A punto estábamos de encarar el último día del viaje, así que nos permitimos el lujo de dormir más, o al menos de quedarnos un rato largo en la cama calentitos ¿Y esto cómo puede ser posible?Por varias razones, pues resulta que ya no teníamos nada que ver ni hacer en Lund. A parte, Andy se había ido a su península remota y nos había dejado su habitación para nosotros solos con una confianza que sorprendería hasta a los mismísimos “Tony el Gordo” y el “Turista”, o sea, que estábamos solos y no molestábamos a nadie. Además, Tenacitas se había despertado e incorporado a las ocho de la mañana o así, justo cuando se iba el holandés errante, y no se había podido dormir de nuevo… Rudolf y yo lo sabíamos y por ello permanecimos en nuestros colchones durante más tiempo, para ver cuánto tiempo aguantaría esperando a que nos levantáramos, y esto ocurrió dos horas después cuando Tenacitas explotó y dijo: ¡Vamos ya! ¡Arriba de una vez! Entonces nos pusimos en pie y nos vestimos para ir juntitos a desayunar.
Ya habíamos hecho el “cagui-dienti” que Rudolf había lanzado a la fama, y en la calle nos veíamos de nuevo con las maletas y con cara de cansancio máximo. El tren nos esperaba, pues habíamos decidido por consenso que pasaríamos el día en Malmö, ya que era más grande y seguramente había cosas que aún no habíamos podido descubrir, o eso queríamos creer. El avioncito salía sobre las nueve de la noche, así que había tiempo de aburrirse y todo.
Cuando llegamos a Malmö dejamos las maletas en la estación de trenes para no ir cargados, y nuestro amigo Rudolf, que empezaba a sentirse mal, se dejó la sudadera en la maleta y claro, no podíamos abrirla porque ya habíamos pagado las horas y si lo hacíamos teníamos que volver a pagar. Y hacía fresco, la verdad… menos mal que Tenacitas le dejó un abriguete.
No sabemos que le podía pasar, pero estaba con cara de rancio total… tal vez las cervezas de la noche anterior, pues tal era su cogorza que hay cosas de las que no se acuerda. En fin, él dice que no era resaca, sino síndrome postvacacional. El caso es que no quería ni comer, y yo con un hambre atroz me pillé una hamburguesa vegana bastante rica pero escasa, eso sí, aguanté el tipo y no volví a comer hasta que llegamos al aeropuerto.
Fue curioso, pero comimos escalonadamente mientras dábamos paseos por la ciudad. Primero nos volvimos a recorrer el Centro y luego cruzamos un barrio que según estos tenía mala pinta, cosa que dudo muchísimo, pero qué le vamos a hacer.
Llegamos a un supermercado donde los cajeros y los que llevan los productos a domicilio eran octogenarios y daban tanta penita los condenados que hubiese sido gracioso robar y salir corriendo para ver que son capaces de hacer… pero somos buenos, así que no, nada de robar a viejos. Aquí le tocaba comer a Tenacitas, que se pilló una ensalada que ella misma se hizo, y se la comió en un parque llena de niños y pederastas, pero bueno, aquí duramos poco, porque enseguida devoró su ensalada y nos dirigimos a ver la playa de Malmö, lugar en el que no habíamos estado antes.
Para llegar a ella tenías que atravesar una explanada verde totalmente llana y bastante desconcertante, pues era gigantesca y daba la sensación de que nunca llegaríamos a ningún lado. No hicimos fotos de este lugar porque era tal el nerviosismo que, en ningún momento pensamos en sacar las cámaras… ¿Cómo es posible que exista esta explanada de césped y haya perros con sus dueños paseando por aquí y ninguna mierda en el suelo? El civismo escandinavo puede ser exagerado en muchos aspectos e incluso ridículo, pero hay casos como este que de verdad me provocan una envidia sana… ni cacas, ni basura por los suelos.
Estas cosas íbamos comentando cuando al fin llegamos a la playa y lo primero que vemos es a un perro grandote cagando en la arena, y su dueño se pira dejando el chorizón ¡Vaya! Si lo sé no hablo. Pero bueno, la verdad es que la playa en sí ya era un chorizón feo, y no porque estuviera llena de basura como alguna playa en España, sino porque apenas había arena, no existían las olas, el paisaje no era nada bonito, se veían las medusas, olía todo a cacota de gaviota caducada… cosas por el estilo. El tema es ese, que si los nórdicos quieren playas de verdad que visiten el sur de Europa, que necesitamos sus dineros.
Terminada la visita a este lugar lleno de calidad inmunda comenzamos a adentrarnos en el Centro Histórico de nuevo buscando un lugar donde Rudolf pudiese comer, pues le tocaba a él, y justo después de enfrentarnos al molino del Kungsparken llegamos a una callejuela donde había un italiano que ofrecía baratas pizzas (como no), y aquí fue donde nuestro colega y señor Rudolf sació su hambre, pero no su malestar, aunque parecía mejorar por momentos.
Fue salir del restaurante y empezar a escuchar música cañera en las cercanías. Paso a paso acabamos en el epicentro del estruendo. Habían montado un escenario en el Lilla Torg y mazo de suecos con extraños chalecos azules veían un concierto de Rock que el propio cantante se esmeraba en animar, pero no había manera, eran suecos y debían mantener las formas, sobre todo si habían extranjeros mirando.
Así a lo tonto, entre paseo y descanso había llegado la hora de volver a la estación de trenes, pillar nuestras maletas de ruedas y marchar rumbo al aeropuerto que estaba a unos diez minutos de Malmö desde que tomábamos el tren, pero este nos la lio descaradamente, pues se saltó la parada del aeropuerto y tuvimos que salir y pillar otro tren. Menos mal que Rudolf sabe inglés y está atento a la megafonía, porque si fuese por Tenacitas y por mí, aún seguiríamos en países nórdicos, mendigando por una cerilla con la que calentarnos. Pero no, todo salió perfecto y no hay nada que destacar más, pues llegamos al aeropuerto, algunos se compraron un suvenir de un trillón de dólares y esperamos a que nuestro avión partiese hacia el sur.
Y ya está tronco, no tengo nada más que decir. Espero no haber sido muy brasas y que al menos te haya servido de algo este diario, porque ¡¡¡¡VayaDiario!!!!