Un mes y medio antes de este viaje contacté con mi coleguita Rudolf para dejarle claro mis intenciones sobre un viaje fugaz por la vieja Europa. Creo que ese mismo día nos reunimos y empezamos a rebuscar vuelos baratos en las fechas que nos venían bien a los dos… o ¿Debería decir “LAS dos”? Bueno, eso lo dejamos a juicio del lector.
Todo parecía indicar que a finales de abril saldríamos volando a la capital inglesa, que casi regalaba los billetes en Ryanair, pero lo pensamos mejor y finalmente no caímos en la trampa de la muerte: el aeropuerto londinense en el que te tira esta compañía se encuentra en Mórdor (Stansted, a 60 km) y te cuesta el bus a Londres 23 libras (30 monedas de un Euro aproximadamente) solo ida, el doble que el avión… ¡Zas! Al final no sale tan barato ¿Eh? ¿Eeeh? ¡Flipao!
No solo eso, el precio de cualquier cosa en Londres es todo porculero: transporte urbano, comida callejera, cervezas sanadoras… así que decidimos cambiar el destino a otro un poco menos barato en el vuelo, pero menos caro en el conjunto: BERLÍN.
Pronto me puse manos a la obra con el tema de Couchsurfing porque Rudolf no hacía más que presionarme, me decía que las ratas en Berlín comen humanos y las cucarachas no, pero dan mucho asco, como en todas partes del mundo… menos en Madagascar, ahí las cucarachas no son tan feas. Y yo acongojado, pues no quería disputarme con las ratas los cartones para dormir en la calle, así que na, pronto una chica aceptó nuestra solicitud de alojamiento, su nombre es y sigue siendo Lena (en realidad no, pero prefiero conservar el anonimato de la gente que se cruza en mi destino).
–Ya está, teníamos billetes de avión, techo y seguramente una amistad en la ciudad ¿Qué más se puede pedir?
–Transporte gratuito, desayuno, almuerzo y cena gratis, un par de masajes por día…
–¡Calla cara-pollo! ¿Quién te ha mandado hablar?
Pasó el tiempo y llegó el momento de partir (24/04/2015). Yo acababa de salir del curro y tenía ese cansancio natural que viene después del trabajo, pero con la emoción en la cara, eso no me lo quitaba nadie.
Prometía el viaje, pues nada más quedar con Rudolf para ir junticos al tren que nos llevaría al aeropuerto nos dieron por atrás, pues lo perdimos. Como el avión salía a las seis de la madrugada ya no nos quedaba otra que tomar el búho que cuesta cinco euros de la cara.
Decidimos quedarnos por el Centro de fiestuqui light hasta las cuatro, a esa hora pillaríamos el bus. Primero nos bebimos una yonkilata en el parquecito del Palacio Real y luego nos metimos en el “Pescado Provenzal” a beber un poco más, pero nos tuvimos que ir pronto porque allí todos estaban colgaos: entre Jack Sparrow, camareros subiditos de drogaina, chonis despelotadas de talones para arriba y otros seres de bar nocturno que se disputaban las banquetas.
Más tarde nos juntamos con algunos amiguetes en Lavapiés donde sucedieron graciosas anécdotas, por ejemplo, mi colega se presentó a un ser masculino pero que parecía una mujer hecha y derecha… presentación española, dando dos besos, uno por mejilla, lo que provocó nuestras carcajadas incontroladas cuando por fin salimos de Lavapiés.
El sueño ya nos estaba afectando y teníamos miedo de no estar a tope con la Cope al día siguiente en Berlín, pues todo hacía pensar que no íbamos a dormir hasta la noche después. El autobús de ricos solo tardó un pliki, y en un pliki mi amigo se tiró al suelo del aeropuerto a dar una cabezadita de muerto, pues aún quedaba más de una hora para la salida.
Yo aproveché para ir al baño y ahí me encontré a Yisus, compañero de viajes pasados… no sé qué cojones hacía este loco cagando en el aeropuerto, por lo visto había ido porque le pillaba de paso y quería darnos algún tipo de susto… a las cuatro y media de la mañana.
Bueno, esto duró poco, Yisus se fue y nosotros pasamos los registros y todas esas mierdas y mientras esperábamos la cola para embarcar nos tiramos en un rincón y allí pasamos media hora to sobaos.
Por fin entramos al avión y ni siquiera nos dio tiempo a escuchar a los azafatos con sus indicaciones en caso de accidente y muerte instantánea, porque el sueño nos atacó de nuevo… las tres horas de vuelo las pasé con la cara pegada a la ventanilla, dejando la baba, y mi colegui con sus ronquidos habituales, poniendo banda sonora al vuelo.