Moldavia

La República de Moldavia, el país menos visitado de Europa, de poco más de 2 millones y medio de habitantes en un territorio de 33.850 km2. Al oeste, el río Prut lo separa de Rumanía y, por lo tanto, de la Unión Europea. En todas las demás direcciones limita con Ucrania. El río Dniéster, el principal del país, lo atraviesa por el levante, creándose en su lado este la República Moldava Pridnestroviana, o lo que es lo mismo, Transnistria (más allá del Dniéster), un territorio con total autonomía y en conflicto estancado con Moldavia.

En este país, preguntarle a alguien que se va a ir de vacaciones, si va a la playa o a la montaña, podría considerarse como una burla, pues ni tiene mar ni tiene montañas. El monte Bălănești es el punto más alto del país, a 430 metros sobre el nivel marítimo, y es simplemente una colina desde la que divisar los campos de girasoles y los sembrados de remolacha y patata.

Medio millón de personas viven en Chisináu, la capital. El resto están esparcidos por las pequeñas ciudades y aldeas del país, teniendo en cuenta el gran porcentaje de población rural que tiene la República: la mayor proporción de Europa. En cuanto a la política, deja mucho que desear, en el índice de la percepción de corrupción se encuentra en los peores puestos del continente.

Visitar Moldavia es seguro, siempre y cuando no te pasees por ahí con accesorios de categoría (al igual que en cualquier otro país), o vayas haciendo fotografías a los policías, militares y sus cuarteles, que en tal caso acabarás desapareciendo y la embajada poco va a poder hacer por ti, salvo rezar un “padre nuestro”. No vayas asustado, pero ten cuidadín, chavalín.

Este país lleno de huertos y perros salvajes es bonito a su manera, y ahora repasaremos algunos atractivos de la región para que te fabriques la mejor ruta de viaje:

1.Chisináu

Como ya he dicho, Chisináu es la capital y ciudad más habitada. Su avenida principal (Stefan cel Mare), sus parques y museos merecen ser vistos por tus ojos. Pincha “aquí” para ir a la entrada principal, de mi visita en 2019.

2. Fortaleza de Tihina

O fortaleza de Bender, en la frontera con Transnistria y por lo tanto, a la vera del río Dniéper. Esta fortaleza se construyó en madera por Esteban III (el mismo de la avenida) en el siglo XV, y un siglo después fue reconstruida en piedra por los otomanos. En épocas pasadas se encontraba en un punto estratégico y comercial, por ello ha cambiado de manos en numerosas ocasiones. Hoy es gestionado por Transnistria, que lo ha remodelado un par de veces para adaptarlo al turismo. La entrada de adultos cuesta, según la página web, 50 rublos transnistrios, que son algo menos de 3€ a principios de 2023. Dentro hay un par de museos y la posibilidad de contratar una visita guiada. Para llegar desde Chisináu, además de en coche, puedes pillar un bus a la ciudad de Bender.

3. Tiráspol

Esta ciudad, la segunda de Moldavia (si es que la quieres considerar parte del país, pues no tiene control sobre ella) es la capital de Transnistria. Merece mucho la pena acercarse hasta aquí, pues, en parte, es como adentrarse en la antigua URSS. Al igual que con Chisináu, dejo el enlace a la entrada principal “Transnístria”, donde hablo del país y sobre todo de Tiráspol, que fue lo que visité en 2019.

4. Fortaleza de Soroca

Otra fortaleza, pero esta en la parte controlada por Moldavia. Se trata de un bonito y conservado castillo circular con cinco torres a las que se puede subir. La entrada es gratuita y se ve en menos de 20 minutos. Eso sí, solo abre por la mañana, así que no llegues tarde. Esta fortaleza se edificó en 1499 (lo cual no es medieval, aunque te lo vendan como tal). Desde lo alto puedes ver la inmensidad del río Dniéster y la Ucrania más rural al otro lado. El castillo está rodeado de un parque agradable que contrasta bastante con la propia ciudad de Soroca, gris y ortogonal. Existe una famosa leyenda moldava que ya conté en otra entrada que tiene como protagonista a las cigüeñas y a esta fortaleza.

5. Orheiul Vechi

La “Vieja Orhei”, a muy pocos kilómetros de la ciudad de Orhei, está rodeada por la hoz del río Răut. Se trata de un complejo arqueológico que evidencia que en este lugar se asentaron los culos de diferentes civilizaciones a lo largo de la historia. Hoy vas a encontrar cuevas y un precioso monasterio ortodoxo del siglo XIV, y aún sigue habitado. Está a 60 km al norte de Chisináu. El ascenso a la colina (a pie, pero es un trayecto muy corto) para llegar al monasterio, y la visita al museo arqueológico cuesta unos 50 céntimos por persona, y dejar el coche en el parking también cuesta 50 céntimos.

6. Monasterio de Ţipova

Como tantas cosas en este país, este monasterio se encuentra a la vera del Dniéper, a unos 100 kilómetros al norte de Chisináu. Aquí veremos monasterios de diferentes épocas y estilos, de hecho, lo más llamativo son los monasterios rupestres, habitaciones excavadas que se cree que se crearon entre los siglos X y XII ¡Casi ná! En los alrededores puedes toparte con grandes cascadas del río Ţipova y con restos de una antigua ciudad dacia.

7. Monasterio de Curchi

Otro patrimonio nacional relacionado con la religión es este precioso monasterio al norte de Chisináu, muy cerca de la ciudad ya citada de Orhei. El monasterio se fundó en 1868, aunque no se tiene constancia de su origen, por lo que han aflorado las leyendas alrededor de este, como la de dos hermanos delincuentes que por un error en sus fechorías acabaron sus padres asesinados, lo cual valió para que se arrepintiesen ante el Señor Todo Poderoso, y por ello construyeron este monasterio.

8. Monasterio de Căpriana

Pues sí, Moldavia es muy de monasterios, iglesias y vírgenes en las carreteras, pero os prometo que este es el último monasterio que destaco. Căpriana es un pequeño pueblo rodeado de un señor bosque bien frondoso, a tan solo 35 kilómetros de Chisináu. El pueblo recibe bastante turismo, sobre todo religioso, gracias a uno de los monasterios más antiguos del país, de la Edad Media. Tiene tres iglesias (la iglesia de la Dormición es la más antigua de Moldavia) y una valiosa biblioteca con verdaderos tesoros históricos.

9. Reserva Natural Pădurea Domnească

Su significado es “Bosque Real”. Esta reserva tiene como misión proteger uno de los bosques de pradera más antiguos de Europa. Se ubica al noroeste, a la ladera oriental del río Prut, frontera con Rumanía. Allí podrás encontrarte con robles y álamos, sobre todo, y en cuanto a la fauna, hay gran variedad de mamíferos y aves, y desde 2006 está también el gran bisonte europeo, que fue introducido para sacarle de la zona roja de animales en peligro.

10. Gagauzia

Se trata de una región autónoma al sur de Moldavia, pero al contrario que ocurre con Transnistria, aquí el estado moldavo sí tiene algo de control. No obstante, Gagauzia tiene su propio gobierno con capacidad de legislar, además de su propio cuerpo de policía. Es un lugar bastante curioso, pues se dice que los gagauzios descienden de turcos que vivieron en Bulgaria y que se convirtieron al cristianismo, por lo tanto, su cultura está bastante relacionada con la turca, y eso se ve en el idioma, muy similar al turco. La ciudad más poblada y capital de la región es Comrat, a 90 kilómetros hacia el sur de Chisinau.

11. Bodega de Cricova

No me olvido del gran atractivo. La mayoría de los tours organizados incluyen visitas a la bodega de Cricova, pues digamos que es la marca estrella del país. Cricova está a tan solo 20 km de Chisináu, y la bodega que alberga no es para nada pequeña, de hecho, hay turistas que llegan a Moldavia y se tiran dentro de las bodegas subterráneas la mayor parte de su visita al país (Vladimir Putin, entre ellos). Hay que reservar para visitarlo, y los precios varían según lo que estés buscando, si catar o emborracharte. Lo mismo ocurre con la bodega Milestii Mici, la más grande del mundo y a 15 km de Chisináu, aunque con menos fama que la de Cricova.

12. Cueva de Criva

O cueva de Emil Racoviţă. Al norte del todo, haciendo frontera con Rumanía y Ucrania, muy cerquita de la localidad de Criva, se encuentra esta bonita cueva que dicen que ocupa el tercer lugar en cuanto a las cuevas más grandes de Europa… No he podido comprobar si es verdad, pero no va a dejar de ser impresionante, sobre todo si te gusta la espeleología. Es profunda, con diferentes niveles y grandes salones, y tiene varios lagos. Llegar hasta aquí puede convertirse en una gran aventura si vienes desde Chisináu y te mueves en coche, teniendo en cuenta que son 4 horitas de viaje, pero siempre hay cosas desconocidas que merecen la pena.

Y aunque, como siempre, me dejo cosas en el tintero, debo poner el punto para que esto no se haga eterno. A continuación la primera parte de nuestra ruta por Moldavia, una parte que salió niquelá, a pedir de boca, sensacional, ni en los mejores sueños…


Primera parte. Perfecto.

Un viernes de marzo, por la tarde, después de una típica jornada laboriosa, Yisus y yo elevábamos nuestros cuerpos hasta desaparecer tras las nubes y reaparecer cuatro horas más al este, sobre los pastos rumanos, en Iași, al noreste del país. Eran las 23.30h, por lo que no había mucha gente, y teniendo en cuenta que ese aeropuerto era tan pequeño como el que vende LEGO, pensábamos que estábamos vendidos cuando pasaron los minutos y el tipo que nos alquilaría el Toyota no aparecía. Por suerte, nuestras compañías móviles gozaban del bendito roaming en este país, así que sólo tuvimos que contactar con el menda para meterle algo de prisa.

Estacionó el micro-coche en la entrada del aeropuerto, y esto no le gustó nada al guardia nocturno, porque, aunque el aeropuerto estaba vacío, se sentía con poder y con el deber de dar rienda suelta al silbato, y mientras, yo fotografiaba los ángulos del coche, y el policía pitaba y hacía señales. El arrendatario le decía que sí, que no tardaba nada, y Yisus hacía como que sabía leer rumano mientras echaba vaho a la punta del bolígrafo. El guardia pitaba. Yo metía las mochilas en el auto. El arrendatario nos daba más y más papeles. Yisus firmaba y preguntaba gilipolleces. El policía cada vez estaba más rojo. Yo hacía bromas. Yisus se cagaba en mis bromas. El agente sacaba la porra. Yisus y yo arrancamos y nos piramos de allí quemando caucho.

No nos encontrábamos cansados, pero había que dormir, pues la alarma estaba puesta para las seis y media de la mañana, y teniendo en cuenta la diferencia horaria con nuestro lugar de origen, pues se notaría el madrugón, así que en cuanto llegamos al hostel fuimos al baño y directos a la cama, en una habitación compartida con otros dos maromos que roncaban igual o más que mi querido compañero.

Y ¿Por qué a las siete de la mañana ya estábamos conduciendo? Porque nuestra idea era salir de la Unión Europea temprano para adentrarnos en el mundo inhóspito y desconocido de Moldavia, ese país que habla rumano, pero que al escribir mezcla el latino con el cirílico. Un país de 2,6 millones de habitantes y con tendencia a la baja. Rural, prácticamente plano, sin costas marítimas, pero con poca altura y mucha tierra negra. Aquí fuimos, a ver qué tal.

Para nuestra grata sorpresa, la aduana fue sin colas, aunque casi la liamos otra vez con los guardias, porque pasamos el control de salida de Rumanía y creímos que ya estaba hecho ¡ERROR! El retrovisor de nuestro coche y varios gritos nos indicaban que unos enfadados policías moldavos creían que nos estábamos dando a la fuga. Dimos marcha atrás y sonreímos… Nos perdonaron… por esta vez.

La ruta a seguir, tan exprés como gratificante, nos ocupó prácticamente todo el día, con paradas lo suficientemente largas como para ver lo que se cuece en cada punto elegido. Ojalá hubiésemos tenido un día más, pues me quedé con ganas del sur, teniendo en cuenta que tres años antes había estado en Chisinau (la capi) y en Tiráspol (la otra capi, la de Transnistria), las dos ciudades más importantes y habitadas. Así pues, nos tocaba conocer la tercera, Bălți.

Tras una pequeña parada en un parque inesperado e interesante en Răuţel, llegamos a Bălți. Se confirmó que aquí poco monumento iba a entrar por nuestros ojos, pero esa es la gracia, que lo interesante en estos municipios es el modo de vida de la ciudadanía. Quitando la bella catedral de los Santos Constantino y Elena, un monumento al tanque y una estatua del héroe nacional Esteban III de Moldavia, el resto de la ciudad es pasear por mercados y rastrillos que brotan en los parques públicos.

Nuestro camino siguió en dirección noreste, hacia Soroca, aunque con una caprichosa parada en Floreşti para hacerme con unos pantalones vaqueros en el mercadillo sabatino. En la localidad de Soroca se encuentra el único castillo del país, y es uno de los principales atractivos de Moldavia, además de Chisinau, Transnistria y los vinos. A la vera del castillo se pasea el río Dniéster, que en ese lugar hace de frontera con Ucrania, donde se encuentra el pequeño pueblo de Cekiniwska, aparentemente tranquilo, sin bombas, o al menos nosotros no vimos ni oímos nada raro.

Después de subir y bajar del mirador y monumento “Vela de Acción de Gracias”, a la entrada de Soroca, reanimamos nuestra ruta, ahora dirección sur. Nuestra próxima parada fue Orhei, que de interés poco. Nosotros usamos su territorio para comernos una gran pizza y para apuntar nuestro vehículo hacia el Monasterio de la Cueva de la Vieja Orhei (Orheiul Vechi). El templo, importante lugar de peregrinación en el país, se encuentra en lo alto de una colina, protegido también por el río Raut. Las vistas son curiosas, y el templo es interesante, teniendo en cuenta que fue puesto en pie en el siglo XIII. Y por último, Chisinau, capital y ciudad magna de la República de Moldavia ¿Merece la pena conocer este lugar? Para mí sí, y dejo la entrada correspondiente en este enlace “CHISINAU”. Y poco que añadir al día de hoy: “check in” en el alojamiento, paseo nocturno por el Centro, cervecería con precios fabulosos y kebab para poner en funcionamiento los jugos gástricos ¿Se puede pedir algo más? Siempre, eso siempre, pero somos unos conformistas.

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