Anecdotario Couchsurfing

Pues resulta que el otro día me llegó un mensaje de WordPress informándome locamente de que llevo seis años aquí metido, y la verdad sea dicha, se me ha pasado rápida la cosa, lo cual me entristece un poco, porque en seis años aún no he conseguido el objetivo que me propuse al principio, que era conseguir convertir este blog de viajes en una tapadera que ocultase el tráfico de unicornios que tengo en marcha por todo el mundo. Me vigilan de cerca… Las historias que cuento en el blog no les convencen.

Y como llevo un verano largo (el peor de mi vida, seguramente) sin tocar una letra que venga a parar a esta sopa, he decidido aprovechar un rato libre que tengo para tocar el piano en el ordenador, aprovechando el empujón emocional de los seis años ¿Y qué puedo contar? Si lo único que he visto este año ha sido mi casa y la fábrica de unicornios… Pues me tocará rememorar historias, y las que te regala Couchsurfing siempre son las más dignas de mención.

Bueno, he dicho “regala”, pero cuál fue mi sorpresa este verano, cuando mi desesperación y mis ansias de volar y auto-culturizarme me hicieron meterme en la aplicación para ver si algún ser de otro lugar requería algún tipo de servicio que yo pudiera ofrecer en mi ciudad y ¡Sorpresa! Couchsurfing ahora es de pago, pues necesitan nuestra ayuda inmediata para mantenerse con vida… Y lo entiendo, de verdad, pero estoy seguro de que yo necesito una ayuda aún más inmediata que dicha plataforma, así que de momento no aportaré, por mucha penita que me dé.

Couchsurfing, para el que acaba de nacer y aún no sabe de lo que hablo, es una red social con el objetivo principal del intercambio solidario de alojamiento y otros bienes como la interacción intercultural y/o cualquier otra cosa que se quiera y pueda aportar. Cada cual tiene su perfil (cuanto más currado mejor) y, si va a viajar, solicita alojamiento a las personas que se ofrecen a ello. Si, por el contrario, lo que desea es alojar, recibirá y contestará solicitudes de viajeros del mundo para luego dejarles un espacio en su morada. Después de la experiencia, ambas partes pintarán una referencia que servirá a futuros miembros de la plataforma. Por lo general funciona muy bien, pero claro, siempre hay excepciones que fabrican las malas experiencias o las anécdotas más interesantes, que no siempre tiene que ser fatales.

He utilizado Couchsurfing para ser alojado, para alojar o para conocer gente más de setenta veces, y no he tenido nunca una mala experiencia. He tenido experiencias raras (algunas poco deseables), de las que hablaremos ahora, pero que no las considero malas. Sin embargo, sí conozco gente con anécdotas horribles, e internet está plagadito de estas anécdotas (lo digo por si quieres echar un vistazo), pues a veces las culturas chocan demasiado, las ideologías, el patriarcado, la homofobia, las rarezas y la maldad de algunos seres… Es de esperar que no siempre salgan bien las cosas.

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Una violenta situación

Como digo, esta no fue una mala experiencia, pero posiblemente fuese la menos buena, y es que era la primera vez que me decidía a alojar a gente en mi piso y puede ser que me faltase algo de rodaje a la hora de elegir solicitudes (de esto hace unos ocho veranos). El caso es que tres polacos se instalaron en el salón de mi casa después de haber hecho un recorrido épico por Andalucía. Solo parlaban polaco, alemán y un poquito de inglés. Yo hablo español y muy poquito de inglés, lo cual, la comunicación fue complicada durante los tres días que pasamos bajo el mismo techo… Bueno, para algo se inventaron los gestos.

Todo fue bien, dentro de lo que cabe, les mostré el centro madrileño con poca interacción y nos agarramos alguna que otra jarra de cerveza para repostar, pero la última noche, yo decidí invitar a tres amigos a casa para que hubiera algo más de parloteo, y así ocurrió, risas y tonterías, hasta que uno de los viajeros se ausentó durante un tiempo y, cuando apareció, con su rostro rojo de preocupación, nos comentó que no encontraba su cartera, que la había buscado por todas partes, pero que no la encontraba. Todos comenzamos a buscar, pero no aparecía, y la paciencia de esta persona se fue deteriorando hasta que desembocó en lo que parecía una sucia acusación. La cartera no tenía dinero ni nada que pudiese resultar útil a un tercero ¿Por qué íbamos a querer nosotros una cartera con un documento de identidad polaco? Pues nada, nos declaró culpables durante un tiempo, hasta que pareció entrar en razón y a suavizar el dedo.

No pasó nada más. A la mañana siguiente se fueron y este muchacho estaba algo alicaído, pero se despidió con un abrazo. Yo siempre creí que algún carterista había hecho de las suyas por las calles de la Gran Vía, pero no fue así, pues algo ocurrió hace un año o así que esclareció algo más el misterio. Apareció su cartera en la casa… Estaba en el interior de un jarrón con plantas de plástico ¿Cómo? Es imposible que se cayese ahí de manera accidentada. Conclusión, había un culpable en la casa: Puedo jurar que yo no fui, y pongo la mano en el sol por la inocencia de mis amigos. Él tampoco fue, a no ser que estuviera tremendamente colocado ¿Quién fue entonces? Tuvieron que ser sus colegas.

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Alexandre

Aquí otra anécdota con situación incómoda incorporada. Ocurrió en Orleans, cuando cruzábamos Francia de sur a norte con nuestras bicicletas mágicas. Era la octava etapa y ya se notaba el destrozo físico.

Resulta que habíamos contactado con Alexandre, un buen ciudadano francés de unos cuarenta palos que vivía a las afueras de la ciudad de Juana de Arco, y habíamos quedado en que llegaríamos por la tarde a la puerta de su casa. Así fue, mis dos amigos y yo, con nuestros preciosos velocípedos, nos encontrábamos frente a la casa de nuestro próximo huésped, pero nadie salía a recibirnos. La morada era más bien un enorme caserón con parcela inmensa, en un espacio rural donde no había mucho vecindario, así que comenzamos a gritar el nombre de “Alexandre”.

Apunto estuvimos de marcharnos. Ya habíamos abierto las páginas de Booking en busca de otro tipo de alojamiento, cuando apareció una mujer al otro lado de la verja. Esta muchacha, con los ojos y los morros bien abiertos, nos pidió explicaciones, y nosotros se las dimos. Abrió la boca aún más y, ahora fue ella la que empezó a gritar el nombre de “Alexandre”, que resultó ser su pareja. Nosotros, mientras tanto, nos pusimos cómodos y comimos palomitas mientras veíamos como nuestros futuros huéspedes intercambiaban gritos en francés. Luego abrieron la puerta y nos dieron una incómoda bienvenida.

Pues no, Alexandre no había informado de nuestra llegada y, no solo eso, sino que también se había olvidado de que llegábamos ese día, lo cual fueron todo sorpresas. Nos sentimos bastante incómodos durante nuestra visita, y eso que solo fue una tarde y una noche… pero ella solo tenía malas miradas para el despistado que alguna vez robó su corazón.

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Mala noche

Esto fue algo más reciente, hace un año y medio o así, una estadounidense me solicita alojamiento para una noche. Yo le digo que puedo alojarla, pero tarde, porque tenía cosas que hacer antes. Sin problema.

Fui a recogerla al metro y subimos la calle andando. Pregunté sobre su viaje y el itinerario futuro y, aunque me contó sus aventurillas, advertí que era muy reservada y contaba poco. Ella no iniciaba conversaciones y hablaba escasamente en las que iniciaba yo. Sin problema.

Cuando llegamos a casa ella se instaló en su habitación y de duchó mientras yo me curré una tortilla de patatas y una ensalada. Debo admitir que me salen unas tortillas riquísimas, para ganar concursos, la verdad. El caso es que nos pusimos a cenar con pocas palabras cruzadas. Su cara inexpresiva no me dejaba adivinar nada. Me dijo que la cena estaba muy buena, pero apenas probó cacho. Finalmente se fue a dormir. Sin problema.

Desde siempre he tenido el sueño ligero y, aunque en ocasiones puede ser una ventaja, es algo que me desquicia, porque nunca duermo del tirón. Esa noche dormí poco, pero mejor que mi inquilina, eso seguro. Escuché más de cuatro veces como se levantaba para expulsar por la boca lo que tenía dentro (que no sería mi tortilla, claro). Pensé en levantarme a ayudar a la pobre muchacha, pero no tenía limón, ni jengibre, ni nada que se me ocurriese que podía aliviar su enfermedad, además, creo que no se hubiera sentido muy cómoda (menos aún, claro), así que nada, parece que no se llevó muy buenos recuerdos de Madrid. Por supuesto que, su introversión era provocada por el malestar que padecía, pero creo que podría habérmelo dicho el día anterior para prevenir esa larga y pésima noche comprando un Aquarius, o yo qué sé.

A la mañana siguiente se fue pronto y me dejó una nota de gratitud y explicativa sobre los ruidos nocturnos (por cierto, me dejó el retrete súper limpio, cosa que agradezco, aunque pobrecilla), y yo creo que se marchó más por vergüenza que por el deber viajero. Le pregunté por su salud vía whatsapp y me dijo que estaba mejor.

Algo curioso pasó unas semanas después. Me escribió por Couchsurfing un chico egipcio desde su país. Al parecer trabajaba para la plataforma y su misión era velar por la seguridad de los turistas que se alojaban por medio de Couchsurfing en Egipto (por lo visto, estos agentes se distribuyen por todos los países donde funciona esta red social). Me comentó que esta chica había llegado a Egipto y que se alojaría en casa de una persona, pero que algo raro había pasado y que no conseguían localizarla, y como yo había sido su último “couch”, me pedían que intentase localizarla por algún otro medio. Enseguida escribí a esta muchacha por whatsapp, pero nunca le llegó siquiera el mensaje. No sé qué fue de ella, la verdad.

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Los ronquidos de Yisus

Yisus es la persona con la que más viajo. Con él me he recorrido media Europa y espero que sigamos sumando. He pasado muchos días de mi vida junto a él y, por supuesto, también las noches, así que, aunque tengo el sueño ligero, me acostumbré a dormir con sus terremotos, pero claro, no todo el mundo tiene esa facilidad de adaptación.

En Zagreb nos alojaría una pareja de jóvenes croatas (Él y Ella). Eran de esas personas que te alegran el viaje, la verdad. Divertidos, bromistas, alegres, conversadores… Ella tenía el día libre y se vino con nosotros a descubrirnos su ciudad, pintándola de alegría (teniendo en cuenta que Zagreb es algo feuco). Ese día acabamos haciendo yoga en un antro de un barrio gris, pero las risas que surgieron allí son para siempre.

Por la noche, ya en el piso, hicimos la cena, hablamos de todo un poco y guitarreamos hasta las tantas, y cuando ya no pudimos estirar más la cosa, nos metimos en las camas, que estaban todas en la misma habitación: Él durmió al ladito de la puerta, pues era el que más madrugaba, yo dormí en una cama plegable en medio de la habitación, Yisus en una cama pegada a la pared, y en la misma pared, en otra cama superpuesta, dormía Ella. O sea, que Yisus y Ella dormían cabeza con cabeza. Antes de introducirnos en el sueño advertí a nuestros huéspedes que Yisus roncaba como un mamut, y ellos se lo tomaron a risa, pero enseguida descubrieron que la cosa iba enserio, pues mi compañero de viajes tarda menos de diez segundos en dormirse desde que cierra los ojos. Cuando empezó a roncar todos los demás nos reímos, pero quien ríe último ríe mejor…

Sobre las siete de la mañana ya entraba luz por las pestañas, y la banda sonora de la noche hizo que mi cerebro regresase a la realidad. Abrí los ojos y miré a Yisus, que roncaba plácidamente junto a la cabeza de Ella. La chica se revolvía en su cama, sus ojos rojos hacían intuir que la noche había sido mucho más larga para ella. Me miró desesperada y, sin saber bien qué podía yo decirle, le hice un gesto pidiéndole que golpease la frente de Yisus, así le haría callar. No tardó ni dos segundos en reaccionar: sacó una mano y dio un fuerte chopazo a mi compañero, haciéndole callar de inmediato. Ella, sin embargo, se escondió bajo las sábanas, pensando tal vez que pudiera haber algún tipo de represalias, pero no, Yisus se dio media vuelta y siguió durmiendo, eso sí, sin ronquidos ahora. Nosotros también seguimos durmiendo unas horas más (seguramente para Ella serían las primeras). Cuando ya todos estuvimos en pie comenté la jugada matutina de Ella, provocando unas risas de despedida.

Estas son cuatro anécdotas propias del mundo Couchsurfing, pero tengo muchísimas más que voy recordando poco a poco mientras voy escribiendo, así que es posible que algún día me anime a hacer una segunda parte. No solo echo de menos viajar, sino que también me pongo nostálgico pensando en los momentos que me ha dado este servicio.

Me despido ya, espero no volver muy tarde y que los unicornios sigan circulando por el mundo, no vaya a ser que nos quedemos sin fantasías ¡Un abrazo gigante y hasta la próxima!

10 comentarios en “Anecdotario Couchsurfing

  1. Ohhh vaya vuelta tan gloriosa has tenido🤩 Me han encantado tus relatos así que espero una segunda parte de ese viaje con el universo de unicornios que forma la Faunia humanoide. El desenlace de la historia con la americana temía que terminara en plan peli de terror, pobrecilla encima desaparecida😮 escríbela por dios que te cuente que le pasó me he quedado intrigada, no pudo desaparecer por las buenas. Piensa que todo termina, sueño con lo mismo que tú, pero ya me conformo con viajar en el metro de Madrid ese que vuela y el dice por megafonía que mantengamos la distancia de seguridad 😵😡 sin comentarios. Bss desde este extraño confinamiento y disfruta como puedas el finde 😘😘

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    1. Lo que te ha dado de sí tu vida de couchsurfinero. Unas historias superentretenidas. Me gustaría también que contases algunas de las que la experiencia fue super enriquecedora y os trataron genial. Lo más importante a cuánto está el precio del unicornio que me estoy planteando poner un par en el salón de casa. Un abrazo y felicidades por la entrada de esta semana .
      Microbiólogo viajero

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      1. Hola! Sí, las experiencias regulares son la minoría de los encuentros, si no, no seguiría con ello. Muchas gracias Horacio, voy preparándote unos unicornios a juego con la alfombra 😉 Buen fin de semana!!!

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    2. Holaaa! Uy, la chica estadounidense desapareció totalmente… Se cambió de número de teléfono o algo, porque nunca más llegaron los mensajes de whatsapp… Qué terrible incertidumbre! Pues sí, todo acaba, lo que pasa es que la paciencia también se acaba jaja, pero bueno, mantengamos la calma. Gracias, un abrazo y buen finde!!!

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  2. Buenas historias, muy bien narradas. La verdad es que nunca me animé al couchsurfing, y cuanto más viejo, más mañas… lo que no voy a permitirle es eso de «Zagreb es algo feuco»… ¡Retráctese! Saludos, a la espera de la segunda parte

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    1. Ha, cierto es que la belleza es subjetiva y relativa, y también de muchas maneras. Observé que Zagreb no quería ser una ciudad bonita a ojos del viajero estándar y estereotipado, pero sí, tiene razón… Zagreb es una ciudad hermosa, embellecida por sus personas, costumbres y tradiciones, y también por su manera de ser y de estar. Muchas gracias!!!

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