Después de dos horas empezaba a pensar que nos habíamos equivocado de máquina. Nos habíamos metido en un autobús, pero ahora parecía más una lavadora en pleno centrifugado, y el rostro de mi compañero ya era pálido y desorbitado, además, agarraba y apretaba el asiento de delante con ambas manos mientras miraba tristemente a un …
