4. Gente y cultura

Antes de viajar a Colombia pensé que me encontraría un pueblo con unos rasgos y una cultura común, mestizos de ojos rasgados y oscuros, con pelo fuerte y negro, con una estatura menor a la europea… Nada más lejos de la realidad. Cuando llegué descubrí un país multirracial, según la región, pues la historia da para ello. En el norte son más morenos y hay más negros, en Bogotá hay diversidad, ojos verdes en rostros tostados resultan una maravilla, tapones de cuarenta años que tienen que tener cuidado con los nuevos universitarios de dos metros.

Cuando hablamos de la cultura de un país solemos meter la pata (como hago yo siempre) creyendo que en todo el territorio comparten las mismas costumbres, religión, idioma, acento, gastronomía, etc. Y en parte sí, pero en países tan vastos como Colombia hemos de entender que es imposible que esto ocurra, solo fijémonos en España (si sois españoles), que es como la mitad del territorio colombiano y la diversidad cultural es grande a la vez que variopinta.

Históricamente Colombia (y algunos países latinoamericanos) ha heredado principalmente tres razas y las ha removido a conciencia, mezclando rasgos y por supuesto cultura. Entre pueblos indígenas, y las tradiciones africanas y españolas se ha constituido una sociedad con una diversidad cultural increíble.

El que viene de fuera no suele tener idea de nada, pero enseguida te empiezas a dar cuenta que todo cambia de ciudad en ciudad, el acento, la comida, las costumbres… Si comparamos las dos grandes urbes podemos meternos en un lío, pues existe gran rivalidad (esto me suena), aunque es cierto que existe un mayor resquemor entre los medellinenses con los bogotanos, pues de manera inversa hay más compasión y tolerancia e incluso admiración. Pongo el ejemplo: En Bogotá, sus ciudadanos nos hablaban de Medellín como una ciudad muy bonita y moderna digna de visitar, incluso la anteponen a su ciudad; y en Medellín advertimos un sano desprecio hacia la capital. Personalmente, me encantó Medellín, sí es digna de visita, pero me gustó más Bogotá.

Si tuviese que describir a un bogotano sería una difícil tarea, pero teniendo en cuenta los comentarios de colombianos no bogotanos puedo describir una ciudad más parecida a las que tenemos en Europa, con gente de allí para acá, de casa al trabajo y del trabajo a casa, serios y retraídos (a mí esto último no me lo pareció). Claro, los comparas con caleños salseros, con los medellinenses, que están todo el día de broma, o con los norteños, que suena música en las calles las veinticuatro horas del día, y es lo que pasa, que los bogotanos son aburridos, pero llega un europeo a Bogotá y tiene una opinión totalmente contraria.

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Así en general, el colombiano se levanta temprano, a las seis de la mañana como hora media (eso me dijeron, yo no me levanté a esa hora para comprobarlo) y se mete un desayuno de reyes para su cuerpo, que puede incluir legumbres, algo impensable en España (ya hablaré de la gastronomía). A las 12 PM ya es la hora del almuerzo y cenan a partir de las 19:00h. La hora de dormir… Eso es muy variable en todos lados. Intenta no rechazar nada de un colombiano, que puede sentar bastante mal, y si lo haces ten una excusa que puedan comprender, porque las de “ya estoy muy lleno” o “me encuentro bastante cansado” no funcionan.

Les encanta escuchar música (fundamentalmente reguetón, pero el tema de la música también merecería un capítulo aparte, porque en cada región puedes encontrar diversidad de estilos desconocidos para nosotros), pero con el volumen al máximo, quieren que tú también lo escuches. Y da igual la hora, si quieren música a las tres de la mañana no miran el reloj antes… Son muy generosos compartiéndola. Y bailongos, pues a todo el mundo que preguntaba sabía mover las caderas, y es casi un requisito para ser colombiano.

Muy conversadores me parecieron y con extremada curiosidad. Me abordaban a preguntas sobre mi tierra y desean saber la opinión que tiene el de fuera sobre ellos. Generosos y hospitalarios con el extranjero hasta no poder más. Pero también hay cosas negativas en estas sociedades, y para mí la más sobresaliente es el desorden urbano, el caos egoísta… No son capaces de ponerse en la piel de otro cuando esperan un bien común. Por ejemplo, encontrarte una fila bien hecha para entrar a algún sitio o hacer algo (autobús, ascensor, comprar) es muy difícil, muchos (sobre todo los más viejetes) se intentan colar sin disimulo alguno… Vas a entrar en tu hueco y de repente se te mete uno por la izquierda que te deja a  la espera otra vez, y te dan ganas de reventarle la cara a puñetazos, pero claro, es una abuelita y hay que mantener las formas.

La desigualdad es muy notable. De la gente que no tiene nada de nada y que vive en las cunetas hay una escalera con muchos peldaños que llega a una clase media baja que vive cómoda, pero no relajada, y después, el escalón siguiente me pareció muy grande, llegando a un grupo ya pudiente, sin sufrimientos económicos. Y por supuesto, la minoría se baña en plata, como en todas partes.

Catolicismo abrumador, muy creyentes y practicantes. Me comentaron una vez que Colombia y México son los países católicos con el porcentaje de religiosos más alto según su población. La verdad es que tampoco debe resultar muy sorprendente este dato a un español, pues en nuestro país los más fieles a la iglesia suelen ser los ancianos y los latinoamericanos.

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Tienen buenos representantes en la mayoría de las artes: En pintura destacan Fernando Botero, Licy Tejada y Alejandro Obregón (los dos últimos ya fallecidos, y el último nació en España). Escritores representativos tenemos a Rafael Pompo, a Candelario Obeso y sobre todo al magnífico ganador del novel Gabriel García Márquez. Los músicos actuales con más fama en el exterior serían Shakira, Carlos Vives y Juanes, y nombro también al grupo actual Morat, que descubrí que es mucho más conocido en España que en Colombia.

Para descubrir la cultura de este país no vale con leerse esta patraña, tendrás que presentarte allí con tu cuadernito y gafas de pasta para resolver las curiosidades que tengas sobre ellos, así que te deseo un buen viaje y espero que tu percepción sea tan positiva como la mía. Ahora voy a darle un poco al Diario, pues ya sabes cómo funciona esto, un poco de cada. Ve al próximo capítulo si quieres conocer algunas palabras y expresiones que utilizan en Colombia.

IV. Lupanar de Indias

Esta noche fue la última que los mosquitos se acercaron a mí, tal vez porque me habían dejado seco o porque se dieron cuenta de que mi sangre está contaminada, pero ahí acabó nuestra relación, tan corta como odiosa.

Muy temprano abrí los ojos para darme cuenta de que los mosquitos habían dejado la firma final en mi espalda, pero necesario era madrugar, porque tenía un viaje largo en bus por la costa caribeña y no quería llegar de noche a la famosa Cartagena de Indias. Y sabiendo de la popularidad de esta ciudad no quise arriesgarme como en Santa Marta y reservé una cama en algún host barato.

Tengo que decir que el personal del albergue de Santa Marta me la quiso colar, diciéndome que el servicio taxi que me proporcionaban ellos era más económico que si me buscaba las castañas yo, pero no coló: el taxi a la terminal de autobuses me costó 6.000 pesos (unos 2 euros) y cuando llegué allí no me hizo falta comparar ni regatear el precio con las distintas oficinas, porque ellos mismos se rebajaban el precio para llevarme, acabando casi a tortas, pero yo chitón, me decanté por el bus que más barato me lo dejaba, por supuesto, y claro, no es un autobús muy lujoso que digamos, más bien es una carroza de cabalgata, pero tiene su encanto, así que seis horas me esperaban por delante.

No tengo nada que decir del camino… fue largo e incómodo, pero soportable. Pasamos por Barranquilla, que fue la única parada que hizo, aunque yo ni salí. Y comía de lo que me iban ofreciendo los vendedores ambulantes que subían a la buseta, pero ya hablaré de esta gente.

Me dejaron en la terminal de Cartagena, que desconozco si se encuentra lejos en la distancia con respecto a la zona amurallada, pero el trayecto en el bus urbano hasta dicho lugar se me hizo más largo que el anterior (tal vez esté exagerando un poco, pero sí se demoró como una hora). Suerte que vi la muralla por la ventana y me dio por preguntar si me convenía bajar allí, porque si no podría haber acabado en… Yo qué sé… ¿Panamá? El caso es que me dejó en el lugar indicado, pero yo seguía perdido y preguntando a todo el mundo, aunque esto no era lo peor, pues resulta que una lluvia torrencial estaba inundando las calles y casi había que nadar. Entre soportal y soportal noté que iba acercándome a la zona de los “hostels”, pues ya me iba encontrando muchos rubios por el camino, pero la odisea siguió unos minutos más, pues llegué al fin a la dirección que tenía y resulta que no era en ese host donde tenía la reserva, pero ahí mismo cambió la mala por la buena suerte. La chica me dio un mapa y me indicó como llegar a mi nuevo hogar, dejó de llover y lo encontré fácilmente. Pero eso no era todo… Resulta que había overbooking en la habitación donde había reservado una cama (de diez) y me metieron en otra de solamente 4 camas con baño propio, donde solo tenía dos compañeras, una francesa y una belga, amigas entre sí.

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Bueno, dejando mi mala y mi buena suerte a un lado, cierto es que estaba agotado y además se estaba haciendo de noche, pero quise aprovechar esas últimas horas del día para hacer deberes, como imprimir cosillas, conocer la zona y sobre todo cenar. En tan solo un par de horas en aquella ciudad ya me había dado cuenta (sin referencias de ningún tipo) que Cartagena son dos Colombias. Esa zona donde me encontraba no se parecía nada a la zona de la terminal, ni en aspecto ni en calidad de vida, pues dentro de la muralla todo era bonito, de colores y con precios por las nubes.

Ese día terminó pronto, a la vuelta solo leí un poco e intenté conversar con un estadounidense que chapurreaba el español, pero los dos nos dimos cuenta de que dábamos verdadero asco y lo dejamos. Esa noche, en alguna hora perdida, mientras dormíamos los tres muy plácidamente, entró un cuarto a la habitación, haciendo ruido y encendiendo las luces, hasta que por fin descubrió que no era el único ser viviente de la habitación, entonces se hizo el silencio.

A la mañana siguiente conocí al nuevo viajero que dormía en la cama de arriba. Se trataba de Antonio, un colombiano de Neiva muy sonriente y con ganas de vivir a lo loco como los americanos del norte en sus películas para adolescentes, pues había vivido una época en California y parecía que le había marcado la juerga del ponche etílico. Esperaba a unos amigos que llegarían esa noche y ahí sí tendría el valor de quemar Cartagena de Indias, acompañado de dos o tres como él, pero de momento estaba solo como yo y no tuvo más remedio que entablar una amistad de poco futuro conmigo, un tipo de lo más tranquilo y poco juerguista.

Aunque yo necesitaba conocer Cartagena, no podía desaprovechar la oportunidad de conocer gente, así que acepté ser su compañero sustituto y junto a las otras chicas de la habitación partimos en taxi hacia las playas de la ciudad, todos y todas con pocas intenciones de bañarnos, solamente nos interesaba verlas.

Estas dos chicas, francesa de Lille y belga de Bruselas, amigas erasmus en Lima, estaban de vacaciones finales antes de volver a sus respectivos países por Navidad. Eran sosas y estiradas, como era de esperar, aunque parece que Antonio no lo esperaba mucho, que de vez en cuando me preguntaba si en aquella zona de Europa toda la gente era así, y aunque yo no sea el alma de la fiesta ni mucho menos, puedo descubrir un humor en mí mucho más fluido que el de nuestros vecinos norteños, y por lo tanto tuve que reconocer que sí, que la sosería y pijería podría provenir del lugar geográfico, aunque no sea así siempre. Hablaban y entendían el español de manera muy limitada y eso producía confusiones, y se notaba que cada vez que un buscavidas se acercaba a ellas con algún servicio original se sentían incómodas… Creo que no estaban muy a gusto con su viaje, pero bueno, después de una cerveza en un chiringuito en la playa y un almuerzo millonario ya en el Centro de la ciudad se largaron echando leches y nos dejaron a Antonio y a mí para poder descubrir las encantadoras, pero embusteras calles de Cartagena, que escondía tesoros bonito a la par que prostitutas de quince años. Un burdel para todos los públicos.

Entre la antigua casa de García Márquez, que apenas se veía porque estaba tapada por otra fachada, y un sinsentido bar-café de la KGB con un menú muy comunista, fuimos llegando de nuevo al hostel, en Getsemaní, por supuesto, y pasamos por el parque del Centenario donde nos encontramos un asombroso perezoso dando brincos a cámara lenta por los árboles… Dejo foto, pues es algo maravilloso perezoso.

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Un poquito de no hacer nada y, cuando al sol le quedaba poco para despedirse me escapé con la excusa de comprar algo de comida y aproveché para recorrerme las calles de Cartagena a la velocidad de la luz, y nunca mejor dicho, porque llegué a la muralla de la puesta solar siguiendo al astro, donde me quedé un buen rato, mirando al horizonte e imaginándome a los barcos filibusteros de Francis Drake bombardeando toda la costa caribeña.

A la vuelta pasé por la Torre del reloj y varias iglesias dignas de visión. Y de nuevo en el albergue juvenil, donde Antonio y yo decidimos comprar unas birras colombianas, que por cierto, no son muy impresionantes. Bebimos y bebimos y yo al menos empecé a sentir el burbujeo en el cerebro de una borrachera que quería pasar, así que antes de que esto ocurriese me despedí de Antonio para siempre y me fui a dormir con una excusa poco nueva: “mañana tengo que madrugar, que Bogotá me espera”.

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Y así fue, a la mañana siguiente, después de un buen aseo en el trasero, salí bien temprano del albergue, otra vez esquivando las propuestas de un taxi que según él me saldría más económico que el autobús al aeropuerto. Claramente elegí ese bus urbano que no tardó ni quince minutos en llegar a mi destino y por tanto había llegado una hora antes de lo esperado, pero lo que no me esperaba para nada fue que el vuelo se me retrasara más de cinco horas, así fue que en vez de llegar a Bogotá a las once de la mañana, llegué a las cuatro de la tarde, pero ni tan mal, porque si hubiese llegado pronto habría tenido que esperar la llegada del vuelo donde llegarían desde México mi hermano (el Moños) y su compañera Pamela, y al final lo que pasó es que estos me tuvieron que esperar a mí. Además, en el aeropuerto de Cartagena me dieron de comer y beber, así que no está mal.

Sí, reencuentro familiar en Bogotá. Creo que ya comenté que mi hermano es músico, algo conocido en ciertas ciudades latinoamericanas y al parecer, mi viaje coincidía con su gira guitarrera, así que de lujo, marujo ¿Cómo de conocido es? Hasta el punto en que hay gente que se ofrece a prestarle a él y a sus acompañantes un hueco en su casa, y así comenzaba otra etapa del viaje.

Vino a recogernos al aeropuerto un tal Juanma, y este nos acompañó en taxi hasta la casa de la pareja que nos alojaba: Maribesa se llamaba ella y él no tenía nombre. Se trataba de dos artistas bohemios que pintaban cuadros moviendo el pincel según las vibraciones que los ladridos de sus perros producían, y el resultado era “increíble”.

Vivían en una urbanización en un barrio nada que ver con el de Riki, pues el poder adquisitivo de los habitantes de la zona parecía ser algo elevada. Estuvimos de charleta un rato, tomando algún té que otro y después dimos un paseo que nos llevó a un parque bien iluminado con puestos de comida, artesanías y otros elementos increíbles como Bolas de Dragón, máquinas del tiempo y niños con rabo de mono.

Una vuelta por aquel lugar iluminado por un árbol de Navidad gigante que desafiaba al Dios de la epilepsia y unas risas con el Papá Noel de los Andes profundos. Y ya está, volvemos a casa que empezaba a refrescar. Después de unas arepas hechas por el artista sin nombre nos fuimos a dormir, que ya eran horas ¡Hasta la próxima, cotillas!

3 comentarios en “4. Gente y cultura

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