El 12 de junio de 2021 falleció a los 84 años un ídolo y aventurera polaca.
Krystyna nació en Varsovia en 1936, pero 3 años después comenzarían los terremotos políticos y el hogar familiar se vio en el epicentro del gueto creado por los nazis, así que tuvieron que escabullirse fuera de la ciudad, vagando hacia el norte, hasta conseguir instalarse y acomodarse en Ostróda, una pequeña ciudad rodeada de grandes lagos, algo crucial y muy influyente para su exitoso futuro.
Sobre sus veinte años, enamorada de los vehículos acuáticos, decide marchar a Gdansk, gran ciudad portuaria en la costa polaca, pues aquí comienza su formación en la Universidad Tecnológica, en la facultad de Construcción Naval, un campo que, a día de hoy, sigue siendo predominantemente masculino. Pero eso a Krystyna no le importaba, a ella le gustaban los barcos y sabía hacia qué dirección debía apuntar su bote. En este periodo conoció a Wacław, su compañero de vida y su gran apoyo.
A los treinta ya se había graduado, había trabajado en el sector del diseño y construcción de barcos y, lo más importante, había conseguido el título de capitana de yates de vela, lo que le abría las puertas a la inmensidad. Comenzó con pequeños paseos, pero pronto fue sumando aventuras, como la travesía desde Polonia a Escocia en un pequeño yate tripulado por ella y acompañada de otras tres mujeres, algo que, en aquella época causó expectación.
En marzo de 1976, a los 39 años, Krystyna emprendió el viaje que le haría famosa mundialmente, con un yate construido por su esposo partió en solitario desde la isla de Gran Canaria hacia el oeste, con la intención de dar la vuelta al mundo y convertirse así en la primera mujer en circunvalar el globo navegando sola.

Según relató en diferentes entrevistas, el viaje fue muy duro, como era de esperar, pero nunca se vio en peligro extremo de muerte, a pesar del cansancio, las tormentas y la enfermedad, motivo por el cual tuvo que visitar el hospital en una ocasión entre etapa y etapa. También llevaba consigo una escopeta para protegerse en lugares poco frecuentados por mujeres blancas, aunque ella nunca tuvo la intención de usarla, y por suerte, así fue.
Lo que más temía la capitana era que sus competidoras le arrebataran el logro, pues otras expediciones salieron tras ella con mejores barcos, por lo que tuvo que apretar bastante, navegando durante meses sin parar. Así fue que, el 20 de marzo de 1978, dos años después de su inicio, Krystyna llegó a Cabo Verde, convirtiéndose en la primera mujer en navegar alrededor del mundo en solitario… Y menos mal que se dio prisa en la recta final, porque la neozelandesa Naomi James consiguió su circunvalación 39 días después.
La hazaña de la aventurera recorrió el mundo como antes lo había hecho ella. Recibió halagos, premios y, sobre todo, reconocimiento. Se convirtió en ejemplo de muchas personas y será siempre un símbolo polaco.

Día 2 en Varsovia
La alarma no nos amedrentó. Nos levantamos decididos y entusiasmados por conocer una de las capitales más sufridoras de la historia en Europa. Teníamos una temprana cita con Walkative, una empresa de free tours que tenía la importante misión de enseñarnos gran parte del centro histórico de Varsovia, un lujo que debíamos aprovechar, así que después de meternos un desayuno con smoothie nos plantamos frente al Palacio Staszic, sede de la Academia Polaca de Ciencias, y por ello se encuentra frente al edificio la estatua de Nicolás Copérnico.
La ruta avanzaba a lo largo de la majestuosa e impronunciable calle Krakowskie Przedmiescie, donde, según andabas, iban apareciendo interesantes estructuras, como el campus principal de la Universidad de Varsovia, el Palacio Presidencial, donde vive el presidente y jefe de estado polaco, los hoteles Europejski y Bristol, varios edificios de culto, como la iglesia barroca de Santa Cruz, donde se encuentra enterrado el corazón del compositor Frédéric Chopin… Para venerar al resto del cuerpo tienes que dirigirte al famoso cementerio Pére Lachaise, en París. Y no me olvido del monumento de Adam Mickiewicz, el poeta del pueblo polaco que todos los niños deben leer en la escuela.
Al final de la calle llegamos a uno de los lugares más famosos de la ciudad, la plaza del Castillo, donde, por supuesto, se encuentra el Castillo Real, actual sede de la Fundación Polaca de Historia y Cultura, habiendo habilitado una parte como museo. En plena plaza se encuentra también la Columna de Segismundo, un símbolo nacional que es justo lo que su nombre indica, una columna corintia que contiene en lo alto la escultura del rey Segismundo III de Polonia, el rey que se trasladó desde la antigua capital polaca, Cracovia, a Varsovia, tal vez porque estaba más céntrico de todo (en aquella época) o porque así estaba más cerca de su tierra natal (Suecia). Las casitas históricas que rodean la plaza completan la belleza del lugar.

A pesar de ello, la plaza que a mí me gustó más fue la Plaza del Mercado, a un minuto de la anterior. Hasta ahora no había comentado que la ciudad vieja fue devastada por los nazis en 1944 como respuesta al Levantamiento de Varsovia, y que en la década de los 50 reconstruyeron todo fielmente, como si fueran piezas de LEGO, casa por casa, adoquín por adoquín, y tan exacto quedó que la UNESCO no tuvo más remedio que declarar al centro histórico como Patrimonio de la Humanidad en 1980. Esta placita está rodeada de estrechas casas de colores de entre tres y cuatro pisos, y en todo el medio se encuentra el Monumento a la Sirena, el símbolo protector de Varsovia, aunque visto lo visto, se debió tomar unas vacaciones cuando se pasaron por allí los alemanes.
Kiran gozó este momento, pues, a pesar de estar a finales de febrero, los adornos y puestos navideños seguían perdurando en las calles, y la plaza sostenía una gran pista de patinaje, además de diferentes puestos comerciales que creaban un falso ambiente navideño. Más adelante volveríamos para entrar en calor… Ya diré como, pero de momento seguimos la ruta hacia la Barbacana, una de las pocas estructuras defensivas del siglo XVI que aún se pueden encontrar en la ciudad junto a algunos pedazos de la muralla, que separa la ciudad vieja de la nueva.
El capítulo final del paseo fue a la vera del Pequeño Insurrecto, un monumento de un niño soldado que conmemora a todos esos pequeños y desgraciados varsovianos que lucharon en el Levantamiento de Varsovia contra los nazis, finiquitando su vida muchos de ellos y quedando trastornados de por vida otros.

Ya las tripas comenzaban a resonar y reverberar, así que fuimos pisando nuestros pasos de la ida para encontrar algún lugar donde echarse a la garganta la gastronomía local. Aceleramos el ritmo, pues comenzaban a desprenderse gotas del cielo, y si al agua le sumamos los pocos grados centígrados que congelaban nuestras pestañas, teníamos un resultado devastador, pero lo solucionamos en la Plaza del Mercado haciéndonos con un vasito de vino caliente cada uno… El mío con un chorrito de Vodka, a ver si se me iba a pasar la oportunidad de probar tal bebida en su supuesto país de origen.
Encontramos al fin un restaurante que nos permitió cambiar nuestros eslotis (PLN) por sus servicios alimenticios. Todo lo que comimos era apto para vegetarianos, y se trataba de sus famosos pierogi, unas bolsas de pasta con diferentes ingredientes en su interior, siendo lo más común cebolla y patata, aunque hay de setas, verduras y carne. Otro plato que probamos fue el placki ziemniaczane (panqueques de patata) en salsa de champiñones ¡Delicioso! Una pena que no recuerde el nombre del restaurante. De postre compramos un Kurtosz cada uno en un puesto callejero. Este pastel proviene de Hungría y se trata de un tuvo gordo de galleta crujiente embadurnado del ingrediente que prefieras. Chocolate y coco elegimos nosotros.
Mientras nos jalábamos la chimenea fuimos moviendo los pies hasta la Plaza Piłsudski, la más grande de la urbe, donde antiguamente se encontraba el Palacio Sajón, una joya neoclásica que también desapareció casi por completo tras los martillazos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, salvándose milagrosamente los tres arcos centrales, justo donde se encontraba la Tumba del Soldado Desconocido, por lo que nadie se ha atrevido después a demoler las ruinas ni a apagar la llama eterna, custodiada por dos jóvenes soldados inmóviles y bien abrigados. Tras la tumba se encuentra un agradable parque público con jardines, monumentos y una fuente muy emblemática.

Las nubes habían decidido marcharse, y quisimos aprovechar su ausencia subiendo a la planta 30 del Palacio de la Cultura y la Ciencia, así que, una vez encontrada la entrada principal nos colocamos en la fila de acceso, instante en el que descubrimos que la cola avanzaba a ritmo de perezoso, lo que defenestró nuestros planes de visitar luego algún museo. Tanto tiempo estuvimos esperando para subir que, anocheció y nos perdimos la puesta… cosa mala, ya que era nuestro principal objetivo. Aun así, disfrutamos de las vistas nocturnas desde el segundo edificio más grande del país, superada por otra torre cercana construida en 2021. El día parecía llegar a su fin. Dimos un último paseo a la luz de las farolas hasta el Museo POLIN, pero quedaba poco tiempo para su cierre y decidimos dejarlo para la mañana siguiente, así que galopamos en el tranvía hasta nuestro hostel y ahí decidimos acabar con el sábado, justo después de comernos un bocata cada uno.
Vaya tour por Warsovia casi parecido al de la capitana Krystyna, que por cierto, no conocía su historia y me ha gustado mucho. Que duro debe ser navegar sola cuando tienes pegado a popa otras competidoras. Oye lo de leerme tu post con las tripas rugiendo y sin haber desayunado con lo rica que está la comida polaca solo me ha provocado que asalte el frigorífico jejeje. Un abrazo David y a disfrutar del día.
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