En este país se come mucha carne, por supuesto, pero las opciones vegetarianas no solo existen, como en todos sitios, sino que además abundan. Fue una gran sorpresa encontrarme restaurantes vegetarianos y veganos por donde quiera que pasase, haciéndome la vida más fácil. Además, en casi cualquier restaurante se puede conseguir uno o varios menús que se adapten a tu dieta, y si no, pues te crean un plato a tu medida.
Uno de los mayores “problemas” que tienen muchos españoles cuando viajan es la nostalgia de los alimentos ricos, el olvido del “buen comer”, pero la gastronomía colombiana es un gigante, tiene una rica variedad y nada que envidiar a ninguna otra región del mundo.
Al igual que el agua, en Colombia abunda la fruta, frutas que no sabías que existían, frutas ricas y algunas no tanto, pero querrás probarlas todas en un vasito de jugo (zumo): guayaba, borojó, guanábana, lulo, níspero (que no es la misma fruta que en España), arazá, chontaduro, cocona, piña amazónica, copoazú, canangucha, banano, pitaya, papayuela, curuba, uchuva, maracuyá, anón, zapote, mango, marañón, plátano, amirajó… Y así podría seguir varias líneas, porque Colombia es alegre y dulce, como la fruta.
Ya solo con este tipo de alimento un vegano podría sobrevivir en todo el territorio, pero vamos a hablar ahora de platos. Lo primero que me sirvió para comer mi amigo Riki fue un ajiaco bogotano, que aunque el tradicional lleva pollo se puede omitir perfectamente este ingrediente, pues lo que le da ese sabor tan característico es una hierba llamada guasca. Lleva varios tipos de papas, mazorca de maíz y alcaparras. No es picante, a pesar de ese nombre tan engañoso.
La crema de choclo (maíz) puede llevar caldo de pollo, así que cuidado al pedirlo. También lleva leche, pero es obvio que tiene que tener su versión vegana. El famoso tamal lleva carne, pero a mí me prepararon (de hecho desayuné, almorcé y cené) unos tamales veganos bien ricos con arroz y verduras envuelto en hojas de plátano. Las papas chorreadas, el cuchuco para hacer sopas, en muchos sitios puedes encontrar empanadas de quínoa o verduras, las almojábanas (yo comí muchas de estas para desayunar), los envueltos de mazorca, las habas fritas picantes, el pandebono, el patacón con hogao, los frijoles, el quesito antioqueño
No existen en el recetario colombiano el sancocho vegano o la bandeja paisa vegana, pero eso no quiere decir que no lo puedas encontrar en restaurantes veganos o en recetarios pirata de comida vegana.
No me olvido de las arepas, el maravilloso universo de las arepas, tal vez mi alimento colombiano favorito. Se trata de un pan circular de maíz asado o frito de diferentes tamaños y relleno de mogollón de cosas. De queso fundido, de huevo e incluso de verduras (aunque difícil de encontrar). Es posible que visualmente tengan cierto parecido a un döner kebab, pero de sabor no tiene nada que ver. Las arepas se venden en todos lados, en supermercados, tiendas de comida rápida y puestos callejeros a precios populares. Puede que algunas no estén del todo deliciosas, pero si comes este alimento con regularidad te toparás con algunas arepas increíbles y entonces la habrás cagado, porque en España solo las podrás encontrar en Canarias y en restaurantes de comida colombiana a precios desorbitados.
El ají, esa salsa picante, no es tan utilizada como en Perú o Ecuador, pero sí está en todas las mesas esperando a que te apetezca sufrir un poco, aunque yo no di con una salsa que me produjera demasiados horrores y fuegos de dragón.
El famoso café no es muy fuerte y lo toman incluso antes de dormir. Otras bebidas muy consumidas son el chocolate para desayunar, mucho menos espeso que el que conocemos nosotros y el famosísimo aguapanela, una infusión que toman con todo.
Desayunan mucho y cualquier cosa… Dulce, salado, caliente, frío. Creo que comenté en el episodio anterior que a mí una vez me dieron de desayunar una sopa de frijoles con un chocolate caliente, cosa que mi estómago no podía ni comprender ni digerir. También comen mucho en el almuerzo, pero en la cena se moderan e incluso me fijé que algunos no cenaban, aunque esto podría ser por la situación económica de la persona.
Doy por terminado el tema y os espero en el próximo capítulo con la temática de “seguridad y conflictos actuales”. Ahora voy con el diario, que no quiero que se me olvide. Un beso.
VIII. Salmorejo en Medellín
Como siempre nos despertamos y levantamos temprano, pero también como siempre, salimos tarde a conocer lo que nos quedaba de ciudad. El procedimiento ya era rutinario: nos despedíamos de Doña Lila, Canuto (que se pasaba el día cortando hojas de marihuana) y de Marula, la niña que aparecía de vez en cuando. Nos pedíamos un jugo en el puesto del hombre serio y unas almojábanas en una pequeña cafetería. Para ese martes teníamos pensado visitar el Parque Arví, al otro lado de las montañas orientales. La mejor manera de llegar era por el Metrocable desde la estación de Acevedo y en unos 30 o 40 minutos y un pequeño transbordo en teleférico llegas al parque más alto de Medellín.
Se unió Dairo a nuestra mañana de campo, para ser pares, que siempre mola más que ser impares, o no, no lo sé. Arriba descubrimos que aquello era muy turístico. Lo primero que vimos fue un mercadillo de artesanías y gastronomía y, la mayoría de los giris tenían un aspecto sospechosamente hippy.
A los veinte minutos caminando cuesta abajo por una carretera y dejando atrás varios restaurantes de alta cuna llegamos a una dehesa donde salían algunos senderos con muy buena pinta. En este Parque Natural puedes realizar diversas actividades como senderismo, parque de aventuras, avistamiento de animales, cursos de flora, picnic… Vamos, lo que se suele hacer en sitios así. Está muy bien para salir un poco del ruido y de la contaminación urbana.
Nuestra intención era llegar hasta Santa Elena, un corregimiento de la ciudad de Medellín que decían que estaba muy chulo. Gran parte de los asistentes al concierto del Moños vivían en este lugar y nos habían repetido varias veces que fuéramos hasta allí. Pero descubrimos que estaba a 10 kilómetros y preferimos no hacerlo, pues nos dijeron que el Metrocable lo chapaban a las cuatro de la tarde, así que estuvimos dando paseos por el parque hasta que nos visitaron las nubes y ¡A correr! Todos teníamos chubasquero menos Pamela, que remontó los cinco kilómetros de carretera empapada y luego le pasaría factura. Cuando llegamos a los puestos otra vez, había dejado de llover y decidimos almorzarnos unas hamburguesas veganas para bajar con la tripa llena.
Como no sabíamos que más podíamos ver en aquella ciudad decidimos hacer una compra gastronómica para preparar unas deliciosas recetas españolas con las que premiar a la familia y amigos que nos habían ayudado tanto en Medellín. Las comidas elegidas fueron una tortilla de patatas (no de papas), una paella y un salmorejo rico, por lo tanto estuvimos toda la tarde cocinando en casa de Doña Lila.
Nos acompañó la pequeña Marula y probó los platos para darles el “okey” definitivo, pero parece ser que su lengua no estaba hecha para esos sabores mediterráneos. Sobre todo Pamela se lo curró mucho, pues la cocina es una de sus grandes pasiones, aunque no todo salió bien, pues la paella no parecía ni sabía a paella, pero de sabor no estaba malo, así que coló. Y el salmorejo triunfó de veras, tal vez el gran éxito de la mesa.
El cansancio nos había conquistado y no sabíamos por qué motivo, si la falta de sueño, la altura, las relaciones sociales, el viaje en general… No sé, pero yo por lo menos me encontraba bastante agotado. Nos fuimos a dormir pronto, sobre todo yo que tenía la intención de levantarme muy temprano para visitar el Peñol de Guatapé, separándome de mis amigos otra vez, pero finalmente no me embarqué en ese viaje de un día, pues lo impidió la lluvia, aunque sí me levanté a esas horas tan tempranas.
Pamela amaneció enferma, tal vez por la lluvia que había calado en ella en el Parque Arví el día anterior, así que dedicamos el día a descansar y a nada más, pues la lluvia tampoco dejaba mucha opción. Lo único diferente que hicimos aquel último día en Medellín fue grabar una canción del Moños en la sala de ensayo de la casa, pues un amigo del Pelado, también músico, ofreció esta opción.
El resto de mañana y tarde la pasamos en casa de Doña Lila hablando y despidiéndonos con la gente, y descubrimos algo increíble, porque cuando preguntamos por Marula, la niña, para despedirnos de ella, nos dijeron que esa niña no existía ya, pues murió hace unos años en la casa de los vecinos, así que no pudimos despedirnos debidamente de esta pequeña fantasma que tanto nos había acompañado.
Sobre las seis de la tarde salimos con la intención de llegar al aeropuerto, pero resulta que el aeropuerto que utiliza VivaColombia para operar en Medellín está fuera de la ciudad… Concretamente en Rionegro, a 50 kilómetros o a una hora y pico, si lo prefieres. Nosotros tampoco teníamos prisa porque el avión no salía hasta el día siguiente por la mañana, pero ya fue una jodienda el tener que ir al Centro a buscar la parada de ese bus mientras llovía sin parar, sobre todo para Pamela, que su nariz goteaba igual que las cañerías de la ciudad. Cuando llegamos al aeropuerto buscamos unos sillones cómodos para pasar la noche y listo, un día menos en nuestras vidas.
Casi sin dormir tomamos el avión que nos regresaba a Bogotá y aunque el viaje duraba apenas una hora yo la pasé en coma. Volvimos a casa de aquella pareja de bohemios, Maribesa la chica, y el chico sin nombre. El Moños tenía esa misma tarde un concierto en Bogotá, pero no podíamos ir así, así que nos echamos una siesta corta antes de todo.
Más descansados partimos los cinco hacia el Centro Cultural el Caracol, donde mi hermano daría su primer concierto en la capital colombiana, con muchas expectativas después de haber vivido aquella experiencia en Medellín unos días antes. La verdad es que Bogotá estuvo a la altura, pues superó a la otra ciudad en número de gente, eso sí, menos locos, aunque eso no quita que le pidiesen fotos, autógrafos, besos y diesen regalos extraños que el Moños no sabía qué hacer con ellos, como una aspiradora o un pato de goma gigante.
Así fue la tarde, y como Pamela no estaba como para tirar cohetes, cuando se acercaba la noche regresamos otra vez los cinco juntos a la casa de artistas, donde nos echamos a dormir después de cómo no, un aguapanela.
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Gracias por este post. Tomamos nota por si algún día se nos da y vamos a Colombia.
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