El río Danubio rompe Europa de oeste a este. Casi tres mil kilómetros y diez países que deja atrás antes de desembocar en el Mar Negro, donde riega un extenso y precioso cacho de tierra. El delta del Danubio es el segundo más grande de Europa (tras el del Volga) y el mejor conservado. Tanto Ucrania como Rumanía comparten su amplitud, donde dibujan una extraña frontera, quedándose la mayor parte en Rumanía. Hablamos de 5.000 kilómetros cuadrados donde serpentean los tres brazos del gran río: Chilia, Sulina y San Jorge. Entre ellos aparecen los canales, humedales y pantanos. La fauna y la flora es una maravilla, sobre todo para los felices ornitólogos.
Por su condición, las orillas del Delta han servido de hogar para los humanos desde el Neolítico, aunque en aquellos tiempos esa zona era un simple golfo, y fue la sedimentación y los depósitos aluviales del Mar Negro a lo largo de los siglos los que crearon este laberinto de lagunas e islotes. Griegos, Dacios y Romanos fueron los primeros que bailaron sobre sus juncos, y por su demarcación estratégica, ha habido varios palos entre los diferentes imperios y estados que han ido rulando por la zona, pasando a manos de eslavos, búlgaros, rusos, bizantinos y otomanos, entre otros. Después de diferentes guerras, entre ellas las mundiales, los tratados posteriores, formación de la actual Rumanía y desfragmentación de la URSS, el Delta ha llegado así dibujada y fronterizada a nuestros días, siendo desde 1991, patrimonio mundial de la UNESCO.

- ¿CÓMO LLEGAR?
Para visitar el Delta tendrás que llegar primero a Tulcea, una pequeña ciudad a los pies de la magia, donde tendrás que establecer tu centro de operaciones. Puedes reservar un viaje de ida y vuelta a través de Internet o puedes darte un paseo por el puerto e ir preguntando en las oficinas flotantes que lo ofertan, pero el precio no suele variar mucho de una empresa a otra, si lo único que quieres es que te lleven a Sulina o a San Jorge, pues el único método de transporte es la lancha, y te van a tener que llevar, a no ser que tengas una (también hay cruceros). A Sulina nos costó 30 RON ir y lo mismo volver (unos 13 euros ida y vuelta).
- ACTIVIDADES
En Tulcea, además de solo el trayecto, también podrás contratar una ruta por el Delta, que suelen ser por el río de Sulina y sus canales o por el río de San Jorge y sus canales, este último destino suele ser más caro porque está a mayor distancia. El final de la ruta suele ser la desembocadura de estas ramas del Danubio en las localidades con el mismo nombre. Me atrevería a aconsejarte que evitaras contratar una ruta desde Tulcea, y hacerlo mejor desde estas localidades, pues la oferta es mucho mayor. Aquí podrás elegir la ruta que más te guste o se ajuste a tu presupuesto (La de la fauna, la de los faros, la de los lagos, la de las poblaciones… Tienes para aburrir).

- ¿QUÉ VER?
Se junta ahí una buena panda de seres vivos. 1200 especies de plantas repartidas por los humedales, bosques y saladares. Sauces, fresnos, álamos, alisos y robles entre los árboles más repartidos. El musgo, la caña, el garbanzo, entre otros, en los juncales y cañaverales. Lirios de agua, nenúfares, y más, se extienden por las partes más pantanosas. Muchas de las especies aquí encontradas son únicas en el mundo.
La fauna no se queda atrás. Rica variedad de reptiles, anfibios, mamíferos, peces e invertebrados que plagan el Delta, pero la palma se la llevan las aves, donde llegan de muchas partes del mundo para anidar. Pelícanos, pinzones, águilas, gansos, cisnes, cigüeñas… Vamos, más de 360 especies con pico.
También hay pequeños poblados como Mila 23, Crisan o Caraorman que puede ser interesante incluirlas en la ruta a realizar. Algún museo sobre el Delta, faros, San Jorge (Sfȃntu Gheorghe) y Sulina.
Nosotros estuvimos en Sulina, donde podrás alquilar una bicicleta e irte lejos para descubrir por los caminos más pedregosos los juncales y sus pajaritos. También, muy cerquita, tendrás la playa, para remojarte el culete, y ahí te darás cuenta de por qué llaman Mar Negro a aquel charco. La oferta hotelera es amplia, además, muchos habitantes del lugar, no se negarán a darte alojamiento por un módico precio. Los restaurantes también abundan.

Son los rumanos los que están empezando a sacar partido de la explotación turística, pues siempre se ha mantenido muy al margen de las termitas humanas, y gracias a ello la conservación de la zona es hasta ahora casi perfecta. Quizá, esta información que estoy dando aquí, no ayude a que esta perla siga siendo desconocida, pero es cuestión de tiempo que el insaciable turismo pise los humedales con sus pies de plástico. Cada vez hay más información en internet y más empresas turísticas que ofertan tours de horas y días por el Delta del Danubio. Aprovecha ahora, si puedes, y déjalo todo como te lo encontraste.
Ahorita viene el diario. Si lo prefieres clickea AQUÍ y te mando a Chisinau, la capital moldava… La capital menos visitada de toda Europa.
B. Pecho de pecho (Días 5, 6 y 7)
Si no había traducción al inglés se volvía todo siniestro: Los carteles, anuncios, etiquetas o, sobre todo, las cartas de los restaurantes. Leer una carta en rumano estaba complicado, pero Rudolf podía jugar al azar, sin embargo, yo y mi dieta vegetariana no, lo mío era más bien una ruleta rusa, así que en más de una ocasión sacamos nuestros móviles, aprovechando el roaming que nos ofrecían los nuevos convenios de la Unión Europea, y le intentábamos sacar partido a la opción Cámara del Google Traductor, que te lo traduce en pantalla. Pero claro, esta aplicación no es del todo fiable y, en más de una ocasión acabamos con la carcajada en la boca, mientras el camarero o camarera de turno se permitía pensar que éramos idiotas. La frase que más gracia nos hizo sin duda fue la de “Pecho de pecho”, traducción de “Piept de pui” (Pechuga de pollo), así que esta entrada está dedicada a esas risas en aquel restaurante de Constanza que, por cierto, fue uno de los lugares donde mejor comimos.
Día de viaje: 5 (Constanza)
A pesar de la buena experiencia a la hora de almorzar, el quinto día de viaje lo recordaremos como uno de los más agitados, sin duda. A las siete estábamos en pie, y al igual que el día anterior, llegamos a la estación de Bucarest con media hora de antelación… Suficiente para conseguir un desayuno y disfrutarlo tranquilamente, o eso creíamos. Tampoco era tan larga la fila de la cafetería, pero aquellas trabajadoras matutinas no parecían estar muy espabiladas a esas horas, así que con mucha calma iban despachando a sus queridos clientes. Y así pasamos esa media hora, en una fila de una cafetería, pasito a pasito, suave, suavecito. Pagué los cafés, pero aún tenían que servirme, y el reloj había cogido carrerilla. Pedí por favor que me colase el de adelante, mientras Rudolf salió con los macutos hacia el tren, como si pudiera pararlo a lo Superman. Al fin me dieron los desayunos y corrí como un desgraciado, quemándome las manos, una con el café y la otra con el hot chocolate. Entramos al tren casi lanzándonos, diez segundos antes de que empezara a andar… Y cuando parecía que todo el sufrimiento había acabado, no sé cómo, pero me tiré parte del chocolate caliente por encima, bajo la atenta mirada de lxs demás pasajerxs. Así dijimos adiós a Bucarest y así nos recibiría Constanza.

Quizá ahora y visto desde lejos, esta viñeta que acabo de dibujar resulte graciosa, pero os juro por Espinete que lo pasamos muy mal. Aunque peor lo pasamos cuando arribamos a la ciudad costera, pues fue duro vivir, con ese cansancio que llevábamos a cuestas, que el tipo del alojamiento reservado nos decía que NO, que no podía dejarnos porque había algún problema en el barrio con la luz y el agua, cosa que era mentira. Su manera de dirigirse a nosotros era muy agresiva, y estaba tremendamente nervioso, mirando a todos lados. Rudolf y yo tenemos la teoría de que algo se le había ido de las manos y ahora tendría algún cadáver metido en la bañera, así que casi que mejor fue andar para atrás y buscar con urgencia otro apartamento. Fue fácil encontrar uno al otro lado de Constanza, pero caro.
Parecía otro día gafado, como aquel del móvil, pero a partir de ese momento las cosas empezaron a ir mejor: caminamos hacia la playa y nos permitimos un primer chapuzón en el Mar Negro, que fue corto, pero suficiente para relajar tensiones. Luego anduvimos un rato por el arenal para darnos cuenta que, a pesar del turismo de interior que esta ciudad sufre, no es comparable a ninguna del Mediterráneo español, ni en calidad ni en masificación… Agua con mucha alga y sedimentos, pero eso sí, calentita, tranquila y poco salada. Sus bañistas, todxs más rojxs que el lado este de su propia bandera.

La última parte del día la dedicamos a conocer aquella ciudad tan famosa en el país, pero tan poco recomendada por la escasa gente que habíamos conocido, tal vez por ser la Benidorm de Rumanía, y ya con eso nuestras expectativas estaban en menos cuatro, así que fue sencillo contentarnos. Un paseo, una cerveza, alguna que otra piedra griega y una subida al minarete de la Mezquita Carol I para convertirnos en cuervos de mil ojos. Luego aparecimos frente al símbolo de la ciudad, un casino abandonado con una estructura arquitectónica bonita que separa dos puertos feos ¡Pero ojo! Que uno de estos es el cuarto puerto más grande de Europa. Por suerte, había un mercadillo de objetos vejestorios que entretenía bastante… Aquel lugar no daba para más, así que nos agarramos a un taxi que nos dejó en el apartamento con nuestras cervezas frías y los tortellini para cenar.
Día de viaje: 6 (Tulcea)
Nuestro tercer tren del viaje salía más pronto que el sol, así que no tuvimos tiempo de expulsar a las legañas invasoras, y así se quedaron todo el día en nuestros preciosos ojos, viajando en tren y viendo pasar a los rebaños asesinos, a los campos de trigo y remolacha, y al Lacul Babadag. Nuestro destino era Tulcea, una ciudad en pleno delta del río Danubio, y se trataba del punto base para las excursiones por los canales y brazos (ríos Saint George y Sulina) del gran río europeo.
Los trayectos en tren eran largos e incómodos, por eso siempre llegábamos a nuestros destinos como yayos con dolor lumbar persistente. El hotel nos invitaba a quedarnos allí el resto del día, pero sacamos alguna fuerza para movernos a comer… Eso sí, con los estómagos llenos volvimos a la habitación, donde nos encontramos con la primera siesta del viaje.
La última porción del día la empleamos en conseguir una agencia de excursiones al Delta. No teníamos ni idea de cuál era el catálogo de recorridos y cuáles eran sus principales atractivos, pero vimos que todas las compañías tenían precios y horarios similares, así que elegimos al primero que nos hizo caso, cosa que fue tarea difícil, pues a las ocho de la tarde pocas cogían el teléfono, y las que lo hacían no querían hablarnos en un idioma que no fuera el suyo personal, así que costó, pero lo volvimos a lograr… Mañana nos iríamos a Sulina, la ciudad portuaria más oriental de Rumanía, solo accesible en barco o nadando, pero dudo mucho que llegues nadando sin que las aguas del Danubio te hayan comido el alma.

A pesar de haber llegado hasta Tulcea y conseguido una excursión para el día siguiente, teníamos la sensación de haber perdido el día, pues no habíamos hecho nada espectacular de viajeros temerarios, así que contactamos con un personaje de Couchsurfing para ver si nos contaba algo, y la verdad es que resultó muy provechoso, porque se ofreció a darnos cobijo a la noche siguiente, además de cebarnos a verduras y tallarines chinos, y explico esto: Resulta que Mario (así decía que se llamaba, a pesar de su nacionalidad filipina) era un prestigioso chef que coordinaba la cocina de un restaurante mandarín en una esquinita turbia de Tulcea, así que nos invitó a cenar, a emborracharnos y a una profunda conversación de la cual yo no me enteré ni de la media… ¡Fucking english!
Día de viaje: 7 (Sulina)
No sé quién nos llevó hasta el hotel, pero allí amanecimos cuando la alarma martilleó nuestro cerebelo. Sin resaca, pues parece que esto aún no ha llegado a la Europa del Este, y eso es algo que se agradece mucho. Así que el suspenso que le he puesto al día no es por el post-cogorza, y ni siquiera es por haber pasado un mal día, sino más bien por un mal final de día. Para mí fue el peor, sin duda, pero vamos por partes, por favor.
La noche de hotel nos incluía el desayuno, que abría el comedor a las siete y media, pero nuestra lancha motora salía a las ocho del puerto, que estaba a un rato largo del hotel. Lo lógico hubiera sido pasar del desayuno, pero claro, nosotros no escuchamos al grillo, así que desayuno a marchas forzadas y a meterle caña a un taxista aún con pijama. Pero no os preocupéis, pues llegamos a buen puerto y con tiempo sobrante.
La ruta en lancha motora por las turbias aguas del Danubio fue pesada, no por la hora y media de trayecto, ni por el bellísimo paisaje, sino más bien por el hacinamiento y, por lo tanto, la incomodidad, pues muchos pasajeros llenaban la embarcación con sus equipajes de mudanza. A parte, el traqueteo de las olas convirtió a mi estómago en una mina antipersona a la que le faltó poco para ser activada. Por suerte pisamos tierra firme antes de que fuera demasiado tarde.
La mini ciudad de Sulima no tiene nada de interesante, y esto es algo que yo te spoileo porque me da la gana. Mucha oferta hotelera y de restauración, ya que es el punto y aparte, o sea, la bandera de salida donde podrás contratar la excursión que más te interese: lagos, fauna, puertos… La oferta es amplia y está por todos lados. Y, así pues, por todos lados íbamos esquivando estas ofertas tentadoras cuando vimos algo que nos bajó por completo los calzoncillos. Se trataba de unas bicicletas de alquiler, y no tuvimos valor de dejar pasar la oportunidad, pues pensamos que con aquel vehículo podríamos visitar gran parte del Delta a nuestra solitaria bola.
Dicho y hecho, bicis al pecho y buen provecho. Aunque eran bastante ruinosas cumplían con nuestras necesidades básicas, que era transportarnos a una velocidad mayor a la que van nuestros pies por el sendero. Nos metimos por camino pedregoso y ahí ya empezamos a temblar un poco, tanto literal como mental, pues nos dimos cuenta que esas bicis no nos iban a llevar muy lejos. Y en realidad no sé lo lejos que nos pudieron llevar, pero he de decir que tanto mi coleguita como yo disfrutamos del camino por la ribera de los canales, parando de vez en cuando para inmortalizar flora, vacas y aves, y algún barco encallado, eso que no falte.

El sol pegaba y el agua se nos despegaba, así que en algún momento decidimos dar la vuelta para volver a la ciudad, donde no nos esperaba nadie, salvo el hambre, que siempre espera. El restaurante escogido salió ganando con mi persona, pues con el lío de nombres de los productos y mi falto de inglés, acabaron trayéndome una pizza que no podía comer, así que allí nos vimos, con más alimento en la mesa del esperado, y Rudolf no pudo hacer otra cosa que comerse lo suyo y tragar como pudo la quattro stagioni que había de más. Luego se durmió mientras se bebía un café.
Para la tarde, el destino nos preparó una piscifactoría escondida entre basureros, y luego la playa, que estaba bien negra, como indica el nombre de su mar, pues los sedimentos y mierda europea que suelta el río no podría darnos unas aguas más envenenadas. Poco más en Sulina, solo devolvimos las bicis y nos metimos en la barquita para enfrentarnos de nuevo a la maraca flotante. Fue un buen día, pero lo malo venía ahora, en Tulcea…
No preguntes por qué, pero no teníamos billete de salida de la ciudad, y a Tulcea es difícil entrar y salir, pues el gran río lo complica todo. Tiene estación de tren (así llegamos nosotros), pero únicamente conexión con el sur. Para ir al oeste y al norte hay que moverse por carretera, y nuestro destino, Iasi, se encontraba al norte. A nosotros nos quedaba otra estancia en Tulcea, en casa de nuestro amigo filipino, pero quisimos pasar primero por la estación de buses para dejar comprada la huida. Para nuestra sorpresa, no quedaban billetes disponibles hasta cuatro días después… Se nos encogió el corazón.
Teníamos que salir de allí al día siguiente o perderíamos el apartamento en Iasi, así que comenzamos a valorar opciones, pero todas eran una gran cagada en el viaje. Valoramos incluso pagar a un tipo que nos pedía 200 euros por llevarnos, pero recapacitamos, pues hubiese sido humillante y absurdo. No había BlaBlaCar; el Auto-Stop estaba en lo alto de las opciones; hacer varios trasbordos en tren, aparte del elevado costo, nos arruinaría el día entero… Estábamos totalmente nublados, así que decidimos improvisar al día siguiente.
Carcomidos volvimos a terminar la jornada en el restaurante chino de Mario, sin muchos ánimos, la verdad. Una vez en su casa hubo una conversación variada con nuestro anfitrión y finalmente para el sobre… Mañana nadie sabía que nos depararía ¿Nos quedaríamos toda la vida en aquella ciudad sin diversión? ¿Conseguiríamos traspasar el muro natural del Danubio? Esa noche tuvimos pesadillas.
Sabes encontrar lugares en los que poca gente piensa 🤗 aunque nos gustó más la islita perdida en las salomón este… tiene buena pinta. Un lugar muy diferente y ni tan lejos 👌
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Tikopia tiene que ser un paraíso en todos los sentidos. El Delta del Danubio es fantástico, y muy económico, pero sobre todo lo van a disfrutar lxs amantes de las aves. Un abrazo, chicos!
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😂😂😂que post David lo has bordado como me he reido y que intrigada me acabas de dejar con lo que os pasó el día siguiente, ya estoy deseando leerlo. Eso si voy a enviar a mi amiga Tamara tu post, no sé que le va a parecer que digas que Constanza es la Benidorm Rumana😂😂 desde luego es auténtico por la dificultad de moverse y pq todavía no está invadido por las termitas. Conste que yo soy la termita madre deseosa de conocer esa zona. Un beso y disfruta el finde en un buen restaurante vegetariano sin traductor de google😅😘😘
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Jaja gracias!!! Constanza está mejor de lo que los propios rumanos nos habían dicho. En Bucarest nos aconsejaron que nos lo saltásemos, y si no hubiese sido necesario pasar por ahí, lo habríamos omitido, pero una vez conocida esta ciudad no me pareció tan horrible… Incluso me gustó un poquito jaja. Buen fin de semana, Bea!!!
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