¿Qué es lo que ganamos? Muchísimas cosas, pero sobre todo, yo gané una de las mejores experiencias de mi vida, porque ya he dicho que a mí me chifla viajar (no viajo tanto como quisiera por las razones que tenemos todos, pero cuando puedo acarreo el macuto), pero este viaje era muy diferente a los demás. Aprender por ti mismo a realizar trayectos largos en bicicleta, a aguantar cualquier revés que surja, porque surgían todos los días problemas que amenazaban la marcha. Aprender a convivir durante tanto tiempo con solo dos personas más, a los que tienes que ver continuamente el careto más de diecisiete horas diarias. Aprender a desenvolverte en un lugar donde tú eres el extraño.
Sufrimos. Sufrimos bastante, pero cada vez que terminaba una etapa y nos metíamos en los sacos yo pensaba: “Seguimos resistiendo. Hemos vencido un día más”. Y estoy segurísimo de que mis colegas pensaban igual.
En una ocasión llegamos muy pronto a un camping (etapa 12) y no solo era de día, sino que también se había atrevido a asomarse un asustadizo Sol entre tanta nube. Hacía un día espléndido y aproveché para tumbarme en la hierba, descansar y pensar. Era algo que necesitaba, pues llevábamos fuera medio mes y en ningún momento me había puesto a pensar seriamente en lo que estábamos haciendo. Habíamos recorrido 1000 kilómetros en bicicleta y estábamos físicamente cansados y doloridos, nos había llovido muchos días, habíamos pasado hambre, nos habíamos perdido en numerosas ocasiones, habíamos discutido más de una vez, olíamos mal, a mí personalmente me costaba cagar, nuestras bicicletas habían sufrido averías; pero, ahí estábamos, dispuestos a seguir sufriendo. Cuando pensé todo esto se me escapó una sonrisa, y ahora, mientras lo recuerdo, se me escapa otra.
Si tan mal lo estábamos pasando, si tanto habíamos sufrido ¿Por qué seguíamos? Desistir era un jaleo, pero joer, si estábamos sufriendo tanto… Pues no. No se me pasaba por la cabeza abandonar la aventura, porque lo bueno de ella superaba todo lo malo, y todo lo bueno es el conjunto de todo lo malo: la experiencia.
No sé si mis compañeros comparten este pensamiento mío, pero ahí está lo que yo cavilaba tumbado en la hierba de aquel camping.
ETAPA 8
La alarma sonaba y Mickey la posponía, y este ejercicio se repitió cuatro o más veces. Para cuando decidieron levantarse yo ya me había vestido, había meado, guardado el saco y casi había podido terminar de preparar mis alforjas y mi bicicleta. Lo peor es que, cada vez que sonaba esa música del diablo, despertábamos a todos los guiris que habían acampado al lado nuestro y les provocábamos un malestar especial.
En este camping y a estas horas de la mañana se produjo una de esas aventuras de Mickey con su enemigo el “váter”. Cagó fuera, y la excusa que pone es, “como está sucio no me siento” (algo normal, nadie se sienta en los baños públicos), “apunto mal y cago fuera”… Pues no sé, tendrá el ojete desviado, porque es algo que no le suele ocurrir a nadie.
Bueno, después de este desastroso incidente en los lavabos, y después de desayunar, salimos del camping, encontrándonos por el camino a varios vecinos enfurecidos por haberles despertado cuatro (o más) veces con la PUñeTerA alarma.
Seguimos el camino marcado que nos llevaba hasta Orleans, o sea, la EuroVelo 6, la misma de la etapa anterior que recorre el Loira; y todo iba genial, salvo por el fresquito a esas horas de la mañana junto a un gran río… Sí, hacía frío, pero lo compensaban los paisajes.
Poco a poco las señales que marcan la ruta empezaron a ser confusas, pues se juntaron varias rutas y las marcas de los carteles comenzaban a rayarme, ya que pasábamos por lugares con muchas bifurcaciones. Al final me equivoqué y tuvimos que subir la misma cuesta un par de veces, y era una cuesta de esas que asesinan gente. Esto ocurrió por mi culpa y Mickey dejó de hablarme durante unos cuantos kilómetros.
Fuimos pasando por Rilly sur Loire, Chaumont sur Loire y Candé sur Beuvron, hasta llegar a Blois 25 kilómetros después. La ciudad de Blois es de gran interés turístico, y eso que, interesante-interesante… Solo hay un castillo renacentista, pero vamos, eso estaba lleno de españoles, no tantos como en Amboise, pero por el estilo. Y a mí me vino la desgracia cuando me timaron como españaca que soy: en una tienda de souvenirs pedí unas pilas de esas pequeñas a una meapilas y me dio un paquete de cuatro por 6 euros… ¡¡SEIS EUROS!! Te ríes, pero no sé por qué motivo le di el dinero, creo que me poseyó con sus ojos de meapilas.
Después de esta mala experiencia y de visitar un poco la city (el castillo, una estatua de Denis Papin y alguna iglesia que otra) nos dirigimos a la Poste (empresa de correos en Francia) para mandarle a nuestro amigo Víctor una postal con dedicatorias muy personales. Y ahora sí, retomamos la marcha, que aún quedaba un huevo.
Nuestro destino era la casa de Alexandre (Warmshower) en Saran, una población pegadita a Orleans, en el norte de esta. Pero aún nos quedaba un buen trecho: pasamos por Saint dyé sur Loire, Muides sur Loire (cerca de Mer), Saint Laurent Nouan y paramos a comer en Beaugency, ya en el departamento de Loiret. Ciudad de gran valor artístico e histórico, pero con las prisas que teníamos solo nos dio tiempo a comer y a rellenar los bidones en un bar.
Esta segunda parte se nos hizo más pesada, pero pasamos algunos momentos graciosos, como cuando Mickey atropelló una mierda (seguramente humana) y tuvo que limpiar la rueda (digamos que es el karma, por haber cagado fuera en el váter del camping anterior).
Poco a poco íbamos pasando por las distintas localidades (Meung sur Loire y Saint Hilaire) y por fin llegamos a Orleans. Decidimos visitarlo al día siguiente, pues como íbamos un poco justos de tiempo no queríamos hacer esperar a nuestro anfitrión, por lo tanto marchamos directamente a Saran, que estaba más lejos de lo que creíamos.
Gracias al GPS del móvil no nos costó encontrar la casa de Alexandre, pero sí nos costó avisarle de que estábamos ya allí, para que nos abriese… pues la casa (un viejo caserón con una inmensa parcela) no tenía timbre y tuvimos que gritar su nombre repetidas veces. Al final nos abrió su mujer Agne, que curiosamente, no tenía ni pajolera idea de que su marido había aceptado hospedarnos en su casa. Fue extraño e incómodo para nosotros, y para ellos supongo que también, pero finalmente todo fue bien. Nos dejaron cocinar y ducharnos, nos acomodamos en dos habitaciones (Manu y yo en una litera y Mickey en otra habitación con cama de matrimonio, no es listo ni na eligiendo, menudo morro), y también hubo tiempo de charlar con Alexandre y su mujer.
Resulta que la casa era heredada y en ella tenían un huerto, un corral con gallinas, varias casetas y hasta paneles de abejas. Eran buenas personas, pero es cierto que a veces daba la sensación de que molestábamos un poco, pues nos preguntaron en más de una ocasión que, a qué hora salíamos por la mañana… Vamos, que querían que nos fuésemos.
Nada más que decir, etapa rara la verdad, por la mañana se hizo suave y por la tarde algo más agobiante por las prisas. Al final hicimos 115 kilómetros, una barbaridad, así que, a descansar, que mañana toca más.