania. Capital de uno de los dos países cuyos nombres comienzan por “D”… Dinamarca ¿Adivinas cuál es el otro? No vale Djibouti ni Deutschland, solo en español.

 El caso es que en esta ocasión los días libres nos permitían hacer un viaje de sábado a sábado y esos son muchos días para encerrarse en una ciudad, por muy bonita que sea, así que Copenhague tuvo que compartir nuestra visita con otras ciudades de Dinamarca y Suecia. Estas fueron Roskilde, Malmö y Lund, con mucho que comentar sobre cada una de estas, pero todo a su tiempo, no seas ansias.

 Sábado 17 de Septiembre, hacía calufo en Madrid y yo decidí comenzar este viaje con pantalones cortos y como no, las críticas no tardaron en llegar por parte de mis compañeros en cuanto nos encontramos en el aeropuerto: –Pero tronco ¿Cómo llevas pantalones cortos? Te vas a congelar ¿A dónde cojones te crees que vamos? Vas a flipar, ya sabíamos que tenías algún problema en la cabeza, pero nunca imaginé que era de tal magnitud–. Bueno, cosas de este estilo, pero yo tengo mi dignidad y les respondí con un infalible “Calla chucho que no te escucho”… quien ríe último ríe mejor.

 Enseguida estábamos en el avión de Ryanair, que cada año que pasa me da más miedo, pero qué diantres, también me hace reír con sus pegatinas en el respaldo del asiento delantero que explica cómo sobrevivir a un accidente aéreo con dibujitos espectaculares; y sus azafatos también son lo más… en este vuelo teníamos a Dimitrios, menudo menda, que careto de gilipollas tenía y qué risas nos echamos a su costa. Que divertido es ser mala persona.

 El vuelo dura tres horas infernales y llegamos al aeropuerto danés sobre las ocho de la tarde, ya de noche, y el frío no tenía fuerza en nuestras pieles, era un fresculi insensato, de poca importancia, así que me tomé la libertad de hacerles un corte de mangas a mis compañeros, por haberse reído de mis pantalones cortos que tanto me gustan. Quien ríe último ríe mejor.

 A duras penas encontramos el camino a Copenhague, dando vueltas por el aeropuerto, buscando el transporte más deshonroso del país para llegar canos y calvos a nuestro destino. Se encuentra a unos ocho kilómetros de la capital y la mejor manera de teletrasportarse es en tren y cuesta unos 5€ (36 coronas), que es mucho para tan corto trayecto, pero es poco si recordamos el lugar donde nos encontramos.

 Nada más salir de la Estación Central, en pleno centro de la ciudad (por eso se llama Estación Central, si no se llamaría Estación Descentrada) nos topamos con el maravilloso Tívoli, uno de los parques de atracciones en funcionamiento más antiguos del universo, que curiosamente le supera uno a menos de quince kilómetros (el parque de atracciones Bakken, en Kampenborg, este sí es el más antiguo del mundo), al norte de la ciudad, por si os interesa acercaros.

Son muchos los que visitan el Tívoli y sus jardines. Es el principal atractivo de la ciudad con cuatro millones de visitas al año. Los precios no son muy amigables y es por eso por lo que nosotros no nos sumamos a esa enorme cifra de visitantes… los precios varían según la época del año y la edad, pero por internet rula que solo entrar a los jardines (sin atracciones) cuesta 9 eurazos, así que no, mejor no.

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 Rodeando el Tívoli llegamos a nuestro destino, un albergue llamado Copenhagen Downtown Hostel que presume de muchísima popularidad con algún premio que otro y la verdad es que no está mal, pero tampoco es un pasote, tiene carencias que iré comentando, pero vamos, lo mejor de todo es que es muy céntrico y con buen ambiente… tanto es así que claro, un sábado por la noche aquello estaba a reventar, y ahí uno de los peros, pues resulta que la recepción está en la barra del bar y por consiguiente hay colas para aburrir, además de la dificultar de nadar entre borrachos con tus maletas hasta la barra. Pero bueno, la mujer nos explicó todo a voces (si no, no se escucharía nada) y nos dio nuestras tarjetas-llave con las que podíamos abrir casi todas las puertas del universo.

Nuestra habitación estaba en la planta seis (la última) y al lado de un baño maloliente, porque aunque lo limpiaban cada 20 minutos parecía que ahí todo el mundo cagaba y se duchaba a todas horas. La habitación era una pequeña jaula de tres literas y nos tocaron las tres camas de arriba, porque somos unos pringados… siempre lo hemos sido. De nuestros compañeros de habitación hablaré en el próximo capítulo, porque darán de qué hablar.

 ¡Joder, tronco! Siempre me enrollo demasiado, se supone que el día de hoy iba a ser corto, y aún queda un rato, pero bueno, le daré caña a esto.

 Como ya comenté, nos encontrábamos en la zona céntrica un sábado por la noche y a estos daneses les encanta beber, pues es el legado más antiguo que dejaron los vikingos, por lo que las calles estaban llenas de borrachuzos civilizados, porque ahora ya no son vikingos sino europeos que presumen de un civismo inmejorable… muy borrachos, sí, pero esperan a que el semáforo esté en verde para cruzar la calle, aunque no vengan coches.

Total, nos dimos una buena vuelta por uno de los canales de la ciudad y acabamos en una plaza aplicándonos el cuento, comprando cervezuelas danesas en un 7Octaven (que aquí hay un comercio de estos por habitante) y empezando la fiesta.

Una de las cervezas que vimos llenó mi corazón y no tuve más remedio que comprarla, porque aunque era de las más caras acabó siendo nuestra preferida, al menos de Rudolf y mía. Esta birra tenía el nombre de Elephant, de la marca Carlsberg y me enamoré de ella nada más vérsela a unos borrachos en el tren del aeropuerto. En fin… ahí empezó nuestra aventura cervecera del viaje, tan pronto como esperábamos.

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 Ya con el puntillo decidimos visitar la Ciudad Libre de Christiania, en el barrio que le da su nombre, a las orillas del canal Stadsgraven. Este lugar es el segundo atractivo turístico más importante de la ciudad después del Tívoli y hablaré más profundamente de Christiania en otra ocasión, pero así a grandes rasgos diré que se trata de un área bastante extensa que presume de autogobierno. Más de 800 personas viven y trabajan en este lugar atrayendo cada día que pasa a más turistas, gran parte por la fama que tiene del libre consumo de drogas blandas, se supone, aunque alguna dura caerá, digo yo.

Nosotros no íbamos a ser menos, queríamos ver aquel lugar, por supuesto, así que una vez dentro estuvimos buscando drogas blandas… me refiero a la cerveza, pero no parecía fácil conseguirla, y preguntando y preguntando encontramos un grupo de jóvenes chilenos con latas, y aunque no eran Elephant nos llamaban mucho la atención. Solo nos regalaron una, pero es lógico porque no tenían muchas, eso sí, también nos invitaron a quedarnos y con ellos pasamos unas cuantas horas nocturnas.

No fue mucho desfase, solo el necesario. De estar de tranquis en unos bancos pasamos a adentrarnos en un contradictorio bar donde había carteles contra la maruja, pero bien que olía. Pero bueno, alguno de los chilenos resultaba algo pesado y decidimos marchar al host para mañana estar más fuertes que un toro. Así que eso es todo, no hay más que contar de este primer contacto.

GESTIÓN DE GASTOS

Maravillosa idea en este viaje. Para gestionar nuestros gastos utilizamos una de las muchas aplicaciones que existen y facilitaron enormemente el bienestar del trío eliminando toda discusión sobre “a quien carajos le toca pagar esta vez”, un tema que sale muy a menudo en todos los viajes. La aplicación que nosotros utilizamos en concreto se llama “Settle Up”, pero hay cantidubi de estas por todos lados que si te las descargas todas te dan un pin, pero con que tengas solo una en el móvil te facilitará la vida en los viajes, y gastos en grupo en general, como compras del regalo de tu novia a pachas con los demás novios de ella, o para pagar los litros de cerveza que te trincas en el parque cada día con tus amigos yonquis… aunque “ya no te pasas por el parque”.

 La cosa es que yo pagué el albergue ultra caro de Copenhague nada más llegar, que fue un pastón, y desde entonces y hasta el final del viaje mis dos compañeros se colocaron en números rojos y me fueron pagando todo lo que yo necesitaba, pues me lo debían. Es más, a día de hoy (escribo estas líneas una semana después de la vuelta del viaje) Tenacitas me debe aún 40 euros mu sabrosos.

He de decir que esta situación fue muy cómoda por mi parte que no tuve ni siquiera que sacar la cartera de mi bolsillo más que para gastos personales o cuando me encontraba solo, pero en gastos comunes yo solo señalaba con el dedo lo que quería y ellos compraban.

 Dicha aplicación se ocupaba de toda la gestión, tú solo tenías que poner quien pagaba esta vez y a quien se lo pagaba y el cálculo era automático y por supuesto certero… llegaba a ser hasta entretenido para todos, pues mis dos compañeros competían por ver quien saldaba su deuda primero.

 Nada más. Nos vemos en el próximo episodio.

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