A las ocho de la banana sonaron las alarmas al unísono para despedazar nuestros sueños insustanciales a los que tanto queríamos agarrarnos a esas horas… ¿Por qué tan pronto? ¿No estábamos de vacaciones? Bueno, había un motivo, claro, pues habíamos pensado alquilar unas bicicletas para ese día e irnos a tomar por culo, que la capital danesa ya estaba muy vista.
Eso hicimos justo después de desayunarnos unas galletas de chocolate y uno batidos algo malos. Las bicis nos costaron unos 11 euros durante 12 horas, así que nos daría tiempo a hacernos un buen recorrido y el lugar seleccionado fue la histórica ciudad de Roskilde, a unos 30 kilómetros de Copenhague, dirección oeste. Hablaré de esta ciudad algo más tarde, cuando lleguemos, pues había dos horas de recorrido que se convirtieron en casi cuatro por las muchas paradas que hicimos.
Rudolf y yo ya estamos bien acostumbrados a este deporte y medio de transporte que ha alegrado bastante nuestra vida y nuestro corazón, los dos hemos hecho distintos viajes largos en bicicleta y tenemos buenas piernas. Sin embargo, nuestra amiga Tenacitas no tiene esa costumbre ciclista que tan nerviosa la ponía, pues pensaba que su poca costumbre iba a retrasar y fastidiar los planes comunes, algo que no es nada cierto, pues tanto Rudolf como yo sabíamos de esto y no teníamos ningún problema en ir relajados y al ritmo del más tranquilo, que en este caso era Tenacitas. Hicimos muchas paradas y por eso tardamos más, pero contábamos con ello y no hubo problema alguno, pues el objetivo principal no era llegar a nuestro destino, sino pasar un rato divertido y diferente. Tal vez el problema fue que el cansancio lógico de Tenacitas no la dejó disfrutar como disfrutaron sus dos colegas.
A parte de esto tendré que comentar como fue el camino por si algún leyente quisiera hacerse esta ruta en bicicleta, cosa que recomiendo claramente, pues los treinta kilómetros están unidos enteramente por un carril bici que hace todo más fácil, pero esto de los carriles bici en Dinamarca es algo normal, pues 12.000 kilómetros de estos caminos han conquistado el país y prácticamente toda su población tiene esta práctica máquina para moverse. Es una cultura bicicletera que yo envidio sobremanera.
Además de los carriles, el camino es prácticamente llano salvo pequeñas cuestas fáciles de superar para recordarte que tienes piernas, pues cuando vas en llano parece que avanzas solo y si estás acostumbrado a pedalear es complicado cansarse.
Para llegar a Roskilde pasamos por algunos lugares fotografiables como el Zoo de Copenhague y el parque de Søndermarken enfrente, el lago Damhussøen, en la parte derecha del camino y poco más que ver de interés. La verdad es que el camino es tan corto entre las dos importantes ciudades que no da la sensación nunca de salir de ellas, pues en todo momento se ven edificaciones que no te hacen olvidar la urbe… se puede decir que las dos ciudades están literalmente pegadas.
Cuando llegamos a Roskilde nos entró la hambruna y como se nos había hecho tardecito decidimos comer, pues habíamos comprado papeo en un súper a pocos kilómetros de esta ciudad, así que buscamos un parque para jalarnos el queso, el tomate danés, la ensaladilla y los arenques de Rudolf, y bebernos unas nuevas cervezas de las que intentaré hablar en otro capítulo, aunque no prometo nada. El parque que encontramos y en el que nos asentamos fue un cementerio muy bien cuidado, y aunque Rudolf y yo no nos sentíamos cómodos comiendo allí, Tenacitas nos convenció para mancillar su bonito césped (el del cementerio, no el de Tenacitas).
Después de la comilona nos echamos un rato en este césped a disfrutar del buen tiempo que nos estaba brindando la vida… incluso Rudolf acabó roncando junto a los muertos, que alguno salió mosca para decirle que por favor respetase el descanso de los allí presentes.
Roskilde, una de las ciudades más antiguas de Dinamarca y capital del país desde el siglo XI hasta 1443. Seguramente fundada por vikingos, pues su nombre podría provenir del rey Roar, un importante rey vikingo del siglo VI.
Esta historia vikinga y el hallazgo de varios barcos sumergidos en el fiordo homónimo han hecho posible la creación y el éxito de un museo de barcos vikingos en el pequeño puerto del fiordo, donde se encuentran los cascos restaurados de estos barcos encontrados, que en su época fueron hundidos a propósito para obstaculizar el paso de enemigos. El museo es bien caro y la verdad es que no puedo decir si merece la pena entrar, porque nosotros no entramos, sin embargo nos dimos un paseo por el puerto donde hay réplicas de barcos vikingos y además puedes pagar para que te den una vuelta en estos barcos por el fiordo.
Pero antes de ir a este lugar (ya que fue lo último que hicimos), fuimos al centro histórico para ver la plaza, el ayuntamiento y la calle principal, muy comercial. Después entré con Rudolf a la oficina de turismo que estaba convertida en un pequeño museo de Groenlandia donde no era muy cómodo ver pieles de zorro y bisonte (tal vez sintético) colgadas, y donde Rudolf la lio poniéndose un café en una máquina supuestamente “free”, mientras el señor de la oficina nos miraba atentamente. Al final creemos que todo salió bien.
La catedral de Roskilde es una de las primeras grandes obras de Dinamarca. Fue mandado construir por Absalon y desde entonces todos los monarcas del país son sepultados en su interior… cuando estos mueren, se entiende. Junto con el museo de barcos vikingos es uno de los mayores atractivos turísticos. También es caro entrar, así que no os diré que tal está por dentro, porque ni lo sé ni me importa.
Creo que ya era hora de irnos ¿No? Se estaba haciendo tarde y había que llegar a Copenhague antes de las nueve, pues había que devolver las bicis y si tardábamos lo mismo que a la ida… estábamos jodidos. Lo que hicimos fue lo siguiente: después de preguntar en la estación de trenes sobre precios y recorridos decidimos que Tenacitas y Rudolf pedalearían hasta Taastrup, un municipio a 10 kilómetros de distancia y allí tomarían un tren que les llevase a la capital. Yo iría del tirón, a todo gas por aquellos parajes pajeros.
No había premio, pero se hacía motivador el llegar antes que mis rajados amigos, además del miedo a que se me hiciese de noche y las hienas me acechasen hambrientas. Por eso y poco más le di una caña inesperada gracias a mis pedos propulsores que ayudaron bastante… pues sí, llegué el primero y estuve sentado en el váter del albergue, después de cagar, sin poder levantarme porque tan reventado me encontraba que no me acordaba de cómo se andaba. Pero bueno, llegaron pronto mis colegas y después de la ducha bajamos a cenar al bar del host. Cenamos las sobras de la tarde y bebimos muchas cervezas, que como eran caras en el bar, pues rellenábamos las jarras con cerveza del “chino” de la esquina de la calle (era todo lo que quieras menos chino).
Habíamos vivido como auténticos daneses… día de bicicleta, descanso en un cementerio, mirada al horizonte en un fiordo vikingo, pelo en pecho y fin del día con una borrachera curiosa ¡A dormir ya, joder!
LOS BERSERKER
Como el capítulo va un poco de vikingos voy a escribir algo sobre los Berserker, que etimológicamente podría significar “camisa de oso” o “abrigo de oso”. Estos hijos de Odín eran unos guerreros vikingos bastante locos que atemorizaron a todos sus enemigos (y amigos) con su comportamiento en el campo de batalla, pues adquirían una especie de ferocidad, resistencia y fuerza inhumanas que aún no se explican del todo.
Tan fuertes y temidos eran que los reyes les tomaban como los principales guardaespaldas y como primera línea de batalla. Su vestimenta más característica eran las pieles de oso y lobo, pues con ellas acojonaban más al oponente, pero no era esto el principal temor, ya que con un estado de histeria aparentemente inexplicable masacraban y mutilaban lo que se les ponía por delante, da igual si era de su propio bando, si era un niño, un gatito o la adorable Señora Doubtfire. Tan nerviosos se ponían antes de llegar a batalla que dicen que roían sus propios escudos o arañaban su piel… es más, se tiraban al mar desde el barco cuando veían a su enemigo esperando en la orilla, pues no podían esperar, lo que provocaba que más de uno se ahogase antes de empezar a luchar… he dicho que eran fuertes, no listos.
A parte de las locuras que se les vio hacer y que están recogidas en mogollón de escritos de la época, también se les identificaba por su fuerza y resistencia, pues ni el fuego ni las heridas del acero de las espadas les paraban… como si no sintiesen dolor ellos seguían matando a pesar de que ya podrían estar muertos. Esos escudos que mordían seguramente ni siquiera los utilizaban para defenderse, pues también se dice que solamente luchaban con una simple lanza, ni armadura ni nada, con el pecho lobo descubierto (nunca mejor dicho).
¿Por qué? ¿Cómo conseguían tales poderes? Bueno, teorías hay muchas, algunos dicen que Odín les proporcionaba esa invencibilidad en batalla; otros dicen que su alma se transformaba en la de un animal tipo oso, y podían controlarlo, pero seguramente estas explicaciones no se acercan demasiado a la realidad. Tal vez lo más racional y acertado sea pensar que consumían algún que otro producto natural que causase tales condiciones, como el hongo “amanita muscaria” u otras sustancias tremendamente perjudiciales que te dejan la cabeza to loca, chacho.
La movida es que estos personajos eran muy útiles para acojonar a los enemigos en una batalla, por eso les situaban en primera línea, pero también se te podían venir contra ti, porque en estado de trance no diferenciaban compañeros de enemigos, como ya dije antes, así que finalmente, a partir del año 1015, los distintos reinos fueron declarando a este grupo salvaje “fuera de la ley”, lo que provocó su desaparición en el siglo XII.
Nada más. Nos vemos en el próximo episodio.