Viaje desde casa IV

El centrifugado de mi cabeza es constante, y me seca, y me arde, y vuelvo a dar otra vuelta de campana en la cama, pero como no entiendo las cosas se me enrojecen las córneas. Me encuentro enjaulado y con un afeitado de malote, así que, cuando la máquina de tatuajes que compré por internet llegue a mi celda me convertiré en el recluso bobo del quinto piso. Aun así, la vieja con muletas que vive debajo de mí ya me odiaba antes de mi existencia, que lo sé yo.

El caso es que me quejo, y me avergüenza quejarme, porque en este zulo tengo un puzzle de 1.500 piezas, una barra incrustada en la pared para los intentos de dominadas, siete kilos de harina y pinturas de colores de punta gruesa. Y aun así me quejo porque vida solo hay siete y no quiero pasar una encerrado en el quinto, sobre la vieja que me odia. Y me da por llorar, pero sobre todo lloro por los que se pasan años y más años oxidándose junto con los barrotes que impiden su libertad. El encarcelamiento prolongado es peor que la muerte, y creo que ni el villano más malvado de la película merece un destino tan cruel.

Los malos deberían aprender a portarse bien de otra manera, pero al fin y al cabo son malos (o no), y la gente no empatiza con los malvados, pero ¿qué pasa cuando las almas aparentemente inocentes caen en pozos infinitos? ¡Qué injusticia, señores! Y qué momento más perfecto para introducirme en la piel de estos miserables… He comenzado a leerme el Diario de Ana Frank, que lo compré en un mercadillo vallecano cuando los dinosaurios aún respiraban y, creo que ya ha llegado el momento de quitarle los piojos ¡Vamos a empatizar!

  • El Achterhuis

El canal del Príncipe Guillermo de Orange, el más largo de Ámsterdam, muestra el corazón de un reino en sepia, una arquitectura valiente y siniestra, donde algunos edificios han escondido tesoros tras falsas estanterías. Dos familias y un dentista se confinaron en la extensión trasera del número 263 de la calle del canal para evitar ser cazados por una plaga siete mil veces peor a la que asola nuestras calles hoy. El olor a esperanza que embadurnó los muebles de madera duró dos años nada más, y la vida no pudo llegar a tiempo, aunque sí dejó tinta joven entre las hojas manchadas de un diario blanco y rojo. Aun se escuchan los sollozos de la señora Van Pels cuando clavaba las uñas en su precioso abrigo de piel, o el sonido de las cuchillas cuando las hermanas despellejaban las patatas del mercado negro. Aún se escucha el silencio que la muerte dejó, porque eso es lo único que suele dejar Morfeo.

Anne Frank House and the Westertoren in Amsterdam
Casa donde se refugió la adolescente Ana Frank junto con su familia y otros integrantes judíos para escapar del holocausto. Se encuentra en Ámsterdam, en la calle Prinsengracht, en los números 263-265. Hoy es un museo dedicado a la vida de estos confinados y a la cruda época que les tocó “vivir”.
  • Cueva de Yokoi

Entre la vegetación frondosa de la selva de Guam reptaron hombres fabricados por el miedo que, ante una caída hacia la mayor de las deshonras niponas de ser apresado por el enemigo, formatearon su existencia enterrándose en los bosques. La guerra se apaciguó, pero ni el viento les introdujo la bendita información, así que rotó la tierra numerosas veces, luchando esta vez contra la malaria y el tifus. Solo un alma quedó pescando oxígeno, escondiendo la cabeza como un topo cuando escuchaba el cantar yanqui del rascón de la isla. Eliminó 29 años de su vida hasta que un par de cazadores le cazó cazando, iluminándole después el futuro que ya había pasado. Shoichi Yokoi fue recibido como un héroe en su tierra, pero la confusión histórica nunca dejó de buscarle, tanto en la selva como en Nagoya. Murió triste.

Shoichi Yokoi
Museo de Shoichi Yokoi, último soldado japonés de la II Guerra Mundial, fugado y escondido durante 29 años en la selva de la isla de Guam. En la imagen vemos una representación del refugio que él mismo construyó para sobrevivir.
  • Castillo de Tokat

En el trascurso de los primeros años de reclusión, los dos hermanos recibieron un trato digno de nobles, pero el ruido que hacía su progenitor muchísimos kilómetros al este, molestó a los otomanos, y los vástagos tuvieron que despedirse de la calidad de vida a la que estaban acostumbrados. Conocieron entonces el polvo que se esconde en los suburbios de una fortaleza inexpugnable, mazmorras hechas con gritos y telarañas cristianas. Las ratas susurraban la agonía, y la agonía roía sus ropajes hasta convertirlos en flecos de odio. El pequeño Vlad juró mil veces delante de su hermano que, si de allí salía con vida, haría llorar de miedo al Imperio Otomano, y mientras pronunciaba el conjuro atravesaba con un palo a un ratón, desde la abertura trasera, hasta la de la boca. Cinco años de reclusión, un lustro de odio creciente, pero llegó la libertad y muchos suplicaron clemencia sin ni siquiera ser escuchados.

Vlad Tepes
Castillo en lo alto de un pico rocoso en la ciudad de Tokat, en Turquía, donde Vlad el Empalador estuvo recluido junto a su hermano mayor por las fuerzas del Impero Otomano. Recientemente se han descubierto y explorado túneles y celdas bajo la fortificación, donde posiblemente pasasen sus días los rehenes.
  • Cueva de Cervantes

Casi seis años de batallas en el Mediterráneo donde se fulminaron amigos, honores y la movilidad de su mano izquierda. La vuelta a casa tendría que esperar, pues los corsarios argelinos tenían un destino más oscuro para él. Capturado y enviado junto a otros malaventurados a la ciudad de Argel, sobreviviendo varios años a las calamidades que un preso puede soportar, pero intentó escapar hasta cuatro veces. En la segunda ocasión tenía un plan infalible, se dirigiría junto a otros reclusos castellanos hacia la costa, donde un barco español de rescate esperaría en la penumbra, pero no. El navío fue descubierto y los presos tuvieron que esconderse en una cueva cercana. El Dorador acabó traicionándoles y fueron mordisqueados de nuevo. Tuvieron que pasar tres años más y dos intentos de fuga entre tanto para que las alas de Miguel de Cervantes fuesen puestas en el aire. Su paso por Argel le convenció para desechar la espada y agarrar la pluma. Y aprovecho para recordar que el 23 de abril se celebra «El Día del Libro», 404 años justos después de que este personaje histórico dejase reposar su cuerpo, pero no de existir.

Cervantes
La cueva de Cervantes se encuentra en la comuna de Belouizdad, en Argel. Frente a la cueva se erige un monumento del escritor y una placa conmemorativa Hoy es un lugar turístico poco aprovechado. La cueva es visitada, sobre todo, por los amantes de Cervantes.

¿Y qué más quieres? Con los grilletes me es difícil seguir escribiendo. Me pesa la cabeza y se me explotan los empastes. Menos mal que la funda de mi edredón tiene un estampado de insectos primaverales –danaus plexippus, me dice; erebia medusa, me susurra- y yo sueño que vuelo desde el ginkgo biloba hasta el populus alba.

Un abrazo y a cuidarse como nunca antes.

10 comentarios en “Viaje desde casa IV

      1. Nosotros también aguantamos 🤗 somos caseros 🤣 pelis por un tubo 🤦🏻‍♂️, arreglos en el jardín 🌾🌹 y cuidando de todo el bicherio que tenemos en casa… hay que ser positivos 💪y aguantar, pronto volverá la normalidad (esperemos)

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  1. Estoy des las cadenas hasta los mismisimos grilletes, menos mal que tienes el edredón con tus insectos primaverales porque a estas alturas no se si estamos en primavera o en otoño. Los malos no empatizan con nadie..para eso son malos, al final de tanto encierro no vamos a saber empatizar con el prójimo. Que delito hemos cometido para una cadena perpetua en arresto domiciliario. Me ha encantado tu post, has descrito lo que siento jajaja Un besote y ánimo con los grilletes, algún día viviremos la primavera fuera del edredón😘😘

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  2. Pingback: Viaje desde casa V – ¡Vaya Diario!

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