Un beso en sepia

Hoy en día soy la única mujer de mi familia paterna, pues resulta que mis abuelos engendraron tres hombres, uno de mis tíos está soltero y nunca tuvo esposa, el otro sí se casó, pero firmó el divorcio unos años después sin haber tenido hijos, eso quiere decir que en esta familia no tengo ningún primo. Y mi padre y mi madre, también divorciados, nos construyeron a mi hermano mayor y a mí. Si a esto le añadimos que mi abuela murió hace más de tres años obtenemos a una familia con escasez del género femenino, pero por suerte aún soy joven y pienso vivir muchos años.

Mi abuelo, una persona que ha influido en mí como el que más, me ha educado, me ha enseñado mil cosas, ha jugado conmigo hasta no poder más, me ha hecho reír siempre, cuando murió mi abuela e incluso cuando mis padres decidieron separarse… mi abuelo ha sido la persona más importante de mi vida, no tengo ninguna duda.

Pues resulta que ya estaba en sus días finales, por no decir horas. Ahí, en la cama del hospital, hablando solo lo justo y necesario, poco propio de tal parlanchín. Y yo con él, en la silla más próxima a su cabeza, leyendo una de las revistas de salud que estaba a disposición, pues me tocaba a mí estar con él durante esas dos horas que ya casi llegaban a su fin. Mi hermano me relevaría en breve.

Pues eso, quedarían diez minutos cuando mi abuelo empezó a largar una de sus historias, con el sentido del humor que le caracteriza, pues ni en esas lo había perdido:

–Te contaré algo, niña, algo que me atormenta –dijo–. Soy feo, ya lo ves, y no tuve novia hasta los veintitrés, cuando tu abuela se fijó en mí ¿Qué vería en tal monstruito marginado? Ella ya había estado con varios chavalillos del pueblo, algunos la miraban e intentaban cortejarla, pero ella me eligió a mí y yo no podía creer que tan buena fortuna tuve. Pocos años después nos casamos y paso a paso fueron surgiendo tu padre y tus dos tíos, que también son feos, pero no tanto como yo. –intentó reír, pero una tos seca se lo impidió. Cuando se calmó siguió con su relato–. El resto ya lo sabes, nacisteis vosotros y chachi piruleta hasta que murió la abuela. Gracias a ella y a vosotros, he logrado tener una vida bonita y fascinante, pero hay algo que no me deja dormir en la inmensa oscuridad y me mantiene atrapado en esta luz.

Justo en ese momento hizo una pausa lo suficientemente larga como para pensar que se había marchado, o viniendo de él, podría estar tomándome el pelo hábilmente, pero justo antes de que mi voz preguntase por su inquietud retomó la palabra.

–Tu abuela nunca me dio un beso en la boca, pues una mala experiencia vivida por su parte anterior a mí le hizo aborrecer el beso, haciéndole sudar y temblar cada vez que se lo propuse, pero esa es otra historia que si me dejan vivir un par de días más ya te la contaré –Me dijo–. El caso es ese, yo nunca he sentido unos labios ajenos acariciando los míos, ninguna mujer y, por supuesto, ningún hombre ha desvirgado esta boca que tan llena de pasión acumulada ha estado esperando ese momento que no llegó.

Su petición siguiente es la que todos os imagináis, pero que yo no podía imaginarme ni por un instante, pues cuando dijo la frase “Por favor, bésame, es lo único que pido antes de que me obligue el ángel negro a seguirle”, mi corazón se desmoronó, no podía creer lo que decía y no supe reaccionar… cogí mis cosas, mi abrigo, mi libro y mi dignidad mientras él me escupía más barbarie “¡Niña, no te vayas! ¡Bésame! Eres la única persona a la que se lo puedo pedir… no podré morir hasta que consiga ese beso… ¡Niña!”. Y mientras salía de la habitación gritó: “¡Aquí espero ese beso! ¡No me iré lejos!”.

Pasé del ascensor. Bajé las escaleras de dos en tres y me quedé en la puerta principal del hospital esperando a mi hermano para contarle todo lo sucedido y la repulsa que sentía hacia esa persona que quería tanto solo cinco minutos antes ¿Cómo puede pedirme ese favor enfermizo? ¿Había perdido la cabeza fruto de su enfermedad? Soy su nieta, he confiado en él toda mi vida y desde los dos años que puedo retener ciertas imágenes solo recuerdo una amistad y un cariño irrompible, y en tan solo una frase ha destrozado ese muro de acero.

Al fin llegó mi hermano acompañado de su preocupación por la salud del abuelo, que cruzó la puerta inteligente del hospital sorprendido por mi presencia en aquel lugar, a cinco plantas de distancia del familiar enfermo.

–¿Qué haces aquí abajo? –Fueron sus primeras palabras–. ¿Ya la ha espichado? –Y casi pude ver como se le amontonaban las lágrimas en los balcones de sus ojos–.

–No. Peor que eso –Le contesté sin escuchar sus palabras–. Me ha pedido que… le diese un beso en la boca –Y ahora fui yo la que dejó escapar una lágrima larga hasta la barbilla–.

Le expliqué todo, transmitiéndole la historia del “no beso” y vi como su cara pálida se iba transformando en una despreocupada cara de alivio, incluso llegó a reír al final, haciendo florecer mi incertidumbre y mi rabia… para mi hermano era una tontería, y no, no iba a permitirlo, así que sin regalar una palabra más salí de aquel pozo de moribundos y corrí hasta la parada del autobús, con un enfado poco habitual en mí.

Ya en el transporte público le di mil vueltas y aún seguía sin asimilar dicha catástrofe, un desastre del cual tenía que quejarme y estallar, así que llamé a mi padre y enseguida se dio cuenta que estaba enfurecida.

Le conté lo sucedido, descargué mi ira contra el teléfono haciendo gestos violentos con ambas manos, preocupando de veras a los pasajeros cercanos a mí, que me miraban con cierto miedo. Cuando terminé de desahogarme esperé la respuesta y el posterior consejo paterno… al menos tres segundos de silencio hasta que se dignó a hablar. De nuevo me quedé estupefacta.

–¡Pues vaya faena! –Me dijo con tono burlón–. No debería pedirte tal cosa, no está nada bien, pero bueno, es su última voluntad –Y concluyó con la pregunta fatal– ¿Se lo vas a dar, no?

–¡Pero qué dices! –Grité– ¡Estáis todos enfermos!

Colgué el teléfono móvil y me encogí en el asiento del autobús, esperando a que llegara mi parada. Por la ventana veía viejetes con sus nietos paseando, jugando, charlando… ¿Estarán todos locos? Eso es imposible ¿Qué le pasaba a la gente?

Cuando salí del vehículo corrí a casa, pues me picaba la duda y quería saber qué opinaba mi madre al respecto, muy crítica siempre ante mi familia paterna, pues desde el divorcio no había más que piques, por eso mi madre era tal vez mi única esperanza. Me apoyaría en ella y analizaría su consejo.

Ya en casa encontré a la mujer en el baño, y como no podía esperar más empecé a contar toda la historia, la respuesta de mi hermano y la de mi padre. Ella, defecando supongo, escuchaba en silencio y casi podía escuchar la sangre hirviendo en sus venas.

Nada más terminar de contar todo se abrió la puerta del servicio y salió mi madre con la cara roja y también salió un aire podrido que me obligó a cambiar de sala para escuchar lo que ella tenía que decir sobre este tema que no hacía más que angustiarme.

–¿Te ha pedido eso en sus momentos finales? –Me dijo sorprendida–.

–Sí –contesté irritada–.

–¿Y qué pasa? ¡Hija, por dios! ¡Qué ya no eres una niña! ¿No vas a complacer a tu abuelo? Mira que se puede morir hoy mismo ¡Es una tontería! Lo único que te pide es un beso… y morirá tranquilo ¿No vas a darle ese beso?

–¿Y por qué no se lo das tú? –Grité con todas mis fuerzas–.

Corrí a mi cuarto y me encerré. Ese día no salí para nada… bueno, solo a echar un pis, pero nada más, ni cené, ni vi mi serie favorita, nada más que tumbarme en la cama y darle vueltas al asunto. Un asunto torturador, pues no podía creer que yo fuese la única persona que veía aquella voluntad final como algo retrógrado, asqueroso e inmoral ¿Tan conservadora  era? No me creía cerrada de mente, sino todo lo contrario ¿Por qué lo veía tan horroroso? ¿A caso no lo era? Lloré, esa noche lloré hasta quedarme dormida.

Los sueños que me acompañaron durante la noche no me dejaron descansar ni un instante. Dicen que soñamos en blanco y negro, pero os juro que yo esa noche soñé en sepia, todos mis sueños en sepia, y relacionados con mi tormenta. Me perseguían los viejos, había por todas partes, y en un momento dado todos eran mi abuelo, con unos labios más grandes de lo normal. Intentaba escapar de sus garrotas, pero no podía correr rápido, andaba como si estuviera en una piscina, muy despacio y pausado, como a cámara lenta.

Al final me agarraron y desaparecieron todos menos uno, pero en vez de besarme me miró llorando y me pidió por favor que cumpliera su última voluntad. Desperté empapada.

Soy una persona escéptica y hacer caso a los sueños no sería propio de mí, pero no solo fueron las pesadillas, también mis seres queridos se habían colocado al lado del abuelo en la vida real, así que todo esto, el no ver un apoyo, una palmada en la espalda, algo que me diese la razón, me hizo ceder de mala gana. Tendría que besar en la boca a mi abuelo… ¡Uagh! se me pone la carne de gallina.

Esa misma mañana me dirigí al hospital muy decidida, quería que acabara todo cuanto antes, por lo tanto intenté pensar en otras cosas hasta que cruzara la puerta del hospital, y así fue, aunque mi corazón latía con más ganas cada metro que me acercaba. La espera en el ascensor fue eterna a la vez que corta, pues no quería salir de él, pero mi cuerpo ya estaba convencido y dominaba a mi cerebro.

Sabía que estaría uno de mis tíos acompañando al abuelo, pero no tenía ninguna intención de dedicarle palabras a la escena, así que entré en la habitación, me acerqué a la cama, me incliné sobre el enfermo terminal y le propiné un beso en sus ásperos labios casi blancos. Dos segundos, no más.

–¿Contento? –Le dije temblando–.

Antes de marcharme de allí pude ver como mi abuelo sonreía y como mi tío se había quedado helado con lo que había visto.

No me dio tiempo a ver ni oír más, salí escopetada de aquel ambiente terrorífico, con la sensación de haber ayudado a cumplir un sueño ajeno muy caro. Ahora, sin dignidad, con la moral aplastada, me veía capaz de hacer cualquier maldad. Había cambiado.

Esta vez me encaminaba hacia la casa de mi padre y en el camino sentí, o creí sentir como mi abuelo dejaba al fin el mundo terrestre, feliz, supongo.

Entré en la casa, no había nadie. Me senté en el sofá y no hice nada durante un cuarto de hora, después empecé a llorar la muerte del viejo y tomé varios álbumes de fotos, antiguos álbumes de mi padre.

Recordé, me reí de nuevo y volví a ser buena persona otra vez viendo la felicidad que desprendían aquellas fotos viejas. Esas caras graciosas, mis tíos de niños, mi padre vestido de marinero para su primera comunión. Todo era tan gracioso que hasta me sorprendí riendo a gran volumen… hasta que encontré algo, algo que me hizo apretar los puños, una foto inocente, en sepia, de mi padre, su cumpleaños en un entorno muy familiar, la tarta, las velas, los peinados feos, y detrás de él mis abuelos… besándose en la boca.

beso

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