La bahía de Santa Marta (12º trabajo)

Si la pereza no hubiese adormilado mi cerebro la noche anterior, habría sacado una pizca de fuerzas para aplicarme el potingue anti-mosquitos, y seguramente, mi sueño no habría terminado a las cinco y media de la mañana.

“¡Aprovecha la luz del alba!”, Me dijo una vocecilla interior ¿Por qué no? Salí con ojeras y picotazos, pero sonriente, pues eso es algo que iba de serie con el paraíso donde me encontraba. Santa Marta no es una ciudad que podamos llamar bonita. Su hermosura se encuentra en la bahía, su puerto y sus playas, en la gente y en el ambiente caribeño. Así pues, me dirigí hacia la playa a dar mi paseo mañanero.

De camino no me encontré a prácticamente nadie, salvo un ser. Un perro de tamaño medio, de color canela, se había fijado en mí y ahora dejaba su descanso en la acera contraria y cruzaba la carretera con paso contento hacia donde estaba yo “¡Ni se te ocurra acariciar eso!”, Me dijo esa vocecilla interior. “No, no voy a acariciarle, pero si quiere que venga conmigo a la playa”.

Pues así ocurrió: era el primer estímulo del día para ese can, y tal vez sus primeras posibilidades de conseguir un desayuno, así que siguió mis pasos hasta la playa. Sinceramente, me sentía bien con el chucho a mi lado, dejando las huellas en la arena dorada del Caribe.

Ocurrió entonces que el perro se separó corriendo de repente y fue a parar donde se encontraba otro compañero de su misma especie. Me pareció un bonito reencuentro, y no sé que tipo de comunicación utilizaron, pero el segundo perro se unió a la marcha ¡Ya éramos tres! Miraba orgulloso a los pescadores, pues me sentía el líder de una pequeña manada.

Estos encuentros perrunos se repitieron varias veces en el camino, y comencé a sentirme incómodo, pues ya no era una pequeña manada, sino una grande. Mis sentimientos habían cambiado bastante en tan solo unos metros, y me agobiaba pensar la estupidez de que tal vez los perros tenían la ilusión de desayunarme a mí. Mis absurdos pensamientos fueron haciéndose cada vez más bola, y aprovechando un despiste del grupo canino, que se había alejado a oler una barcaza encallada, hice un giro inesperado y salí de la playa, escondiéndome en las sombras grises de la ciudad.

EL PERRO CERBERO

¡Llegó el gran momento! A Heracles solo le quedaba uno de sus trabajos ¡Y sería libre! ¿Qué le tenía preparado Euristeo para su 12º tarea? Pues una locura más. Puede que la más complicada de todas, pero el héroe no se iba a dar por vencido…

En esta ocasión debía visitar el Inframundo, como el que visita a su abuela, y de allí tomar al perro Cerbero y regresar con el can al castillo de Euristeo. Este perro no era un perro cualquiera, sino el guardián del inframundo, quien custodiaba la puerta para que los vivos no entrasen y los muertos prefiriesen quedarse en las sombras. Su aspecto era, como podéis imaginar, bastante terrorífico: se le describe como un cánido de tres cabezas y cola de serpiente, pero hay quien le coloca más cabezas… Y no lo comparéis con Fluffy, el perro de tres cabezas de Harry Potter, porque ese era bastante mono, sobre todo al lado de Cerbero.

El caso es que, para entrar en el mundo de los fiambres, Heracles tuvo que ser iniciado en los misterios eleusinos, que era una especie de rito ayurveda de la época para que estuviese preparado para afrontar el mundo subterráneo. Una vez estuvo listo, se encaminó hacia el Inframundo bien acompañado de Atenea (yo creo que había tilín ahí, porque le ayudaba en todo) y de Hermes, el dios mensajero. Este último convenció al barquero Caronte para que llevase al forzudo Heracles a través del Aqueronte, y el operario, que debía de estar en sus días agradables, se dejó convencer. Lo cual, el héroe se había salido con la suya otra vez y estaba en la orilla de los muertos, viendo como las sombras huían de su presencia.

Por aquella zona se encontró a otro vivo ¡Teseo! ¡El héroe que había derrotado al Minotauro! Estaba encadenado por haber intentado raptar a Perséfone, la amante de Hades. Y Heracles, que tenía su propio sentido de la justicia, rompió las cadenas y le dejó libre ¡Qué buena gente! Salvo cuando mató a sus hijos… ahí no fue muy amigable.

Bueno, a lo que íbamos. El semidiós siguió buscando al perrete, y aquí surgen diferentes versiones de las cuales algunas son extremadamente violentas y otras demasiado friendly ¿Qué prefieres? Relataré una suave… Heracles se topó con Hades, el dios del inframundo, y le contó el motivo de su visita. El diosito, incomprensiblemente, le dio permiso para que se llevase al chucho, pero con la condición de que antes le dominase (¡Eh, no penséis mal!). Dicho y hecho… El héroe supo amansar a la fiera con buenas palabras, y como Cerbero no había sido tratado así nunca, se dejó doblegar por nuestro protagonista.

El bueno de Heracles apareció con Cerbero en el palacio de Euristeo que, escondido en su tinaja favorita, liberó al héroe de sus trabajos ¡Era libre al fin!

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