De nuevo en la capital rumana, una “Pequeña París” que se vino abajo y que intenta volver a florecer. La ciudad más grande, habitada y próspera de la hermosa Rumanía. Su encanto está en su desencanto, su hermosura está en su decadencia disimulada, su belleza está en el pueblo.
Doscientos veintiséis kilómetros cuadrados que se dividen en seis sectores, donde se esparcen los dos millones y medio de habitantes, teniendo en cuenta que podrían haber sido más si no fuese por la fuerte emigración que sufre el país a lo largo de los últimos años. Sobre todo, vuelan a Italia, España y Alemania ¿Y por qué a Italia y a España? Ni que fueran potencias laborales… Pues el idioma tendrá que ver, ya que el rumano es una lengua romance y, si pones bien la oreja, entenderás palabras al escucharles, al igual que al leerlas.
El Leu es la moneda oficial rumana (RON en código ISO) y se divide en cien bani (céntimos). Más o menos, a día de hoy (19/09/2019), el Leu vale 21 céntimos de Euro. Si nunca has tocado unos lei rumanos (plural de leu) en billete, vas a flipar cuando lo hagas, porque están hechos de plástico y no de papel, así que tendrás la sensación de que es falsete, pero no.
Y ¿Qué podemos encontrar en esta ciudad? Muy marcada por el paso de las Guerras Mundiales y por el señor Ceaușescu, que construyó y destruyó por igual. Pues aquí una pequeña y rápida gúia:
- El Metro de Bucarest es el gran legado comunista. Desde 1979 los bucarestinos y forasteros pueden acarrearse más fácilmente con este medio de transporte, que es más eficaz que bonito, así que úsalo, que además es baratejo: dos con cincuenta lei el viaje (unos 54 céntimos de euro) y veinte lei el de diez viajes (cuatro euros con treinta).
- Los parques siempre molan, así que aquí te dejo unos cuantos, pero no todos. El Herastrau Park es el más emblemático, al norte, bien grandote y con lago incluido. Además del paseo por los jardines y estatuas podrás adentrarte en el museo Satului. En una de sus entradas verás el Arco del Triunfo. El Tineretului Park es otro gigante de la ciudad, aquí, además de un lago, encontrarás en la zona sureste, un área recreativa para niños con forma de parque de atracciones. Cerquita a este anterior está el Carol Park, más pequeño que los anteriores, pero en él se posiciona el monumento del Soldado Desconocido. Al este se encuentra el Alexandru Ioan Cuza Park, de tamaño grande y con un lago dividido en dos. Y, para terminar, el Gradina Botánica (Parque Botánico), que está en la parte centro-oeste.
- La Catedral Patriarcal de Bucarest se construyó sobre una colina a mediados del siglo XVII, estilo renacentista rumano. Pero el templo cristiano más emblemático de la ciudad es sin duda el monasterio Stavropoleos, en pleno Centro, que ha sobrevivido a un terremoto y al comunismo. La Basílica Sfantul Anton se considera la más antigua de Bucaret, del siglo XVI, y también se encuentra en la parte más céntrica. Existen mogollón de templos en Bucarest, mires donde mires vas a ver alguna cúpula ortodoxa, así que, si lo tuyo es esto, te aseguro que no te va a decepcionar.
- Además de los Museos de Arte Nacional, de Historia, de Historia Natural (Antipa, custodiado por una jirafa) y Nacional de Geología, destaca la Mansión de Ceausescu, el Museo Satului, donde conocerás mediante casitas la manera de vivir del campesinado rumano a lo largo de los años; y el Museo George Enescu, en un palacio flipante, sobre la vida del compositor rumano más célebre.
- Para construir el Bulevar Unirii y los edificios de alrededor, Ceausescu decidió dinamitar un barrio entero (más de nueve mil casas) y liarla parda con su antojado bulevar, que recorre gran parte de la ciudad, pasa por el río canalizado Dambovita y atraviesa el parque-plaza Unirii, para terminar en el Palacio del Parlamento, considerado como el segundo edificio más grande del mundo (después del Pentágono). Este mastodonte arquitectónico es impresionante a los ojos de un mortal, pero bonito, lo que es bonito… a mí no me lo pareció.
- Otras plazas interesantes podrían ser la Plaza Victoriei, lugar bastante feo, pero cerca hay varios museos ya mencionados y el parque Kisseleff, donde puedes emborracharte y perder el móvil, por ejemplo. Luego está la Piata Revolutiei, donde el líder comunista daba sus sermones desde el balcón del Comité Central. Aquí al lado está el museo de arte y la estatua ecuestre del Rey Carol I, y muy cerca se encuentra el edificio del Ateneo Rumano. La Piata Universitatii nos regala más estatuas, y tal vez, la más molona es la de Mihai Viteazul, pues sale en su caballo dispuesto a cortarte en dos con su hacha. Al lado está el Museo Municipal de Bucaret, el parque TNB (dedicado a Caragiale) y por supuesto, la Universidad de Bucarest.
- Otro lugar interesante sería el barrio de Lipscani, que es el Casco Viejo. En él encontrarás la Posada de Manuc (Hanul lui Manuc), que es el edificio hotelero en funcionamiento más viejuno de la ciudad, donde también encontrarás un famoso restaurante y diferentes bares. En frente está la Basílica Sfantul Anton, ya mencionada antes. Y justo al lado está el sitio arqueológico Curtea Veche, un antiguo palacio que fue uno de los edificios más antiguos de Bucarest, y justo en su puerta verás el busto del imponente Vlad Tepes. Si recorres el barrio verás que tiene mucha oferta gastronómica y de ocio, como en el pasaje Macca Vilacrosse.

Como siempre se dice, esto es un pequeño listado con movidas que pueden resultarte interesantes según los gustos del turista tradicional, pero, por supuesto, la viajera o viajero también se interesa por los barrios más alejados, los restaurantes del pueblo, los mercados solitarios, los cementerios, los monstruos y demás cosas raras. Tu viaje lo construyes tú y, por lo tanto, tu aventura es única.
Ahora empezaré con el diario, si no te importa, donde relataré los cuatro primeros días de viaje (tres en Bucarest y uno en Brasov). Encontrarás móviles perdidos (qué paradoja), nervios en la estación de tren, cervezas típicas rumanas y bloques soviéticos por un tubo. Si no te interesa puedes saltarte al próximo capítulo, como Netflix, donde hablaré del Delta del Danubio ¡Besitos!
A. Tri Poloski (días 1, 2, 3 y 4)
Hace un par de años estuve trabajando en varios institutos de un municipio de Madrid, donde mi labor era dinamizar la hora del recreo pinchando la música que ellxs me iban pidiendo. Muchas de las canciones llamaron mi atención, y más de una tuve que censurarla, pero hay una que se me quedó clavada por la agresividad que desprendía y por el buen recibimiento que tenía entre lxs jóvenes, pues paraban de hablar, comer y reír y comenzaban a bailar. Dicha pieza musical se llama Tri Poloski, y se trata de una canción rusa del género Hard Bass (electrónica) en la cual aparece un grupo de individuos con vestimenta de la marca comercial Adidas, portando drogas, alcohol y armas, y bailando como locos… Es un vídeo entretenido y su música es adictiva. Algúna vez se la he puesto a mis amigxs para echarnos unas risas y hemos acabado bailándola y cantándola. Tri Poloski (pincha para escuchar) significa “Tres Rayas”, y hace alusión a la marca Adidas. Como me hacía gracia y en Europa del Este se escucha mucho el Hard Bass y, además, nuestro viaje recorría precisamente TRES países con reconocimiento internacional (Rumanía, Moldavia y Ucrania), decidí llamar a esta travesía –Tri Poloski–.
Día de viaje: 1 (Bucarest)
El primer stop y punto de partida fue en Bucarest (Rumanía), lugar en el cual ya había estado. Rudolf y yo llegamos el 8 de agosto con mucha fuerza, pero se nos fue toda en un puñadito de horas… En seguida nos dimos cuenta de que aquella aventurilla idiota, tan difuminada para tantos, nos iba a convertir en puchimboles ibéricos, teniendo que esquivar crochets tanto por un lado como por el otro.
Sin apenas haber probado bocado llegamos a la capital rumana, después de tres horas y media de avión, más la otra hora que hay que añadir siempre para llegar desde el aeropuerto hasta el ojo de la ciudad. Y en plena pupila apareció Miron, un viejo amigo que conocí un par de años atrás en las mismas coordenadas, y que al igual que antaño, nos alojaría en su imponente morada soviética, en un sector gris cualquiera. Cuando llegamos ya era tarde y horrible… tarde porque lo decía el cronómetro de la vida y horrible porque la nutrición no estaba siendo la adecuada, y a esas horas no existían muchas opciones, así que hubo que tirar de un pedido cuattro formaggi que tardó bastante más que el concierto de nuestros estómagos en la sala de espera. Por supuesto, nos tiramos al cuello del pizzero en cuanto llegó para integrarnos mejor en aquel mundo vampiresco, y después del banquete solo nos quedó acomodarnos en nuestros sarcófagos para dejar a la noche terminar sus cosas.
Día de viaje: 2 (Bucarest)
A la mañana siguiente teníamos un pelotazo importante, seguramente debido al bochorno que se respiraba allí, a las elegantes compañeras de piso de Miron, que nos embadurnaban de pelos felinos, y a la falta de trance nocturno… el cúmulo nos creó una resaca absurda de first day. Un primer día que aprovechamos bien yendo primero a desayunar por las entrañas del Sector 6, pues Rudolf siente un amor incomprensible por las moles de cemento soviético que se esparcen por toda Europa del Este, y aquí iba sacando su objetivo como si de una piruleta se tratase, danzando con las estructuras más grises de Ceausescu.

Luego un poco de pose turística por la parte más céntrica, añadiendo kilómetros a nuestras piernas jóvenes de primer día de viaje… Que si un paso más para acá, una cerveza por allí y una pequeña verbena turca en el gran parque Herastrau, un pulmón, pero no el único de Bucarest.
Otro reencuentro con Miron en pleno bullicio ciudadano nos revolucionó por completo y empezamos a recorrer bares en busca de la mejor cerveza rumanoide, y descubrimos que cuanto más buscabas más complicado era encontrar lo que querías, pues se nublan los sentidos y el objetivo se torna imposible. Tanto es así que sin darnos cuenta nos convertimos en idiotas redomados, y ya volviendo a casa, nada más salir del taxi, Rudolf se sobresaltó al darse cuenta de que su queridísimo teléfono móvil no le acompañaba en esta aventura, lo cual fue el primer palo del viaje, el de bienvenida.
Gracias a Miron pudimos contactar con el taxista, que ya se encontraba años luz de nuestro egocentrismo, pero este honrado trabajador no vio nada nuevo en su herramienta de trabajo, así que, con un compañero de viaje bien rallado, nos dijimos que mañana comenzaríamos la búsqueda del móvil perdido, pero que hoy no era buena idea buscar, así que entramos en la cama de la amargura para no pensar más hasta pasadas unas pocas horas.
Día de viaje: 3 (Bucaret)
El tercer día de viaje solo puede tener el nombre de “Día perdido”, pues lo ocupamos casi por completo en la recuperación del teléfono móvil de Rudolf. Miron no estaría físicamente con nosotros, pues tenía quehaceres, lo cual perdíamos al mejor aliado y a la lengua rumana, aunque siempre estaría allí, al otro lado del Whatsapp.
Buscar en el último parque donde las frías Timisoreanas habían pasado por nuestras gargantas era nuestro único plan… la carta sin esperanzas, pero era extraño que aquel teléfono siguiese dando tono y que nadie contestase al otro lado, así que había que intentarlo, no sé, quizá bajo unas hojas secas de magnoliácea se ocultaba bien de los depredadores. El caso es que justo cuando íbamos a salir del eficiente metro rumano, una aliada desde España nos mandó la ubicación GPS actual del móvil, y no coincidía con ningún lugar cercano de nuestra ruta en “eses” de la noche anterior, así que se nos apagó casi por completo la antorcha de la esperanza. Diez minutos después se encendió con mucha más fuerza que antes…
Una nueva geolocalización confirmó que el aparato se encontraba en un vehículo motorizado, pues había pasado de una punta a otra de la ciudad, así que llamamos a Miron para que este volviese a contactar a nuestro querido taxista… Y así fue, para alegría de Rudolf, la ubicación del móvil coincidía con la del taxi. Aun así, el conductor tardó en confirmar que estaba en posesión del queridísimo objeto, pues no lo encontraba por ningún lado. Minutos de tensión después ya hubo confirmación y nuestros cerebros respiraron aliviados, aunque eso sí, el menda dijo que hasta las ocho de la tarde-noche no podría devolvernos el teléfono ¡Y no solo eso! Nos dijo que según la ley (la suya, sería) tendríamos que abonar entre 70 y 100 lei, que es algo así como entre 15 y 20 eurazos. A Rudolf le fastidió bastante, obviamente, pero eso era mejor que cualquier cosa.
Hasta las ocho aún quedaba mogollón de tiempo, así que estuvimos de paseo por parques y avenidas, acabando en el entretenido Sector 4 y su parque de atracciones, con varias montañas rusas que invitaban a salir corriendo de allí, así que corrimos espantados hacia el metro y volvimos al piso de Miron, que era también el punto de quedada con el taxista. Se supone que llegaría de ocho a nueve, pero nosotros esperamos de ocho a diez y vimos como la luna subía lentamente por nuestras cabezas. Muchos taxis pasaron, pero ninguno trajo el oro, el incienso y la mirra. Mientras tanto, las llamadas desesperadas al conductor comunicaban y la tensión aumentaba… Rudolf se empezó a quedar calvo.

Un último suspiro de Miron ¡El taxista ha dado señales de vida! Hasta la madrugada no puede pasar por la zona… Cenamos intranquilamente y le volvimos a dar a la Timisoreana, e inesperadamente, apareció el taxista a las once y media de la noche. Cambio turbio de mercancía: 100 lei por un móvil que nunca había dejado de ser de Rudolf. Hora de respirar. Hora de descansar.
Día de viaje: 4 (Brasov)
El cuarto día de viaje no lo pasaríamos en la capital, sino que madrugaríamos para tomar el tren de las ocho y media que se dirigía a la región de Transilvania, concretamente a una de las ciudades rumanas más devoradas por el turismo: a Brasov. Hubo debate intenso los días anteriores para elegir destino de escapada, pues alguna hora más cerca se encuentra Sinaia, una ciudad escondida entre montañas que asoma algún castillo curioso entre sus pinos. Finalmente creímos que Brasov nos podría ofrecer más, así que estiramos más de la goma. Tres horas de viaje por paisajes perfectos llenos de plantígrados que no llegamos a ver, porque no creo que estuvieran dispuestos a salir de su escondite, pues tienen mejores cosas que hacer que enseñarte las orejas, aunque más bien preferirían enseñarte las fauces.
Llegaríamos a la séptima ciudad rumana a las once y media, a una estación que se encontraba como a una hora andando de lo que un turista podría considerar como interesante, aunque si mirabas a los techos del camino sí que encontrabas algún gigante de hormigón de dieciocho pisos por lo menos, y a ras de las hormigas había gente que siempre es digna de observar, Dacias que se ponen a dos ruedas en las glorietas, y funerarias “Non Stop”.
La parte más antigua de la ciudad es bonita, con sus suelos empedrados, edificios de cuento y al pie del Tȃmpa… precioso, pero claro, absurdamente turístico. Lo primero fue llenar el buche, después un recorrido veloz por las callejuelas y, por último, la subida a la cima de la montaña, la cual realizamos en teleférico y bajamos rodando ¡Y menos mal que subimos en la maquinita! Porque no es poca la distancia que separa el cielo del infierno. En fin, una vez abajo comenzó la vuelta a casa, que fue igual que la ida… un paseo de una hora por el sol hacia la estación de trenes, un viaje de tres horas zigzagueando los Cárpatos hasta Bucarest, y una bienvenida de Miron con su viejo carro para mandarnos por última vez a su guarida. Unas cervezas y unos ronquidos para despedirnos de la París del Este.

Me ha encantado tu diario de viaje, he flipado que pudiera tu amigo recuperar el móvil porque la aventura era como una búsqueda de wally por la ciudad, vaya tela. Me quedo con la intriga de si te gustó o no, entre platigrados ausentes, funerarias non stop, funiculares, cervezas, pizzas cuatro quesos y bloques de cemento, aún no he ido y la verdad que pinta bien, desde luego lo que está garantizado son buenas aventuras y que no pasaste un minuto de aburrimiento😂 Un beso y disfruta el finde😘😘
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Sí me gustó, sí, pero es cierto que Bucarest no me impresionó tanto como las otras dos capitales que vi después (Chisinau y Kiev), y Brasov es tan turístico que agobia. No nos aburrimos, no, pero un mal rato sí pasó mi amigo jeje. Un saludo y muuuuchas gracias!!!
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Me ha encantado saber de Rumanía.
Estuve a punto de ir hace unos 5 años y todo el mundo, incluidos rumanos me lo desaconsejaron. Todos estuvieron de acuerdo en apuntar su peligrosidad, especialmente la pareja de una rumana encantadora que vive aquí. El estuvo viviendo allí un año. Total, borrado de la lista de visitables y ahora veo que vosotros os movísteis de transporte público. ¿Tanto han cambiado las cosas en 5 o 6 años?
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Ay! No me digas! Estuve hace dos años en Bucarest y Timisoara, dos ciudades grandes y abiertas al visitante, yo diría que bastante seguras y no mucho que envidiar a otras ciudades europeas con cierta fama.
Este año decidimos recorrerlo más a fondo (la Rumanía más profunda) y la verdad es que no nos sentimos inseguros en ningún momento. Yo diría que el gran problema de este país es la corrupción, pues la ves por todas partes.
Espero que te animes a pisar esas tierras, pues hay gente y naturaleza maravillosa. Un saludo y mil gracias por pasarte.
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Mil gracias por la información ya que estaba bastante reticente a pasarme por allí.
Un saludo y feliz semana
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Rumanía está en la lista de pendientes, así que cuando la visitemos ya sé a dónde acudir a buscar información 🙂
Gracias por compartir tus aventuras!
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Gracias a ti por comentar 😉
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