La de ahora, la que está sufriendo la resaca de una crisis económica, la de Alexis Tsipras, la que cobra 12 euros por cada yacimiento que te pueda interesar… Esa, la Atenas del siglo XXI.
Cierto es que para ocho días que he estado allí sería un error sacar algo en claro y generalizar, pero como todos nos equivocamos, yo voy a marrar sabiéndolo, voy a ser genérico, escueto y, sobre todo, croqueto… ¡Digo concreto!
En cierto modo, vi un gran parecido en su gente con los nacidos en Madrid, mi tierra natal. Unos barrios muy carabancheleros, multiculturales y grafiteados, con algunos ciudadanos amables y hospitalarios y con una mayoría enfadada por lo que llevan a cuestas, desahogándose con nosotras en varias ocasiones. Plano radiocéntrico con una cantidad considerable de edificios ruinosos y poca belleza en sus calles. Muy sucio todo, al menos comparándolo con el lugar donde resido. No tienen ningún tipo de conciencia moral a la hora de tirar algo al suelo de la calle, aunque también hay que decir que no hay mucha papelera. El olor de la suciedad y de la humedad se entremezclan y bailan una desagradable danza en nuestras narices, que supongo que el ateniense ya está acostumbrado, pero no yo.
El tráfico en la ciudad es ¡Viva la vida! Muchos coches cayendo en el caos y todas las motos con tripulantes sin casco. Tiene muy buena red de autobuses y gran cantidad de ellos. El tráfico en las autopistas es bastante horroroso también pues las carreteras no son de muy buena calidad, y claro, teniendo en cuenta el terreno, pues chungo todo… Tanto es así que podrás ver unas casitas de muñecas por todas partes en todas las vías de circulación que contienen vírgenes donde nos indican que alguien sufrió allí un accidente, con fatales consecuencias… o no. También tiene una buena red de autobuses interurbanos que te dejarán donde quieras, siempre y cuando sea la Grecia continental, eso sí, se demoran bastante los trayectos. El tren tarda más o menos lo mismo y cuesta muchísimo más caro, así que mejor bus. En cuanto al Metro de Atenas, tiene tres líneas que se entrecruzan y es fácil moverse. El Metro llega al puerto del Pireo y al aeropuerto.
El clima es el que es, seco y muy seco. Llueve algunas veces en invierno y la temperatura baja pocas veces de cinco grados, mientras que en verano sientes como te quemas vivo, sin lluvia alguna.
Más de un tercio de la población griega se encuentra en la capital. A Atenas llegan los refugiados e inmigrantes, y el éxodo rural de épocas cercanas también ha aumentado su población muy rápidamente hasta dejarla en más de 650.000 habitantes en 2011, aunque el censo no es del todo fiable. Verás mogollón de pobreza repartida a lo largo y ancho de la ciudad… Vendedores ambulantes, artistas callejeros, buscavidas, mendigos, etcétera. Algo que me llamó mucho la atención fue como utilizaban a los niños y a las niñas para pedir en el Metro y en la calle, cosa que no había visto en otros sitios de Europa.
Las atenienses y los atenienses, y también en los griegos de otros lugares fuera de Atenas en los que estuve, por lo general saben hablar inglés bastante bien. Además, todos los carteles están traducidos al inglés, así que el idioma y el alfabeto griego no serán problema alguno.
La gastronomía es excelente. Sus platos más típicos serían la ensalada griega (vegetariano) la moussaka y el gyros (ambos utilizan carnaza). Este último es como un Döner Kebab. Otros platos aptos para vegetarianos podrían ser el fakes (lentejas), la melitzanosalata (ensalada), fava (puré de guisantes), la fasolata (una sopita rica), el saganaki (queso), spanakotiropites (espinacas… la propia palabra lo dice), tyropita (pasta y queso feta, que es el que triunfa en Grecia) y para beber y quedarte más caliente aún de lo que te deja el clima tienes el ouzo, un licor muy fuerte que a mí personalmente no me gusta ni un cacho. El café allí no es el que tomamos en España, así que vete concienciado, chaval, aunque eso sí, consumen mucho de esto. La competencia gastronómica es abismal y los precios son muy asequibles. Incluso en un restaurante Döner acabarás contentísimo en cuanto a la calidad y el precio, así que ya sabes, hazle tres o cuatro agujeros más a tu cinturón.
Tal vez esté pareciendo que solo me gustó la comida y la red de autobuses ¡Nada más lejos de la realidad! La suciedad y la pobreza es un problema real allí en Grecia (de la seguridad no hablo porque no me sentí inseguro en ningún momento), pero eso no lo hace un país detestable, sino todo lo contrario. Me sorprendieron muchísimo estos aspectos y yo cuento lo que vi, un país rebelde, tal vez asustado por el porvenir, pero no lo aparenta. Es un pueblo sufridor, pero fuerte. Multicultural, luchador, anarquista, orgulloso del pasado, solidario… Me encantaría vivir una temporadita en Atenas y conocer mejor al pueblo de la diosa de la sabiduría.
Y con esto finiquito y comienzo el diario, donde hablaré de la visita al Partenón y otras ruinas y de nuestra visita al Oráculo de Delfos, pues teníamos que preguntarle alguna cosilla a Apolo. Si esto te la pela dale click a OTRA COSA, MARIPOSA y te irás directamente a la entrada de los mitos. Eso sí, si sigues leyendo daré datos sobre Delfos… Ahí lo dejo.
Γ. Ora al culo
Podíamos intuirlo, pero nadie predijo que paseando por Grecia se nos agarrotarían los músculos, se nos calentaría el cerebro y nos rondaría la depresión del viajero. Pero el Oráculo dejó interpretar que una visita a su templo sería la cura de todos nuestros males, hasta del mal de amores. Y así es como fueron estas dos jornadas, anímicamente muy distintas:
Aun sabiendo que era el día de visitar la famosa Acrópolis los ánimos no estaban para cabalgar, sobre todo los de mi queridísima Fosfo, que se le habían hundido al pasar de lo rural a la ciudad, como si de un éxodo se tratara. Pero no os preocupéis, que todo se arreglará, te lo digo yo que lo viví, aunque de momento tenemos que conformarnos con su tristeza.
Tristeza que se acentuó cuando nos colocamos a esa enorme fila que daba tres vueltas a la ciudad. Sin sombras y con escaso agua aguantamos ahí de pie, avanzando a pasito de tortuguilla. Nos portamos genial, la verdad, pero cuando ya logramos entrar al recinto de la Acrópolis nos encontrábamos terriblemente cansadas, así que descansamos dos minutos, pero nada más.
Fuimos escalando la montañita encontrándonos con los teatros de Dionisos y de Herodes Ático y terminando en el famoso complejo, donde había turistas y viento por partes iguales, y el viento y la arena nunca son buena combinación, y si añades el sudor de haber subido tenemos también la piel de pegamento. Así que ya os podéis imaginar: fotos con pelo al viento, ojos cerrados y cara de asco en general… Lo siento, no mostraré ninguna.
Tras dar un rodeo a lo más alto del centro ateniense y habiéndonos cansado ya de absorber arena decidimos dejarnos llevar por las calles céntricas acabando en un restaurante modernete de comida rápida que nos daría algo pa’ comer. Y sin más descanso que el de llenar los estómagos, entramos de nuevo en la vieja Grecia, en el Ágora, piedras que nos llevaron un rato largo de analizar, por lo tanto, al salir de allí el sol ya estaba bastante abajo, así que decidimos darnos un rápido paseo hasta la punta más alta de la Colina de Filopapo y así ver como Helios nos decía “bye bye” definitivamente.
Volvimos al sucio hostel en metro, donde nos arropamos en sudor y le dijimos –Buenas noches– a los millones de mosquitos que nos rondaban. Al día siguiente había que madrugar, pues el Oráculo nos había citado muy temprano, y claro, los ánimos estaban mejores, aunque nuestros ojitos seguían rojitos por culpa del sueñito.
En esta ocasión, para visitar Delfos, teníamos que ir a la estación de autobuses Beta (importante, no te vayas a la Alfa). Fuimos un poco a lo loco, sin haber comprado los billetes con anterioridad, en plena temporada alta y con el miedo de quedarnos sin hueco en el bus para ir a la pequeña ciudad, pero amigas, no tuvimos ningún problema en pillarlo a última hora.
El trayecto fue largo para los kilómetros que separaban Delfos de la capital, pero ya estuvimos hablando de las carreteras griegas, teniendo en cuenta también lo accidentado del terreno. Bueno, tres horas creo que fueron hasta llegar a aquella belleza entre montañas. Después de asombrarnos fuimos al hotel a dejar los macutos, pues aún no podíamos entrar, y después nos fuimos a visitar el yacimiento arqueológico.
El sitio fue famoso en la antigüedad porque en él se encontraba el templo de Apolo, y en su interior el Oráculo de Delfos, que en su tiempo fue lugar de peregrinaje de toda la Hélade, e incluso de creyentes más lejanos. Como ya solo quedan piedrecitas bien colocadas, te diré que tu imaginación podrá recrear a lo largo de la Vía Sacra y subiendo una de las colinas del monte Parnaso, unas capillas llamadas “tesoros”, un teatro, un altar donde se realizaban sacrificios (delante del templo) y un estadio, que es donde se celebraban los Juegos Píticos (muy importantes, casi casi como los olímpicos). Decir que en verano puede ser sofocante la subida, pero las vistas hacia el Golfo de Corinto son aluciflipas.
Al salir comimos y nos metimos en el hotel y nos sobamos como marmotas, dejando que los mosquitos explorasen nuestras carnes a sus anchas, eligiendo los lugares más blanditos y repletos de sangre calentita. Sobre las siete y media o así decidimos salir un ratejo a dar una vueltecita, que el sol ya no pegaba tanto, pero como por la mini ciudad no había mucho que ver (por no decir “nada”) recorrimos la carretera hasta el Santuario de Atenea, pasando por la Fuente Castalia, un manantial sagrado del que por supuesto bebimos. En el Santuario de Atenea, lo mejor conservado y más destacado es el Tholos de Marmaria, que se trata de un templo circular datado en el siglo IV a.C. del cual solo quedan tres míseras columnas en pie.
Bueno, la noche fue llegando y se nos antojó cenar en un restaurante pijete para probar la buena comida griega. Una ensaladita griega para mí y una moussaka para Fosfo, y de postre un yogurt griego, como no ¡Jronia kai jronia!
Tras la cena solo quedaba una cosa… Cama y hasta mañana, que aún nos quedaría disfrutar de unas horas en Delfos a las que dedicaríamos casi todas a –como no– otro museo arqueológico. Eso sí, después de dos días duros, habíamos conseguido remontar nuestros ánimos a lo más alto de la felicidad, y todo gracias al… Ora al culo de Delfos.
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